52. Cercanos.
- Al días siguiente:
Cuando el rubio terminó el entrenamiento con su equipo, rápidamente se dirigió a la torre del Hokage. La peliazul lo mataría por el retraso, pero Hiruzen le había llamado. Por cierto que Minato, se estaba sometiendo nuevamente a la ardua labor de entrenar a su equipo, entrenar a Shinato y hacer misiones, tal como antes. Definitivamente volvería a colapsar en cualquier momento.
— ¿Me llamaba? — inquirió mientras hacía la acostumbrada reverencia.
— Supongo que ya sabes para que — el rubio lo observó con atención cuando se llevó la pipa a la boca — ¿Cómo va el entrenamiento con Shinato?
— Sobre eso... — el rubio comenzó — Creo que ya es hora de que viaje a la Tierra del Hierro y se encuentre con su clan — le dijo sinceramente. Después de todo, ni Tsukuyomi ni Inu eran una amenaza, aun así no le contaría nada de lo que había pasado con ellas.
— De modo que me lo dices tan confiado tendré que creerte — miró hacia otra parte.
— Gracias — el rubio le agradeció que por fin le dejará manejar las cosas a su criterio.
— Pero... — siempre hay peros en todo — Tú mas que nadie sabe que Shinato no puede quedarse, así que la acompañaras durante su estadía con ellos — el rubio asintió, nada le causaba más tranquilidad que le ordenara aquello — Y otras dos personas los acompañarán.
En ese momento levantó el rostro.
<< ¿Quienes serán..? >> pensó preocupado. Lo menos que quería era que alguien más supiera todo aquello, que era difícil de esconder cuando estaban cerca de la peliazul.
(...)
— ¿Qué nadie sabe que está prohibido verme?
La peliazul decía de manera molesta cuando se dirigía hacía la puerta de entrada, al parecer alguien estaba tocando y muy fuerte.
— ¿Dónde se mete Tsunade-sensei en estos momentos? — se preguntó mientras tomaba la cerradura de la puerta.
Cuando la abrió, se llevó una gran sorpresa.
— ¡Shinato-chan! — la pelinegra se le abalanzó dándole un gran abrazo. Shinato no lo podía creer.
— ¿Mara, qué haces aquí? — le preguntó aún en el abrazo.
— Tomé tu consejo — le dijo cuando la soltó — Volvi a Konoha para vivir mi vida y enamorarme de alguien real — le sonrió tras contarle.
— Me alegra mucho — le dijo sincera — Anda, pasa — le indicó.
Mara se adentró a la casa de Orochimaru observando todo con atención.
— ¿Vives sola? — le pregunto aún observando.
— No, Tsunade-sensei vive conmigo, pero casi nunca está en casa — le respondió.
— ¿¡Tsunade!? ¿La legendaria sannin? — le preguntó sorprendida. Shinato asintió un poco apenada — Oh, ahora que lo recuerdo, Orochimaru-sama era tu maestro — le dijo un poco despistada y la peliazul volvió a asentir — Tengo entendido que deserto de...
Dejo de hablar y vió a su amiga bajar la cabeza.
— Lo siento — pronunció apenada.
— Tranquila, esta bien — le contestó para que no se preocupara. La que lo sentía era ella — ¿Dónde te quedaras? — le preguntó para dejar atrás lo anterior.
— Tenía pensado quedarme en la antigua casa de mis padres, pero el Hokage-sama insistió en que me quedara en los apartamentos de la aldea — le dijo mientras se sentaban en el sillón.
— Por cierto, tengo entendido que esta prohibido verme, ¿el sandaime te dejó venir hasta acá? — le pregunto y la pelinegra asintió.
— Si, en realidad estoy aquí porque se me ha encomendado una misión con un equipo de tres personas más, después dejare de ser shinobi y me dedicaré a ser feliz — le confesó.
<< Una misión de cuatro personas. ¿Esto tiene que ver conmigo? >> pensó inquieta la peliazul y la miró detenidamente. Le agradaba mucho que la centinela estuviera ahí, ahora que la veía si se daba cuenta la falta que le hacía a sus días. La había extrañado.
Comenzaron platicar de cosas triviales, de pronto, todo se había tornado relajado como cuando Shinato estaba en prisión, hasta que de pronto el rubio apareció frente a ellas.
— Es hora de entrenar — le avisó duro sin darle una sola mirada a Mara quien se moría por dentro de ver al rubio una vez más y más de cerca — Además tengo que notificarte sobre algo importante.
<< Definitivamente esto tiene que ver con la misión de Mara. >> se dijo a sí misma.
— ¿Por qué no me lo dices ya? — la peliazul le dijo sin levantarse del sofá.
— Porque tengo ordenes directas del Hokage-sama para esperar a la cuarta persona en el campo de entrenamiento — le respondió.
Se levantó desganada del sillón y la pelinegra le siguió los movimientos.
El rubio se acercó a ellas y las tomó de los hombros, segundos más tarde se encontraban en el campo de entrenamiento.
<< Él, me tocó. ¡Namikaze Minato me tocó! >> pensó demasiado emocionada la centinela.
— Llegan tarde.
Aquella voz tanto como la peliazul como el rubio podían reconocerla a kilómetros de distancia.
— ¿Tú eres la cuarta persona? — le preguntaron casi al mismo tiempo los dos. Mara solo veía sin entender.
— Oh, tú eres, si mi memoria no me falla — comenzó a decir la pelinegra tocándose la frente, hasta que recordó — ¡Uzumaki Kushina!
— Exacto — la pelirroja le miró — Y tú eres Uchiha Mara, íbamos todos juntos a la academia — le sonrió.
— ¿Uchiha? No me lo habías contado — la peliazul le recriminó rápidamente y la pelinegra se encogió en hombros.
— No es nada importante, después de todo solo llevo el apellido, no tengo las capacidades de un Uchiha certero — le contesto — No poseo el Sharingan ni mucho menos su potencial para la batalla — terminó apenada.
— Lo siento — se disculpó pero la pelinegra negó.
— No te preocupes, siempre me pasa — se rascó la cabeza y río nerviosamente.
Después de unos segundos en silencio el rubio tomo la palabra...
— El Hokage-sama nos reunió aquí por una importante misión en la Tierra del Hierro — la peliazul de inmediato le puso mucha atención — Es hora de que Shinato se reúna con su clan y nosotros tres la acompañaremos para su protección. Nos encomendaron está importante misión porque somos de algún manera las personas más cercanas a ella, aun así, si no están de acuerdo, pueden decir que no — terminó.
Shinato miró a las dos chicas que se encontraban pensando.
— Yo no tengo ningún problema — Mara respondió primero.
— Siempre y cuando pueda ayudarles en algo — y después la pelirroja respondió haciendo su pose con una mano en su brazo.
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