Daniel XXX

La última campanada del antigüo reloj de pared, cuyo péndulo se movía sincrónico, al son de una melodía uniforme, resonó en el cuarto, marcando las doce.

Inmediatamente miré a Sonia.

La zahorí vestía una larga túnica color pergamino, decorada con algunas runas angélicas en tono dorado oscuro. Sobre el solemne vestuario se había colocado una capa borgoña, cuya capucha ocultaba parcialmente sus finos cabellos, que centelleaban como hilos de electrum y plata.

Noté que ya había dispuesto los elementos para la iniciación del rito, el cual sería bastante diferente a los anteriores, por su naturaleza oscura, en torno al pentagrama, marcado a fuego en las baldosas del suelo.

A falta de un atril, Rafael sostenía en sus manos un pesado libro ceremonial, abierto de par en par, en el capítulo titulado "Invocación de Daemonius" y recitaba un reiterativo rezo de protección, mientras la quiromántica mujer, encendía los últimos cirios.

Yo por mi parte, solo sostenía una fuente de luz adicional, para iluminar la tenue escena, y me limitaba a observar con impaciencia.

—Extiende tu mano Rafael—solicitó, mientras tomaba un puñal de hoja corta y una acerada copa y los acercaba a mi hermano. En ese momento hice amago de ir a tomar el libro, pero el celestial se las ingenió bastante bien, equilibrando el peso, sobre su otra mano—. La sangre de ángel es mucho muy tentadora para los demonios—explicó Sonia, y luego le profirió un corte limpio en la palma, volcando el fluido en el recipiente, que colocó en el centro del pentagrama.

Las llamas de las velas flamearon, agitadas por el leve movimiento del paso de su brazo, proyectando vibrantes sombras que se arremolinaron en el techo del cuarto.

Segundos después, y sin más preámbulos, la hechicera comenzó su propio rezo.

—En esta noche oscura, te invoco a ti, habitante de las profundidades, criatura de las tinieblas... LEVIATÁN, para que asciendas al mundo mortal y tomes esta ofrenda, como una muestra paz y como un generoso pago a los servicios prestados—recitó, mientras las llamas de las velas comenzaban a alargarse, conforme el timbre de su voz iba aumentando—. La sangre de ángel te llama y canta para ti demonio. Recíbela ¡oh poderoso hijo de Satán! Y asciende—dijo ella mientras lanzaba polvo celestial a las llamas y estas se agigantaban un poco más—. Asciende—volvió a solicitar, en un tono más fuerte, lanzando más polvo y provocando mayor lumbre—. ¡ASCIENDE!—gritó por último y esta vez las llamas se apagaron por completo, incluso la de mi propia lámpara de aceite, dejándonos completamente en penumbras.

Entonces Sonia cesó su cántico.

Un desesperante silencio reinó, por lo que parecieron segundos interminables, en los que solo oía el palpitar de la sangre en mis oídos y el efímero sonido de mi respiración agitada.

Entonces, cuando las ansias estaba siendo acopie en mi interior, las luces se encendieron de repente y con mayor intensidad que antes. Pero esta nueva fuente de luminiscencia ya no provenía de los cirios, sino que se trataba de una potente luz dorada que se extendía, como lumbre celestial, por cada línea del pentagrama, haciendo imposible que aquel bestial ser que estaba en su interior, lamiendo con premura la sangre, que albergaba el cáliz, pudiera liberarse.

Una sensación de repulsión se extendió por mi vientre, hacia mi garganta, generándome arcadas, cuando aquella repulsiva criatura, soltó de sus garras la copa, ya vacía y focalizó sus ojos escarlata en los míos, mientras se relamía los labios con su alargada lengua viperina y se aproximaba, con intención de atacarme.

Por fortuna, la barrera protectora, que se alzaba invisible por todo el diseño, se lo había impedido y lo había hecho lanzar alaridos agónicos, al abrir profundas laceraciones en su piel escamosa, obligándolo a replegarse, y alertando al incauto ser de que la "ofrenda de paz" hasta ahí había durado.

—Tengo una tarea para ti demonio—dijo Sonia, en un tono más alto que los gemidos lastimeros de la criatura. El leviatán inclinó su cabeza ligeramente de lado y comenzó a maldecir en su lengua madre.

Se trataba de un demonio de primer rango, capaz de dominar el lenguaje.

»Te advierto que si no quieres colaborar, esto se pondrá peor para ti, hijo de Satán—amenazó Sonia, y como muestra de que hablaba verazmente, le lanzó un puñado de sal celestial. Los granos empíreos se adhirieron a su piel, abriendo úlceras más grandes en esta, como auténticas quemaduras, provocándole mayor sufrimiento.

El demonio volvió a aullar, y se retorció moviendo su larga cola aguijonada de un lado al otro, de manera serpenteante.

»Quiero que permitas el paso a mis amigos a tu Reino, a través de este portal—puntualizó la zahorí, cuando los chirridos menguaron un poco, y lo hizo con mayor ahínco que antes, haciendo una señal abarcativa hacia nosotros.

Era imperativo que el demonio colaborara dándonos el paso, pues el pasaje era de origen demoníaco y de otra forma, no podríamos cruzarlo.

El silencio hizo su acto de presencia una vez más, hasta que la rasposa voz del monstruo lo cortó. Esta vez imitó a la perfección nuestro dialecto.

—¿Y qué obtendré a cambio si lo hago?—siseó abarcándonos con aquellos ojos sanguinolentos.

—¿Qué te parece volver a tu dimensión en una sola pieza?— dijo Sonia, y escuché reír por lo bajo a Rafael. La hechicera acababa de ganarse su respeto—. Tú ya obtuviste tu pago—añadió.

A continuación siguió la queja del demonio y su negativa.

—Ese fue mi pago por ascender. Pero ese favor que me pides, tiene otro precio—replicó la bestia.

La mujer tomó nuevamente un puñado de sal —comenzaba a pensar que disfrutaba castigándolo— y estaba a punto de arrojársela, pero el hijo de Lucifer, expresó su cambio de opinión a la brevedad.

»¿Acaso dije no? Quise decir que sí, ¡oh poderosa hija de Iris!—silabeó en tono pérfido—. Guiaré con gusto a tus amigos a través del pasaje...Pero, ¿segura que no podrías concederme un poco más de la sangre del ángel a cambio? —los ojos de Sonia se encendieron, como advertencia—. Lo entiendo, lo entiendo, nada de sangre para el demonio—masculló él, dejando escapar una buena cantidad de aire.

Casi podría jurar que lo oí maldecir nuevamente en su lengua madre, pero esta vez la hechicera dejó pasar aquel acto de insurrección de su parte. Lo cual era una suerte para él, pues no dudaba en que si no lo necesitáramos Sonia lo dejaría sumergido en una pira de sal celestial hasta que su cuerpo se consumiera totalmente.

»Pueden pasar—dijo la criatura a continuación y sin perder el tiempo, Rafael y yo nos introdujimos en el interior del diagrama.

Entonces sentí que el suelo bajo mis pies comenzaba a temblar y a resquebrajarse, poco a poco y observé entre las brechas como aquel pozo negro, ese túnel profundo y oscuro, que parecía la misma garganta de Lucifer, se abría debajo de nosotros y nos absorbía, arrastrándonos hacia los mismos abismos del Infierno.

—Vayan con Iris—fue lo último que oí pronunciar a Sonia, antes de desaparecer.

El descenso fue aterrador, brusco e infinito. En cierto sentido era como lanzarse desde varios metros de altura al vacío, sin paracaídas. Podía sentir la sensación vertiginosa, como si tuviera el estómago pegado a la garganta. Durante el mismo solo pude captar imágenes difusas y borrosas, totalmente deformadas, por la velocidad de la caída, mientras no podía dejar de imaginar cuán duro sería el aterrizaje, aunque en el fondo sabía que todo aquello no era más que una ilusión. Tal como había sucedido cuando habíamos atravesado el portal con forma de torbellino de agua.

Finalmente la sensación de la caída fue menguando hasta que desapareció por completo y las imágenes comenzaron a aclararse de a poco, posibilitándome distinguir el entorno.

Agradecí no haberme desmayado y Rafael tampoco. De hecho, él había aterrizado de forma impecable y magistral, manteniendo impolutas hasta la más pequeña pluma de sus plateadas alas.

Del demonio, por otro lado, no había ni rastro. En alguna parte del trayecto se había evaporado, o tomado otro rumbo.

Contrariamente a lo que pensé, no estábamos en ninguno de los espacios naturales del Reino, sino en el interior mismo de una morada. Tal vez en un palacio. Exactamente en una habitación.

Visualicé el amplio lecho cubierto de marchitos pétalos de rosas rojas, y restos de cirios casi extintos en torno a este, sin hacer omisión de aquella provocativa prenda de encaje, dispuesta de cualquier forma sobre el suelo.

—Al parecer "alguien" ha tenido su propia fiesta ritual ahí mismo—comentó Rafael, con cierto ápice de picardía.

Una sensación de profunda animosidad comenzó a acrecentarse en mi interior y se tradujo en mi expresión facial cuando reconocí las prendas de ropa que yacían sobre una de las sillas del cuarto, como pertenecientes a Alise.

—Esa camiseta es de mi esposa—resoplé, mirando a un apenado ángel.

—Lo...lo siento, no quise...

—Mejor cállate—lo corté. Empezaba a aborrecer su compañía.

—Será mejor que nos separemos para agilizar la búsqueda—dijo el alado, adivinando mis pensamientos. Y yo asentí de inmediato.

Una vez en el pasillo, tomamos caminos separados. Revisé el piso donde nos encontrábamos sin éxito.

La estancia estaba completamente desértica, pero cuando me disponía a bajar las escaleras distinguí pasos cercanos y vi una negra sombra alzarse sobre mí, cerrándome el paso.

Deslicé mi mano, sobre la empuñadura de la espada, cuya hoja de metal mágico comenzó a brillar tenuemente e inhalé profundamente, mientras me preparaba para enfrentarme al mal cara a cara.    

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