Daniel XXVII
—¡Han vuelto!
—¡Ayúdenlos a bajar de los caballos!
—¡Hay varios heridos!
—¿¡Eso es un... ángel!?
Difusamente logré distinguir algunas voces familiares y supe que finalmente estábamos en casa.
Me sentía demasiado exhausto hasta para respirar siguiera.
Lo último que recuerdo, antes caer del lomo de Starlight, fue el duro impacto contra la firme yesca.
Lentamente comencé a transitar los laberinticos y borrosos senderos de la inconciencia.
Las dispares imágenes de los sitios que habíamos recorridos los últimos meses, se entremezclaban con recuerdos más antiguos, memorias de mi primera vida.
Vi el rostro afable de mi madre, sus profundos ojos azules, casi índigos, que capturaban fragmentos del cielo del ocaso y oí el resonar de mi nombre en su voz suave, entremezclado con el embriagador aroma de lavanda que desprendía su largo cabello color azabache.
Una sensación de éxtasis me embargó y me arrastró al desfallecimiento una vez más.
Me sentía a gusto, plenamente feliz y seguro entre sus brazos cálidos, en esa edad temprana, siendo apenas un niño, mecido junto al fuego, de aquel hogar primario.
Cuando desperté y abrí los ojos, volviendo a la realidad, aquella calidez maternal fue sustituida por el nimio fulgor de los rayos solares que dificultosamente penetraban los espesos cortinados del amplio vitral de la recamara.
Mis manos testearon mi cuerpo de inmediato.
Las desgastadas y desaseadas prendas habían sido reemplazadas por un cómodo pijama.
Junto a la cama, donde yacía acostado y sobre la pequeña mesa de noche visualicé una bandeja con un incipiente de comida y medio vaso de agua. No bastarían para saciarme, pero sabía muy bien que si llenaba mi estómago de golpe, después de días de no haber probado bocado, sería contraproducente.
Noté que mis heridas se encontraban sanas. Las quemaduras y ampollas eran un vago recuerdo de un desierto lejano.
Me incorporé en el lecho, y pasé una mano por mis cabellos, desordenándolos, mientras seguía recorriendo con la visión el cuarto.
Me sentí algo decepcionado al no ver a mi esposa en ningún lado. Me encontraba completamente solo.
Estaba a punto de levantarme cuando la puerta se abrió de golpe.
Mi incertidumbre estaba a flor de piel, pero me llevé otra decepción, al ver a mis amigos, y a nuestra nana, en lugar de Alise.
Brian y Clara tenían un aspecto bastante lozano, y como yo, se encontraban totalmente aseados y con ropa nueva e Isabel, aunque se veía tan anciana como siempre, estaba mucho más seria que de costumbre, y eso resultaba inquietante. Sobre todo porque su jovialidad se traslucía en aquella sonrisa amorosa que siempre esbozaba al verme, cuando regresaba de un viaje.
Esa fue la primera señal de alerta.
Lo primero que deduje fue en que Rafael no estaba con ellos. "¿Le ha sucedido algo? ¿Acaso está...?" Pensé con desespero.
—¿Dónde está mi hermano?—me apresuré a preguntar.
Brian, que ya se había acercado a la cama, sentándose junto a mí, fue el primero en responder.
—Me alegra que estés restablecido al fin—comentó. Clara solo se limitó a asentir, en correspondencia a su comentario, pero no musitó ninguna otra palabra, e Isabel solo me miraba apesadumbrada, desde la distancia, como si yo fuera una criatura extraña.
"¿Acaso le ha pasado algo a mi cara?" pensé.
Con discreción, testeé mi rostro. Todo estaba en su sitio, por fortuna. Mi atractivo seguía intacto.
»Tanto los seres místicos como Rafael han sido atendidos y se están recuperando bien—expresó una sonrisa forzada—. Si ese hijo de Iris sobrevivió al acoso de los criados, que enloquecieron al ver a un ángel montado al lomo de un semental de la mitad del tamaño de sus alas, puede con lo que sea—medio bromeó el pelirrojo, pero la tensión era igualmente palpable—. En cuanto nos vayamos, le diré que venga a verte.
—No es necesario—hice amague para levantarme, descubriendo mi cuerpo del aprisionaste abrigo de las mantas—. Iré yo, después de ver a Nicholas y a Alise—un silencio sepulcral imperó en la alcoba. Brian tenía de pronto el rostro descompuesto —. De acuerdo, ¿qué rayos pasa?—añadí, ya de mal genio.
Mi amigo bajó la mirada, ensombrecida bajo un tupido mechón de ensortijado cabello rojizo y fijó su vista en el estampado de su nueva camiseta. La imagen se me asemejó mucho al espíritu del bosque, y quizá lo fuera. Brian solía hacer los diseños de su ropa y siempre estaban vinculados con la naturaleza.
Luego emitió un vago suspiro antes de volver a mirarme. El brillo verde de sus ojos se había extinguido.
—La cosa es...Bueno, sucede que...—comenzó a titubear—La verdad no sé si es buena idea que lo sepas aún.—dijo rehuyendo de mi visión y posando sus ojos extraviados en los de su novia en un desesperado intento de auxilio.
La pequeña castaña dió un paso al frente, y se envolvió en un abrazo individual, cubriendo sus brazos desnudos, pues lucía un escotado vestido veraniego.
Esa situación ya me estaba preocupando a sobremanera.
Mi corazón se aceleró de pronto y una decena de posibles catástrofes cruzaron mis pensamientos. Y sin embargo, nada se comparó con lo Clara dijo a continuación.
—Daniel no podrás ver a Alise, ni a Nicholas ahora—empezó la muchacha. Su cantarina voz yacía apagada—. Ella y tu hijo no están en El Refugio— hizo una breve pausa, en la que estuve a punto de bombardearla a preguntas. Pero mi garganta estaba totalmente seca de pronto, así que solo me limité a beber agua—. Ambos están en el Reinado de la Oscuridad, con Jonathan—soltó de pronto, y toda el agua que aún seguía fluctuando en mi boca, salió despedida empapándola.
—¿¡Qué!?
—Sí, esto me merezco por ser yo quien dé las "malas nuevas"—dijo ella, pasando el dorso de su mano por su rostro, para limpiar aquellos residuos líquidos. Después se apartó nuevamente, ya que en un santiamén, yo me había levantado y estaba como fiera enjaulada, deambulando por el cuarto, buscando ropa más adecuada.
—¿Qué hace joven? –era Isabel quién hablaba por vez primera.
—¿Dónde está mi maldito traje de combate?—fue mi ambigua respuesta, mientras rebuscaba en el interior del closet, entre un sinfín de prendas obsoletas e inútiles.
—Su traje no está ahí dentro joven. Será mejor que se calme y escuche el resto de la historia—siguió la anciana. Me detuve y volteé a verla, pues le estaba dando la espalda al grupo, que ahora miraba estupefacto mis acciones.
"¿En serio espera que me calme? Esa mujer está más que senil si piensa de esa forma" expresé internamente.
—Acababan de decirme que mi AMADA esposa y mi ÚNICO hijo han sido secuestrados y llevados al Infierno con mi peor enemigo, así que discrépenme sino lo medito con té y galletas junto al fuego del hogar—musité con ojeriza—. No hay nada más que oír, ni que pensar. Me voy de vuelta al Reino Oscuro.
—Yo creo que sí debes oír la totalidad de la historia Daniel. Nadie ha dicho que han sido secuestrados—la trémula voz de Brian volvía a llenar el cuarto.
Era verdad, nadie lo había dicho, pero no era necesaria tal confirmación. Pues para mi era obvio que los habían secuestrado, pues nadie en su sano juicio iría por voluntad propia a algún sitio con ese psicópata. Y menos mi esposa con mi pequeño hijo.
—Pero, es lo que pasó. Secuestro, rapto, llámenlo como quieran. Sé que se los ha llevado contra su voluntad y ahora...Ahora no puedo ni imaginar la horrible situación en la que están ambos. ¡Maldición! ¡Todo ha sido mi culpa!—de solo pensarlo, mi adrenalina volvía a dispararse.
Golpeé mi mano contra el muro, y abrí severos cortes en mis nudillos resecos, que de inmediato comenzaron a sangrar. Aunque no era capaz de sentir dolor en ese momento. Al menos, no uno de tipo físico.
Brian y Clara seguían mirándome atónitos, con sus ojos abiertos como platos, y conservando prudente distancia.
Fue Isabel quien volvió a intervenir, sin embargo, pese a mi estado de alteración.
—Ya estuvo bueno joven—la octogenaria mujer estaba haciendo acopio de todo su coraje, al confrontarme—. Usted no sale de este cuarto, sin antes oír el resto del relato. Ni Alise, ni su niño han sido secuestrados. Su esposa se fue por voluntad propia con Jonathan—añadió plantándome cara. Yo la miré extasiado. Alcé una ceja con gesto incrédulo, y estuve a punto de acotar algo, pero la embravecida mujer siguió hablando. Ya no había ni pizca de consideración en sus ojos de raído iris—. Yo no estoy al tanto de todos los pormenores, pero sé que todo esto tiene que ver con un plan que la niña Alise ha ideado con Sonia. La hechicera vino a verme luego de que su esposa y su hijo se marcharan y me lo dijo — comenzó a rebuscar "algo" entre los bolsillos de su delantal de blancos volantes—. También me dio esto esto para usted, en el caso de que regresara antes que ella—depositó en mis manos una nota—. Me dijo que la lea, y que siga su sugerencia si quería mayores respuestas.
Era entrada la tarde cuando partí, montado en Starlight, hacia el bosque, cuyos árboles vestían tempranamente sus follajes otoñales, iluminados bajo los últimos rayos del sol del poniente, que le conferían aquellos tonos entre rojizos, ocres y anaranjados.
No tardé mucho en divisar la construcción de piedras blancas, que recortaba el horizonte, salpicado con algunos difuminados astros. Al llegar al umbral, bajé del caballo y dejé que paste libremente las tiernas briznas que bordeaban el sendero.
Luego me aproximé hacia la cabaña, e iba a golpear la puerta, pero antes de anunciarme, la misma se abrió.
—Me da gusto verte muchacho—exclamó la mujer, que estaba del otro lado de la misma, mientras me examinaba con aquellos ojos acero, casi ciegos. Luego, intentó poner su mano sobre mi hombro, pero la detuve a tiempo.
—Mejor ahorrarnos los preámbulos y vamos directo al grano—dije en un tono desazonado—. No sabrás nada de mí, hasta que no aclares todas mis dudas primero.
—Me parece justo—acordó la zahorí, bajando su mano, e hizo un ademán para que entrara. La oscuridad se acerca y no tenemos mucho tiempo para perder.
Minutos después estábamos en el living de la acogedora cabaña, y Sonia me relataba con detalles la historia; desde el momento en que Alise había ido a verla, hasta el desagradable encuentro con Jonathan, el descubrimiento de que aquel tenía esencia de demonio, la creencia de que probablemente estuviera emparentado con el mismo Lucifer, y la suposición de que el "plan divino" que involucraba a mi esposa, era algo más complejo de lo que se había interpretado inicialmente.
—¿Lo que dices es que impulsaste a mi esposa en una misión suicida al Infierno, con el un loco psicópata, paria de Lucifer, solo por simples suposiciones?—me quejé, mientras los músculos de mis brazos se tensaban y las yemas de mis dedos se hundían en el tapiz del sofá donde estaba sentado.
Empezaba a pensar que mi estado de irritabilidad se volvería una constante.
—No son simples suposiciones. De hecho, ahora tengo buenas razones para creer que estoy en lo correcto acerca de que el destino de Alise es más grande del que Iris pensó—indicó ella, con voz calma—. Tú sabes que también poseo el don profético, y últimamente mis visiones han estado siendo más recurrentes y más claras que nunca. Alise está en el sitio exacto, junto a Jonathan, pues lo que haga o lo que averigüe allí será clave para nuestro futuro.
—Dejemos de lado el hecho de que me casé con el "instrumento de salvataje predilecto la deidad superior"—hice un gesto de comillas con los dedos—. Y también dejemos de lado, por un momento, el hecho de que lo que Alise está haciendo, es algo que "necesariamente tiene que hacerse tal como fue previsto, porque el destino no puede torcerse, o caerán sobre el mundo todos los males bla, bla"—continué—. Quieres decirme por favor ¿¡por qué rayos la dejaste ir sola y desprotegida al Infierno!? ¿¡Acaso no podías aguardar a que llegara al menos!?
Sonia chasqueó su lengua y me destinó una mirada como diciendo: "No hablas en serio".
—Vale...—dijo al fin, cuando notó que hablaba muy seriamente—¿Y tú acaso sabías cuándo regresarías muchacho? Porque te ausentaste por demasiado tiempo, y ni siquiera tenía plena certeza de que volverías en algún momento o que aún estabas vivo—se excusó.
—Me dejaste una nota...—giré mis ojos.
—Porque la esperanza es lo último que se pierde—retrucó encogiéndose de hombros—. Además muchacho, ¿qué te hace pensar que la dejé marchar indefensa? Antes de que se fuera Alise se sometió a un "ritual de protección".
—Espero que eso signifique que le diste un arsenal completo que pudiese caber en su cartera, con el que defenderse del indeseable de Jonathan—tercié.
—No—respondió ella negando con un gesto y antes de que pudiera retrucarle añadió—. Pero ese Ritual la protege de cualquier encanto demoníaco. Alise es inmune a la manipulación de Jonathan o cualquier leviatán que se le cruce y podrá actuar con plena libertad mientras permanezca en el reino.
—¡¿Oh de veras?! Ya con eso tengo—me levanté de mi asiento ofuscado por completo.
—Aguarda muchacho...aún no hemos terminado.
—Sé lo que tengo que saber—señalé, sin ánimo de permanecer un segundo más en su presencia. No podía creer lo que estaba escuchando—. ¿En serio pretendías que ella sola se enfrente a Lucifer y a Jonathan, sin olvidar a toda una horda de demonios sedientos de sangre, solo con ese hechizo protector? Cualquiera podría dañarla considerablemente e incluso matarla si se enteraran de lo que planea hacer—añadí, antes de marcharme—. Así que discúlpame si pienso que todos aquí se han vuelto locos, al aceptar su muerte con tanta facilidad.
Giré el pomo de la puerta. Lo único que pensaba en ese momento era salir de allí e ir nuevamente al Reino de la Oscuridad en busca de mi esposa y mi hijo. Y por supuesto, también estaba implícito el deseo implacable de aniquilar al maldito hijo de Argos.
Logré avistar un claro de luna, antes de que la puerta se cerrara de golpe. Volteé y vi que Sonia había usado su magia para detenerme. Luego se acercó hacia mí.
—Antes de que te vayas, quiero que sepas que sé lo que estás sintiendo Daniel y sé que deseas irte ahora mismo al Reino Oscuro, como el héroe que llega al rescate—suspiró—. Y está claro también que nada de lo que diga o haga va a detenerte—añadió. Era una buena psíquica—. Pero entiende que yo no soy tu enemiga. También deseo el bienestar y el éxito de Alise, pero esta vez debes dejar que ella haga lo que debe hacer, sin entrometerte. Tu esposa es más fuerte de lo que piensas, y cuenta con una protección celestial adicional.
—Sí... ¿La misma aura celeste que protegió a Tierra Mística, a mi familia, y a Iris, cuando los demonios atacaron y redujeron todo a cenizas?—La zahorí me miró atónita. Aún no lo sabía, nadie se lo había dicho y yo no había dejado que asaltará mis memorias y lo descubriera por si misma—. Él no te mostró nada de esto en tus visiones ¿cierto? Siempre concede información segmentada y sesgada según su conveniencia—solté con odio. Mi mano seguía firme al pomo de la puerta.
—Yo...no...lo sabía. Lo siento mucho—dijo ella tragando saliva, mientras su rostro transmutaba en una máscara de pena.
—Yo también lo siento, eran mi familia, tanto como Alise, y Nicholas e incluso tú, lo son ahora. Así que te pido que aunque no entiendas o compartas mis razones, al menos me dejes ir Sonia.
Hubo un breve silencio y luego sentí como levantaba el hechizo y la puerta cedía bajo mi mano.
—Haré algo más que eso—musitó ella. Sus ojos relucían como dos pulidos discos de plata, en la oscuridad cerrada que comenzaba a ingresar a la vivienda—. Te ayudaré a volver muchacho.
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