Daniel. VIII
—¡No! Alto ahí Brian—advertí con voz muy tenue para no alterar al escurridizo animal que ya había formado un collarín en torno al cuello del pelirrojo—. Esta no es una serpiente común, como las de la tierra. Su origen es demoníaco. Cualquier movimiento en falso hará que te muerda y morirás.
—Okey...—susurró mi amigo, el cual estaba cada vez más lívido—. ¡Ahora sí estoy asustado!
—No te muevas, ni respires—le ordené, y acto seguido tomé con cuidado la espadilla que me había obsequiado Alise. La misma estaba en mi cinturón de armas.
En ese momento el reptil irguió su diamantina cabeza, abriendo su boca y enseñando sus mortales colmillos cargados de veneno, con intención de descargarlo en el cuello de Brian. Estaba a punto de actuar cuando noté que la cabeza de la serpiente se desprendía de su cuerpo, y caía al negruzco suelo.
Mis ojos se posaron en la pequeña castaña que sostenía un cuchillo, cuya hoja escurría icor. Clara había sido más rápida y había aniquilado al pequeño ser demoníaco en un solo y límpido movimiento.
Rápidamente Brian desenredó de su cuello el resto del cuerpo, que aún ejercía presión, el cual también cayó al suelo, y continuó contorsionándose y emitiendo espasmos esporádicos. Acto seguido ambos jóvenes se fundieron en un abrazo.
—Gracias mi amor, me salvaste—susurró Brian, que poco a poco recuperaba el semblante.
—¡Eso ha sido increíble Clara!—la felicité, esbozando una sonrisa amplia, al ver que mi amigo estaba entero.
—¡Daniel cuidado!— gritó entonces Brian, y noté que la maldita serpiente del demonio, la cual se había regenerado y ahora tenía dos cabezas en vez de una, saltaba, desde el suelo en el que estaba, hacia mi dirección, con sus fauces abiertas.
Sin pensarlo esta vez, blandí mi espada y la hoja cortó el aire, emitiendo un pequeño silbido, para luego rebanar ambas cabezas del animal. Esta vez, sus restos no llegaron a tocar el suelo del bosque, pues lenguas doradas de fuego los consumieron ávidamente, transformándolos en cenizas. La culebra infernal había desaparecido por completo.
—¡Wow Daniel, eso sí fue increíble!—la que me felicitaba era Clara esta vez—. ¿Cómo lograste eso?
—Yo pues, no lo sé realmente...—fruncí el ceño, mientras observaba la espada y a mis amigos intercaladamente—. La espada debe ser especial—limpié la hoja con cuidado de que el icor no tocara mi piel—. Está brillando—mascullé, al notar que la hoja resplandecía con un brillo fausto.
—No es un arma común, es mágica. ¿De dónde la has sacado?— indagó Brian.
—Alise me la obsequió. Dijo que sería mi amuleto contra el mal...—comenté con cierta añoranza. En efecto aquellas palabras resultaban ahora muy literales y veraces.
Nunca me había preguntado especialmente por la fabricación de la espada, pero ahora que observaba con detenimiento la hoja me daba cuenta de que el metal con la que había sido fraguada no era uno corriente.
Se trataba de un tipo de metal deífico que solo se encontraba en Tierra Mítica. Seguramente allí había sido forjada.
—Pues agradécele de nuestra parte—intervino la castaña—. Nos ha salvado la vida. Sin ella, podríamos haber estado cortando horrorosas cabezas de serpiente por tiempo indefinido, sin éxito.
Yo asentí, y luego me limité a guardar la espada en su estuche, colocándola nuevamente en mi cinto de armas. Aquella luz mágica y letal se estaba extinguiendo, luego de haber combatido contra la oscuridad, dejando a la espada nuevamente con su camuflaje original.
—Será mejor que busquemos un sitio seguro donde pasar la noche—indicó Brian y noté que aquella esfera rojiza en forma de febo, que nos iluminaba de manera incipiente, sin llegar a irradiar tampoco calor suficiente, se estaba ocultando en los confines del bosque.
—Tienes razón, este lugar se volverá peor en breve. Las criaturas demoníacas se mueven mejor en la oscuridad—musité y enfoqué la vista entre los lóbregos árboles que nos rodeaban por completo, como si nos estuvieran sitiando en aquel ominoso bosque.
—Tú dirás hacía dónde guerrero—dijo Clara, otorgandome el mando.
—Por aquí... —indiqué, siguiendo un nuevo sendero, hasta entonces intransitado, que zigzagueaba entre la arbolada, mientras comenzaba una plegaria silenciosa a Iris para que guiara mis pasos.
Tiempo después estábamos en una zona pantanosa, aún más desagradable que el resto, debido a los vapores inmundos que despedían las ciénagas y que saturaban el aire, volviendo irrespirable.
"Evidentemente Iris no oye plegarias de los mortales."
Intentamos mantener el paso firme, guiándonos con la ayuda de unas retorcidas ramas, que transformamos en bastones, para evitar ser tragados por esas trampas viscosas.
Pese a todo, debimos obligarnos a detenernos allí para ingerir algo de alimento, pues llevábamos horas andando. Era una suerte que Clara hubiese traído consigo la lámpara que había usado el Apóstol Gabriel en la ceremonia de invocación, porque la oscuridad había llegado más rápido de lo esperado y ya se había ceñido completamente sobre nosotros cuando acabamos nuestra temprana cena.
Aleteos, gruñidos, graznidos, alaridos, eran algunos de los sonidos que comenzaron a escucharse a nuestro alrededor, como una sinfonía de muerte y desolación, cuando retomamos la marcha.
Los demonios eran muchos esa noche y seguramente estarían deseosos de conseguir nuevas victimas a las cuales torturar, descuartizar, corroer...En fin, eran varios los fines que podíamos tener si caíamos en las garras de esos sádicos leviatanes.
Un escalofrío recorrió mi espina dorsal, de solo pensar en aquella posibilidad. Tenía miedo. Por primera vez me sentía endeble en aquel lugar. Sin poder evitarlo, sentí la pérdida de mis alas, una vez más.
Finalmente, luego de mucho andar, tuvimos un golpe de suerte y nos topamos con una gruta semi oculta entre el follaje.
—Bienvenidos a nuestro nuevo refugio—señalé, quizá con demasiado entusiasmo, pero vamos, era esto o pasar la noche a la intemperie y a merced de los demonios.
—Es... ¿en serio?—dijo Clara, una vez que los tres habíamos ingresado en la caverna, cuando la llama dorada que flameaba en la lámpara iluminó los restos de huesos de animales que regaban el suelo de la cueva
—Es esto o pasar la noche en compañía de esas bestias—indiqué, sin perder el ánimo, recargado en una de las paredes rocosas—. Ustedes eligen.
En ese momento un sonido gutural, como una especie de gruñido sobrecogedor, emanó del bosque, muy cerca del sitio donde estábamos.
—Por mi está perfecto este sitio—aseguró Brian entonces y acto seguido comenzó a abrir su mochila, mientras barría con su pie los restos fósiles del suelo, para desplegar allí su saco de dormir—. Bualá –musitó satisfecho.
—Okey...Nos quedaremos. Ustedes ganan—dijo la chica ofuscada—. Pero me quedo con esta cama—añadió. Acto seguido se apropió de la bolsa de dormir de su novio.
—Claro amorcito, toda tuya...— masculló Brian, mientras se veía obligado a abdicar su lecho.
Yo por mi parte ya había desplegado mi propia bolsa de dormir, luego de haber acondicionado mi "sector" de la cueva y ya me estaba deslizando dentro de esta, bajo la mirada resignada del pelirrojo.
—Claro, descansen...Yo monto guardia...
Alcancé a oírlo murmurar mientras mis parpados se cerraban y me sumergía en un profundo sueño, totalmente exhausto. Mi último pensamiento, antes de caer en la inconsciencia, fue Alise.
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