Daniel. V

"Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado."

(Lucas 15, 11-32)

Cabalgamos hasta entrada la tarde, cuando el sol en el poniente nos reveló el nuevo portal hacia Tierra Mítica. Lentamente descendí del lomo de Starlight y me dirigí hacia el.

Lo que se veía a simple vista eran dos enormes pilares de roca maciza que estaban medianamente separados entre sí, con un tercero reposando arriba de ambos.

En rasgos generales, parecía ser un inmenso y rústico marco de una "invisible puerta" por donde uno podía cruzar y continuar admirando la infinidad del desierto pero, según el mapa, era una de las múltiples entradas a mi antiguo hogar.

Claro que este portal debía estar ubicado en un espacio natural fértil, como por ejemplo, en el medio de un flamante bosque, pero después de las guerras muchos habían sido destruidos y el desierto había ocupado su lugar.

Sin embargo, estaba plenamente seguro de estar en el lugar correcto. La estructura rocosa estaba salpicada por verdes manchas de musgos aquí y allí y las enmarañadas enredaderas se esforzaban por adherirse a las grietas de la piedra, llegando incluso a la cima de los pilares de granito, mientras que el verde y tierno césped brotaba en la base del mismo, cubriendo la arena; y eso solo era posible gracias a la magia que emanaba ese sitio, volviéndolo un oasis, en medio del desierto.

—Hemos llegado al fin—declaré, mirando a mis acompañantes que ya se habían posicionado a mi lado. Los tres teníamos los ojos fijos en el portal. Para mi no era nada extraordinario, pero para ellos sí, pues esto era algo nuevo—. ¿Estás listo para llamar al Apóstol, hermano?

—Humm claro—dijo Brian dubitativo, mientras se alborotaba el cabello rojizo—. Aunque...¿Seguro que no te puedes quedar conmigo mientras lo invoco, Daniel?

Yo negué rotundamente.

—No puedo, lo siento. Ya te he explicado que si el Apóstol detecta la presencia de un humano, no vendrá—expliqué, y pude ver la decepción en su rostro. Entonces apoyé una mano en su hombro—. Tranquilo Brian, lo harás bien—dije infundiéndole valentía— .Clara y yo iremos a ocultarnos por allí—señalé una formación de dunas de arena, ubicadas a unos metros de allí—y esconderemos los caballos también.

—Vale...—susurró el pálido muchacho.

—¡Tú puedes "Pastelito de cereza"!—añadió su novia e imprimió un beso en la mejilla de Brian, que de pronto se había puesto todo rojo.

—Clara...cof cof... he dicho varias veces que no me llames así enfrente de otros. ¡Es vergonzoso!—musitó y la joven se encogió de hombros.

—De hecho, es divertido—dije, intentando contener la risa y luego alcé mis pulgares—. ¡Ánimo pastelito! Trata de que el Apóstol no te coma.

Brian blanqueó sus ojos, y luego miró a su novia como diciendo : "lo ves".  Y yo sonreí más amplio pensando: "No me culpes a mí. Tú la trajiste, así que aguántate."

Acto seguido, Clara y yo nos alejamos, para guarecernos detrás de las dunas cercanas, luego de ocultar también a los caballos, sin perder de vista al avergonzado y ofuscado pelirrojo, quien iniciaba el ritual.

Esa parte era simple. Brian tomó asiento en el césped, frente al portal y cerró sus ojos para poder concentrarse, entrando en un estado de profunda meditación.

Los Apóstoles siempre oían el llamado de aquel hijo pródigo que quisiera marchar hacia Tierra Mítica, aún si estaban a kilómetros de distancia, pues la comunicación era telepática e instantánea; y estaban dispuestos a presentarse de inmediato para cumplir con su tarea de invocación del Ángel, que lo guiaría hasta su destino.

Claro que esto del "llamado" funcionaba siempre y cuando uno tuviera conocimiento del nombre del Apóstol de antemano e iniciara el rezo en la forma y en el lugar correcto. Es decir, frente al portal e intrínsecamente.

Esa era la parte fácil, lo complicado vendría una vez que el Apóstol llegara, pues debía tragarse la historia que le contara Brian primero, y luego continuar con la otra parte del rito, que implicaba la invocación del ángel. Acto seguido yo tendría que lograr deshacerme del alado, el zahorí y mis amigos, para poder cruzar el portal hacia mi mundo.

Era un plan arriesgado y descabellado que implicaba engañar, mentir y manipular. Tal vez también violar antiguas leyes sagradas, y bla bla. Sin mencionar que involucraba, al menos a cuatro personas más, además de mí: dos de los cuales eran completamente inocentes y ajenos. Pero era lo único que tenía, la única forma de regresar y averiguar por qué Iris no se había comunicado más con nosotros y qué había pasado con Jonathan.

—Daniel mira, ahí viene el Apóstol—señaló en voz muy tenue Clara.

El sol empezaba a ocultarse tardíamente tras el horizonte y sus últimos rayos pintaban el paisaje circundante con tenues matices anaranjados. Una brisa suave había comenzado a levantarse, y pequeños montículos de arenisca se arremolinan, formando pequeños torbellinos, a nuestro alrededor.

Logré divisar una figura encapuchada, no muy lejos, la cual se dirigía a todo galope hacia Brian, levantando, en el trayecto su propia nube de arena y adquiriendo mayor nitidez a medida que se acercaba.

Un hombre anciano de gran porte y largas barbas, de un nítido tono plata, con varias canas perfectamente entremezcladas, descendió del caballo y contempló con su tormentosa mirada, de color gris acero, a mi amigo.

El Apóstol portaba un pesado y enorme libro negro con un par de alas plateadas brillantes sobresalientes en la tapa. Al posicionarse frente al pelirrojo se descubrió la cabeza y noté que sus cabellos eran igualmente grises y tan canos como su barba.

Por debajo de la capa, que ondulaba suavemente, mecida por el viento, pude ver que vestía una larga túnica blanca adornada con símbolos dorados que representaban a las místicas criaturas.

—¿Qué es eso que lleva en su mano?—inquirió Clara en un susurro.

—Lleva uno de los libros sagrados, de los muchos que hay dispersos por el mundo, y que contienen la nuestra historia—indiqué.

Ella asintió con la cabeza mientras contemplaba anonadada la escena.

—Yo soy el Apóstol Gabriel, descendiente directo del Gran Apóstol Ismael, el primero de la especie, creado por la gracia benevolente de nuestra Madre y Creadora, la Reina Iris, Señora de Tierra Mítica, y estoy aquí porque fui convocado—señaló con voz profunda, resonante, quebrando repentinamente la pasividad del desierto—. Supongo que eres el hijo prodigo.

Las orbes verdes de Brian estaban a punto de salirse.

—Hemm Hola ¿Qué tal? Sí soy yo... hemm... me llamo Brian Digory, hijo primogénito de Thomas Digory...el único de hecho...me hicieron y se quebró el molde, para que no haya malas imitaciones... Je...—el Apóstol frunció el ceño con gesto de extrañeza, ajeno al sentido del humor del pelirrojo—. Mal chiste sí...—admitió aquel—. En fin, mucho gusto. Es todo un placer conocerlo Gran Gabriel...Apóstol...Gran Apóstol Gabriel—añadió mi amigo con voz trémula.

—¿Tipo de sangre?—preguntó el Apóstol, sin perder más tiempo, lo cual agradecí profundamente o Brian la terminaría jodiendo.

—Estoy casi seguro que soy "o" positivo...—soltó él y yo giré mis ojos.

—Me refiero al tipo de sangre además de la humana—aclaró el Apóstol.

"Joder, si Brian sigue así se dará cuenta que esto es una farsa."

—¡Claro!—la luz se hizo sobre el muchacho—. Elfica— dijo sin más preámbulos.

Gabriel comenzó a rebuscar "algo" dentro de la bolsa que llevaba colgada a la cintura, al tiempo que mascullaba algunas palabras que sonaban algo así como: "esto servirá".

—¿Sabes bien de qué se trata todo esto muchacho?—indagó, entonces y mi corazón dio un pálpito dentro de mi esternón.

"Más te vale decir que la tienes clara" pensé para mis adentros.

—Bueno...yo...sé que a través del ritual que realice se convocara a un ángel que me guiará a la Tierra Mítica, al hogar de mis antepasados, en el cual obtendré la vida eterna por medio del agua de la energía vital.

Brian repitió, muy seguro ahora, las palabras que tanto habíamos ensayado con anterioridad. Una especie de credo para el mundo mágico. El Apóstol asintió convencido, para mi tranquilidad.

—Bien dicho muchacho. Entonces juras solemnemente, sobre este libro sagrado—extendió el libro hacia mi amigo—, que estas en completo acuerdo con las leyes que establecen que una vez que cruces el portal ya no habrá vuelta atrás, ni podrás solicitar el regreso a este mundo nunca más.

Brian colocó su mano derecha sobre el texto.

—Lo juro—musitó sin titubeos.

—Muy bien elfo Brian. Empecemos ya.

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