Alise XXXI
Las alas del maldito no albergaban toda la gloria de los ángeles, pero aún así eran imponentes, colosales.
Totalmente desplegadas, debían de medir dos metros de extensión aproximadamente, pero su magnificencia radicaba también en su complexión, robusta, fuerte.
El tejido de las mismas era como una membrana elástica y visiblemente sólida. En cierto sentido me recordaba a las alas de los murciélagos, por su fisonomía, y en aquel tono tan negro como el ónix.
Sí observaba con detenimiento, como de hecho lo estaba haciendo, hasta podía reconocer los cortes que el hueso hacía en los cartílagos, y los afilados pináculos que sobresalían de las mismas en la parte superior, como puntas de flechas pulidas.
—¿Te gustaría tocarlas querida prima?— dijo Jonathan en un tono jocoso, libre de resentimiento. Realmente me daba jaqueca su constante estado ciclotímico. Yo negué de inmediato, replegándome un poco, intentando mantener mi vista fija en su rostro y evitando reparar en su fibroso torso desnudo. Él pareció aún más divertido con eso –. Vamos, no seas tímida. A mí también me gusta el cambio, y eso que apenas comienzo a descubrir mi nueva forma.—añadió, mientras agitaba levemente sus alas, luciéndose.
—¿Cómo es qué... —inicié la pregunta y él me cortó de inmediato.
—¿Cómo es qué cambié? Es sencillo, fue gracias al mágico elixir.
— Eso ya lo sé—blanqueé mis ojos—. Iba a decir cómo es que no moriste como el resto de los de tu clase—solté con ojeriza, mientras los ojos del cretino se oscurecían y su volátil estado jovial se disipaba.
— Creo que olvidas que yo no soy de esa "clase" de la que hablas...no por completo—señaló él— . Llevo la sangre de Lucifer sí, pero también poseo parte de la gracia de Iris y no olvidemos mi lado humano. Son esas mezclas las que como a ti, me hacen un ser único, y las que me han vuelto más resistente que el resto de los demonios—se jactó.
—No te atrevas a compararte conmigo. Tú y yo no nos parecemos—dije con mayor indignación, a riesgo de ganarme otra golpiza. Pero no podía tolerar que intentara buscar semejanzas entre nosotros. Tal vez poseíamos parte de una esencia común, pero yo jamás sería como él, nunca sería un demonio. Mi esencia era íntegramente pura.
—Tal vez tengas razón—sopesó acercándose a mí, hasta abarcarme por completo. Mi ritmo cardíaco aumentó un momento y él pudo notarlo, pues sonrió satisfecho. Se inclinó ligeramente hacia mi rostro y añadió, rozándome con su gélido aliento—. De hecho, te pareces más a ella.—murmuró sujetándome por la muñeca y en ese momento una nueva visión me embargó.
Flashback
Las lágrimas se derramaban raudamente por mis mejillas, obnubilando mi vista, pero era imposible detenerlas.
—Deja de llorar Evelia—dijo él elevando la voz. La fuerza de su agarre contra mi cintura, era cada vez más intensa. Y ardía. Quemaba como el fuego de mil lumbres, sobre mi piel semi—expuesta—. No entiendes que no podrán escucharte aquí. Nadie se atreve a pisar esta parte de los calabozos...ni siquiera las ratas—musitó, mientras sus manos, seguían recorriendo con propiedad mi espalda, por debajo de mis prendas rasgadas.
Era cierto. Aquel sitio, donde mi padre solía encerrarme como castigo, era inmundo, frío, sucio, húmedo. Un antro oscuro, donde toda luz se había extinguido. Hasta las lastimeras voces de los desventurados prisioneros se habían perdido en el grosor de esos muros, en esa despojada celda de tortura, donde habían perecido hacía ya décadas. Ni siquiera sus despojos eran visibles por completo. Ahora formaban parte del vacuo polvo que regaba aquel suelo ceniciento.
—Por favor, no lo hagas Jonathan...no otra vez...¡Eres mi hermano!—sollocé clamando una vez más. Abocando a una piedad inexistente en aquel monstruo.
A veces me costaba creer que fuéramos parte de la misma familia, aunque nuestro parecido era incuestionable. Vi aquellas llamas oscuras reflejadas en sus lascivos ojos una vez más. Las vi extenderse, consumiendo el verde su iris, hasta volverlo negro por completo y lo supe. Jonathan no iba a detenerse. No había ningún sentimiento empático en él. Solo lujuria y furia. Volvería a abusar de mí, como tantas otras veces...
—Y es por eso mismo que lo hago "mi adorada" —sus dientes blancos centellaron en las penumbras reinantes, mientras me colocaba un par de grilletes que colgaban de oxidadas cadenas desde el techo, para inmovilizarme—. Porque no se me olvida nuestro lazo. Aunque nuestra madre se empeñe en decir que somos diferentes, como dos caras antagónicas de una misma moneda, también somos uno, y nos pertenecemos para siempre.
Cerré mis ojos, abandonándome a las sombras, y puse un cerrojo imaginario a mis emociones, guardándolas para mi sola "Se fuerte, esto acabará pronto" pensé, mientras sus lujuriosos labios y sus impúdicas manos exploraban desesperadamente mi anatomía, antes de perderme en mi nebuloso inconsciente.
—Has despertado bella durmiente.—reconocí el lacerante trazo de sus yemas recorriendo mi brazo, lo que hizo que mis vellos se erizaran, cuando abrí mis ojos. De inmediato me puse en alerta, incorporándome de aquel lecho donde me encontraba, fulminándolo con la mirada.
"¡Al menos está vestido!" pensé.
Llevaba puesto aquel traje de gala que había visto, el cual había acondicionado, según su nueva forma.
Sus alas ahora estaban completamente replegadas, aunque seguían siendo imponentes y letales.
—Aléjate de mí monstruo—mi voz sonó ajetreada, trémula.
La visión había sido demasiado vívida e intensa.
—Siento el pequeño incidente de hace rato—dijo él haciendo caso omiso a mi comentario, en una falsa disculpa—. No debí compartirte esos recuerdos, pero pensé que te gustaría conocer un poco más la relación que compartíamos con mi adorada hermana, para que sepas como serán las cosas desde ahora, sino colaboras de buena gana–añadió con cinismo.
De manera que no había sido una visión mía, sino parte de sus memorias.
"¿Cómo lo ha hecho? ¿Cómo ha podido meterse en mi cabeza? ¿Acaso los sueños que he tenido con él han sido un constructo suyo? ¿Cómo es posible que en aquel recuerdo yo me sentía como ella?"
»Sé lo que te estás preguntando querida. ¿Cómo es posible que nuestras mentes se conecten de esa forma? — de hecho, me estaba preguntando también otras cosas. Pero preferí guardar mis dudas para mi sola—. Te lo dije, tú y yo tenemos un fuerte lazo y compartimos más que una misma esencia. También, tenemos dones similares que vienen de nuestro lado "Ángel Supremo". No olvides que Lucifer también fue un arcángel, antes de caer en desgracia. –aclaró antes de que pudiera cuestionarlo—. Como sea, te traje algo para compensarte—dijo tomando una caja forrada en terciopelo, que había sobre la cama, entregándomela.
—No quiero nada que venga de tu parte.
—¿Tampoco a Nicholas?—se burló él—. Será una pena tener que decírselo cuando crezca, pero con el tiempo podrá superarlo—¡por Iris! ¡Como odiaba a ese cretino! Aunque al menos, no había vuelto a amenazar su vida—. Anda abre la caja, sé que te gustará lo que hay dentro—me animó y esa vez, lo hice. Era mejor seguirle la corriente y terminar con todo esto de una vez por todas. Luego vería la forma de recuperar a mi niño y largarme.
Abrí la caja, deshaciendo el impecable lazo razado y vi que en su interior había un vestido en un tono rojo rubí. La tela era suave al tacto y levemente satinada, por la capa de seda que cubría aquel forro más opaco.
—¿Y cuándo se supone que debo usarlo?
—De hecho, ahora mismo. Iremos a una fiesta esta noche. Hoy conocerás a mi afamado abuelo.—soltó con displicencia. Al parecer le molestaba que aquella "popularidad" no fuera suya. Sin duda, el punto débil de Jonathan era su inflado ego —. Aquí tienes también un par de zapatos—dijo entregándome un par de tacones aguja, de color negro acharolado—. Ahora no perdamos más el tiempo y ve a cambiarte—dijo señalando el cuarto de baño—. A menos que prefieras hacerlo aquí mismo y poner en equilibrio la balanza—añadió en aquel tono ladino, a priori de que yo lo había "visto" desnudo, hacía un rato.
—Eso ni pensarlo—mascullé.
Tomé ambas cosas, el vestido y el calzado, y de un salto me aproximé al tocador, cerrando la puerta de un golpe seco, perdiéndome de su campo de visión.
Una vez a solas, me apoyé contra la puerta cerrada y suspiré, mientras evaluaba la idea, de no beber también del elixir que tenía en mi bolsillo y transformarme.
"¿Será este el momento adecuado?" pensé.
Si salía del tocador luciendo mi vestido nuevo y un par de flamantes alas doradas, seguramente Jonathan comenzaría a sospechar. Preferí dejarlo para más adelante, cuando en serio mi vida o la de mi hijo peligraran. De sólo evocar la imagen de mi pequeño se me derretía el corazón y aumentaban mis ansias por tenerlo entre mis brazos, sano y salvo.
Removí los pensamientos de mi mente, enfocándome de nuevo y tomé el vestido, totalmente desplegado, pegándolo a mi cuerpo, mientras mi imagen se veía reflejada el amplio espejo, ahora totalmente desempañado.
La prenda era de mi talla y cuando me lo probé descubrí que se ajustaba perfectamente a cada centímetro de mi cuerpo, asentando mis curvas.
Tenía dos finos breteles y un escote acorazonado de frente, lo que realzaba mi busto; mientras que por detrás era totalmente abierto dejando la espalda descubierta. La cintura era bastante ceñida, pero caía graciosamente de forma vaporosa hasta los tobillos, dejando expuesta una de mis piernas, desde la mitad del muslo, hacia abajo, donde un amplio tajo se abría.
En general podría decir que se trataba de una prenda muy sensual e insinuante, sugestiva, pero que además tenía clase y estilo, y eso se evidenciaba en la tela y el diseño, fino y delicado.
El problema era que no dejaba margen para ocultar nada, y no me atrevía a ir al mismo Palacio de Lucifer desprotegida. Necesitaba llevar el elixir conmigo.
Suspiré con frustración mientras, una vez más, me miraba al espejo contemplando la desconocida imagen que este proyectaba.
Afortunadamente no me ha quedado marca del golpe que me había dado el maldito. Tal vez me había curado cuando estaba inconsciente.
Mi piel estaba perfectamente reluciente y no quise opacarla con demasiado maquillaje. Aunque me había encontrado con un kit bastante provisto en el fondo de la caja que contenía el vestido. Solo coloqué rímel en las pestañas, rubor rosa en las mejillas y maquille mis labios con un intenso labial rojo cereza, con la esperanza de que Jonathan desistiera en besarme. Después de todo era un hombre, y ellos odiaban sentir el gusto del lápiz labial en sus labios.
En cuanto al cabello, me había crecido mucho en todo este tiempo, lo tenía largo hasta a la cintura con ondas marcadas de color caramelo. Se me ocurrió recogerlo en su totalidad, en un moño alto, dejando caer solo algunos mechones hacia atrás y hacia los laterales, manteniendo el rostro despejado, con un batido bastante pronunciado.
Entonces la idea sobrevino. Ese era el sitio perfecto para guardar la pequeña gema esmeril que albergaba el elixir.
Luego de finalizado mi trabajo, me dispuse a salir.
—Estás absolutamente tentadora—dijo Jonathan de inmediato, devorándome con la mirada. Y como si hubiera adivinado que saldría del tocador, antes de que lo hiciera, ya se encontraba recargado en el marco de la puerta abierta, sosteniendo dos pares de abrigos, doblados a la mitad, sobre su brazo—. Aunque aún te falta algo—se acercó elegantemente hacia mí, y se detuvo justo enfrente. Pude sentir el aroma a su masculina fragancia abrumándome, por la intimidante cercanía. "Por favor, que no intente besarme" rogué en mi fuero interno—. Sostén los abrigos un momento, por favor— pidió en tono "suave" y demasiado amable.
Lo hice y él se posicionó detrás de mí, pasando sus dedos finos por mi cuello, expuesto y despejado, hablándome al oído.
Cerré mis ojos un momento, evadiendo las sensaciones.
Entonces sentí un frío metálico sobre mi piel y de inmediato abrí los ojos, sobresaltándome.
"Va a matarme"
Mi corazón dio un vuelco, mientras llevaba la mano a mi garganta.
Entonces noté, con sorpresa, que él había colocado una cadena en torno a esta. Para ser exacta se trataba de aquel relicario de oro, perteneciente a mi abuela. Las alas doradas relucieron en mi pálida piel a la luz de las lámparas.
En ese momento me relajé, soltando el aire que sin saber, estaba conteniendo.
»¡Ahora sí, perfecta!—susurró, mientras depositaba un beso en mi mejilla y me liberaba—. Y para la próxima, trata de no usar un tono de rouge, que me impida besarte en otros lados...
No pude evitar sonreír en mi fuero interno por mi pequeña victoria.
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