Alise. XI
—Jonathan...regresa...no te vayas—murmuré una y otra vez, sin querer despertarme completamente, aferrada con firmeza a los últimos vestigios del sueño.
—Lo siento señora, ¿qué decía? ¿La he despertado?—la nana había ingresado al cuarto, en el momento en que mis ojos comenzaban a abrirse, adaptándose a la claridad de la mañana—No sabía que aún dormía... Escuché su voz y creí que ya se había levantado –prosiguió.
Me incorporé en la cama, fregando mis párpados, mientras bostezaba.
—No se preocupe Isabel, ya debía despertarme de todos modos—comenté, omitiendo aquellos de mi monólogo matutino—. ¡Buenos días! Está usted muy guapa—alegué fijándome en su atuendo.
La anciana, estiró sus labios en una sonrisa. Iba vestida con su ropa de salida, que consistía en una sencilla falda estilo campana, en un discreto color azabache y un suéter celeste cielo, con delicados ribetes bordados en el cuello y las mangas, en un tono azul profundo, que me recordaba mucho a los ojos de Daniel.
Llevaba su oscuro cabello iluminado de plata recogido en un moño y una bolsa de compras, de un entramado y colorido tejido, descansaba en uno de sus hombros.
—¡Buenos días señora! y gracias—respondió ligeramente apenada por mi comentario. Era evidente que no estaba acostumbrada a recibir halagos –. Disculpe mi indiscreción pero ¿Ha tenido más pesadillas?—dijo entonces con notoria preocupación, acercándose hacia la cama y acomodándose junto a mí. Mi intento de evadir la situación había quedado truncado.
—Solo una, pero fue con Daniel—mentí. Realmente no quería tratar el tema de Jonathan con nadie más—. ¿No han llegado noticias de él aún?—indagué, con la esperanza de que ella me creyera esta vez.
La nana sopesó mis palabras un momento, mientras me destinaba una mirada cargada de afecto y comprensión. En aquel tiempo ella se había convertido en una madre para mí.
—Ninguna por el momento.—dijo finalmente, negando con la cabeza. Había aflicción en su tono de voz—. Pero tranquila "mi niña", no creo que le haya sucedido algo malo. Estoy segura de que su retraso se debe a que el viaje ha sido más largo de lo usual.
—Sí, es posible...—respondí, intentando no darle mayor importancia al asunto. Ya me había acostumbrado a oír siempre las mismas explicaciones cuando pedía noticias de mi esposo o cuando lo recordaba en voz alta—. ¿Necesitaba alguna cosa Isabel? ¿Está bien Nicholas?
—Todo está en orden —me tranquilizó—. El niño está en su habitación durmiendo. Solo quería decirle que el desayuno está dispuesto, para cuando decida tomarlo, y también quería recordarle que hoy iré al pueblo, a la feria precisamente, y me preguntaba si necesita algo o si le gustaría acompañarme. Le hará bien salir de vez en cuando, mi niña y podríamos llevar al niño incluso— formuló una afectuosa sonrisa y las marcadas arruguitas, ubicadas en torno a su boca y sus ojos, se pronunciaron un poco más.
—Sí lo recordaba, pero no necesito nada, gracias. En cuanto a la invitación, pasaré de ella esta vez. Pienso ir al bosque a tomar un poco de aire puro, pues como usted misma ha dicho "me hará bien salir de vez en cuando" —intenté sonar lo más convincente que pude, pues nuevamente le estaba mintiendo a la pobre mujer sobre mis planes.
—En ese caso, puedo salir otro día, y quedarme cuidando a Nicholas si lo precisa—aseguró, renuente a despegarse del pequeño. Ella le había tomado genuino afecto. Yo negué de inmediato, tal vez con más énfasis del necesario.
—¡No! No es preciso. Quiero decir... ¡Disfrute el día libre mujer! Safira vendrá a cuidar al niño.
Isabel dudó un poco, pero finalmente se rindió ante mi insistencia. Palmeó mi mano, con cariño y sonrió un poco más animadamente.
—Está bien señora, entonces que disfrute su paseo también.
Solté un sonoro suspiro cuando al fin, la nana se retiró. Mis mentiras habían sonado convincentes esta vez. Al menos estaba mejorando en esto. Daniel se sorprendería seguramente...si estuviera aquí claro.
Una vez que me encontré a solas, me dispuse a levantarme, y a tomar un baño. La verdad era que sí iría al bosque, pero no a tomar aire puro ni a despejarme, sino a visitar a una vieja amiga que continuaba viviendo allí, ahora en una pintoresca y acogedora cabaña y no en una fría y despojada celda. Ella posiblemente podría aclarar varias de las dudas concernientes a aquellos sueños que me atormentaban.
Cuando terminé de asearme y vestirme con mi ropa de montar, que consistía en unos pantalones largos, botas de cuero caña alta a tono y una delgada camisa en tono verde agua, tomé mi desayuno en el comedor principal y al regresar al cuarto encontré a Safira, de pie en la puerta , esperándome.
La joven llevaba puesto un vestido con matices en verde y celeste como el agua marina y unas bonitas sandalias adornadas con piedras blancas. Su largo cabello oscuro y ondeado estaba totalmente suelto de lado, sujeto con una estrella de mar que le servía de broche, para mantenerlo en su sitio. Estaba preciosa, como toda la nereida que era.
—¡Buenos días amiga!—me sonrió, mientras camina hacia mi dándome un beso en la mejilla. Noté que sostenía algo entre sus manos—.Toma es para ti—me tendió el objeto misterioso—. Es un obsequio de mi madre. Te agradece por haber enviado a Isabel para que nos ayude a preparar el vestido de novia. ¡De otra forma no lo hubiésemos terminado a tiempo! También yo te lo agradezco, te debo una—me guiñó uno de sus fabulosos ojos azules como el océano—. Por cierto, no te perdiste de nada en la ceremonia, estuvo de los más aburrida—comentó con gesto displicente.
Apreciaba mucho a mi amiga, pero no entendía cómo le podían fastidiar tanto ese tipo de eventos. Yo hubiera ido gustosa a la boda de su hermana de no ser por mi espantoso estado de ánimo, ya que enserio amaba las ceremonias románticas donde dos personas se profesaban amor eterno. La mía con Daniel, por ejemplo, había sido perfecta. Igual de simple como de grandiosa.
Flashback
—¡Te ves como un ángel! —había dicho él aquella mañana, cuando me vio parada al pie de la escalera, con mi sencillo y delicado vestido de novia. Palabras que había deseado que pronunciara desde la primera vez que me vio bien arreglada, en aquella ocasión tan distinta, pero en este mismo lugar.
—Y tú estás absolutamente maravilloso. El negro te sienta, resalta tu piel y el zafiro de tus ojos. —le había respondido, perdiéndome en la profundidad de su mirada, mientras él extendía su mano, a la espera de la mía.
—¿Lista para dar el paso hacia la eternidad?—susurró entonces.
—Contigo a mi lado... Siempre...
—Descuida, no fue nada—respondí encogiéndome de hombros, saliendo de mi ensoñación— Y agradécele también a tu madre por el regalo, pero antes explícame lo qué significa.
Admiré el extraño objeto, mientras lo colocaba sobre el tocador. Se trataba de un recipiente de cristal, similar a una pecera, repleta de agua, en la que flotaban dos singulares y llamativas flores, amarilla una y blanca la otra.
—Son peces ninfoides—explicó mi amiga, confirmándome que efectivamente el recipiente era una pecera—. Mi padre los cría en el pequeño estanque que tenemos en casa. Parecen flores acuáticas al principio, pero mira.
Sumergió la mano dentro del recipiente y agitó un poco el agua. Las flores rápidamente cambiaron de forma. Lo que parecían ser pétalos cerrados en forma de capullo eran ahora aletas; amarillas y blancas aletas que se abrieron para caer graciosamente a los lados, develando un pequeño cuerpecito de pez dorado, que yacía escondido dentro de ellas.
Ambos peces nadaron, desde la superficie de la pecera, hasta el fondo, sin separarse el uno del otro, dando pequeños giros, en una especie de danza perfectamente sincronizada.
—Estos peces son pareja de por vida—prosiguió mi amiga—. Y se complementan a la perfección, como almas gemelas...Si por alguna razón debieran ser separados o si uno muriese, el otro no volvería a transformarse en un pez nunca más. No volvería a comer, o a nadar, o danzar. Adoptaría la forma de la flor que viste recién de forma permanente, como si se quedará estancado, petrificado en ese estado, esperando el momento de reunirse con su otra mitad en la eternidad.
¡Y luego no le gustaban las bodas! Lo que acaba de decir era hermoso y muy romántico.
—Es una historia muy bella y triste a la vez—señalé sobrecogida.
—Lo es, y por eso mi madre supo que sería el regalo perfecto. Los peces ninfoides le recuerdan a Daniel y a ti en varios aspectos—sonrió de medio lado—. A mí también me los recuerdan, pero por razones diferente—suspiró e hizo una pausa, como pensando si debía continuar hablando.
—¿Por qué razones?—indagué entonces, animándola a que continuara.
–Bueno, a veces pienso que tú te estás quedando así, estancada, petrificada, siempre esperando a tu otra mitad... Y no me malinterpretes, es realmente tierno que lo hagas, pero la verdad es que no deberías hacerlo—mis ojos se abrieron como platos. Me sorprendí realmente al oírla, sobre todo porque Safira siempre defendía a Daniel. Mi amiga, acarició mi mejilla con ternura—. Me preocupas mucho cariño. Todos los que te queremos nos sentimos igual. Por eso como tu amiga me veo en la obligación de darte este consejo por más duro que sea: o vas a buscar a tu hombre o retomas las riendas de tu vida, sin pensar tanto en él.
"¿Qué me estaba proponiendo? ¿Quién era ella y que había hecho con Safira?" pensé. Ella debió notar mi estado de aturdimiento, porque de inmediato añadió.
—Yo no te digo que lo olvides—aclaró tranquilizándome—. Ni mucho menos que le busques un reemplazo, solo digo que empieces a pensar más en ti. He estado analizando mejor nuestra última charla y ahora yo también me pregunto ¿por qué se fue de improviso, sin despedirse siquiera, y a tan poco del nacimiento de su primer hijo?
Era lo que yo siempre decía, pero el hecho de que mi amiga estuviese reconociendo ahora, lo que tantas veces yo había asegurado respecto a Daniel, me causaba cierto resquemor, porque si ninguna de las dos lo defendía, él se convertiría inexorablemente en el villano. Pasaría de ángel a demonio. Y lo peor era que si había alguna culpable de que esto sucediera, esa era yo, por mi falta de fe hacia su persona.
"Pero, ¿por qué no evitaba esto? ¿Por qué quería continuar arrancándole las alas?"
—Tienes razón Safira ¿y sabes qué más? Lo que nos hizo Daniel, yéndose así de nuestro lado, fue tan vil que solo hay una forma de llamarlo: "abandono". Y yo no deseo estar con una persona que tan poca estima e interés tuvo por su familia. Sí no ha vuelto hasta ahora, mejor que ya no regrese más.
Mi tono de voz era impetuoso, y sentía mis mejillas calientes, el fuego de mis ojos, que ardían y el coraje, la furia interior, viajando por mis terminaciones nerviosas, contaminando cada célula, cada molécula de mi cuerpo hasta fundirse con mi sangre, transformándola en veneno.
Zafira me observaba ahora con gesto de asombro.
—Está bien que te desahogues amiga, pero relájate, tampoco hay necesidad de alterarse tanto o de tomar una decisión tan radical— repuso con cautela—. Ahora me siento responsable de tu estado. No debí decir nada, pues solo conseguí ponerte peor...
En ese momento el subidón de adrenalina, o lo que fuera que me había alterado, comenzó a descender y pude retomar el control de mi misma, y calmar mis agitados ánimos.
—No...no, para nada. Lo que dijiste estuvo bien, y en verdad agradezco tus buenas intenciones y que te preocupes por mi bienestar. Soy yo la que está demasiado sensible y susceptible por todo esto, y a eso súmale los malos sueños. Pero estaré mejor, lo prometo. Solo necesito descansar más... Tal vez incluso sea mejor que no salga a ningún lado hoy.
Me dejé caer sobre la cama, totalmente abatida, decidida a hundirme en ella y a no levantarme por el resto del día.
—Siendo así debo decir que ¡Por supuesto que vas a salir! El encierro te hará peor. Tomar aire puro te ayudará a serenarte—me alentó tomando mis manos, para luego tirar de ellas obligándome a levantarme de nuevo. Lo hice con cierta renuencia—. Además, ya vine hasta aquí ¿no? Por cierto, ¿dónde está Nicholas? ¡Ese niño está cada día más bello! ¡Y esos ojos! Vienen de parte de tu tía ¿verdad?
Su observación me hizo dar escalofríos. Empecé a pensar que salir de allí no era tan mala idea después de todo. Safira había conseguido alterarme por dos situaciones diferentes en lo que iba de la mañana.
Asentí, mientras me dirigía hacia el perchero para tomar mi bolsa, sin perder más tiempo.
—Sí, los heredó de ella y de mi padre... —comenté rápidamente sin darle mucha importancia—Nicholas continúa durmiendo en su cuarto, así que puedes ir allá si gustas—indiqué con un gesto—. Ya me voy entonces—dejé un beso apresurado en su mejilla—. Gracias por todo, Safira. ¡Nos vemos luego!
—Vale... ¡Disfruta tu día! Y suerte...donde quiera que vayas—dijo mientras me veía desaparecer por el umbral, quizá con demasiada prisa.
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