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He estado encerrada en un pequeño cuarto tanto tiempo, pensando e intentando edificar una estrategia, que puedo decir sin temor a equivocarme, que sufro de claustrofobia.

He llegado a la conclusión de que sí el dije que tengo es sólo un cascarón, voy a tener que romperlo para obtener lo que sea que contenga, seguramente no sea el arma, pero es una pista que me llevará a ella, o eso es lo que quiero pensar, no puedo concebir la idea de que mi ida al infierno -y la consecuente muerte de miles de personas- fue en vano.

Cuando tenga el arma, puedo empezar dar a conocer un falso plan, uno que no conlleve a más muerte, pero que nos garantice una inminente victoria.

Será falso porque, en realidad, tengo uno en mente que no fallará, pero que no me asegura que no hayan bajas.

Lastimosamente, y aunque me duela el corazón de solo pensar en la posibilidad de perderlo, debo hacerlo.

La muerte de uno evitando la muerte de miles.

Pero primero necesito romper el denominado cascarón, alias el dije que casi me hace morir de dolor en el cuello.

Con un muy desganado suspiro, formo una postura firme y me encamino a la oficina de quién más me detesta; Tadriel.

No creo que haya otro ángel que pueda ayudarme.

Y no voy a aceptar una negativa por su parte.

—¿Cómo lo hago?—digo al ingresar, sé que él esperaba el momento de que buscara su ayuda. Es demasiado engreído.

—No es de mi interés ayudar—la altanería fluye como una gran cascada con cada palabra dicha. Se muestra indiferente, lo cual es sorprendente porque siempre tiene esa inexpresiva cara de culo con diarrea.

—Es una orden.

—No.

—No quiero obligarte, pero no estoy aquí para saber si quieres o no ayudar. Estoy aquí para que lo hagas.

—No.

—¡Pues te jodes!— hago un blosh rápidamente, lo practiqué muchas veces, para no pasar vergüenza sí no salía a la primera.

Un cuadrado con la mano derecha, dedo índice en la palma de la mano, dedo meñique trazando un triángulo obtuso al mismo tiempo; mano izquierda al frente, dedo pulgar haciendo círculos sin detenerse. Todo al mismo tiempo.

Lo apunto, y se ve sorprendido por la velocidad usada para efectuar el símbolo, pero se ve realmente jodido cuando hago la pregunta del millón.

—¿Cómo lo hago?, ¿Cómo rompo el cascarón?

Su frente se arruga y su maxilar es presionado con una fuerza extraordinaria, sus manos tiemblan y sus pies no soportan su peso. Cae el piso de rodillas mientras cierra los ojos con fuerza.

Se está resistiendo.

¡El desgraciado se está resistiendo!

Eso me lleva a pensar qué es lo que esconde. Su actitud conmigo siempre ha sido desagradable, algo debe ocultar.

—¿Qué escondes, Tadriel? —la curiosidad cubre mi voz, mis cuerdas vocales funcionan rápidamente, lanzando otra pregunta. —¿Quién eres realmente?

Su ve reacio, sigue resistiendo.

Tiene la cabeza contra el inmaculado suelo con blanca baldosas, apoyado en sus brazos y piernas, con los puños presionados.

Repito el blosh, con más fuerza que la vez anterior, el halo de luz es mucho más luminoso en  ésta oportunidad.

Él se retuerce en el suelo, negándose a hablar.

—¡¿Qué ocultas, Tadriel?! ¡No te resistas!

Ángeles ingresan apresuradamente a la habitación, buscando un objetivo, una amenaza para eliminarla; se quedan estáticos al verme de pie frente a Tadriel, que se ve desde lejos sufriendo.

—No se muevan, por favor.

Me obedecen sin dudar.

—¡NO LA CONSEGUIRÁS!

El grito nos sorprende, pero cuando el ángel saca una daga azul claro, reluciente, todo pasa en cámara lenta.

Él intentando darse muerte.

Los ángeles tratando detenerlo.

Yo, moviendo rápidamente las manos, creando un blosh.

Los ángeles deteniéndose inmediatamente.

Tadriel a punto de acabar con su vida.

Y yo,  yo estoy furiosa.

No me tomo el tiempo de calmarme, no quiero hacerlo.

Quiero saber que oculta. Ahora.

La tensión en el ambiente es abrumadora, pero me importa poco.

Hago nuevamente el blosh, dirigiendo el símbolo exclusivamente a él.

El brillo es refulgente, majestuoso, poderoso. Me deja cegada por un segundo.

Uso otro para hacerlo levitar, y estrellarlo fuertemente contra la pared.

Está completamente a mi merced.

—Me vas a responder absolutamente todo lo que te pregunte. Sin excepción alguna. Sin omitir información, sin mentir, sin responder con otra pregunta.

Me giro hacia los ángeles del cuarto, que están estáticos aún, seguramente intentando comprender qué sucede.

—Quiero aquí a Montreal. En el menos tiempo posible. Además a seis ángeles que custodien la entrada al cielo y seis más la salida. ¡Ahora! —hago sonar mi garganta— por favor.

Luego desaparecen.

Miro a Tadriel, que lucha incesantemente para liberarse, pero ¿Cómo liberarse de algo que no es físico? Él no puede, y no podrá.

Camino por la habitación, mientras trabajo en mi respiración y toco el tosco y  gran dije, cuando lo examiné descubrí que tiene cerca de veintiocho símbolos marcados en ella. Conozco la mayoría, pero no los conozco todos y eso será un problema. Lo presiento.

La puerta es abierta con fuerza, entran cerca de veinte ángeles con aspecto de ir a la guerra, con dagas de tono azul, que varía en su tono.

Camino hasta donde estaba Tadriel tendido, cojo la daga y la guardo en mi cintura.

—Seis de ustedes irán a la entrada, seis a la salida y el resto estará aquí. Si éste —señalo a Tadriel— intenta salir, tienen la orden de capturarlo, pero si no es posible, lo eliminarán. Sus característicos rostros sin expresión asienten y cumplen con la orden.

Giro a la derecha y miro a Montreal, esto será un caos.

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¡Ustedes deciden cuándo será el próximo!

¿Qué piensan?

¿Hipótesis?

¿Quién es Montreal? (no vayan a san Google, todo lo estoy inventando.

Erika x.

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