23

Desperté abrazada del torso de Ariel, con la mano presionando tan fuerte, que mis músculos dolían.

Me arrepentí de despertar, ¿Para qué ser consciente de toda la desgracia que me rodea?

No soporto más estar aquí, en la tierra, viendo la muerte a diario. Viendo el sufrimiento como algo normal, algo cotidiano.

No más.

Ariel, naturalmente, no estaba dormido.

—Olvide que no dormías, siento haberte obligado a que te acostaras conmigo.—hablo cubriendo mi boca a la vez que me estiro.

—No me sentí obligado, de echo, se sintió bien.

Sonrío y me levanto, me baño y pongo lo primero que veo. No estoy de humor para nada, solo quiero desaparecer.

—Quiero regresar allá arriba, por favor.

Mi tono demuestra que, si bien suena como una especie de súplica, es una orden.

Él no me contradice, y agradezco aquello.

—¿Ahora mismo?

Tomo su mano como respuesta, solo quiero correr de aquí. Dice un dicho que huir a tiempo no es cobardía, pero creo que ya es demasiado tarde, así que soy el doble de cobarde.

No podría importarme menos, vine a la Tierra en busca de paz mental, algo que parece imposible, porque estoy mucho más jodida que antes.

Llegamos a la escuela cambiados de apariencia, listos para subir.

Los ángeles que custodian la entrada me reverencian, pero puedo escuchar qué piensan de mí, y aquello forma un nudo en mi garganta.

—Sé que ahora deben odiar el hecho de que exista, siento mucho todo lo que pasó, prometo arreglarlo. Pero necesito que confíen en mí, sin ustedes no podría hacerlo.

Con lágrimas retenidas que arden y ruegan por salir, vamos al árbol y luego la tan familiar luz nos hace desaparecer.

El cielo es un caos.

Ángeles vienen y van, corren por todos los lugares posibles, cruzan puertas y desaparecen, pero sin sustituidos rápidamente por más ángeles que aparecen de todos los lugares.

Siento claustrofobia cuando todos se detienen para verme, y todos caminan a mi posición con paso decidido y firme.

Cada uno me habla de un problema, de una situación que necesita ser discutida o de una decisión importante que tomar.

Los hago formar en una fila y de a poco, voy solucionando todos los problemas, pero ¡Mierda! Parecen infinitos.

Tomo el gran dije que cuelga de mi cuello, en reemplazo de la hermosa paloma y la pequeña esmeralda que habitualmente tenía. Se siente mucho mas tosco, muy pesado y demasiado grande. Tan diferentes.

En algún momento termino, y para liberar el estrés que me consume, voy a un gimnasio.

Solo cruzo una puerta.

Corro, grito, golpeo y levanto peso.

Hago tanto como puedo, no me permito llorar. No quiero verme más débil.

Voy a ver a Tadriel, él debe darme alguna pista de cómo usaron mis poderes.

Y lo hace.

—Confiar en un demonio, que estúpida.

Presiono mi maxilar fuerte, no quiero que me juzgue.

—¿Qué pensabas? Ingenua. Criatura estúpida, no entiendo cómo vas a luchar contra mi hermano, te hará trizas con sólo verte. Estamos perdidos.

—No estoy aquí para escuchar tus lamentos, quiero saber cómo loa usaron.

—El contrato, ¿Lo firmaste?

—Lo leí antes. —me intento justificar.

—¡Oh, lo leyó! Confió en un demonio, que astuta.

—¡Deja de juzgarme! No ayudas en nada, tuve que hacer algo para encontrar mi arma.

—¿Y?, ¿La encontraste?

Afirmo y le enseño el extraño dije.

—Aún no lo haces.

—¿Disculpa?

—Es el cascarón, debes abrirlo.

Claro, más complicaciones.

Cuando voy a salir, pensando cómo abrir el condenado objeto, el abre la boca.

—El orden natural de la vida, nada puede ir siempre bien o mal, debe haber un equilibrio. Les diste demasiados milagros, demasiadas cosas buenas, el orden se estableció.

Cierro los ojos fuertemente y salgo corriendo.

Voy a una puerta, esperando aparecer en una piscina. Sorprendente aparezco en un extraño jardín en el que se encuentra Ariel.

Le explico todo, debo hablarlo con alguien, compartir la carga que llevo encima.

Luego, lo tomo de la mano y vamos camino a la puerta, aparecemos en la piscina en la que estuve aquella vez, hace mucho.

Nadamos, nadamos mucho.

Al salir, voy a solucionar más problemas, el velo donde están las almas está sobre-saturado. Hay demasiadas almas esperando saber cuál será su lugar.

Al parecer a nadie le agrada aquel puesto, así que lo tomo, ¿Qué tan malo puede ser?


Hay una fila infinita.

Hombres y mujeres.

Los niños hacen otra fila, infinita también.

Suspiro con fuerza.

Frente a ellos hay una mesa, y un libro, nada grande o exagerado.

La primera persona da un paso.

Pregunto su nombre.

Ana López.

Abro el libro, preguntándome cómo rayos están aquí todos los nombres de los que van a entrar al cielo.

Abro las primeras páginas.

Miles de hojas aparecen de pronto. Pregunto su lugar y fecha de nacimiento; miles de hojas más aparecen ¡Joder!

Hay cientos de miles con ese nombre.

Golpeo mi frente con la mesa.

Ya entiendo el por qué nadie quiere estar aquí, es desesperante.

Cierro los ojos y pienso qué hacer.

Unos bloshes después, más todo el conocimiento posible que he adquirido en la universidad y en la secundaria, creo un computador.

Un computador diferente al que se conoce, pero con la foto y la información que hay en el libro.

Todo es organizado alfabéticamente, desde el país, la fecha y los nombres y apellidos.

Solo hay que escribir toda la información requerida y ¡Listo!

Mientras ajusto lo último con tres bloshes más, escucho que alguien dice:

—Esto es más lento que el seguro social.

Levanto la cabeza y lo miro mal, pero luego comprendo.

¡Joder, que están muertos y tienen que hacer fila!

Quién sabe hace cuánto murió ese pobre señor.

Hago cien computadores más.

Termino medio muerta del cansancio, pero ahora todo es más rápido.

Para probar que funcione, le pido a un niño de nueve años -supongo-,  que avance.

Pido los datos y la información aparece con la foto, ahogo un gritito de alegría.

Empiezo a leer  y mi expresión cae.

Es imposible que un niño haya asesinado a sus padres, a su niñera y a tres mascotas. Además de a dos monjas que lo cuidaban, para luego suicidarse.

Levanto la mirada y el niño sonríe dulcemente.

Me tomo la molestia de leer nuevamente, lo busco en el libro para estar segura.

Lo confirmo mucho tiempo después.

Le niego la entrada al niño, poniendo <<denegado>> al lado de su nombre.

Él desaparece y el siguiente avanza.

Me voy de allí  y busco quiénes hagan el trabajo, mediante un blosh les muestro cómo deben usar todo y que solo ángeles pueden usar los aparatos.

Nunca me saco de la mente a aquel niño.

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Hola,  ¿Qué tal el capítulo?

Hasta el próximo (:.

Erika x

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