57. La promesa
Elena
Las playas de Miami. Teniendo tantas playas en Argentina nos vamos a la otra punta. Esto no tiene sentido, bueno nunca lo tuvo. Eso pasa por dejar a Crista elegir.
—Quiero generar un bonito recuerdo de esto —Oigo a Adrián y veo como apoya sus brazos, al igual que yo, en la baranda de madera de la cabaña que mira hacia el mar —. Sin las lecciones de Crista, sin que ignores a Ian y sobre todo que pasemos mucho tiempo juntos.
Giro mis ojos grises a los suyos cafés.
—Es muy lindo lo que dices pero...
—Shh... —Apoya un dedo en mi boca —calla esa boquita y siente el ambiente, el mar, el viento, todo.
Suspiro.
—De acuerdo.
Noto como el viento roza mi cara, así que revoloteo despacio mis pestañas, entonces mi cabello rubio se mueve. Toco mi gorro de playa para que no se vaya volando, luego me sobresalto cuando Adrián se pone detrás de mí y me abraza.
—¿No te calma el sonido del agua? —susurra en mi oído y me estremezco.
—Supongo —expreso no muy convencida de lo que digo al estar nerviosa.
Me gira entonces siento de repente sus labios sobre los míos.
—Vamos adentro —refiriéndose al cuarto de la cabaña.
—Eres un promiscuo —Frunzo el ceño.
—Pero eso ya lo sabíamos —Le da varios besos a mi cuello y me sonrojo —. Aprovechemos antes de que nuestros hijos vuelvan de su caminata.
—¿No estábamos sintiendo el viento?
—Eso era para entrar en ambiente —Me toma de la cintura, acercándome a su cuerpo —. Vamos Elena, dime que sí, estoy hecho fuego.
—Siempre lo estás.
—Todavía soy Míster Libido.
Me río.
—Que bobo.
Me besa de manera feroz y le correspondo con la misma intensidad. Sus labios siempre me hacen olvidar todo. Mientras nos besamos, entramos rápido al cuarto, mi espalda cae sobre la cama y pierdo el gorro, Adrián se quita la camisa, entonces las emociones más se acumulan, más se mezclan.
Nos acariciamos, nos besamos, la ropa se pierde y por un momento casi que abandono los recuerdos malos, solo que el fervor del momento está más latente.
—Adrián... el preservativo —le aviso nerviosa.
—Aquí está, aquí está —repite moviendo el plástico entre sus dedos.
Frunzo el ceño.
—Estabas preparado.
—Diría con altanería que soy Míster Libido, pero en realidad sólo tenía la esperanza de que tuviéramos nuestro momento —Se muerde el labio inferior.
No sé qué decir, así que sonrío al insultarlo.
—Bobo.
—Mi gruñona —Me besa y le correspondo.
El frenesí continúa hasta que nos unimos y se vuelve más salvaje. Pienso que esta es la primera vez en mucho tiempo que al hacer el amor no me preocupo de casi nada. Creo que hasta ya me olvidé de mi nombre, con tanta pasión que hay en la cama. No sé si es el cambio de ambiente o si se debe a que Adrián ya descubrió como hacerme sentir en las nubes, sin dejar que me preocupe de lo demás.
Terminamos tan extasiados que cuando acabamos nos quedamos abrazados sin separarnos ni un instante, como muchas otras veces que directamente nos habíamos apartado y ya.
—¿Creés que alguien haya oído? —pregunta avergonzada.
—Ah pues entonces que nos envidien ¡Auch! —chilla cuando le pego con el almohadón y se ríe —Vale, no creo, no hay tantas casas cerca.
—¿Y los chicos?
—¿Nuestros hijos? No, no creo, deben todavía estar con su caminata.
—¿Seguro? —Subo más la manta a mi cara.
—Pues si nos escucharon, que escuchen esto también —Se me tira encima a hacerme cosquillas.
—Ja, ja, ja ¡Adrián! No ja, ja, estúpido —Río sin control —¡Detente!
—Te amo —Me besa dejando las cosquillas y todo su cuerpo me aplasta otra vez.
—Y yo a ti —Sonrío y luego frunzo el ceño —, pero no vuelvas a hacer eso.
—Vale ¿Confías en mí? —Levanta el dedo meñique.
—Nunca he dicho lo contrario —Uno mi dedo con el suyo —. Eres el único en quién confío, siempre —expreso tímida —. Tú nunca tendrás la culpa de nada, solo de robarte mi corazón.
—Que romántica —Se muerde el labio —¿Sabés? Creo que puedo lidiar con mi gruñona, no hace falta que cambies, te acepto como eres.
—Pero soy mala persona.
Se ríe.
—No, solo algo amargada —Me besa la frente y vuelve a observarme fijo —, pero voy a pedirte algo.
—¿Qué?
—Sonará absurdo, pero ya que no confías en nadie, solo en mí, voy a pedirte algo extraño.
Me río.
—¿Qué dices Adrián?
—Cuando seamos viejitos y seas muy amargada, más de lo normal, elegirás a uno de tus nietos.
—¿Eh? Nuestros hijos ni se han casado todavía —Río otra vez.
—Escúchame, escogerás a un nieto, confiaras en él y jurarás que lo protegerás de lo que sea, elige bien, que se parezca a mí —bromea.
—Deja de jugar, Adrián —Hago una carcajada.
—¿Promesa? —Mira nuestros dedos meñiques unidos y luego vuelve a observarme mientras ambos sonreímos.
—Promesa.
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