33. Una mujer

Elena

Vi la tristeza en sus ojos, se dió cuenta que no estaba jugando, lo lastimé con una mentira, le dije que no sentía nada por él.

"Es culpa de Adrián".

Han pasado días pero aún siento como si hubiera sido ayer, Edel utilizo mi cuerpo y tanto él como mamá, culparon al hombre con el que escapé de mi boda. Justificar algo tan horrible con la acción de otro, no tiene límite, pero no obtengo fuerzas para discutir eso.

He dejado que mi madre llevará mis pertenencias a su casa, mi viejo hogar, abandoné el trabajo, al final ni he podido contarle a mi amiga lo que me pasa y la gran mayoría del tiempo permanezco en mi antiguo cuarto, recostada en la cama, incluso a veces llorando.

Soy tan patética.

Oigo dos golpes en la puerta de mi vieja habitación y me sobresalto.

—Permiso —dice mi madre y se adentra al cuarto cuando no le contesto —. Cariño ¿Cuando vas a salir de esa cama? El día está hermoso —Abre las cortinas y me cubro la cara con las mantas —. Elena, por favor, ya estás grandecita para hacer esos berrinches —me reprende.

Bufo, me quito las sábanas de la cara, me inclino en el colchón y me abrazo a mis rodillas cuando las flexiono al sentarme, luego suspiro mirando hacia abajo.

—¿Qué pasa?

—Oh cariño —Se sienta en la cama, saca un pañuelo de su bolsillo y me limpia el rostro, luego lo guarda —, no puedes quedarte aquí para siempre, hay muchas cosas por las que vivir.

Frunzo el ceño.

—¿Cuáles? No puedo dar ni dos pasos que cualquier hombre que se me acerque me asusta.

Perdí toda la confianza en las personas, sobre todo en el género masculino. Nunca creí que Edel llegará a hacer algo así, estaba segura de que lo conocía bien. He sido tan estúpida, no puedo confiar en nadie más.

—Debes perdonar a Edel —insiste.

—Nunca —digo determinada.

—Pero Elena...

—¿No puedo ni mirarlo a los ojos y quieres que arreglé las cosas con él? Estás loca, más que él.

—Tenme respeto, jovencita —Se enoja —. Lo que te digo es por tu bien.

—Mi bien sería que ese hombre esté en la cárcel, pero tú insistes con que lo que hizo no es un delito.

Suspira cansada y agarra mis manos, luego me sonríe.

—¿Recuerdas las reglas básicas de una mujer?

Ruedo los ojos.

—¿Para qué quiero memorizar eso?

—Nos ayudan a que "esas" cosas no nos pasen —Resalta esa palabra en un tono diferente para referirse a la violación.

—Pero mamá...

—Escucha y repite después de mí.

Bufo.

—Vale.

—Una mujer debe ser educada, una mujer debe mantenerse recta, una mujer debe estar perfectamente vestida, una mujer debe hablar con palabras sofisticadas, una mujer...

—Mamá... —me quejo.

—Repite, hija.

Bufo.

—Ya estoy grande para que me reiteres ese discurso, ya me lo sé, ya lo aprendí, no estoy de humor.

—Es por tu bien, vamos, repite que es largo y hay que memorizarlo de manera perfecta.

Bufo otra vez.

—De acuerdo, una mujer...

Repito el discurso durante bastante tiempo. Cuando era adolescente me lo hacía decir demasiado y por esa razón me convertí en la mujer que soy, bueno la que fui, ya que ahora no me siento así. Lo de Edel ha destruido toda mi estructura, aunque cuando Adrián modificó mi vida, no me molestó en absoluto, ese cambio fue para bien.

—¿En qué piensas? —pregunta mi madre.

Mis mejillas arden.

—En nada —digo avergonzada.

Sonríe.

—Cara de enamorada.

—No es lo que creés, tú piensas en Edel, yo...

Frunce el ceño.

—No digas su nombre, por favor.

Me muerdo la lengua, reprimiendo lo que iba a decir.

—No voy a perdonar a Edel —le recuerdo.

—Ni tampoco volverás con ese Ricoy —Deja de estar sentada en mi cama al pararse abruptamente, ya que se ha enfadado —. Debes entender que ese hombre no es para ti, es el enemigo.

—No te preocupes, ya terminé con él —Miro hacia un costado, estando triste —. De todas formas no es como si pudiera tocarlo.

No puedo creer que desconfíe también de Adrián. Siento que mi miedo aumenta con cada día que pasa. Es desgarrador.

—Escúchame Elena, por como veo las cosas, Edel es el único que podría aceptarte, entiéndelo.

—Que sienta que no puedo estar con nadie, no va a hacer que regrese con Edel —exclamo molesta y alzo la vista a mirar determinada a mi madre —. Si un hombre no me acepta por no poder tener relaciones sexuales, no me importa, pues no deseo estar con ninguno y listo, así que no insistas más, porque me iré de esta casa, sin tú siquiera enterarte —amenazo.

Mi madre indignada se retira de mi habitación. Si no va a apoyarme, será mejor que se calle.

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