14. El poder del destino
Adrián
Detengo mi coche en el puerto, bajo de este, doy vuelta alrededor del vehículo y como todo un caballero le abro la puerta a la bella rubia, ofreciéndole mi mano.
Ella me mira mal, aunque no acepta mi gesto y se baja del automóvil sin formular palabra, así que procedo a contarle.
—¿Adivina quién tiene un sexy barco igual a su dueño? —Muevo las cejas.
Ella rueda los ojos y se cruza de brazos, observando a un costado para no mirarme.
—No es gran cosa.
—Olvidaba que tú también eres rica, pero a una mujer exigente se la conquista con otras cosas —Le guiño el ojo cuando me observa un segundo y vuelve a bajar la vista.
—Pierdes tu tiempo, te dije que...
—Sí, sí, tu prometido, bla, bla, bla —Muevo la mano —. Si realmente lo quisieras, no hubieras ido a ese boliche y ni mucho menos acostarte conmigo —le aclaro y se sonroja.
Ay ese rojo en sus mejillas ¡Ya me excite otra vez! Moriré de la abstinencia, sálvame Dios y si no hay un Dios rescatame microcosmos y si no hay microcosmos, ¡Dame suerte destino! Y si no... Ay, mejor lo olvido y ya está.
—¡Vámonos ya! —La agarro de la mano y la hago correr.
—¡¿A dónde crees qué me llevás?! —oigo una queja con una pizca de ¿curiosidad?
¡Ay, esta mujer me vuelve loco!
Aunque ya estaba demente desde antes, pero ahora siento que alucino.
—Pronto lo sabrás, amor —Le guiño el ojo mientras corremos y se sobresalta —¡Es el poder del destino, baby! —Levanto el puño guiándola por el muelle.
—Sigue soñando, es sólo tu estupidez —acota y me río —. No me causa gracia ¡Y ya detente!
—¿La dama ya no puede correr más? —La levanto entre mis brazos.
—¡Ah, estúpido! —grita y se agarra de mi cuello mientras sigo corriendo —¡Bájame!
—Cuando lleguemos a nuestro destino —Le guiño el ojo nuevamente y sigo avanzando.
Una vez, al final de aquel muelle, la bajo y le presento lo que quería mostrarles.
—¡Tarán!
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