⊱ Mistake - Capítulo I ⊰

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Pasaron horas desde que el rubio habría llegado al departamento junto al agraviado inconsciente... 

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[...]

Él mismo no podía entender su reacción. 

Pudo haber logrado esconderse en otro lugar, pudo haberlo dejado en el hospital, pero las causas de lo sucedido, no lo dejaban actuar de una forma tan racional. Se sentía poco prudente y escrupuloso, pues no sabía en lo que se estaba metiendo.

—  "¿En qué estabas pensando?"— su misma conciencia, que había desaparecido después de salvar a aquel chico, volvió para atormentarlo de la peor manera, obligándole a desconfiar de sí mismo—  "Sabes que estás jugando con fuego, ¿Verdad?"

No quería responderse así mismo.

Ese instante fue en la repentinamente se manifestó una ráfaga de aire congelado, que arreció por completo el cuerpo del oji-zafiro, deteniendo el movimiento que este realizaría para poder dirigirse a la ventana para así poder evitar que la corriente fría ingresase a su hogar para hacer de este un refrigerador ártico. Cosa que al transcurrir unos segundos hizo después de adaptarse a aquel golpe de aire.

— Aún tiene pulso...  —balbuceaba mientras daba otro bocado de oxigeno y suspirar profundamente mostrándose, terriblemente poco aliviado— Pero aún no despierta.

El joven se dispuso a traer unas cuantas toallas calientes, pues él habría comprobado que aquel herido estaba  más congelado que la comida china que él habría dejado hace dos días en el refrigerador. 

Aquel oji-zafiro podía apreciar a aquel chico azabache, no detalladamente; pero, si logró captar su atención en el rostro del agraviado. Estaba totalmente poblado de moretones, algunos más grandes que otros. Verdes y purpuras, como si de una pintura retrograda se tratase.

Aprovechó ya que este estaba inconsciente...

Y dejó caer lentamente su tacto en la frente de este chico, que dio como resultado que este tenía el rostro demasiado caliente, no había duda que tenía fiebre elevada. Esa fue una de las razones por las que produjo cierto desasosiego en el rubio, alterando su sistema; y por una extraña razón, sacudir su organismo, algo inexplicable.

Aquellos paños que trajo, ya estaban frescos en su totalidad. Fue así como este chico colocó los pedazos de tela en la frente del muchacho, quien no despertaba del coma; era muy evidente. Quien actuaría con normalidad luego de ser brutalmente golpeado, afortunadamente este no estaba muerto, pero el estar herido lo dejaba como alguien incapacitado.

  — Y ahora, ¿Qué hago?— revivieron palabras incertidumbres que se apoderaban de sus pensamientos noqueando algún acto inteligente y responsable. 

Dio por segunda vez un suspiro molesto y preocupado. Sin embargo eso estaba de más, pues el oji-zafiro no dejaba escapar a la desesperación de sus manos, siempre estaba presente y no quería que este se fuera. Amaba ver que otros se vean desesperados para así poder tomar el poder de la situación, por más pequeña que sea, casi siempre era así, disfrutaba que los demás dependiesen de él, dejando así una personalidad completamente narcisista en frente de aquellos que hayan abierto los ojos mucho antes. Pero al no encontrar respuesta alguna, lo obligaba a perder los papeles.

Y fue así como una idea, pudo ser tan increíble, pero a la vez tan estúpida que se le vino a la mente, luego de cuestionarse apresuradamente, tuvo el error de quitar la vista de aquel azabache, correr a la cocina para poder encontrar el teléfono del departamento, dejando escapar con incomodidad el nombre de quien podía resolver su problema—Shinya... 

Como si a este lo estuviera invocando por medio de un juego satánico, marcó el número del móvil del albino que lo había dejado en espera por varios minutos, y los mismos resultados se presentaron por largos, y largos segundos que se volvieron horas inagotables.

— Mierda. — espetó golpeando el teléfono pegado a la pared— No sé por qué me sorprende que él tenga que dejarlo en la casilla de voz, de todas formas está con ese idiota.

 Repentinamente se escucharon fuertes e impactantes sonidos como si alguien se haya atrevido a ingresar a la fuerza a la casa. El rubio no dudó en ir a toda prisa al lugar donde provinieron aquellos estruendosos sonidos que le hicieron saltar del miedo, olvidando que había ciertos objetos filosos que podía usar en defensa propia. Pero no fue así, él decidió arriesgar.

Y se dio con la sorpresa que el chico no estaba en el sofá, es más las toallas estaban tocando el suelo de la habitación principal.

  — No creo que se haya ido.— su hipótesis se escuchó dubitativamente cierta, pues no transcurrieron minutos para que alguien se presentara detrás del oji-zafiro, apuntando en la nuca un objeto metálico y frígido. O algo parecido.

— Levanta las manos. — se escuchó una voz poco amistosa, pero a la vez no tan creíble para el rubio que ni siquiera se tomó la molestia en hacerlo— Dije que, ¡levantes la manos! ¡Estás sordo!

Este agravante levantó la voz aún más, pero seguía sin obedecer la orden. Que decidió caminar dos pasos hacía delante como si nada estuviese pasando en el lugar.

— Sabes que me estas apuntando con el mango de una sartén, ¿Verdad?

— ¡Cierra la boca!— y fue cierto.  Al voltear apresuradamente evitando que este lo golpeara con aquel objeto, quedaron sujetando con fuerza ambas partes del objeto que peleando para poder tener el control.

¡Suéltalo! para el oji-zafiro se escuchaba aquella exigencia como un puchero, que no podía evitar dejar escapar una carcajada de los labios. Reacción que no pudo tolerar el azabache que aún poco recuperado, tenía una limitada fuerza para sostener el borde de la sartén.

— Si lo hago me golpearas. ¡Deja esa sartén! — respondió sin poder evitar la risa. Fue tanta la gracia que había olvidado hasta sus más patéticos temores.

—Sé que harás lo mismo que aquellos hombres bien vestidos.

—Te equivocas. Yo tuve que arriesgarme para salvarte. — apuntó con su índice al azabache que tomaba con fuerza por su lado los bordes del pedazo de metal.

¿Por qué confiaría en ti?

— Soy policía. — supondríamos que la reacción no fue la esperada porque luego de dos segundos soltó la sartén.

— ¡Auxilio! ¡Un depravado quiere abusar de mí! — no bastó un minuto. Ni uno. Para  poder pegar un grito por todo el comedor, pero el escándalo terminó. Luego de que el oji-zafiro lograra cubrirle la boca con la palma derecha, mientras que atraía el cuerpo del azabache al suyo.

Si no te tranquilizas, no podré ayudarte. — musitó al aproximarse a su rostro. Eso simplemente bastó para que el azabache emitiera un tono carmesí en sus mejillas.

Asintió dudando de su respuesta a cada segundo.

— Está bien. — prosiguió cuidadosamente Voy a liberarte, quiero que guardes silencio y tomes asiento, ¿está bien?

Volvió a asentir en respuesta positiva y prosiguió a liberarlo de agarre. Lentamente para que este no pudiera hacer algo en su contra.

Sin embargo no hizo ningún movimiento. Estaba estático, y por lo que se podía notar en su rostro, en shock.

— Por favor no me hagas daño. — musitaba en un tono reducido y temeroso.

Por qué él estaba angustiado. Cosa que no comprendía en su totalidad, para el oji-zafiro todo era simple.
El solo mencionar cual era su labor bastaba para que las personas en su entorno se sintiesen más seguras. Pero no era así. 

Este chico sentía miedo de lo que podría hacerle...

Suspiran...

Ambos lo hacen sintiéndose más incómodo por causas del silencio. Todo pasó por eso.

Toma asiento por favor. No quiero ser descortés.

Siguió con su indicación sin bajar la guardia. No desviaba aquella enternecedora mirada que hacía relucir el tono de sus ojos, mostrando un color tóxico. Un verde similar al grisáceo, sin olvidar que igualaba al tono de un cristal natural.

— Escucha no quiero crear un temor en ti, así quiero ayudarte en todo lo posible.

Ante tal comentario el oji-esmeralda bajó la mirada observando como sus nudillos tocaban sus rodillas.

Era una reacción muy inocente.

— ¿Quién eres? — su voz se escuchó muy angustiada y nerviosa.

— Lamento no haberme presentado— este en un tono calmado observó al joven de orbes esmeraldas— Mi nombre es Mikaela, Mikaela Hiragii  

El muchacho mencionado extendió su mano para poder estrecharla con la del menor, pero costó esperar unos treinta segundos — M-me l-llamo... Yuichiro...

Respondió con una suave sonrisa que aparentemente no mostraba ningún rasgo de ser falsa, acalorando el rostro del orbes zafiros.

Un gusto Mika-ela.

—Me conformo con Mika. No te preocupes...

—Entonces Yuu. Digo. P-puedes llamarme Yuu.

— Pues no tienes la apariencia de ser alguien maduro. Yuu-chan.

— Pues no. Aunque tenga veintidós años... — una muy suave carcajada apareció. Contagiando al azabache oji-esmeralda.

— Bueno. Para ser franco, no puedo creer que tengas fuerzas para sostener una sartén.

Y así fue como desapareció en conteo récord la sonrisa del azabache. Volvió a bajar la mirada a sus rodillas, dejando escapar un sollozo agonizante. Para proseguir a cubrirse la cara mientras que derrama lágrimas cristalinas que relucían con la luz artificial.

—... — no hubo respuesta del rubio. Es más ni siquiera pudo reaccionar ante tal escena. Sinceramente él era muy malo para poder reconfortar a alguien, él ya habría olvidado aquella reacción de tristeza y melancolía.

— Lo sé. No puedo creer que ellos me hayan podido hacer esto — limpió sus lágrimas con la palma de su mano.

¿Puedes, decirme quienes fueron esos hombres?

Se negó moviendo la cabeza en respuesta para sorpresa del oji-zafiro.

— Confía en mí. Nadie te hará daño mientras estés bajo mi protección.

Suspiró. Pero no se negó, por segunda vez...

— ¿Quiénes fueron?

— Una familia Yakuza. Debían eliminarme, pero no fue como lo planearon.

— ¿Por qué querían asesinarte?

— Mi familia llevaba un estrecha relación con los Shindo. ¿Ha oído ese apellido alguna vez?... Mika.

No respondía. Estaba muy lejos de la realidad. Impactado, sin avisar. En un instante sentía como su vida pasada volvía se transformaba en un vaso de vidrio que caía a un profundo vacío.

¡CRASH...!

¿Eso definiría el sonido que emitió el vaso al romperse?

Sus pensamientos. Su palabras. Sus recuerdos. Se quebraron con ese vaso roto.

— ¡Mika! — un grito atemorizante sin importar que se escuchase lejos o cerca; fue acompañado por un disparo no muy cerca del lugar.

Gritos de personas se escucharon. Y en seguida. La sirena de un auto apareció.

Golpes en la puerta. Tan fuertes. Que estaban a punto de hacerla pedazos...

Y luego de eso. Pudo reaccionar tomando la muñeca del oji-esmeralda y tirando de ella hacia la ventana del baño, se detuvo para voltear y hacer contacto visual.

— Vamonos de aquí.

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