DOS - SEÑALES Y PORTENTOS

Ryan abrió los ojos pesadamente, y se dio cuenta que estaba acostado en una mullida cama, dentro de una habitación blanca. Frente a su cama, había una pequeña televisión empotrada en la pared, transmitiendo un programa de cocina. No sabía que hora era, pero le dolía muchísimo la cabeza, y lo último que recordaba era estar cayendo al suelo, golpeando ramas y troncos con todo el cuerpo mientras se precipitaba al vacío. Entonces, al mirar a su alrededor, se dio cuenta que se encontraba en una sala médica. Su tórax estaba destapado, y del vientre hacia abajo lo cubría una sábana blanca. A su derecha, y sentada en un mullido sillón para acompañantes, estaba Molly, con los brazos cruzados por encima de los pechos y profundamente dormida.

—Molly... —susurró. Tenía la boca reseca, estaba muerto de sed. Al escuchar el ruido, abrió los ojos con rapidez, y lo miró. Al verlo despierto, esbozó una amplia sonrisa.

—¡Estás bien! No te esfuerces, llamaré al médico —dijo, poniéndose de pie rápidamente. La vio salir de la habitación casi trotando, y momentos después, volvió acompañada de un médico joven, profundos ojos negros, barba poblada y recortada, cabello tan negro como la propia noche y bata blanca. El muchacho dio una rápida ojeada a la planilla de informe situada en una tablilla a los pies de la cama, antes de hablar.

—Buenos días, señor Foster. Es bueno tenerlo despierto —dijo—. Soy el doctor Steven Frasier.

—¿Cómo llegué aquí? ¿Dónde estoy?

Fue allí cuando Molly intervino.

—No supe nada de ti durante todo el día, luego que saliste de la casa de Arnie, ni tampoco en toda la noche, así que ayer, bien temprano en la mañana, fui a buscarte —explicó—. Vi tu camioneta en la entrada del sendero, y me imaginé que habías recorrido el mismo camino que hicimos nosotros buscando huellas, pero no te encontré. Llamé al servicio de guardabosques más cercano de aquí y fueron ellos quienes me ayudaron a encontrarte, kilometro y medio del sendero. Estabas inconsciente, muy lastimado. Tu pistola estaba tirada a por lo menos veinte metros de tu cuerpo, y no entendíamos que te había atacado. Así que te trajimos aquí, al centro médico Wandmeth, para que te repusieras.

—¿Y mi coche? ¿Mis cosas? —preguntó, alarmado.

—Tranquilo, yo traje todo. Tomé las llaves de tu bolsillo y conduje tu camioneta hasta la posada. Espero que no te moleste —Al ver que Ryan negó con la cabeza, ella se acercó a la camilla y para su sorpresa, le apoyó una mano en el hombro como si le estuviera suplicando en aquel gesto que fuera sincero con ella—. ¿Qué te pasó allí?

Ryan chasqueó la lengua contra el paladar, no creía posible, pero la sensación era la misma que estar al borde de la deshidratación.

—Tengo muchísima sed... —murmuró.

—Es normal —dijo el médico—. Tuvimos que suministrarle algunos medicamentos, mayormente antifebriles y algunos antibióticos, ya que tenía laceraciones bastante profundas que al haber estado en contacto con la tierra y el musgo del bosque durante tantas horas, podría haberse infectado. Algunos antibióticos dan mucha sed, pero le pediré a una enfermera que traiga una jarra de agua.

Vio como el médico se alejaba de nuevo hacia el pasillo, escuchó su voz a lo lejos y luego observó como a los pocos minutos ingresaba una enfermera a la habitación, cargando una jarra de plástico con agua y algunos cubitos de hielo en su interior, además de un vaso descartable. Al ver aquello, sintió que la boca se le deshacía en deseo. Dejó la jarra junto con el vaso encima de la mesita de noche, al lado de la cama, y Molly se apresuró a servirle un vaso lleno, el cual Ryan bebió casi de forma desesperada de tres largos buches. Pidió un segundo vaso y luego de bebérselo de igual manera, pidió un tercero. El médico entonces volvió a hablar, en cuanto escuchó el ruido que hizo su estómago.

—Le aconsejo que beba despacio, señor Foster, o podría acabar vomitando.

Al oír aquello, bebió el tercer vaso con bastante más calma que los anteriores, y aunque le apetecía uno más, lo cierto es que no lo pidió. Seguía con sed, pero ni siquiera una décima parte de lo que había sentido hasta hace un momento, lo cual estaba bien. Molly volvió a sentarse a su lado, mirándolo con aprehensión.

—¿Qué fue lo que te pasó, Ryan? —preguntó, otra vez.

—Encontré la Sylva Americana en un claro en medio del bosque, así que hice guardia y esperé a que alguien apareciera. Quería ver si alguien se llevaba hojas o parte de la corteza para usarlas como droga, o no lo sé. Se hizo la noche, y bien entrada la madrugada vi como algo negro aparecía en el propio árbol. Fue como lo describió uno de los niños amigos de tu hijo, una mancha oscura, nada más —Molly lo miraba con el ceño fruncido, atenta pero sin dar crédito de lo que oía—. Luego vi otra cosa. Una especie de... —hizo una pausa, pensativo, como si estuviera buscando las palabras correctas. —Hombre o cosa, la verdad es que no lo sé. Era alto, completamente negro. Me atacó, me tomó por los tobillos y me levantó hacia los árboles, luego me dejó caer.

—Ryan, eso es...

—Una completa demencia, sí, lo sé. Pero...

El médico volvió a hablar, quizá para intentar evitar que su paciente se alterase más de la cuenta.

—Es normal sufrir alucinaciones en un episodio traumático de violencia, no tiene porque alarmarse, señor Foster. De hecho, no tienen de que preocuparse ninguno de los dos —dijo. Ryan lo miró directamente, con los ojos enrojecidos y cansados pero con expresión hosca y malhumorada.

—Yo sé lo que vi, doctor. Le vacié medio cargador de nueve milímetros en el tórax, y las balas lo atravesaron como el aire —hizo una pausa, suspiró, y entonces se incorporó en la cama, buscando sentarse y recostarse en la cabecera de la camilla. Le dolía todo el cuerpo, pero podía moverse con naturalidad, lento pero seguro. Tenía los antebrazos llenos de moretones y arañazos lineales que le surcaban indefinidamente, igual que en su cara. Molly se paró enseguida, buscando ayudarlo—. Tengo que salir de aquí, debo continuar con la investigación. ¿Cuándo me darán el alta?

—Ryan, aún estás débil, debes descansar. —dijo Molly, mirándolo preocupada. Él negó con la cabeza.

—No puedo perder tiempo. Tu hijo, el hijo del señor Matthews, incluso mi hermana, todos dependen de mí. He encontrado algo, Molly, y tengo que actuar.

Ella lo miró con cierta ternura. Algo lo había atacado nada más que dos días atrás, y en lugar de pensar en su recuperación, lo único que lo preocupaba era el hecho de encontrar a Jake y Hosea, además de su propia hermana. Tomaba el peso de las vidas inocentes de aquellos niños y lo cargaba sobre sus hombros como si fueran suyos, era digno de admiración y respeto.

—Debemos mantenerlo en observación durante al menos veinticuatro horas más, señor Foster. No sabemos si lo ha atacado un animal, o si los antibióticos han dado su resultado. No ha hecho fiebre, eso es muy buena señal, pero son políticas del centro de salud —dijo el médico, en tono condescendiente.

—Veinticuatro horas es demasiado tiempo, doctor. Trate de que sean doce —insistió—. ¿Puedo hablar con Molly en privado?

—Claro, llámeme si necesita algo. Tiene un timbre junto a la cabecera de la camilla, púlselo y una enfermera vendrá enseguida.

—Gracias —asintió. Ryan esperó a que el médico saliera de la habitación, cerrando la puerta tras de sí, y entonces miró a la mujer a su lado—. Había algo más.

—¿Qué?

—El tronco de la Sylva Americana estaba tallado, por todos lados. Tenía un montón de símbolos, he grabado un video de ello. ¿Has guardado mi celular?

—Sí, los médicos lo hicieron cuando te quitaron la ropa, está allí —dijo, señalando hacia un armario de puerta corrediza, destinado para las prendas de los pacientes.

—Dámelo, por favor. Te mostraré.

Molly se puso de pie, caminó hasta el armario, lo abrió y rebuscó entre el pantalón de Ryan hasta encontrar el teléfono. Luego volvió con él rápidamente, y se lo extendió en las manos. Tenía diecisiete por ciento de batería, pero sería más que suficiente para mostrarle.

—¿Estás seguro que viste lo que viste? —preguntó ella, acomodándose un mechón de cabello detrás del oído. Él la miró con aire cansino.

—¿Tú también vas a dudar de mí? ¿Crees que estoy loco, igual que lo cree el médico?

—No, claro que no.

—Escúchame, Molly. Ha pasado algo muy extraño que no sé explicar, pero algo, o alguien con una fuerza sobrehumana me atacó, me levantó varios metros hasta la copa de los árboles y luego me dejó caer esperando que me rompiera la cabeza. No estaría bromeando con algo así —dijo, de forma determinante. Comenzó a buscar luego el vídeo en su galería de imágenes, de forma apresurada, y cuando encontró el archivo, lo abrió y le extendió el teléfono en las manos—. Mira eso, dime que ves.

Observó toda la filmación de forma atenta, pausando en algunos frames donde los símbolos se veían con perfecta claridad, debido al flash de la cámara.

—Sí, son símbolos. Pero no parecen actuales, tampoco parecen de brujería.

—No me digas que crees en esas cosas —dijo Ryan, incrédulo.

—Claro que lo creo. Nunca hay que dudar de algo solo porque no se tengan pruebas. ¿Crees en Dios?

—No. Él no me ha dado nada, tampoco me ha devuelto a mi hermana. Cuando la encuentre, puedes hacerme la pregunta otra vez, si quieres.

Molly negó con la cabeza, bajando la mirada.

—Estás dolido, Ryan, y lo entiendo. Yo soy católica, y hay veces que uno no puede explicar ciertas cosas, pero están ahí. Mira esto, mira lo que te pasó. Estos tallados no son los típicos de enamorados, tampoco son de brujería porque no veo ningún pentagrama o cosas así.

—Bueno, ¿qué sugieres, entonces? —preguntó él, encogiéndose de hombros. Ella leyó en su rostro y vio que no le estaba creyendo un carajo, pero al menos la estaba escuchando, algo era algo. Decidió entonces tomar el toro por los cuernos.

—Supongo que debe ser indígena, o tribal. Y antes de que te burles de mi teoría —respondió, al ver como se sonreía—, dime una cosa. ¿Puedes explicar el ataque? Porque estamos de acuerdo que según tú, eso no era un animal, sea lo que sea que hayas visto.

—No.

—Entonces toma esto que te digo como una teoría más, loca o sin sentido, pero hazlo. A cuarenta y ocho kilómetros de aquí hay una reserva indígena de los Arapahoes. Ellos pudieron haber hecho esto, o incluso sepan de que se trata.

Ryan dio un suspiro, y asintió con la cabeza.

—De acuerdo —consintió—. Dime algo, Molly. ¿Alguna vez habías visto esto? —preguntó, sacudiendo el teléfono en su mano vendada—. Árboles marcados en el bosque.

—No, nunca. Tampoco nos metemos tan adentro, así que no sabría decirte.

—Bien, debo salir de aquí. Cuando lo haga, intentaré buscar el significado de estos símbolos. Si están allí y no en otro árbol, es por algo, y es obvio que está relacionado con las desapariciones. Voy a encontrar el fundamento de todo esto aunque sea lo último que haga —dijo, con rabia determinante. Ella entonces asintió con la cabeza, y luego le apoyó una mano en el antebrazo.

—Primero debes mejorarte. No puedes hacer nada si estás así.

Él giró la cabeza, y la miró directamente, esbozando una sonrisa afable y cálida. Movió el antebrazo, la mano de Molly se apoyó en el colchón, y a su vez él la cubrió con la suya, en un gesto que la tomó por sorpresa, pero que tampoco le disgustó en lo más mínimo.

—Gracias por cuidarme y traerme aquí —susurró. 

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