6

Durante los tres días siguientes, Ryan y Molly se iban alternando en la vigilancia hacia Jake. Cuando uno estaba en la casa durmiendo, el otro estaba en el centro médico haciendo su respectiva guardia, y así sucesivamente. El doctor Reynolds les había dicho que no tardarían en darle el alta, ya que físicamente estaba en condiciones más que favorables, y que los propios psiquiatras infantiles podrían hacer el seguimiento del niño desde la comodidad de su domicilio, en un entorno familiar y seguro, a lo cual Molly estaba muy agradecida.

Durante ese tiempo, Charles no se presentó en el centro médico ni siquiera solo una vez, aunque tuvo algunos intentos de acercamiento llamando por teléfono a Molly. Según ella, a juzgar por su tono de voz era muy probable que todavía no estuviese en conocimiento de la orden de restricción que había puesto en su contra, pero no tardaría en enterarse, y aquello la ponía muy nerviosa. Aunque de momento, prefería llevar la fiesta en paz. Cada vez que él la llamaba para preguntarle como estaba Jake, se limitaba a contestar lo mínimo y necesario, y en cuanto la charla comenzaba a derivar en torno a ellos dos, prefería decirle que hablarían de eso en otro momento, y así lo iba manejando.

Finalmente, a la tarde del cuarto día, el niño fue dado de alta. Los tres volvieron a la casa de Molly bajo el amparo de un día nublado y ventoso, pero con temperatura agradable, y para Jake, sentir de nuevo que estaba en su dormitorio era algo que levantó mucho su ánimo, a tal punto de que se mostraba mucho más alegre que antes, a pesar de que continuaba sin emitir una sola palabra. Ryan trasladó sus cosas personales desde el cuarto del niño hasta la sala de estar, donde Molly le acondicionó el único sofá que tenía con algunas mantas y una almohada, para que pudiera dormir. A la noche cenaron una sopa de hongos y verduras, y luego de cerciorarse de que Jake ya estaba durmiendo plácidamente, Ryan se sentó en la escalerita de acceso al porche, a contemplar con detalle los dibujos que había hecho el niño durante su estadía en el hospital. Estaba tan concentrado que ni siquiera notó que Molly se acercó a él, por detrás. Venía con una lata de cerveza en cada mano, escarchada por fuera, y no la había oído porque estaba descalza, tan solo vestida con un pantalón estilo pijama y una camiseta larga de los Hooligans.

—No creí que aún quedaran —bromeó él, aceptando la lata. Dejó los dibujos a un lado, y la abrió con un chasquido, mientras Molly se sentaba junto a él.

—Estos últimos días apenas hemos estado en casa. Queda más de medio pack.

—Eso es excelente —acercó su lata a la de ella y la miró con una sonrisa—. Por Jake y su regreso.

—Por Jake y su regreso —consintió, chocando levemente con la suya. Ambos dieron un largo trago y entonces ella le señaló los dibujos, en cuanto él volvió a tomarlos—. ¿Qué estás buscando?

—Un indicio, cual sea, que me indique si Hosea Matthews sigue vivo.

—¿Y crees que puedas encontrarlo?

—No lo sé —respondió Ryan, con un resoplido—. Son dibujos muy dispares, lleno de rayas negras y trazos bruscos, eso implica una emoción de angustia muy fuerte en el niño. Pero no veo nada que haga referencia a algún cadáver conocido.

—Ya... —murmuró ella, y no dijo nada más. Ryan la miró de reojo, el cabello cobrizo anudado en una media coleta tras la nuca, y su expresión de incertidumbre constante, pintada en el rostro.

—¿Estás bien, Molly? —decidió preguntar. Ella asintió con la cabeza, sonriendo.

—Sí, lo estoy. Siempre es bueno volver a casa.

—Imagino que sí.

Ella lo observó, a su vez. Sus ojos azules recorrieron el perfil de la barba y también la atención con la que miraba los dibujos.

—¿Extrañas tu hogar? —preguntó, de repente. Él apartó las láminas a un lado, y miró hacia adelante.

—No lo sé. En parte sí, por las cosas típicas. Mi ducha, mi cama, mi computadora... —Al escuchar aquello, Molly abrió grandes los ojos y entonces se puso de pie con rapidez.

—¡Mierda, como pude olvidarlo! —Se dirigió hacia la casa y volvió a salir al poco instante con una caja de cartón en sus manos, de aspecto rectangular y no demasiado gruesa, a nombre de Ryan. —Hablando de computadora...

Ryan la tomó en sus manos, abrió el empaque, y dentro vio una notebook Lenovo junto con su cargador y un modem portátil de internet. El sello del FBI estaba debajo del aparato, encima del compartimento de la batería.

—¿Cuándo llegó?

—Cuando estaba haciendo mi vigilia en el bosque, esperándote. Lizzy, la vecina de aquí junto, recibió el paquete por mí y luego me lo dio cuando una noche vine a ducharme. Lo había olvidado por completo, con todo esto de lo de Jake...

—No te preocupes, mejor tarde que nunca —bromeó él. Volvió a cerrar la caja y dejándola a un lado, tomó su lata de cerveza a medio beber, junto con los dibujos del niño—. Como te decía, extraño cosas comunes, pero al mismo tiempo me gusta estar aquí. Manhattan es una ciudad muy ruidosa y bullente. Grelendale es un buen sitio, si no fuera por el contexto en el que estamos.

—Sí, aquí siempre ha sido un lugar acogedor. Pero eso es tiempo pasado... —consintió, con una sonrisa.

—¿Sabes? Hay algo que siempre te he querido preguntar.

—Dime —respondió, mirándolo con fijeza.

—¿Por qué estás vendiendo tu casa? ¿Adonde tienes pensado ir, si la venta se concretase?

Molly dio un nuevo trago de su bebida, y suspiró.

—Estoy sola, Ryan, por eso la vendo. No puedo trabajar en nada que no sea de medio tiempo porque Jake me necesita, y siento que estoy estancándome. Él va a crecer, y asumo que va a querer buscar una carrera, ir a la universidad, que sé yo... ¿Qué futuro puede ofrecerle un lugar como Grelendale? Una localidad llena de viejos pescadores donde nació su abuela y su madre. Quiero algo mejor para él, y para mí, porque me cansé de vivir como una pueblerina.

—Lo comprendo.

—¿Sabías que tengo un diploma en peluquería y estilismo?

Ryan la miró con asombro.

—¿En serio?

—En serio.

—Vaya, ¿y alguna vez ejerciste la carrera?

—¿Aquí? ¿Te parece? Es mas que obvio que los mercaderes de cangrejos no están deseosos de tener un corte de cabello a la ultima moda —bromeo ella—. Pero me gustaría poder ir a otro sitio, y con el tiempo, abrir mi propia peluquería. Poder decorarla a mi gusto, aplicar tintes, contratar chicas que hagan manicura y pedicura... chismear con mis clientas acerca de hombres guapos.

—Creo que estás excediéndote, Molly Anderson —opinó Ryan, en tono serio y con evidente sobreactuación.

—Claro, como si ustedes los del FBI no cotorreasen acerca del escote de la secretaria. Hazme el favor, Ryan Foster, y cállate la boca.

—Bueno, no sé mis compañeros, pero yo no lo hago. Así que no sé de qué me estás hablando.

—¿Y por que tú no lo hagas, no significa que yo no pueda hacerlo con mis futuras clientas ficticias? Vaya justificación más tonta para celarme, la verdad —bromeó ella, dando un resoplido de ofensa.

—Ah, touché —respondió, asintiendo con la cabeza. Entonces adoptó una postura más seria, hablando con normalidad—. Estoy seguro que vas a poder cumplir con tu sueño, Molly. Realmente lo merecen, ambos.

—Ojalá —sonrió ella, mirando al cielo nocturno con airé soñador—. Cuando eso pase, prometo que tendrás tu corte de cabello a mitad de precio, siempre y cuando vengas a mí.

—De eso nada, o me cobras como a cualquier cliente más o entonces no me verás ni en pintura. Será tu trabajo y tu sustento, no puedes hacer favoritismos con nadie, es lo que corresponde.

—Está bien... —murmuró ella, resignada. Lo vio posar sus ojos de nuevo en los dibujos de su hijo, y entonces decidió preguntar: —¿Qué planeas hacer para detener a esa cosa? En el caso de que Hosea no esté con vida, Dios no lo permita.

—Cuando hablé con el cacique, le pregunté si Nawathenna podía cruzar a este lado por cualquier sitio y de cualquier manera, y me explicó que no funciona de esa forma. La entidad solo puede traspasar por medio de lugares muy específicos, y uno de ellos es la Sylva Americana ubicada en el centro del bosque. Le pregunté si conocía donde habían otros puntos de acceso, y me dijo que al menos aquí, en Grelendale, no los hay.

—Entonces tu idea es quitar el árbol, ¿no? Sin árbol, no hay forma de que siga asolando la localidad —convino ella. Ryan asintió.

—Exacto. De todas maneras puede continuar utilizando la propia naturaleza como una influencia, pero será lo mínimo, quizá solo para enviarles cuervos a los pescadores —respondió, esbozando una ligera sonrisa irónica al recordar su propio episodio—. Así que si no puedo encontrar a Hosea, voy a quemar el puto árbol de pies a cabeza.

Molly lo miró con los ojos muy abiertos.

—¿Y si se incendia todo el bosque? Son cientos de hectáreas de vegetación, es un riesgo muy grande. ¿Por qué mejor no lo cortamos y ya?

—¿Crees que esa cosa va a permitirlo? —preguntó Ryan, negando con la cabeza. —Yo lo vi, Molly. En cuanto estaba allí, en ese valle horrendo repleto de cuerpos por doquier, atraje a la criatura dándole golpes al árbol con un viejo hueso. Estaba lejos, y aún en la distancia, pareció sentir el ataque como si le hubiera golpeado a él directamente. ¿Qué crees que va a pasar si voy allí con un hacha y comienzo a derribarlo? Va a cruzar a este lado en un tris tras, y nos va a destrozar así como masacró a los cuatro indígenas que me acompañaron. Hay que hacerlo rápido, no darle tiempo a reacción, y una tala puede llevar mucho tiempo. Además, la Sylva Americana está en medio de un claro en el bosque, no tiene árboles cerca. Si lo hacemos en un día sin viento, es muy probable que el fuego no se propague a otros sitios.

Molly dio un suspiro, y asintió.

—Vaya locura...

—Lo sé, es una demencia, pero no podemos hacer otra cosa. ¿Cuánto tiempo tardarás en vender la casa e irte de aquí? ¿Un año? ¿Cinco? No puedes vivir acechada por esa cosa. Ni tú, ni nadie en Grelendale.

—Yo lo único que quiero es que no corras más riesgos, Ryan. Apenas pudiste salir de allí con vida, e incluso salvar a Jake ha sido un milagro —dijo ella, mirándolo con pena—. Te estás exponiendo demasiado.

—Es mi trabajo, no tengo opción, y aún queda un niño por rescatar.

Molly asintió con la cabeza, se miró sus propias manos sosteniendo la lata de cerveza a medio beber, como si estuviera analizando sus pensamientos, qué convenía decir y qué no. Finalmente, levantó sus ojos hacia él, otra vez.

—Quiero agradecerte por algo.

—Si se trata de Jake, no tienes que...

Pero ella lo interrumpió.

—No, no es sobre Jake, es sobre mí. Quería agradecerte por protegerme de Charles, pidiendo la orden de restricción en ambos. Y tienes toda la razón del mundo cuando dijiste que me dejé cegar por falsas ilusiones de la familia que nunca fuimos, solo estaba en un momento de emociones muy bajas y creo que él supo aprovechar eso.

—No tienes nada que agradecerme, Molly. Creo que cualquier persona hubiese hecho lo mismo en mi lugar, más aún siendo agente de la ley —respondió, asintiendo con la cabeza.

—Sin embargo, me alegra que hayas sido tú —sonrió, nerviosa, y entonces se encogió de hombros—. Todo lo que ha pasado con mi hijo ha sido una tragedia, al igual que lo de Hosea, no lo voy a negar. Pero quizá haya algo bueno en todo esto, por ínfimo que sea.

—Las cosas buenas siempre tienen algo malo, y viceversa. Es el ying y el yang de la vida.

—A veces me siento culpable, por pensar en que gracias a esto pude conocerte y a la vez quitarme un grandísimo problema de encima, como lo es Charles —dio un par de tragos de su cerveza, y entonces negó con la cabeza—. No le caes bien, me lo dijo en el centro médico, cuando te fuiste a la reserva.

—Dime algo que no sepa —bromeó Ryan, encogiéndose de hombros.

—Se siente rivalizado por ti, como si yo fuera un trofeo o alguna mierda de esas. Por eso se aseguró de que escucharas su propuesta de reconciliación, quería verte jodido.

Él asintió, al mismo tiempo que sonreía de forma cómplice.

—Y le ha salido muy bien.

—Lo sé, aunque me jodió más a mí que a ti. Cuando lo confesó, le dije que no había ninguna necesidad de hacer eso contigo —respondió.

Molly se sumió en un profundo silencio, sin dejar de mirarse las manos. Dio un nuevo trago de cerveza, como queriendo ahogar el nudo que comenzaba a formarse en su garganta. No sabía si el alcohol comenzaba a anestesiarle las emociones, desinhibiéndola, pero quería decirle muchas cosas. Quería decirle, por ejemplo, que ni Charles ni nadie podría competir contra él. También quería ser libre de expresar cuanto lo quería, que tras años de soledad era la única persona que había despertado emociones fuertísimas en ella. Pero a fin de cuentas no dijo nada, porque sabía la horrible verdad: aquello no era más que una tontería ilusa, porque la investigación acabaría en algún momento, así como aquella noche daría paso al día siguiente, y Ryan se marcharía como cabría esperar de alguien con su profesión.

—Molly, ¿estás bien? —preguntó él, sacándola de sus pensamientos. Ella parpadeó un par de veces, y lo miró con una sonrisa.

—Sí, creo que me iré a dormir, ya es un poco tarde —respondió, poniéndose de pie.

—Yo me quedaré un rato más, la noche está buena —levantó la cabeza, y le sonrió, al mismo tiempo que dejaba la lata de cerveza a un lado—. Que duermas bien.

—Igual tú, Ryan.

Al pasar por su lado, ella le apoyó una mano en el hombro y él a su vez se la acarició con rapidez, mientras volvía a tomar los dibujos con su mano libre. Molly ingresó a la casa, apagando las luces tras de sí a medida que se dirigía a su habitación, y una vez a solas, Ryan hojeó los dibujos con parsimonia. Estaba un poco desconcentrado, no iba a negarlo. Habían sido días difíciles, con las emociones a flor de piel tanto para Molly como para él. Su mente no pudo evitar derivarse hacia su hermana, y la forma en la que había muerto. Resopló, mirando hacia arriba, al cielo negro y estrellado de aquella noche clara. Era injusto, se dijo. Tantos años de búsqueda y no poder ni siquiera darle cristiana sepultura, o aunque sea arrojar sus cenizas a un sitio bello para que descansara en paz, era inadmisible.

Cenizas, se repitió. A cenizas dejaría reducido ese puto árbol, y a la propia entidad si pudiese, con tal de erradicar ese mal para siempre.

Dando un último trago a su cerveza, vio como había ignorado un detalle bastante peculiar: Jake había hecho al menos quince dibujos durante aquellos tres días en el centro médico, y todos eran casi iguales. Llanura negra, manchas rojas en el suelo, las cuales Ryan asumía que serían los cadáveres desperdigados por doquier. Solo en dos de ellos había una representación de la entidad, dibujada con grotescas líneas grises muy altas, elevándose en el suelo como si un muñequito de cerillos estuviera caminando a sus anchas. Pero había otros dos dibujos donde el panorama era igual, a excepción de que la criatura no estaba representada. En su lugar había un árbol, hecho solo en tres líneas, una gruesa central y dos más a cada lado como una Y, rodeado por un círculo rojo. Su mente asoció aquello al clásico indicador rojo en las fotos para mostrar algo evidentemente importante, y el árbol era una pieza vital en todo aquello.

Pero también había otro detalle. ¿Y si aquello era un símbolo? Se preguntó. Había una de las líneas laterales que siempre era más larga que la otra en ambos dibujos, y aquello no podía ser una casualidad. Se puso de pie, entrando de nuevo hacia la casa para buscar su teléfono celular. Al volver al patio, buscó el video que había tomado de la Sylva Americana, rodeando su tronco la primera vez que halló el árbol, y prestando atención pudo ver una concordancia. Retrocedió un par de segundos y comparó la imagen de su teléfono con los dibujos del niño. Definitivamente había confeccionado un símbolo, que coincidía con uno de los tantos tallados en la madera de aquel tronco.

Con un escalofrío recorriéndole el cuerpo, tomó el paquete con la computadora portátil, abrió la caja con rapidez y encendió el aparato, conectándole el modem de internet inalámbrico. Abrió un navegador y comenzó a teclear buscando símbolos indígenas en la red, buscando un patrón concordante con las imágenes en su teléfono y también los dibujos de Jake. Hasta que por fin, tras cuarenta minutos de búsqueda exhaustiva, pudo hallar lo que buscaba.

Aquel símbolo se llamaba "Nesus", y en el idioma arapahoe representaba al fuego.

—Gracias Jake, bien hecho —murmuró, con una amplia sonrisa pintada en el rostro, al saber que iba por buen camino. Su intuición estaba confirmada, entonces. Debía quemar ese bendito árbol como fuese posible, y entonces, Nawathenna ya no podría salir por allí.

Guardó la imagen con el símbolo, a la vez que su significado, y apagó la computadora, volviendo a meterla en su empaque. Recogió los dibujos, su lata de cerveza vacía, y con todo bajo el brazo volvió de nuevo a la casa, cerrando la puerta tras de sí. Todo se hallaba en el más absoluto silencio, a fin de cuentas, eran casi la una de la madrugada, y al pasar rumbo al baño para cepillarse los dientes antes de acostarse a dormir, miró hacia la habitación de Molly. La puerta estaba entreabierta, quizá por si Jake tenía una pesadilla o algo similar, podría escucharlo y despertarse con rapidez. Sin embargo, se acercó intentando no hacer ruido, y la observó dormir plácidamente con una sonrisa afable. La ventana de su dormitorio estaba abierta, aunque con las cortinas echadas, y estaba un tanto destapada, por lo que empujó la puerta con suavidad y se acercó a su cama. El vestido rosa que usaba para dormir no la cubría lo suficiente, Molly dormía de lado, con el cabello cayendo tras su espalda y las mantas cubriendo solo hasta poco menos de la mitad de sus pechos, así que tomó las cobijas por el borde y la arropó hasta el cuello, para que no cogiese frío. La observó un instante, se inclinó para darle un beso en la mejilla, y salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí.

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