4
En cuanto llegaron, Ryan puso manos a la obra en ayudar a Molly a bajar todo de la camioneta, cargando con las bolsas de las compras mientras que ella guardaba todo en su respectivo lugar. Le parecía mentira tener el refrigerador repleto de comida y bebidas, incluso las alacenas con café, postres instantáneos, azúcar, sal y cereales varios. De hecho, no podía recordar cuando había sido la última vez que podía disfrutar de las despensas repletas, y una parte de sí misma sintió una angustia increíble al recordar aquello. Más que nada porque le hubiese encantado que su niño estuviera allí, para verlo.
Cerca de las nueve de la noche, Ryan preparó la carne mientras que Molly cortaba patatas para asar como acompañamiento, y para las once y media, ya habían terminado de cenar. Luego de ayudarla a recoger los platos y lavar todo, decidieron permanecer en una agradable sobremesa, ya que la noche se hallaba serena y fresca. Molly sacó dos sillas plegables hasta el porche, mientras que él tomó del refrigerador dos latas de cerveza del pack que había comprado. Una vez allí, ambos se sentaron uno junto al otro, a contemplar el cielo estrellado y las luces de las farolas en la calle.
—¿Quieres? —preguntó, ofreciéndole una de las latas escarchadas. Ella asintió.
—Gracias.
—Bébela despacio, es bastante potente.
Abrieron sus latas con un chasquido, acercándolas para brindar con suavidad.
—Por ti y por Jake, que aparezca pronto —dijo Ryan.
—Por tu compañía, y por Jake —respondió ella. Ambos bebieron un trago, el de Ryan más profundo y largo que el de ella, la cual dio un resoplido mirando la lata—. Vaya, tenías razón. Doce grados de alcohol, caeré redonda.
—Si no te gusta, déjala. Yo me la beberé después.
—¿Y dejar que una buena cerveza se caliente? Ni hablar. Además, me agrada —Dio un nuevo trago, y entonces cruzó las piernas, al mismo tiempo que miraba hacia adelante—. ¿Sabes? Hace tanto tiempo que me acostumbré a estar sola, que ni siquiera sé como empezar una buena conversación. Soy una tonta de manual.
Ryan la miró, con su suéter de paño y las mangas recogidas a la altura de los codos, el pantalón de franela beige y sus zapatillas de suela fina, floreadas. Siendo la más sencilla del mundo pero al mismo tiempo con una complejidad absoluta. Había algo magnético en ella que no lograba comprender, pero que le generaba una comodidad inusual en alguien como él. Decidió que podría decírselo, no habría riesgo de momento.
—Bueno, si te consuela de algo, hace mucho que tampoco me sentía tan cómodo en compañía de una mujer. Así que aquí estamos, dos tontos perdidos bebiendo una cerveza a medianoche —bromeó.
—¿Puedo preguntarte algo?
—Adelante.
—¿Qué es lo más perturbador que te ha tocado vivir como agente del FBI? —Ryan la miró extrañado y ella se encogió de hombros, regalándole una ancha sonrisa. —No me mires así, es algo que siempre quise preguntarle a un agente, y ahora que tengo la oportunidad de ser amiga de uno, no quiero desaprovechar la ocasión.
—Bueno —dijo él, exhalando un hondo suspiro—, he visto muchos casos desconcertantes a lo largo de mi carrera, pero hay uno en particular que dejó una impresión imborrable en mi mente.
—Cuéntame, soy toda oídos.
—Había estado investigando acerca de una joven estudiante universitaria, Sarah Grimslaine, que había desaparecido misteriosamente en un pueblo rural bastante pequeño. Después de semanas de búsqueda intensiva y bastantes entrevistas, no podíamos encontrar ninguna pista sólida sobre su paradero —Ryan hizo una pausa para tomar un sorbo de cerveza, como si quisiera infundirse coraje, y continuó—. Un día, mientras revisaba una serie de imágenes de cámaras de seguridad en los alrededores del campus, encontré algo que me congeló. En una de las imágenes, capturada justo la noche en que Sarah desapareció, se veía una figura oscura y borrosa acechando en las cercanías de su residencia estudiantil. Aunque la calidad de la imagen no era la mejor, percibí la presencia casi enseguida, y luego de una corrección de color pude confirmar que allí había algo.
—Dios mío... —murmuró. Molly lo miró interesada. —¿Y luego qué pasó?
—Obviamente me concentré en seguir esta pista, por lo que comencé a rastrear cada rincón del pueblo, revisando pista tras pista, incluso hasta la más tonta. Fue allí cuando descubrí que el director de la universidad había estado implicado en diversas denuncias por acoso.
—¿Y eso qué tenía que ver con la desaparición?
—Era más que acoso. Conseguí una orden de registro para la universidad, y con mi escuadrón pudimos comprobar que los espejos del baño de las chicas eran espejos falsos. No solamente eso, comenzamos a presionarlo y acabó confesándolo todo, este hombre trabajaba para una red de tráfico de personas que operaba en Italia, España y parte de Alemania. Un mes después, pudimos dar con el paradero de Sarah, él mismo la había secuestrado y la había enviado a Roma, con la excusa de una beca de intercambio para su posgrado. Al llegar allí, el proxeneta a cargo la abordó, la retuvo en contra de su voluntad, le quitó el pasaporte y la obligó a servir como trabajadora sexual. Descubrir aquello sacudió a la comunidad local, como podrás imaginar.
—Pobre chica, no me imagino las que debe haber pasado... —dijo ella, consternada.
—Por eso debes creerme cuando digo que no existe algo bueno o algo malo, demonios o lo que se le parezca. La peor maldad es la del ser humano, nada más. Ese hombre la había visto nacer y crecer, se reunía cada domingo con el padre de la chica, y con otros padres más, a jugar póker y compartir una carne asada. Y al mismo tiempo que hacía esto, estaba traficando con sus hijas. Eso es demencial.
Molly dio un nuevo trago de cerveza, y entonces lo miró.
—En cualquier caso, yo te pedí anécdota perturbadora, casi hasta de miedo. Dame algún suceso inexplicable, vamos.
—Una vez tuvimos que allanar un sótano de un perturbado mental, que secuestraba personas a la salida del metro. El sitio estaba repleto de muñecas confeccionadas con la piel de las víctimas. Decenas de ellas, por doquier. Fue horrible.
Ella lo miró boquiabierta, sintiendo como se le erizaba la piel.
—¿En serio? —preguntó, consternada.
—En realidad no, pero sería una buena historia, tal como lo que pedías.
Molly abrió grandes los ojos, sorprendida por la mentira.
—¡No puedo creerlo, eres un maldito! —exclamó, entre risas. —¡Te creí, juro por Dios que por un momento te creí! ¡Mira!
Le mostró su antebrazo con piel de gallina, a lo que Ryan tampoco pudo evitar reírse.
—Eres bastante susceptible, por lo que veo. Lo tendré en cuenta cuando quiera asustarte un rato.
—Y yo que iba a preguntarte como hacías para soportar solo todo eso...
—Es mejor así —dijo Ryan, poniéndose bastante más serio—. He intentado mantener el trabajo fuera de casa pero a veces es imposible, y eso acaba por joderlo todo. Lo que menos quiere tu familia es verte llegar y que no le hables ni a tu esposa ni a tus hijos, porque has visto tanta miseria humana que hasta el apetito se te va.
Dio una serie de tragos largos de cerveza, la cual ya iba casi por la mitad, mientras que ella lo observó de forma curiosa. No sabía como abordar la pregunta pero, ¿Qué más daba? Estaban solos, no tenia nada de malo, se dijo.
—¿Tienes hijos?
—No. He estado en pareja un par de veces, pero nunca he llegado a tanto —aseguró.
—¿Y recuerdas la primera vez que te rompieron el corazón?
Él la miró, y sonrió irónicamente. Casi hasta sorprendido.
—Oh, vaya. ¿Empezamos con los golpes bajos desde el principio?
—Bueno, hay que empezar por algún lado —Molly sonrió a su vez, bebió un trago de cerveza y contó—. Mi primer amor fue en la escuela secundaria. Estaba convencida que éramos el uno para el otro, ya sabes, típico cuento de hadas adolescente. No duró más de un verano, como siempre pasa, y creí que iba a morirme. Chica tonta si las hay.
—Sí, sé como es, yo también pasé por eso —asintió él—. Pero supongo que es normal, ¿No? Crees que se te terminará el mundo, y bla bla bla. Para el siguiente año ni siquiera te acuerdas como era su rostro. Y el mundo sigue girando.
—Sí, exactamente. No podrías haberlo dicho mejor.
—¿Y tú? ¿Cómo fue exactamente el matrimonio con el padre de Jake?
Molly hizo una mueca de desagrado. Bebió unos cuantos tragos más de cerveza, y suspiró, apoyando la lata en su rodilla.
—Mi matrimonio fue como una montaña rusa. Subimos, bajamos, giramos... y al final, me bajé antes de que me mareara demasiado. O terminara muerta, lo que sea que ocurriese primero.
—¿Quieres contarme? Sé algunas cosas, pero a detalle...
—Preferiría que no —dijo ella, de forma tajante—. No hay muchos detalles que pueda brindarte que ya no te haya dicho. ¿Me enamoré de él, en su momento? Sí, claro, como cualquier persona. Luego pasó de ser el mejor tipo del mundo a ser un monstruo con nosotros, pero la noche es demasiado buena para arruinarla hablando de como me golpeaba, o como me sentía yo. Prefiero saber de ti.
—¿Por qué?
Molly lo miró, viendo que Ryan la miraba a su vez de forma casi capciosa. Sus mejillas se enrojecieron, pero en el frescor de la noche, no se notó.
—No lo sé, me pareces alguien misterioso, digno de ser conocido en profundidad —respondió, y luego se rio de forma hilarante. Comenzaba a subírsele la cerveza, y no era para menos. No recordaba la última vez que había bebido y estaba fuera de práctica—. Como te dije, nunca he estado charlando de forma tan cercana con un agente de la ley. ¿Puedes satisfacer mi curiosidad?
Ryan bebió un largo buche de cerveza antes de responder.
—Sí, claro que puedo. ¿Qué quieres que te cuente?
—No lo sé. Háblame de ti, ¿Qué te impulsó a entrar al FBI?
Dio un suspiro, mientras recordaba.
—Bueno, me impulsaba el hecho de querer ayudar a la gente. Mi padre era policía común, hacia turnos de dobles o triples guardias a veces, y casi nunca estaba en casa. Para mi madre, eso fue un agobio, pero para mi fue todo lo contrario —explicó—. Veía a mi padre como un héroe, me lo imaginaba atrapando maleantes y devolviendo la cartera de la viejecita, ¿sabes? Luego con el tiempo, cuando crecí, entré en la academia y estuve metido en la carrera a fondo, entonces me di cuenta que no era como parecía. Muchas veces la burocracia jodía las cosas, o la corrupción era tanta que se volvía insostenible de combatir, incluso desde adentro del cuerpo federal.
—Y eso te desmoralizó, ¿no?
—En parte sí, pero luego comprendí que así es el mundo, una gran bola azul repleto de personas de mierda, que flotará por el cosmos hasta el fin de los tiempos. Y por más que me joda, no puedo hacer nada para evitarlo.
—Pero creo que aún así, estás haciendo mucho —aseguró ella. Dio un largo trago de cerveza, contuvo un eructo y entonces se sonrió, dejando la lata casi vacía en el suelo—. No te corrompes, o al menos, no me pareces un tipo corruptible. Y eso ya es hacer la diferencia. Apuesto a que tus hijos estarían orgullosos de ti. ¿Tienes?
—No, lo cierto es que no. Y además ya me lo has preguntado.
Molly entonces se cubrió la boca con una mano, para reírse, y negó con la cabeza.
—Cierto, no es mi culpa, es la cerveza —Entonces se puso un poco más seria, para mirarlo—. Pero te gustaría tenerlos...
—Sí, por supuesto, pero no lo haré —aseguró él. Ella lo observó de forma interrogante.
—¿Por qué?
—Mi profesión es un peligro enorme, tanto para mí mismo como para una posible familia que tenga, así que solo tengo dos opciones. O soy un agente del FBI, o me busco otra carrera lejos de la delincuencia y los asesinos, para ser un tipo común. Pero sí, la verdad es que me gustaría ver niños crecer, casarme y todo eso.
—Y me imagino que alguna vez te habrás enamorado —Ryan no respondió, en su lugar apuró lo que quedaba de su lata de cerveza, la estrujó en su mano y se puso de pie, para ir hacia adentro de la casa. Ella lo miró sin comprender—. ¿Te vas?
—Voy a buscar otra —dijo, mostrándole la lata arrugada—. Esto es un tema para hablar con otra cerveza.
—¿Me traes una más a mi también?
Él la miró con una sonrisa picaresca.
—Si la resistes...
—Claro que lo haré, ¿por quien me tomas? —preguntó, simulando ofensa.
Ryan negó con la cabeza, sonriendo afable, y caminó hacia la cocina. Volvió al instante con dos latas escarchadas por fuera, ofreciéndole una a Molly. Volvió a tomar asiento en la reposera, la abrió y dio un buen trago.
—Me he enamorado, sí. Una vez —dijo.
—¿Y qué pasó?
Molly se dio cuenta que Ryan tardaba en responder, como si analizara sus propios pensamientos antes de hablar, o como si estuviera luchando con algo internamente. Entonces se percató que hablar de ello aún representaba un trago semiamargo para él, y una parte de sí misma se lamentó por haber tocado el tema. Si tan solo no hubiera bebido tan rápido... pensó.
—Al final no funcionó —respondió él—. Por más que uno intente mantener el trabajo fuera de la vida personal, lo cierto es que al final ambas cosas acaban mezclándose más tarde o más temprano, y esa mierda nunca sale bien. Creo que eso fue lo que lo jodió todo.
—¿Hace cuánto fue que pasó esto?
—Cuatro años. Lo último que supe de ella fue que había formado una familia con un bibliotecario, tenía dos hijos y vivía en Huston. Me alegro por eso, se lo merece.
Sobrevino un largo silencio entre ambos. Molly estudió su perfil, sereno pero pensativo, mirando hacia el firmamento con la cabeza recostada al respaldo de la reposera. Su mano izquierda sostenía la lata de cerveza, mientras que la otra, la derecha, caía floja por encima del pasamanos. Con timidez, acercó la suya hasta tomársela. Creyó que se enojaría o algo así, pero en su lugar ni siquiera se movió.
—Lo siento mucho —murmuró. Fue allí cuando él se volteó a verla, y para su sorpresa, le sujetó la mano con más firmeza.
—Gracias, Molly.
Y así permanecieron, amparados bajo el silencio de la noche, sin charlar en nada más.
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