3
Al día siguiente, Ryan se despertó mucho más tarde de lo que le hubiera gustado.
No escuchó las alarmas, ni tampoco fue una buena noche de sueño. De hecho, también tuvo sueños bastante extraños. No sabía si fue por la sugestión de todo lo ocurrido, o porque se había acostado a escuchar las notas de voz en su grabadora hasta caer rendido, pero también había visto el valle oscuro. En su sueño, Ryan corría sin descanso por aquel páramo, aún sabiendo que no iría a ningún lugar porque no había sitio adonde ir. Frente a él, las hectáreas infinitas de campo árido, muerto, repleto de cadáveres antiguos y viejos. Y a su espalda, la misma oleada de pájaros que había revoloteado alrededor de la casa de los Matthews, piando y en vuelo rasante, intentando picotearle la espalda, la nuca y los ojos.
Cuando abrió los ojos eran las nueve de la mañana pasadas, y sintió que no había descansado ni siquiera veinte minutos, por lo que se estiró cuan ancha era la cama y luchó contra su fuero interno por no continuar durmiendo, por lo que aún bastante somnoliento, se irguió sentándose en el borde de la misma, para ponerse sus pantalones, su camiseta y sus zapatillas deportivas. Luego de ello, caminó hasta el baño para mojarse un poco la cara y el cabello, y una vez más despierto, volvió de nuevo a la habitación, para chequear su teléfono celular.
Tenia siete llamadas de un número desconocido, y un mensaje de Molly. Alarmado, ignoró las llamadas pero abrió directamente el mensaje, leyendo con asombro:
"Hosea desapareció! Todos están como locos, ven cuanto antes, por favor".
No podía ser posible, pensó. Había charlado con él, parecía asustado, sí, pero no podía haber desaparecido.
Con rapidez, metió su teléfono celular al bolsillo de su pantalón, comprobó que el arma estuviera cargada y anudándose su soporte a la cintura, tomó su chaqueta, las llaves de la Cherokee y salió de la habitación, vistiéndosela a medida que caminaba a paso rápido, casi trotando, por el pasillo. Mientras avanzaba a la salida, se cruzó frente a frente con Walter Marston, el posadero, quien avanzaba con un manojo de ropa húmeda para colgar en el patio trasero.
—¡Ah, señor Foster! Lo buscaron esta mañana, parece que ha desaparecido otro chico, una situación terrible... —Le dijo. Ryan asintió, sin detenerse.
—Lo sé, voy para allá, gracias —respondió, al vuelo.
Salió del establecimiento y subió a la camioneta, metiendo la llave en el contacto y encendiendo el motor con rapidez. Ni siquiera esperó a que las revoluciones entibiaran el motor, puso primera directamente y girando en U, enfiló el camino hacia la casa de los Matthews. Podía haber ido caminando, ya que no estaba lejos, pero no quería perder ni un segundo extra en hallar respuestas, de modo que aceleró a un buen ritmo y en menos de cinco minutos ya estaba estacionado frente a la esquina de la casa.
En cuanto llegó, sabia que la situación estaba jodida por la escena que podía apreciar, sin contar que casi todos los transeúntes y vecinos que estaban afuera de la casa se voltearon a verlo. Entre ellos estaba Molly, intentando consolar al padre del chico, quien estaba sentado en una silla, junto al porche, sujetándose el rostro con las manos. Al verlo llegar, ella se irguió de su lado, le palmeó los hombros en gesto fraterno y caminó hacia Ryan.
—¿Qué pasó? —preguntó de forma confusa, mientras alternaba miradas entre ella y los vecinos que no le apartaban la mirada de encima.
—Hosea ha desaparecido de su habitación. Arnie lo acostó anoche, esta mañana fue a despertarlo y vio su cama vacía. Está muy alterado, como es lógico —explicó ella.
—Ah, mierda... —murmuró, avanzó hacia adelante y se detuvo en la entrada del patio, girando hacia los vecinos que miraban la escena. —¡Muy bien señores, necesitamos espacio a partir de ahora! Vuelvan a sus casas, ya no hay nada que mirar, yo me ocupo. Vamos, andando.
Poco a poco, la muchedumbre comenzó a dispersarse hasta que por fin quedaron los tres solos: Ryan, Molly y el padre del niño, quien sollozaba en silencio.
—Arnie, cuéntale a Ryan lo que me contaste a mí, por favor —pidió ella. El hombre levantó la mirada hacia Ryan, con los ojos enrojecidos de tanto llorar.
—No escuché nada, no vi nada raro. Solo desapareció, sin más —balbuceó—. El nos dijo lo que le pasaría, y yo no le creí. ¡Ninguno de los dos le creyó! —exclamó, con dolor.
—Cálmese, señor Matthews. Lo entiendo, créame que lo entiendo, pero ahora debe tener la mente en claro y pensar con calma. ¿Vio algo raro esta mañana? ¿A alguien, quizá? Cualquier cosa, por mínima que sea, puede ayudar.
—No, no había nadie. Entré a su cuarto para despertarlo, porque el desayuno estaba servido y no se había levantado aún, y cuando abrí la puerta solo encontré un estornino muerto, en el suelo... —dijo, ahogando un suspiro de angustia. Molly le palmeó la espalda, sentada a su lado, en silencioso consuelo.
—¿Puedo ir a echar un vistazo? —preguntó Ryan, mirando hacia la puerta abierta de la casa. El hombre asintió con la cabeza, y cuando dio el primer paso para ingresar al living, Molly se levantó de su silla.
—Voy contigo —dijo.
Ambos caminaron atravesando el pasillo, hasta llegar a la última habitación con la puerta abierta. Ryan observó todo con detenimiento, la cama estilo media cucheta, con las sábanas destendidas. Una pequeña mesita de noche a su lado donde un libro reposaba: Los viajes de Gulliver, junto a un vaso con agua. Había poca decoración infantil, tan solo un poster de un juego de video clavado con chinchetas al lateral del ropero. Y efectivamente, en el suelo de madera, un pajarillo muerto. El mismo tipo de pájaro que había visto revolotear en bandada el día anterior. Respiró hondo, aunque no era necesario, el aroma a la Sylva Americana estaba impregnado por toda la casa.
—Otra vez ese olor —murmuró, pensando en voz alta.
—¿Qué? —preguntó ella, mirándolo con fijeza.
—Hay un patrón que se repite, el olor de un árbol. ¿Lo hueles?
—Sí, lo siento.
—Es un factor común en las desapariciones, y no entiendo por qué. Sylva Americana es su nombre indígena, pero se le conoce como roble gris —Ryan ingresó al dormitorio, caminó hasta la ventana y la miró sin tocar nada—. Esta cerrada por dentro, nadie pudo haber salido ni entrado por aquí.
—No se pudo haber desvanecido en el aire, Ryan.
—Claro que no, pero sin embargo, el chico no está. Y tenemos este pájaro —dijo, señalando el suelo— que no tenía forma de entrar si la ventana no estuviese cerrada. Esto es una puta locura.
—Esto es terrible —opinó ella, dando un suspiro hondo después—. Tengo un presentimiento espantoso.
—Y yo —confirmó Ryan. Luego de acercarse a la ventana y revisarla con suma atención, se dirigió hacia el pajarillo en el suelo. Acuclillándose a su lado, miró con atención un detalle en particular. El animal no parecía golpeado o herido con algo, fue como si de repente hubiera aparecido allí, solo para morir de forma pacifica y natural. Sin embargo, había algo más que a simple vista no se notaba, pero que debido a la luz matinal y los rayos que se dejaban entrever por el cristal de la ventana, era perceptible si se observaba en el ángulo correcto. Con la yema del índice toco un lugar del suelo cerca del estornino, y luego se miró el dedo. Molly lo miró sin comprender.
—¿Qué haces?
—¿Puedes hacerme un favor?
—Claro —consintió ella.
—Ve afuera y pídele al señor Matthews que me de harina.
—¿Harina? ¿Qué...?
—Ahora lo vas a ver.
Con intriga, Molly caminó rápidamente hacia afuera de la habitación, mientras Ryan no apartaba la vista del suelo de madera. La escuchó hablar un instante con el hombre, y luego ambos ingresaron a la casa. Momentos después, ella apareció frente a él con un paquete de harina sin abrir.
—Aquí tienes —dijo. Por detrás suya, Ryan pudo ver al padre del niño apoyado el umbral de la puerta, mirando con atención.
—Gracias —respondió, tomando el paquete de harina con las manos. Lo rasgó con los dedos por la línea del abre fácil y entonces comenzó a volcarlo en el suelo a granel, como si estuviera espolvoreando una tarta invisible.
—Oh, Dios mío... —murmuró ella, en cuanto el patrón comenzó a hacerse visible.
Desde el cadáver del pajarito muerto junto a la cama hasta la ventana, había una serie de huellas marcadas en el suelo de madera. Huellas bípedas, con forma de enorme pezuña, que Ryan ya había visto antes en el bosque y que ahora estaban presentes allí, en aquella habitación. Además, también notó que las huellas dejaban una especie de resina oleosa a su paso, porque al tocar la yema de su dedo se dio cuenta que estaba resbaloso.
—Algo macabro está ocurriendo en este lugar, Ryan. Esto es inhumano —balbuceó ella, con el miedo pintándole el tono de voz. Ryan la miró con aprehensión a medida que volvía a ponerse de pie.
—Algo hemos hecho mal para que estemos recibiendo este castigo. ¡Que injusticia, Dios mío! ¿Por qué a los niños? —Se lamentó el padre de Hosea, cubriéndose el rostro con las manos.
—Debemos calmarnos, todos. Esto no es una especie de punición divina, ni nada que se le parezca —dijo Ryan, intentando hacer que mantuviesen la calma. Molly lo miró con el ceño fruncido, al mismo tiempo que señalaba con un gesto de la mano hacia el suelo.
—¿Y cómo explicas esto? —preguntó. —¿Cómo se entiende que las mismas huellas del bosque hayan aparecido aquí, saliendo de un pájaro muerto y rumbo a una ventana cerrada?
—No lo sé, no puedo explicarlo, al menos de momento.
—¿Y por qué siempre está presente el olor de esa planta, según tú?
—Tampoco lo sé, pero será mejor que revise el bosque de nuevo. Siento que ahí debe haber algo que me pasé por alto.
—De acuerdo, voy contigo —consintió ella. Ryan negó con la cabeza.
—Preferiría que no. Quédate aquí, ayuda al señor Matthews por cualquier cosa que necesite. Yo volveré cuanto antes, pero si surge algo más, no tardes en llamarme.
Molly lo vio salir a paso veloz hacia el patio de la propiedad, luego a la calle, subirse a su camioneta y emprender la marcha hacia el mercado más cercano, para comprar víveres y agua antes de retornar al bosque. La mente de Ryan era un torbellino de pensamientos, ideas y situaciones que lejos estaban de una respuesta racional. No entendía como había podido aparecer ese pajarillo, tampoco que significaban esas huellas en el suelo. Nadie podía materializarse así como así desde la más absoluta nada, y además, él no creía en nada de carácter esotérico o divino, tal y como había dicho el padre del niño. Aquello no era un castigo divino ni nada que se le pareciera, aquello era un simple lunático secuestrando menores por algún motivo, y no descansaría hasta encontrarlo.
Sin embargo, su idea de momento era otra. Quería entender por qué siempre aparecía ese olor impregnándolo todo, que relación tenía con el caso, y si estaban usando la Sylva Americana de alguna forma que pudiese funcionar como una droga o sedante, Quizá para secuestrar a las víctimas de forma más facil. Si era así, tendría que buscar algún informe de toxicología en víctimas previas, aunque no había visto nada de eso en el registro forense del señor Weyner. Sentía que comenzaba a meterse de lleno en un bucle sin salida de preguntas inconclusas.
En cuanto llegó a los accesos al bosque dejó la camioneta a un lado del sendero, apagó el motor y bajó de la misma, no sin antes sacar de su guantera una linterna de repuesto, el arma y la bolsa con comida y agua. Permanecería allí toda la noche si era necesario, con tal de espiar a quien sea que estuviese utilizando el bosque como un escondrijo para secuestrar personas. Avanzó por el camino y luego de unos momentos, en cuanto pudo divisar el borde del río delante de su posición, se apartó del sendero para adentrarse en el bosque profundo. Sus profundos ojos azules escudriñaron las huellas encontradas el día anterior y las siguieron. Haría el mismo camino que los niños desaparecidos, cada paso, cada detalle, y allí donde las huellas desaparecían, se dedicó a esperar.
Avanzó hasta que se hubo alejado tanto del camino que dedujo estaría ya a un kilometro o quizá mas, bosque adentro. Sin embargo, encontró algo que le llamó poderosamente la atención, y no fue difícil haber visto aquel árbol por dos cosas fundamentales: la posición del mismo —ubicado en el medio de un claro de bosque—, y el potente olor dulzón que despedía. Al acercarse, sus ojos miraron hacia arriba, donde la frondosa copa de la Sylva Americana que tenía frente a él apenas dejaba entrever algunos rayos de luz.
Rodeó su tronco, lo examinó de punta a punta, incluso hasta acariciándolo con la yema de los dedos. Estaba cubierto casi por completo de tallados en la propia madera, ya viejos debido a la coloración de la corteza cicatrizada. Eran símbolos que nunca había visto, triángulos y espirales, también podía reconocer algunos animales como el águila y la serpiente, e incluso un sol y una luna. Sin embargo, había muchos otros que no los distinguía en lo absoluto, pero podía razonar que eran símbolos espirituales. Había una representación del fuego, también de una llanura o pradera, seguido siempre de un dibujo semejante a una hoz. Rápidamente tomó su teléfono celular del bolsillo interno de su chaqueta, abrió la cámara y grabó un corto video rodeando el tronco, registrando cada uno de los símbolos en él.
Se alejó en cuanto terminó de filmar, debido a la mala sensación que le generaba todo aquello. No entendía porqué, pero el árbol no le generaba ningún tipo de confianza, como si estar bajo sus frondosas ramas supusiera algún tipo de peligro latente y desconocido. No tenía carpa ni sobre de dormir, pero no lo necesitaba. Al refugio de un frondoso pino blanco se sentó en el suelo, sobre la hierba fresca, y apoyando la espalda en el rugoso tronco concentró su atención en escuchar cada sonido, ver cada movimiento a su alrededor, y esperar que algo ocurriese mientras miraba fijamente a la Sylva Americana, frente a él. Si alguien se acercaba al árbol Ryan lo vería, y entonces le daría por fin la captura que se merecía.
*****
Transcurrió todo el día, luego el atardecer y por último, la noche.
Ryan estaba aburrido y entumecido de tanto esperar. Cada una hora daba una vuelta por el lugar, caminando muy despacio y atento a cualquier ruido o detalle, al menos para poder moverse un poco y no estar siempre en el mismo lugar. Con respecto a la comida, hacia rato que ya se la había terminado, y tan solo quedaba media botella de agua, pero sería más que suficiente hasta el siguiente amanecer. No había visto a nadie, ni tampoco había oído nada. Ese era el detalle, no había pájaros, tampoco otros animales, tan solo estaba acompañado por el siseo del viento entre las copas de los árboles, y nada más.
Cerca de las dos y media de la madrugada comenzó a luchar contra el sueño, ya que el aburrimiento, la falta de horas de descanso y lo fresco del bosque comenzaban a hacer estragos en él, pero lo resistía tanto como podía, hasta que por fin lo escuchó. No sabía si era una alucinación propia de estarse quedando dormido, o realmente había sucedido, pero pudo escuchar con claridad como a lo lejos un par de pisadas aplastaron las hojas del suelo. Ryan parpadeó rápidamente para quitarse la pereza, se frotó los ojos y se levantó de su sitio, apoyándose del mismo árbol en el que estaba recostado. Tenía las piernas un tanto acalambradas, pero en el momento de adrenalina ni siquiera lo notó, solo se concentró en mirar hacia adelante y agudizar el oído tanto como le fuese posible.
Allí no había nadie, al menos de momento, pero el olor a la Sylva Americana era penetrante, inundando cada rincón de sus fosas nasales y del ambiente a su alrededor. Por costumbre, se llevó lentamente una mano a la cintura, y extrajo su arma. Aún no quería anunciarse, pero estaba listo para disparar cuando fuese necesario. El bosque estaba sumido en una oscuridad tan densa que parecía palpable, como si fuera una entidad viva que se cernía sobre Ryan. La luz de la luna apenas iluminaba un poquito, colándose entre algunas ramas, revelando árboles retorcidos y sombras que parecían moverse por su cuenta.
Ryan avanzaba con cautela, cada paso resonaba en el silencio de la noche, y su respiración se entrecortaba por sus pulsaciones cardiacas. Como un cazador en terreno desconocido, su instinto de supervivencia estaba en alerta máxima, pero la determinación por encontrar al culpable de todo aquello era más fuerte, manteniéndolo en acecho. No sabía si se encontraría con alguien armado, o con un grupo de hombres corriendo en grave desventaja, por lo que no dejaba de mirar a todos lados, intentando visualizar más allá.
Un susurro sibilante se filtró entre los árboles, un sonido que parecía ser más que el simple susurro del viento. Ryan se detuvo, amparado tras un pino, y miró hacia todas direcciones. Asombrado, vio como una densa neblina oscura comenzó a emerger entre los árboles, deslizándose entre las ramas y los troncos como una serpiente fantasmal, mientras parecía converger en un mismo punto, arremolinándose en la Sylva Americana y envolviéndola en una niebla densa que parecía borrar los límites entre la realidad y la fantasía. Hasta que en el corazón de la neblina, algo se formó. Atónito, Ryan no podía dar crédito a lo que estaba viendo, porque era tal cual como había descrito Sam: una enorme mancha oscura, sin forma definida. Su presencia parecía llenar el aire con una energía maligna, palpable y opresiva aún en la espesa noche. Como si la propia realidad se hubiera rasgado frente a sus ojos, desafiando todas las leyes de lo natural, y dentro de aquella cosa no hubiera nada más que un vacío inexpugnable, donde ni siquiera la propia luz natural de la luna podía entrar.
Con el corazón martillando en su pecho, esperó. No sabía como actuar, que debía hacer, o tan siquiera que era esa cosa. De lo único que estaba seguro es que eso no era natural, en lo absoluto. Una parte de su mente aterrorizada se cuestionó si quizá no estuviese sufriendo una alucinación, tal vez drogado de alguna manera con el olor tan penetrante de aquel árbol. Pero más pronto que tarde, su pregunta fue respondida cuando de aquel sitio comenzó a emerger algo, o alguien, con una lentitud agonizante. Era enorme, tal vez de unos dos o tres metros de altura, a menos a golpe de ojo. Parecía un hombre, tenia dos piernas, dos brazos, eso era reconocible, pero era tan oscuro y tan denso que parecía incluso comprimir la oscuridad de la propia noche a su alrededor. Y cuando acabó de salir de aquel sitio imposible, como si hubiera sabido desde siempre que Ryan estaba ahí, espiándolo, se giró de cara hacia él. No vio facciones reconocibles, tan solo dos centellas rojas, ojos muy grandes e inhumanos, que lo miraron fijamente en la distancia. Y Ryan sintió como un escalofrío le recorría la espina dorsal, pero aún así, salió de su escondite y apuntó hacia adelante.
—¡Alto, agente del FBI! ¡No se mueva! —exclamó, aunque su voz se perdió en el perpetuo silencio del bosque.
Aquella cosa dio un alarido. Era penetrante, agudo, e inhumano, y el sonido pareció retumbar en todo el bosque al mismo tiempo, como si los propios árboles fueran los altavoces de la criatura. Entonces comenzó a caminar hacia él, dando una larga zancada tras otra, extendiendo sus manos hacia adelante haciendo la oscuridad a su alrededor cada vez mas densa, queriendo envolver a Ryan con ella. Sin dudarlo, jaló del gatillo. Efectuó un disparo tras otro, vaciando la mitad del cargador, pero las balas solamente se perdían en aquella masa oscura con forma humanoide, sin hacer el mínimo efecto, hasta que cuando ya estaba muy cerca de él, se desvaneció.
Con la respiración agitada, Ryan miró en todas direcciones. La mancha negra en la que se había convertido el tronco del árbol aún seguía allí, palpitando y cambiando de forma, pero no había ni rastro de aquel ser. Dio dos pasos trémulos hacia el árbol, queriendo mirar con más detalle la anomalía oscura que tenía frente a él, hasta que sintió el movimiento en su espalda. Se giró abruptamente y entonces lo vio, aquella cosa oscura y altísima estaba detrás de él, materializado de repente en su retaguardia.
Dio una exclamación de horror, al mismo tiempo que lo apuntaba, pero sintió como era sujetado por los tobillos y levantado en el aire, de cabeza. Todo ocurrió en una fracción de segundo, tan rápido que Ryan no tuvo tiempo a reacción, soltando el arma. Vio como se elevaba, como su cuerpo impactaba contra las ramas de los árboles a su alrededor, y de pronto supo que estaba a mucha altura, quizá cerca de la copa de los pinos. De forma brusca, sintió como era lanzado hacia un costado. Su espalda impactó contra las ramas mas gruesas de un abedul, y luego se precipitó al suelo, golpeando las ramas del árbol a medida que caía, como si fuera una bolsa de harina. Por fin dejó de caer, estrellándose boca abajo en la hierba del suelo. Tenía el rostro sucio de tierra, le sangraba la nariz, la frente, tenia una ceja con un profundo corte rasguñado y su chaqueta se había rasgado en una manga, bajo la axila.
Intentó arrastrarse, pero el golpe contra el suelo había sido tan fuerte que incluso jadeó, boqueando sin poder respirar, debido a amortiguar su caída con el estómago. Le dolía todo el cuerpo, no creía tener ningún hueso roto pero la sensación era horrible. Intentó moverse una vez más, pero el shock de adrenalina había sido tan intenso que casi sin poder evitarlo, se desmayó.
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