2
En cuanto se despidió de él en la reserva de los Arapahoes, fue a su casa en la Cherokee, sin avanzar más de tercera ya que hacía mucho tiempo que no conducía y además la camioneta de Ryan le parecía enorme para ella, de modo que no quería apurar mucho el paso por cualquier precaución. Al llegar a su casa, se aprovisionó con fruta, botellas de agua y algunos sándwiches caseros, además de papel higiénico y algunas mantas. Tendría que dormir en la camioneta, y aunque estuviese cubierta por ella, lo cierto era que el rocío nocturno le calaría hondo, más que nada por la intensa vegetación de un lugar como el bosque.
Luego de buscar suministros para pasar la mayor cantidad del tiempo posible vigilando el regreso de Ryan, volvió a la reserva india para buscar la ropa de él y guardarla en el maletero del coche, y por último se encaminó hacia el bosque. Decidió esperar en el camino de ingreso, por la senda donde siempre los pobladores bajaban al río, y solo abandonaba su puesto cuando debía ducharse, volviendo enseguida al bosque para perder el menor tiempo posible de vigilia. Le hubiera encantado esperar por su regreso acampando directamente en el centro del bosque, donde estaba aquel bendito árbol con aquellas inscripciones indígenas, pero eso implicaba alejarse mucho de la camioneta y además no resistiría el frío de la intemperie.
Por su parte, Molly contemplaba la noche cerrada casi en una angustia constante. Hacia ya dos noches que no tenía ninguna noticia de Ryan, e iba para la tercera, por desgracia. Estaba asustada por él, no iba a negarlo. No sabía si estaba vivo o muerto, si el ritual había salido bien, o si tan siquiera volvería con ella. Sentada tras el volante, no cesaba de otear hacia la espesura negra de árboles que se extendía frente a sí, intentando buscar el mínimo movimiento en las sombras, esperando por su regreso. La noche se extendía sobre el bosque como un manto oscuro, tejiendo sombras entre los árboles que susurran sus hojas al ritmo del viento. Cada minuto que pasaba se convertía en una eternidad, cada hora una tortura, un eco de incertidumbre que resuena en su mente.
El susurro del viento entre las hojas parece llevar consigo el murmullo de sus propios miedos, alimentando la ansiedad que la consume desde adentro. Acomodándose por quinta vez en el asiento, se aferra al volante con manos temblorosas, sintiendo el revestimiento en cuero del mismo mientras observa fijamente a la oscuridad del bosque, preguntándose que peligros acechan en su interior. ¿Nawathenna estaría ahí, a la espera de que Ryan vuelva para asesinarlo como al resto? Lo cierto es que no lo sabía, y eso era lo peor.
En aquel momento, los recuerdos de los momentos compartidos con él inundaron su mente, trayendo consigo una mezcla de dulzura con amargor. ¿Qué significa su relación actualmente? Si es que había una. ¿Acaso él siente lo mismo que ella, o es solo un lazo nacido de la adversidad compartida? Se preguntó. Las dudas la atormentaban, lógicamente. Era una mujer adulta, con las ideas en claro, y no quería confundir sentimientos. Sin embargo, él había hecho algunos avances con ella, al igual que ella también se había permitido un acercamiento más personal. Por su mente aún se repetía aquel último gesto, cómo le tomó el rostro con las manos, cómo la había mirado a los ojos, el beso en la frente después y lo cerca que había estado de su boca por primera vez en todo aquel tiempo. De solo pensarlo, el cuerpo le cosquilleaba de pies a cabeza, y se le comprimía el corazón ante la incertidumbre de saber lo que pasaría después. Aún así no dejaba de anhelar su regreso, deseando ver su rostro una vez más y sentir el alivio de saber que está a salvo.
Entonces, en medio de la tensión y el miedo, un destello de determinación brilló en sus ojos. Si Ryan está en peligro, ella hará todo lo que esté en su poder para encontrarlo y traerlo de vuelta a salvo, aún sin saber cómo. Pero de lo único que está segura es de que ya no puede permanecer más tiempo allí, sentada tras el volante de la Cherokee en completo silencio, luchando por no dormirse y mirando los mismos árboles de siempre durante tres noches consecutivas. No sabe como funciona, pero por si acaso, toma de la guantera la pistola de Ryan, se abotona su chaqueta y abriendo la puerta del conductor, sale a la intemperie, dispuesta a adentrarse en la espesura. La luna llena se eleva en lo alto, arrojando su luz plateada sobre el bosque en un intento vano de disipar la oscuridad que lo envuelve. Pero para Molly, la luz de aquel astro solo intensifica su sensación de soledad y desamparo, por lo que tomando su celular, enciende la linterna mientras se aparta del camino principal, intentando recordar el rumbo que había tomado con Ryan días atrás, hasta encontrar el árbol.
La incertidumbre la consume, haciéndola cuestionar cada decisión que la llevó hasta ese momento. ¿Debería haber insistido más en acompañarlo en su misión? ¿Podría haber hecho algo para evitar que él se adentrara en este lugar desconocido? Las preguntas la atormentan, pero sabe que no puede quedarse de brazos cruzados, ya ha esperado bastante en la seguridad y quietud de la camioneta., y al pensar en aquello, no pudo evitar sonreír casi con cierta nostalgia. Se estaba contagiando del espíritu intrépido que caracterizaba a Ryan, no iba a negarlo.
Con paso decidido, Molly se aparta del camino para sumergirse en la oscuridad de los árboles, vigilando bien por donde pisar, para no tropezarse con ninguna raíz saliente. Cada paso que da resuena en el suelo cubierto de hojas secas, creando un eco de determinación en medio del silencio nocturno. A su alrededor los árboles se elevan como guardianes imponentes, sus ramas entrelazadas formando un dosel oscuro, que apenas deja pasar la luz de las estrellas. Y así, dando un suspiro incierto, comienza a meterse en la profundidad del bosque sin mirar atrás y sin saber que podría encontrar adelante, pero cualquier cosa era mejor que esperarlo que sea que fuese a suceder.
*****
Ryan y Emily avanzan con cautela por el valle desolado de aquel sitio infame. El resplandor rojizo del cielo anómalo parece mezclarse con la oscuridad de la penumbra que parece envolver todo, como un halo de maldad. Ambos caminaban en silencio, con los sentidos alerta, el airé es denso y cargado de una energía que parece palpitar a su alrededor, mientras que bajo sus pies el suelo parece vibrar intermitentemente, con una fuerza desconocida. Emily reconoce esto, se tensa, y entonces se arroja al suelo, poniendo un oído en la tierra estéril.
—¿Qué pasa? —dice Ryan, consternado. Dudaba mucho que hubiera algo como un amanecer o anochecer en aquel sitio, pero la luz parecía menguar de a ratos, y le costaba ver hacia adelante más que unos veinte o treinta metros.
—Creo que lo escucho, se está acercando. Vamos, abajo. No te separes de mí —ordenó.
Se incorporó rápidamente y comenzó a correr hacia un punto en específico, seguida de cerca por Ryan. Al llegar a la entrada de una fosa, Emily saltó dentro sin dudar, y él la siguió detrás. No era tan honda, al menos metro y medio de profundidad, pero aún así le dolió un tobillo al caer, aunque flexionase bien las rodillas para amortiguar el golpe. Sin embargo, en cuanto iba a quejarse, algo lo interrumpió. Un gruñido ahogado en la superficie, que avanzaba implacable. Emily se apoyó contra las paredes de la gruta, y le indicó en un gesto a Ryan que se retirara a la pared opuesta. Este así lo hizo, con rapidez, y al mirar hacia arriba pudo ver como aquella entidad oscura, densa y monstruosamente grande pasaba caminando por encima, dando enormes zancadas sin percatarse de su presencia. Emily le indicó con un gesto de la mano que esperara, que no se moviera. Apoyó las palmas de las manos en la pared de la gruta, para poder sentir la vibración de los pasos de aquella criatura, alejándose, y cuando ya estaba a una distancia segura, se acercó a su hermano.
—Avancemos unos metros por aquí, saldremos afuera más adelante. Nos conviene que no nos vea —dijo.
Ryan asintió con la cabeza, viendo como Emily se metía en la oscura profundidad de la caverna como si la conociera de punta a punta, o pudiese ver a la perfección en la oscuridad. ¿Cuántas veces habría recorrido estos caminos? Se preguntaba, en silencio. Sin duda haber encontrado a su hermana había sido una bendición divina, se dijo. No solo por el hecho de haberla encontrado, sino porque sin ella, probablemente no sobreviviría ni media hora allí afuera, bajo el acecho de aquella entidad.
Un buen rato después y tras mucho andar por pasadizos en las propias entrañas de la tierra, salieron a la superficie trepando por unos salientes de piedra. Continuaron caminando bajo aquel clima árido, corrosivo y viciado, con la brisa cargada de olor a muerte, mientras se concentraban en esquivar los huesos amarillentos y cadáveres viejos que habían desperdigados por todos los sitios. La incertidumbre dominaba a Ryan, que aunque no dijese nada, lo cierto era que no tenia ni idea de tener éxito con aquello. Sentía que caminaban sin rumbo alguno, solo confiando en cuanta buena suerte podían tener con aquello, o no. ¿Y qué tal si caminaban durante toda su vida, sin encontrar tan siquiera el cadáver del niño? Se preguntaba. ¿Cuántos cuerpos había en aquel sitio, acumulados por el correr de los siglos? ¿Miles? ¿Miles de millones? Encontrar a los niños era el equivalente a encontrar un botón en medio del océano, y Quizá debía haberlo pensado antes de meterse allí.
Sin embargo, la suerte parecía comenzar a sonreírle. Una palmada en el brazo por parte de Emily lo alertó, en silencio, y cuando miró hacia donde le señalaba, vio una pequeña figura que caminaba en la distancia, a unos cuantos metros de su posición. Casi como si fuera un espejismo milagroso, la copa de un árbol se dejaba ver a lo lejos, quizá a unos doscientos o trescientos metros. Sin duda era un niño, se dijo, debido al tamaño. Caminaba con dificultad, pero al menos estaba vivo, y su corazón dio un brinco en el medio del pecho.
Con determinación, comenzó a correr hacia él, seguido tan de cerca como podía por su hermana, que no tenía tanto brío como él debido a su deplorable salud. No quería gritarle que se detuviera, primero para no asustarlo, y segundo para no alertar a la entidad que gobernaba aquel sitio. Sin embargo, el niño lo vio avanzar hacia él, y paralizado por el terror, se detuvo en seco, como evaluando la situación durante unos segundos. Cuando volvió en sí, emprendió la huida, o al menos lo intentó, ya que cojeó durante unos metros y luego cayó al suelo, hacia adelante.
Cuando Ryan lo alcanzó, respirando de forma agitada, lo miró con atención. Era Jake, sin duda. Reconocía su rostro debido a las fotos que Molly le había mostrado, en su primer entrevista con ella. Estaba herido en una pierna, tenía el pantaloncito rasgado y sucio de sangre reseca. También se había orinado del miedo, podía notarlo por el olor, estaba sucio y despeinado, y al verlo comenzó a llorar del pánico. Ryan se acuclilló junto a él y le extendió las manos.
—¡Tranquilo, he venido a ayudarte! ¡Soy amigo de tu madre, calma! —exclamó, sonriéndole. —Todo está bien, vamos a salir de aquí. Ven.
Esperó a que Jake lo tomara de las manos y entonces lo alzo en brazos. El niño se abrazó a su cuello temblando como una hoja, y según su mirada, Ryan pudo notar que estaba bastante desorientado, seguramente en medio de un cuadro de shock. Las ojeras que poblaban sus ojos eran profundas, parecía demacrado, y tenía los labios resecos, señal de que estaba al borde de la deshidratación.
—Quiero ver a mi mamá... —balbuceó.
—Pronto la veremos, te lo prometo. Me llamo Ryan, he venido de muy lejos para ayudarte a ti y a tu madre. Te sacaré de aquí. ¿Confías en mí?
—Uhum... —dijo, asintiendo con la cabeza.
—De acuerdo, en marcha —Ryan miró a su hermana, y señaló con la cabeza hacia adelante—. Vamos a ese árbol, buscaremos la forma de salir de aquí.
Emprendieron la marcha a paso rápido por el valle desierto, Emily a su lado vigilando en todas direcciones y Ryan cargando en brazos a Jake, aferrado a su cuello y lloriqueando del miedo, además del dolor de la pierna. No había visto la herida en el niño, pero esperaba con todas sus fuerzas que no estuviera infectada o algo por el estilo. Mientras caminaba, disfrazó un besito en su frente para medir la temperatura de su cuerpo, Además de darle ánimos. Y no, por suerte no tenía fiebre. A medida que se acercaban más y más al árbol, comenzó a sentir el olor penetrante y dulce de la Sylva Americana poblando el ambiente, y aquello le hizo sonreír. Nunca en su vida había agradecido tanto por sentir ese aroma peculiar, pensó. Sin embargo, la sonrisa pintada en su rostro se difuminó en el airé con rapidez, en cuanto llegó al grueso tronco del árbol tallado por esos símbolos indígenas, y comprobó que no había tal portal, ni pasadizo alguno. Tan solo era madera común y corriente, un tronco rugoso, una copa frondosa, y nada místico a su alrededor.
—No, no puede ser... —murmuró. —¡No hay nada, no podemos salir!
Con cuidado, bajó a Jake de sus brazos, y rodeando el tronco, lo palpó por todos lados, como si estuviera buscando algo.
—Esto no tiene sentido, tú lo has visto utilizar los árboles para cruzar al mundo real, por lo que me has dicho —comentó su hermana.
—Sí, pero no sé como lo hace —sintiendo la impotencia más absoluta invadir cada fibra de su cuerpo, cerró el puño y golpeó con el canto del mismo el tronco del árbol—. ¡Hijo de puta!
Un grotesco chillido se escuchó en la distancia. Jake comenzó a llorar de nuevo, asustado, y tanto Emily como Ryan se miraron al unísono.
—¿Lo oíste? ¡Es esa cosa, es él! —insistió ella, con premura. —¡Quizá puede sentir lo que le pase al árbol, así como toda la tierra misma de este lugar parece estar conectada de alguna manera con él!
—Hay que atraerlo —dijo Ryan, asintiendo con la cabeza. Miró en todas direcciones, a veinte metros de su posición vio un montón de huesos desperdigados, que antaño habrían sido un cadáver más como tantos, y corriendo hacia él, tomó un fémur en sus manos—. Tenemos que dañar el árbol.
Posicionándose a un lado del tronco, comenzó a golpearlo con el hueso como si de un bate de béisbol se tratase. A cada golpe, la tierra misma parecía temblar bajo sus pies, y los chillidos antinaturales de aquella entidad se hacían más fuertes. Al cuarto impacto, el hueso se quebró, astillándose, y Ryan utilizó la punta quebrada para apuñalar el tronco sacando esquirlas de madera en la corteza. El ruido era cada vez más cercano, el retumbar de aquellas potentes pisadas más y más fuerte, hasta que en la distancia Emily pudo verlo, imponente, avanzando hacia ellos de forma implacable, una masa sin forma y oscura que extendía sus extremidades como tentáculos malditos, queriendo abarcar todo a su alrededor.
—¡Ahí viene, Ryan! ¡Ahí viene! —gritó, aterrada.
Justo cuando Ryan iba a dar un golpe más con el trozo de hueso, algo increíble sucedió ante sus ojos. El tronco mismo de la Sylva Americana comenzó a deformarse, haciéndose más ancho, mientras una mancha oscura se materializó en su propia madera. Mientras más cerca estaba Nawathenna de ellos, más grande se hacía aquella mancha, permitiéndoles el paso al otro lado. Ryan incluso podía sentir el viento frío del bosque rozándole los brazos, aunque no podía ver para el otro lado. La abertura era un caleidoscopio de colores oscuros, negros y azules, profundos y atemorizantes. Cuando por fin ya estaba a un tamaño considerable como para permitirles el paso, miró a su hermana un instante, antes de acuclillarse para tomar en brazos a Jake.
—¡Hay que irse, ahora! —exclamó.
—¡Cruza al niño, yo iré detrás de ti! ¡Hazlo ahora, o no...!
No pudo terminar de hablar. Aquella masa sin forma y oscura extendió una de sus tantas extremidades y tomó del pecho a Emily, elevándola en el airé a una altura de quince o veinte metros. Ryan sintió que su propia alma moría allí mismo, en aquel momento.
—¡¡Emily!! —gritó. En un impulso, quiso correr hacia adelante para, en la desesperación que lo dominaba, intentar ayudarla de alguna manera sea como sea. Sin embargo, el lado racional de su cerebro miró a la derecha, donde el portal oscuro y denso en que se había convertido el tronco de aquel árbol ancestral estaba abierto de par en par. Solo tenía una oportunidad, y debía tomar una decisión en ese preciso instante, o no volvería a tener otra forma de salir de allí.
Cerrando los ojos se giró sobre sus talones y tomó a Jake en andas, intentando ignorar los gritos de su hermana. El niño lloraba desconsolado, víctima del miedo y la escena tan brutal que estaba presenciando, la cual Ryan no quería ni mirar, o perdería todo el sentido de la poca cordura que aún conservaba. Al sentir que Jake se aferraba de nuevo a su espalda, se abalanzó hacia aquella masa oscura y palpitante en el tronco del árbol, y al hacerlo, cayó de bruces encima de las hojas secas y la tierra del bosque. El frío nocturno lo envolvió, haciéndolo estremecer, y girando sobre su espalda para ponerse boca arriba miró hacia la enorme Sylva Americana. Estaba en el centro del bosque, no había ninguna duda, había vuelto a la normalidad. Pero el portal continuaba abierto, y del otro lado, los rugidos y sonidos antinaturales de aquella entidad se seguían escuchando, implacables.
Un movimiento en la distancia le llamó la atención, había una luz a cincuenta metros de su posición, y entonces oyó una voz familiar.
—¿Quién está ahí? ¿Qué es ese ruido? —la oyó preguntar.
No podía perder tiempo, pensó Ryan. ¿Qué sucedía si de repente aquella cosa decidía cruzar el umbral para ir tras las presas que acababan de escaparse de su reino? Lo mejor era no averiguarlo, y aún aturdido por todo lo que estaba pasando, tomó al pequeño en brazos y comenzó a caminar tan rápido como podía hacia adelante. Molly, por su parte, escuchó los ruidos guturales de la criatura, y automáticamente entró en pánico, por lo que apuntó con la pistola hacia adelante. No veía muy bien, la luz de la linterna en su teléfono solo era suficiente para alumbrar un palmo más allá de sus pies, y adelante había ruido a hojas pisadas, lo podía notar. Por instinto, presionó el gatillo con la mano temblorosa, pero el cliqueo del seguro se hizo escuchar. Entonces, frente a ella, apareció alguien caminando con un niño en brazos, y creyó que las piernas le cedían de la emoción.
—¡Pero que mierda ibas a hacer! ¡Casi me disparas a quemarropa! —exclamó Ryan. Ella lo miró con los ojos anegados en lágrimas. Estaba ahí, estaba con ella, había vuelto y tenía a Jake con él. Una parte de su mente enloquecida creyó que estaba alucinando, y sin titubear se abalanzó ante él, buscando abrazar a ambos. Estaban sucios de sangre y tierra, pero no le importaba.
—¡Dios mío, no puedo creerlo! —dijo, casi a los gritos, con la garganta rasgada por el llanto inminente. Sin embargo no pudo hacer nada, porque Ryan miró por encima del hombro y continuó con su apresurada caminata, jadeando de cansancio.
—¡No hay tiempo para eso ahora, Molly! ¡Vámonos de aquí, ya mismo! —ordenó.
Los gruñidos dejaron de escucharse, y en su lugar, el viento comenzó a arrastrar consigo el ruido a cientos y cientos de alas. Antes de que siquiera pudieran reaccionar, una enorme bandada de cuervos surcó en vuelo rasante por encima de ambos. Molly gritó, a la par que Jake, a quien Ryan intentaba cubrir lo mejor posible contra su cuerpo. Mientras corrían entre los árboles, sentía como al pasar por encima de sus cabezas intentaban picotearlos o rasguñarlos con las garras de sus patas, para detenerlos.
—¡Corre, corre! —gritó él, por encima de los graznidos de las aves.
Para cuando llegaron a la camioneta ubicada en el sendero principal de acceso al bosque, Molly estaba rasguñada en la frente, el cuello y el dorso de las manos, debido a intentar cubrirse tanto como podía. Sin embargo, el que peor estaba era Ryan. Una mejilla le sangraba, y profundos surcos de picotones y arañazos le manchaban de sangre fresca la espalda y también los brazos, aunque por fortuna, a Jake casi no lo habían tocado. Ella le abrió presurosa la puerta de los asientos traseros, donde dejaron al niño, y luego corrieron hacia adelante. Molly fue directamente al asiento del conductor y Ryan al del acompañante, ya que tenía el cuerpo demasiado adolorido como para conducir de regreso.
Molly dejó el arma encima del tablero del coche, encendió el motor y retrocediendo con rapidez al mismo tiempo que escupía gravilla con los neumáticos, salió del camino principal con tanta prisa como podía. Adelante, la bandada de cuervos revoloteaba encima de las copas de los árboles, manipulados por aquella entidad furiosa. Ryan no pudo evitar pensar en su hermana, en aquella última escena que recorrería su mente hasta el fin de sus días, viendo como Nawathenna la tomaba en su poder y la elevaba en el airé, los gritos después, ver como se desaparecía de su vista, y entonces comenzó a llorar, con la cabeza reclinada en el asiento. Ella lo miró, llorando también a su vez, sin dejar de temblar víctima del golpe de adrenalina y los nervios. Sus ojos fluctuaban desde el camino adelante, hacia Ryan y su estado, y luego al espejo retrovisor para ver a su hijo. Jake solo miraba hacia adelante, con los ojos abiertos, sin emitir una sola palabra. Las lágrimas surcaban las mejillas del niño, mientras que respiraba agitadamente, sin parpadear.
—¡Jake, hijo, mírame! ¡Soy yo, soy mamá! ¡Estoy aquí! —exclamó, con una sonrisa. Sin embargo, él no la miró, y Molly comenzó a desesperarse. —¡Jake, que pasa! ¡Háblame! —Sus ojos enrojecidos saltaron hacia Ryan, a su lado. —¡Tenemos que llevarlo al hospital!
—Está en shock, vamos a tu casa primero... —respondió, de forma abatida. —Será mejor para él si primero ve un entorno familiar, revisamos sus heridas y luego vamos los tres juntos al hospital.
Molly lo miró, confundida. En otro momento más racional hubiera hecho un mínimo caso de lo que le acababa de decir, y conduciría al centro médico de Grelendale tan rápido como pudiese. Sin embargo, tenía el cerebro completamente obnubilado por el golpe adrenalínico, de modo que cualquier cosa le parecía coherente, y no discutió. En su lugar, decidió preguntar:
—¿Qué demonios pasó allí?
—Lo salvamos... Salvamos a Jake.
—No, Ryan. Tú lo salvaste, tú te metiste en ese sitio y trajiste de nuevo a mi niño.
—He visto a Emily, la he encontrado. Y estamos vivos gracias a mi hermana. Ella nos salvó a ambos.
Molly no necesitó indagar más, entendiendo lo evidente. Vio como se inclinó en el asiento, se cubrió el rostro con las manos manchándose de sangre, debido a la herida en su mejilla, y lloró con una amargura profunda y desgarrante.
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