2
Cuando Molly llegó al centro médico la mañana siguiente, se encontró con Ryan en la puerta. Estaba vestido con la ropa sucia de sangre y tierra con la que lo habían encontrado, mientras que cruzado de brazos, esperaba por ella arropado bajo el tibio resplandor de sol. Aún tenía rasguños en la cara, y se hallaba ojeroso, pero tenía buen semblante y parecía hasta casi animado. Ella lo miró confundida, y le sonrió.
—¿Qué haces aquí afuera? —preguntó, aunque supusiera la respuesta más obvia.
—Estoy recuperado. Un poco dolorido aún, pero al menos no me impidieron el alta.
—No crei que fueras a salir tan pronto...
—Solo debes molestar un poco, hacer que los médicos pierdan la paciencia, y se querrán deshacer de ti cuanto antes. Ese es mi truco —respondió, con una sonrisa bromista. Molly lo miró negando lentamente con la cabeza. Ryan era un recurrente nato, y le gustaba su sentido del humor, el cual parecía ponerle paños fríos a cualquier situación tensa.
—Bueno, imagino que estarás deseoso de lavar esa ropa. Andando —dijo.
—No solamente eso, tengo una pista. Anoche la descubrí.
—¿Anoche? —ella lo miró sin comprender, y luego hizo un gesto de frustración. —¿No se supone que debías estar descansando?
—Algo me atacó, hallar la pista fue solo una casualidad, nada más. Pero estoy seguro que quien sea que esté tras esto, usa la Sylva Americana como una droga natural —ambos comenzaron a caminar por la acera, emprendiendo rumbo a la zona más alejada de Grelendale. Ryan se cercioró que no había nadie cerca, y entonces le mostró—. Digamos que me salvé gracias a esto —dijo, metiendo la mano al bolsillo interno de su chaqueta y sacando una de las inyecciones automáticas de adrenalina. Ella lo miró con los ojos abiertos de par en par.
—¡Ryan! ¿Te has robado esto? —exclamó, incrédula.
—No había otra alternativa, todo sea por el bien de la investigación. Si no fuera por esto, no habría descubierto lo de la droga.
—¿Pero estás seguro de ello?
—Segurísimo —confirmó—. Anoche no sé que hora era de la madrugada, pero un ruido me despertó. Cuando veo a mi alrededor, veo que todo estaba oscuro, no había electricidad. Salí al pasillo, todo estaba vacío, se sentía así.
—Pero, ¿y los médicos? ¿Las enfermeras?
—Nada, no había nadie.
—Eso no tiene lógica... —murmuró ella, sin comprender. Ryan asintió con la cabeza.
—Lo mismo pensé yo. La puerta del centro médico estaba entreabierta, por lo que caminé hacia allí y miré afuera. No había pueblo, tan solo lo que dijo Sam, el amigo de tu hijo... Una pradera infinita repleta de cuerpos tirados.
—Dios mío...
—Te juro que lo vi, Molly. De repente vi la misma cosa que me atacó en el bosque, pero observándome en la distancia, hasta que comenzó a correr hacia donde yo estaba. Lo peor de todo era el olor, el maldito olor a ese árbol estaba mareándome, era demasiado fuerte, y allí fue cuando me di cuenta que con toda probabilidad lo estaba utilizando como una droga para conseguir mucho más fácil a sus víctimas, por lo que hui directamente a la enfermería. Allí encontré una caja con inyecciones de adrenalina, tomé un par, me las inyecté, y la alucinación desapareció.
—¿Y entonces qué planeas hacer? ¿Cómo podemos resolver esto?
Ryan dio un profundo suspiro, ni siquiera él estaba demasiado convencido de todo aquello, pero tampoco es que tuviera muchas opciones.
—Por lo pronto, voy a tomar tu sugerencia de que se trate de algo no natural —dijo aquello haciendo comillas con los dedos—, y voy a revisar ese sitio indígena que me mencionaste. Quizá ellos puedan saber algo, lo cierto es que no lo sé. ¿Crees que puedas acompañarme a la reserva? Tú conoces mejor que yo el lugar.
—Si, claro. No veo porqué no.
Continuaron caminando en silencio, mientras Ryan se cuestionaba todo lo que estaba sucediendo. Recordaba con exactitud lo que había visto, aunque podría jurar que se debía a una potente alucinación debido al aroma de esa planta. Sin embargo, había otros puntos en todo aquello que le obligaban a dudar hasta de su propia teoría: Si era una alucinación, ¿Por qué no había experimentado la misma visión en otros momentos donde también había olido el perfume de la Sylva Americana? Por ejemplo. Era como si esas visiones malignas solo actuaran cuando aquella cosa negra aparecía, como un fantasma en la noche, devorando la oscuridad a su paso. Y necesitaba averiguar por qué.
—Charles me llamó, anoche —dijo ella. Fue como si lo hubiera soltado repentinamente, como si las palabras le pesaran de alguna manera. Ryan la miró, preocupado.
—¿En verdad?
—Sí.
—¿Y te agredió de alguna manera?
—No... —Molly hizo una pausa, y añadió: —Creo que no le di tiempo. Le colgué en cuanto escuché su voz.
—Así que no sabes que era lo que quería.
—No, no lo sé. Supongo que querría saber de Jake, si ya había aparecido o algo así.
Ryan la miró de reojo, caminaba mirando hacia el suelo, los hombros bajos.
—Si te sientes amenazada, recuerda que puedes pedir custodia. Solo debes decirme, Molly.
—Gracias, Ryan. Pero algún día debo perderle el miedo, ¿sabes? Hace mucho que no estamos juntos, la vida continúa, y no pedo temerle por siempre.
—Bueno, eso es cierto. Eres un ejemplo de valentía, no permitas que nadie te haga pensar lo contrario —aseguró.
Levantó la cabeza para mirarlo, y le sonrió, aunque él no la estaba mirando en ese momento. Por mucho tiempo había esperado que alguien le dijera algo, le hiciera un mínimo reconocimiento a su fortaleza, porque se esforzaba muchísimo día a día para tener el coraje de continuar adelante, a pesar de estar sola y de ahora tener a su único hijo desaparecido Dios sabe en donde. Y se alegraba que quien le estuviese dando ánimos ahora, fuese Ryan.
Minutos después llegaron por fin a la posada, donde la camioneta de Ryan estaba estacionada a un lado de la calle. Luego de despedirse, abrió el maletero de la Cherokee y sacó una muda de ropa limpia de un bolso de viaje que había cargado, previo a emprender el viaje y la investigación. Algo sencillo, apenas un pantalón deportivo, una camiseta de manga larga, y un suéter estilo canguro, de color negro, pero que le serviría para vestirse mientras que lavaba la ropa que llevaba puesta. Esa cosa le había dado duro, y sospechaba que algunas manchas de sangre quizá no se quitarían tan fácil, debido a que ya se habían secado. Al ingresar a la recepción con la ropa bajo el brazo, se encontró con el dependiente, escribiendo muy concentrado una lista de provisiones. Al sentir el ruido de la puerta, levantó la cabeza del papel, y lo miró.
—Buenos días, siento llegar en este estado —dijo Ryan, como si tuviese la culpa de algo. El dependiente lo miró con cierta pesadumbre.
—Oh no, no se preocupe. Me enteré de lo ocurrido, lamento mucho el ataque que sufrió.
—Descuide, gracias.
—Hay algo más que quisiera hablarle, si no es mucha molestia.
—Dígame —consintió Ryan.
—Verá, lamento decir esto pero su tarjeta gubernamental ha sido rechazada. Me ha llegado la notificación ayer por la tarde y quería que estuviese al tanto de ello —dijo, como si fuera un tema delicadísimo. Ryan sintió que los colores se le subían al rostro, al mismo tiempo que no entendía como su tarjeta prácticamente ilimitada del FBI no había podido abonar la estadía. Luego recordó que estaba suspendido, y la vergüenza que sentía se trasmutó en una profunda ira.
—No se preocupe. Escuche, de verdad necesito lavar mi ropa, descansar un poco y revisar algunos apuntes de la investigación. ¿Podría permitir que me quede aquí al menos hasta esta tarde? Haré algunas llamadas a mis superiores y le prometo que le solucionaré el inconveniente.
El hombre lo miró unos instantes, quizá pensando que aquel sitio no era beneficencia o algo similar, pero finalmente asintió con la cabeza.
—De acuerdo, agente. Le permitiré quedarse hasta el anochecer, veo que no tiene muy buen aspecto y necesita tener la ropa limpia, eso es cierto. Pero si no puede solucionar nada, los gastos tendrán que correr por su cuenta.
—Claro. Muchas gracias, señor Marston —respondió Ryan, resoplando aliviado.
Caminó a paso rápido hasta su dormitorio, y ni bien llegar, se duchó y se cambió de ropa. Luego se dirigió hasta el cuarto de lavandería para meter la ropa sucia en una de las máquinas, y al volver por segunda vez al dormitorio, tomó su teléfono celular, lo conectó al cargador y esperó a que tuviera un buen porcentaje de batería antes de llamar a su superior. Mientras esperaba, comenzó a revisar los expedientes del caso, todos los documentos uno a uno, e incluso también a reescuchar las grabaciones con las entrevistas a los pequeños, los cuales coincidían en sus testimonios. Al escuchar como narraban lo mismo, no pudo evitar sentir como la piel se le erizaba del terror. No podía creer que él mismo, en carne propia, hubiese experimentado aquello, a tal punto de terminar dos días en una camilla de sanatorio. Lamentaba no haber llevado consigo su computadora portátil, para buscar en internet información de carácter biológico acerca de la dichosa planta, pero estaba convencido que debía tener alguna propiedad alucinógena o estimulante.
De hecho, aquello era tan posible que a medida que lo razonaba, más sentido le encontraba. Revisó la hoja del registro forense que había robado del señor Weynes, y volvió a releer con atención, principalmente las observaciones de los médicos diciendo que veían sombras por el rabillo del ojo, o que había objetos y utensilios que habían cambiado de lugar. Si tras tantas horas muerto él había sido capaz de percibir el aroma de la Sylva Americana impregnado en el cuerpo del occiso, cuanto menos los propios forenses, se dijo. Seguramente habían sido inducidos debido a la sustancia de aquel olor, no le quedaba ninguna duda.
Dio un rápida mirada a su teléfono, le cual mostraba dieciocho por ciento de batería, siendo más que suficiente para telefonear a su jefe directo, por lo que lo desconectó del cargador, lo encendió y buscó rápidamente su número. En cuanto dio tono de llamada, se levantó del asiento y caminó en círculos alrededor de la cama, expectante. Tras cuatro tonos, Arthur atendió.
—Dime, Ryan.
—Arthur, necesito un favor muy importante. Dos, de hecho —dijo, pensando que seguramente necesitaría también una computadora portátil. Lamentaba no haber llevado la suya, pero no se imaginó que las cosas se torcieran tan rápido.
—No voy a retirarte la sanción, si es por eso a lo que me llamas.
Ryan chasqueó la lengua contra el paladar.
—La suspensión me da exactamente igual, pero necesito que habilites mi tarjeta gubernamental. Estoy en Grelendale, siguiendo una pista importante, y el dependiente de la posada donde me estoy alojando me dijo que la tarjeta le ha rebotado, así que no tengo como pagar la estadía.
Del otro lado hubo un breve silencio. Luego la respuesta obvia.
—¿Siguiendo una pista? ¡Ryan, estás suspendido, maldición! —exclamó. —¡Pero veo que o no lo entiendes, o has tomado como deporte desobedecerme cada vez que puedes!
—Esto es importante, Arthur. Están desapareciendo niños, tengo a dos padres desesperados aquí, no puedo retirarme. Todo está vinculado con mi hermana, creo que es el mismo responsable, y no voy a dar un paso atrás. Tú eres padre, ¿Qué harías si te ocurriera? ¿Te gustaría que el único investigador que está trabajando en la reaparición de tu hijo se retire de la escena solo por falta de fondos o una suspensión idiota? —Hizo una pausa y añadió: —No le hagas eso a esta gente, ni a mí. Por favor.
Volvió a escuchar un silencio funesto, y luego un suspiro hondo.
—Eres un bastardo, eso es lo que eres, y odio que tengas razón —respondió. Ryan no pudo evitar sonreír, debido al improperio. Gozaba de una buena relación con su superior como para tratarse mutuamente de aquella manera—. Le daré habilitación a tu tarjeta de nuevo, pero escúchame bien lo que te voy a decir. Vas a pagar hasta hoy, y a partir de hoy, los días que quieras quedarte tendrán que salir de tu bolsillo, ¿de acuerdo? De esta forma, no comprometes al FBI y puedes hacer lo que quieras. Solo tendrás mil dólares depositados, no más.
—De acuerdo. Gracias, Arthur.
—¿Qué era lo otro que necesitabas?
—Una computadora con un modem portátil, dudo mucho que aquí haya buena señal de internet. Necesito buscar una información detallada y también revisar algunas imágenes que tomé con mi celular en una pantalla más grande.
—Te enviaré una certificada, dame la dirección.
Ryan hizo silencio un momento. La computadora portátil estaría llegando —con un poco de suerte— en dos o tres días, casi con toda seguridad. Para ese entonces ya no estaría alojándose allí, por lo que debía dar otra dirección de puerta. Fue entonces cuando recordó a Molly, quizá incluso también podía pedirle alojamiento a ella.
—Werlington ocho cinco cuatro, localidad de Grelendale.
Del otro lado, Arthur repitió en una murmuración, a medida que anotaba.
—Bien, está hecho.
—Gracias, Arthur. Prometo no meterte en más líos —sonrió Ryan.
—Más te vale, aunque también espero que resuelvas esto. No por ti, sino por los niños. Me has tocado la fibra, maldito.
—Sabía que eras un viejo sensible —bromeó—. Adiós.
Colgó la llamada y buscó el teléfono de Molly, tocando luego el icono verde. Espero algunos tonos, hasta que del otro lado, atendió.
—Hola, Ryan. ¿Hay noticias? —preguntó, con su voz acampanillada. Aquello le comprimió el corazón, compadeciéndose de la pobre mujer. Hacía no mucho rato que habían charlado cara a cara, y aún así, no concebía otro motivo de llamado por su parte que no fuera alguna novedad por su hijo, y eso era doloroso, aunque comprensible.
—No, aún no. Pero llamaba porque necesito un favor.
—Claro, dime.
—Ha surgido un inconveniente con mi alojamiento aquí en la posada del señor Marston. Solo podré quedarme hasta hoy, pero tampoco quiero abandonar el caso, ni a tu hijo, ni al hijo del señor Matthews. ¿Crees que puedas darme alojo mientras tanto? —Ryan dio un suspiro. —En verdad siento mucho esto y sé que es vergonzoso pero...
Ella no lo dejó terminar de hablar.
—Ryan, claro que puedo ayudarte —dijo—. Estás buscando a Jake, ayudando aún a riesgo de ponerte en peligro, lo menos que puedo hacer es darte un sitio donde dormir. No necesitas disculparte conmigo.
—Gracias, Molly —dijo, aliviado.
—No te preocupes, a eso de las siete pasaré por ti. No tengo nada que hacer y me aburro estando sola aquí en casa. Podrás usar el cuarto de Jake mientras tanto.
—Yo prepararé la cena, entonces.
—Hecho —respondió, del otro lado. Por el tono de voz, Ryan pudo casi hasta presentir que estaba sonriendo.
—Ah, hay algo más. He pedido al departamento una computadora portátil donde poder revisar mas información, y presentar un registro del caso. Di la dirección de tu casa para que la envíen, espero que no te moleste. Siento no habértelo consultado antes, pero fue todo de improviso.
—Claro, no hay drama. Yo la recibiré, no te preocupes.
—Eres genial, si me permites que te lo diga. Adiós Molly, hasta luego.
—Hasta luego —Le confirmó, y colgó.
Ryan volvió a conectar el teléfono en su cargador, reordenó sus documentos volviendo a meter todo en la carpeta y entonces, con un suspiro aliviado debido a que, de momento, las cosas estaban bien encaminadas, se recostó en la cama a relajar el cuerpo con los ojos fijos en el techo. Más pronto que tarde, cayó profundamente dormido.
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