Ofrenda (Shion x Manigoldo)

Día de todos los santos y por qué no conmemorar esta fecha con una pequeña historia de esta pareja que recién descubro —y me encantó.

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La Sala Patriarcal se encontraba en semi penumbra, mientras el Gran Papa se ocupaba de un pequeño entarimado que se encontraba cerca del trono. Shion, colocó el último vaso con agua hasta el borde y se dispuso a encender las velas que ocupaban cada extremo de la ofrenda, hizo una mueca al no estar convencido del todo de que ésta estuviera bien. La observó minuciosamente, tan concentrado estaba, que no se dio cuenta de que alguien entraba.

—Algo falta —exclamó en tono pensativo.

—Por supuesto —dijo alguien a su espalda y Shion se giró un poco asustado por la inesperada presencia del santo de Piscis.

—Afrodita, ¿qué haces aquí? —preguntó una vez que se recuperó del susto. Afrodita sonrió.

Shion observó con curiosidad el gran ramo de rosas que el joven santo de Piscis llevaba en sus brazos y se acercaba a él sin perder la sonrisa.

—Vine, porque quiero que al fin haga una ofrenda decente —respondió sin ceremonia —le traje estas rosas, son mías, por supuesto, así que le aconsejo precaución —frunció el ceño sin creer lo que estaba diciendo—, aunque tal vez mi advertencia sea innecesaria —sonrió y Shion le devolvió la sonrisa.

—¿Por qué no las pones tú? —cuestionó el Papa con curiosidad.

—Sí fuera alguno de los tontos que viven casas abajo de mi templo, seguro lo haría, pero es usted y sé que no debo preocuparme, además, estoy seguro que esto es algo que quiere hacer y no me siento en el derecho de entrometerme en algo tan personal. Mueva un poco a la izquierda la leche con miel y coloque estas bellezas en el centro —sugirió Afrodita, entregando sus rosas, para luego hacer una reverencia y salir del lugar—. Recuerde que la sangre es una poderosa ofrenda —gritó antes de cerrar la puerta tras de él. Shion frunció el ceño.

Sin darle mayor importancia a sus palabras, Shion, se apresuró hacer lo que Afrodita le había indicado y cuando al fin estuvo satisfecho con los resultados, procedió a encender las velas que chispearon de inmediato, dando un poco más de luz al lugar. Shion, volvió a sonreír y se dispuso a continuar revisando papeles, todavía tenía mucho trabajo qué hacer, solo rogaba que a él le gustara su ofrenda. Unas horas después, se encontraba dormido sobre su escritorio.

Manigoldo, lo observó atentamente desde una esquina que se mantenía en penumbra. Sin duda, seguía siendo él. Más viejo, más sabio, sí, pero seguía siendo el mismo niño que le había robado el corazón. Miró la ofrenda y tamborileó sus dedos diestros en el antebrazo izquierdo, pensando en sí debía tomar la ofrenda o no. Finalmente se decidió, bebió la leche y tocó suavemente las rosas, no había duda de que pertenecían al sucesor de Piscis.

—Shion —llamó suavemente, tocando el hombro del Papa que seguía dormido ajeno a su presencia—, sí ya no puedes continuar deberías ir a descansar.

Lo llamó preocupado, ni con todos los años que tenía había abandonado la costumbre de trabajar hasta caer rendido, lo había hecho cuando era santo y se encargaba de reparar las armaduras y lo hacía ahora que era el Gran Papa. Suspiró cuando lo vio removerse entre sueños.

—Manigoldo —el mencionado sonrió al ver que Shion no había olvidado su voz—, solo dame cinco minutos.

Shion levantó la cabeza con los ojos empañados por el sueño y miró brevemente a Manigoldo, que le observaba con una sonrisa divertida. Se volvió a dejar caer en el escritorio para seguir durmiendo. De pronto, se incorporó de golpe para mirar incrédulo a su compañero.

—¡Manigoldo! —exclamó con la sorpresa impresa en su semblante.

—Sorpresa, Borreguito —fue su saludo y sonrió divertido.

—¿Qué? ¿Cómo? No...

—Tranquilo, te va a dar algo, creo que ya no estás para estos exabruptos —se burló. Shion, lo miró indignado—, pero te sigues viendo absoluta y completamente hermoso —halagó. Siglos muerto y todavía lo intimidaba esa mirada, increíble.

Sí, Manigoldo, pudo comprobar que a pesar de su rostro surcado de arrugas Shion seguía siendo el mismo niño que a la menor de sus provocaciones no dudaba en mirarlo mal, reprenderlo y en algunos casos, golpearlo. Tenía que dejar de hacer al idiota si quería aprovechar el tiempo que tenían.

—Sigues siendo un idiota —soltó Shion molesto.

—Morí, no esperes gran cosa —se encogió de hombros.

—Ahora, ¿cómo es que...? —lo señaló todo.

—¿Me veo más encarnado y menos etéreo? —frunció el ceño en muestra de asco —he pasado demasiado tiempo a lado de Degel, ya hablo como él —Shion lo miró sin entender—. Degel, es mi compañero de castigo —explicó—, curiosamente de vez en cuando nos dejan charlar, creo que es otra forma de castigo porque es mortalmente aburrido, lástima que ya no puedo morir —hizo un puchero.

—Está bien, pero nos estamos saliendo de tema, ¿cómo?

—Tu santo de Piscis hizo un buen trabajo con sus rosas —ambos miraron hacia las flores que ahora yacían calcinadas. Manigoldo se encogió de hombros —por cierto, gracias por la ofrenda, no quiero sonar grosero —Shion hubiera arqueado una ceja, sí la tuviera—, pero este sí me gustó. No es que los demás estuvieran feos —se apresuró a aclarar —solo que este se me hizo más bonito —Shion negó. Supuso qué Manigoldo, siempre sería Manigoldo.

Se lanzó abrazarlo con fuerza, Manigoldo, se recreó en el cuerpo de Shion, no había sido consciente de cuánto lo había echado de menos hasta ese momento, acarició los largos cabellos que tanto lo habían fascinado, sobre todo cuando se desparramaban sobre la almohada. Sonrió con travesura, impresionado por recordar esos detalles, pero los apartó por su propio bien.

—No importa —sonrió Shion—. ¿Cómo estás?

—Shion, creo que el cerebro ya no te funciona, estoy muerto y el Cocitos, no es tan malo, una vez que te acostumbras al frío, la verdadera pregunta, es: ¿cómo estás tú? —le dio un suave golpecito en la nariz con el índice.

—Bien, tratando de hacer que este lugar funcione correctamente —desvió la vista —y, bueno, extrañándote —Manigoldo, suspiró y apretó el abrazo. Sintió la calidez de Shion a través de sí cuerpo.

—Deberías dejar de hacerlo —sugirió—. Han pasado siglos.

—Pero no quiero —Shion lo rodeó con sus brazos y apoyó su cabeza en el hombro de su compañero —sí lo hago, temo que no pueda recordar tu rostro o tu voz y...

Manigoldo, le dio un suave beso en la mejilla, entendía lo que Shion quería decirle, pero no le gustaba saber que todavía sufría su ausencia, le dolía más saber que le recordaba con tristeza que lo que eso significaba para él en su estadía en el Cocitos, otro peso a su castigo.

—Eso es normal, ¿sabes? —respondió en tono bajo—. Y yo no me enojaré sí eso sucede, te lo prometo —besó su frente—. Todavía falta para que nos podamos reunir y esta vez para siempre y estoy bien con eso, pero me duele cuando lloras por mí, ya no lo hagas, por favor —Shion, con los ojos anegados en lágrimas asintió suavemente.

—La muerte te hizo educado —se rio entre lágrimas—. Jamás pedías nada por favor.

—Eso es culpa de Degel —aclaró con fastidio.

—¿Cómo está?

—En serio que ya no te funciona el cerebro —rodó los ojos—, está bien, todos lo estamos —dijo para tranquilizarlo.

—Qué bueno —miró hacía el reloj que adornaba una de sus paredes—. ¿Hasta qué hora tienes?

Miró que el reloj casi marcaba las tres de la mañana le quedaban un par de minutos, sin duda el joven sucesor de Piscis había hecho un gran trabajo con las flores, de pronto se preguntó sí debía advertir a Shion de que se asegurara de que estuviera bien, la cantidad de sangre que debió poner en ellas debió ser mucha para conseguir que su cuerpo se materializara por completo.

—Me quedan un par de minutos —respondió finalmente con un dejo de tristeza en el semblante—. Te acompaño a la cama, sí no me aseguro que duermes, posiblemente te vuelvas a trabajar y eso no es bueno para tu salud.

—Entonces...

—Nos volveremos a ver —cortó, odiaba las despedidas—, a menos que el idiota de Minos decida mandarte a otra prisión y con lo c...

—Manigoldo... —regañó Shion, intuyendo el improperio que estaba a punto de soltar.

—Oye, no me regañes, no soy uno de tus críos —se quejó.

—Manigoldo...

—Está bien, lo siento —lo besó—. Gracias por no olvidarme. Debo irme.

Se dieron un último beso antes de que Manigoldo se convirtiera en sombra y la sombra en aire. Shion suspiró, al menos ahora podía estar tranquilo al saber que estaban bien. Se recordó que debía agradecerle a Afrodita por esas flores. Terminó de acostarse y se quedó dormido. 

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