🎃 Capítulo 7

—Yo no he sido, que conste.

La Catrina Laice levantó ligeramente sus manos, demostrando su inocencia, acción que por algún motivo a los tres monarcas Vulturi enterneció considerablemente. Aro y Caius miraban con emoción contenida hacia esa hermosa mujer terrorífica enfrentando a sus ex-esposas, sintiendo extrañamente una vergüenza no concebida ni admitida por ambos.

—Lo saben, he sido yo. Perdone mi descaro—admitió la rubia de ojos rojos, el arma más letal de la guardia Vulturi, sin apartar la mirada de aquella mujer.

—No pidas disculpas donde no hay necesidad, querida. —responde como su igual de rango, elogiando con respeto a Jane.— En fin, ¿estarán como estatuas más tiempo o se unirán como debe ser a la reunión, caballeros?—preguntó Laice mientras sonríe ligeramente hacia la rubia que la protegió indirectamente.

Aro y Caius niegan con la cabeza, totalmente estupefactos. No les salían las palabras era como si se los hubieran comido sus monstruos internos, o tal vez la cobardía. Dieron pasos elegantes y firmes hacia ella, quedando a un lado de ella, Marcos a su izquierda y los otros Reyes a su derecha.

—Como bien habrán escuchado, seguiré con mi charla con vuestras anteriores mujeres, y luego caerá la charla en ustedes, así como le ha tocado a Marcus en su debido momento —advirtió la Catrina Laice con una voz tranquila y neutral— Les daré un mes para que aprecien la libertad de seguir entre los muertos, pero si terminan extinguidos antes de cumplir ese tiempo, caerán como sirvientas del infierno o al olvido, como su castigo debiera ser.

—¿Cómo que castigo? ¡Ni siquiera hemos hecho algo en contra de nuestra leyes!—sisea totalmente incredula, la rubia de ojos rojos, Athenodora.

—En este mundo no. Pero en el mío, lo tendrán si seguís faltandome el respeto de esa forma. —contesta de manera calmada, agachandose hacia ella y tomando su mano empuñada— Me odias porque estas dolida, ser utilizada no es grato, lo sé mas que nadie pero eso no te da el derecho de seguir castigando a los demás por tu incrédula mente enjaulada.

Athenodora la miró con más rabia que antes, quiso deshacerse del agarre pero le fue imposible tras notar como grietas se notaban justo aparecer contra aquella mano con la que era tomada.

—¿Q-qué me estás haciendo?—preguntó con miedo.

—No soy consciente de lo que ves, pero imagino que has querido atentar contra mi existencia, nuevamente. Cada vez que vosotros almas estancadas, atentan contra mí, su ataque repercute de la misma manera pero de menor intensidad, si estuvieras en el descanso no tendría tanta piedad como lo tengo en estos momentos. —contesta tranquila, pero sus ojos negros como el vacío parecían reclamarla para extinguirla a su contraria.

—¡Deja de ser tan soberbia! En este mundo no tienes nada —gruñé Athenodora con el miedo erizando su existencia, más cuando retrocede y cae de trasero al suelo con dolor de nuevo.— ¡Jane, por favor, para! No soy la enemiga, soy tu Reina.

—Dejaste de ser Reina en cuánto mis amos, encontraron a su verdadera compañera, Athenodora —advirtió sin un pelo de respeto.— Mi señora, ¿Necesita que las escolte o...?

—No habrá necesidad, querida Jane. —intervino Aro, mientras que se acercaba a Sulpicia que aún se mantenía muy débil en el suelo.

La mujer de cabello negro y ojos rojos, la ex-exposa de Aro le sonríe con astucia hacia la Catrina, al notar como había ignorado la existencia de la contraria para ayudarla. Aunque en vez de sentir las manos de su amado Aro entre las suyas, quedó apanicada y horrorizada al sentir como era alzada por el cuello y aprisionada.

«Para ti no habrá próxima, tal como lo fue para mi querida hermana Didyme. La maté por traicionera, y al igual que tu, yo no doy segundas oportunidades»pensó Aro.

El miedo en Sulpicia fue grande tras notar como de un tajo era decapitada, y su cabeza volaba a manos de Alec, quién la arrojó directo a la hoguera de la chimenea.

—¡PERO QUE HAS HECHO, SULPICIA!—gritó dolida y asustada Athenodora.

Sin embargo, solo fue eso lo que pudo decir, pensar y ver antes de también perder la cabeza. Ninguno de los Reyes eran tan piadosos como su Reina lo estaba siendo, les habían dado la oportunidad de quedar en paz pero no lo habían aprovechado bien.

—Tks... Malditas mujeres, nunca aprenderán que nosotros somos los que tomamos la última decisión. —escupió con molestia Caius, tirando igual la cabeza de la rubia al fuego— Demetri y Alec, quemáis el resto de los cuerpos.

Y tras esa orden, ambos jóvenes lo intentaron, mas no lo pudieron hacer. Ya que pequeñas hojas de caléndulas de color naranja rojizos fueron carcomiendo ambos cuerpos de las mujeres sin dejar ninguna ceniza ante sus ojos.

—¿Pero que ha sido eso?—preguntó Aro sorprendido.

—No puedo dejar que volváis a quemar los cuerpos. He de admitir que sois un poco impredecibles para mis ojos, solo por eso la habéis logrado decapicar pero no será otra vez. —habló con una voz sombría y pétrea— Aunque no estuviera en mi poder matarlas, aunque sea debían dejar que vivieran en libertad un mes, malditos ansiosos.

—Esas mujeres irían contra ti sin pensarlo, aun cuando fueras imposible de matar. —expresó Aro con repugnancia, sabiendo las mil ideas de su ex-exposa para hacerlos sentir dolor.

—Las hemos enseñado lo justo como para defenderse y hacerse de un pelotón para protegerse. Athenodora no iba a pensarlo dos veces, antes de matarte para hacerme sentir dolor. —expresó Caius con una sonrisa frívola y carente de emoción, era una sonrisa irónica llena de molestia.

La Catrina Laice podía notar perfectamente los espíritus de las ex- esposas decapitadas confundidas y asustadas sintiéndose ambas mas ligeras, pero en cuánto se giraron a mirarse un grito que erizó que cabello de todos cual si fuera un escalofrío imponente emergió tras su horror.

—Oh, eso es nuevo. —exclamó Jane al ver como el cabello de todos parecía haber sido electrificado con el aire.

—Para ustedes, para mi es pan de muerto de cada 100 años. —contesta irónica la Catrina Laice— Tranquilas, podrán seguir viendo todo, y si, esto es estar muerto literalmente hablando.

—¿A quién le hablas, preciosa nuestra?—pregunto Caius, confundido.

—A sus ex-exposas. —contesta tajante al ver como ninguna dejaba de gritar del horror de ambas que no tenían cabeza.— Oh, por favor, toda la maldita inmortalidad vieron a su gente ser decapitada. ¡Supérenlo!

—¿No paran de gritar?—preguntó Jane tímidamente y con suma curiosidad acercándose a su Reina.

Ambas mujeres al escuchar aquello, ser conscientes que ninguna era socorrida no vista por los Reyes, cayeron de rodillas al suelo mirándose pérdidas en el horizonte, ya que ninguna poseía cabeza alguno en sus féretros espíritus.

—Ahora te han escuchado y han parado. Gracias por ello, querida Jane. —expresa aliviada la Catrina.— Bien, gracias a que han perdido la cabeza podrán ser recordadas y no olvidadas. No desaparecerán en cuanto crucen al mundo paralelo del descanso de almas y espíritus.

—¿Osea que irán al mundo de los muertos? ¿Entonces no se muere la gente y termina en el infierno?—pregunta estupefacto Caius.

—Eso no lo sé. Depende de como se porten, si Hades sentencia que sean mis sirvientes no caerán al infierno, pero si vuelven a querer matarme, terminarán torturadas por como la ex-esposa de Marcus. —contesta sincera Laice.

—Oh.

Ambos Reyes no tuvieron valentía de preguntar por aquello, ambos sabían como había sido el final de ello en este mundo pero por algun motivo no querían saber lo que había pasado en el infierno. Ni aunque fuera hermana y ex integrante del Aquelarre, ambos eran conscientes de haber sido culpables de terminar con la vida de Didyme tras ver su propia traición tras ese vestido de cordero, de paz y amor que dibujaba estando a lado de Marcus.

¿Podemos elegir si ser tus sirvientes o torturadas en el infierno? Eso es lo que quieres decir —pregunta Athenodora.

—¿No estamos ya sentenciadas desde nuestra inmortalidad a estar en el infierno?, digo... Por nuestros crímenes hecho en vida e inmortalidad. —pregunta confundida Sulpicia.

—Siempre prefiero decidir aquello en el momento justo. Por eso me tardo una eternidad de meses dejar que los muertos revivan cada treinta y uno de octubre y noviembre, es un trabajo a largo plazo, decidir si irán al infierno o descansarán en paz. —responde la Catrina mientras se masajea las sienes.

—¿Qué han preguntado?—preguntó Aro sin querer romper el espacio personal de su compañera. Bien podía haber tomado su mano para leerle telemáticamente, pero no deseaba verla enojada con él.

—Me preguntaron lo que comunmente los vampiros tienen como creído que ocurre luego de morir como lo hicieron hace unos minutos. Osea, es decir: ¿No irían al infierno por ser seres inmortales y por sus crímenes de vida mortal e inmortal? ¿Si pueden elegir ser sirvientes o víctimas de tortura?—respondió la Catrina hacia su compañera con una ceja alzada— ¿Que te ocurre? Porqué te rascas las manos.

Aro se da cuenta de ello, y siente muchisima vergüenza. Ese era un tic nervioso en cuánto no podía tocar a los próximos para leer sus mentes, su ansiedad se mostraba de tal forma.

—No es nada. No te preocupes.

—Bien. —responde sin tomarle importancia.

Esa era la diferencia notable que la guardia de alto rango y los dos Reyes notaron enseguida, Laice Collins no era de pedir explicaciones por cada cosa. No era molestosa, ni chillona solo intervenía lo justo y necesario.

¿Acaso el amor verdadero era así? Ser respetado sin ser atacado con preguntas llenas de inseguridad o molestia por no expresar todo en el momento, por ocultar cosas que no querían decir. ¿Así se sentía no ser juzgados con cada mirada o palabra?

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