| Zeljko 🍋 Solo |
Zeljko bostezó por última vez antes de llegar a la sala, donde su tía veía con concentración la novela de la tarde. Antes de despedirse de la misma, contó las monedas que sostenía en su mano y unas cuantas extras en sus bolsillos; estaban completas, al menos siendo lo suficiente para comprar uno que otro cigarro.
—Oye, Judy, ya me voy —dijo el adolescente acercándose más a su familiar. Le parecía más cómodo llamar a la gente por su nombre.
—Oh Zel, muchacho... ¡Ya es muy tarde, te van a secuestrar como a Larry! —Bromeó ella, refiriéndose al protagonista de la novela. A pesar de que los años se acumularan en su rostro cada vez, su sonrisa tan cálida podía derretir el Ártico.
—¿Ah? Pero si son las siete apenas —Con las manos en los bolsillos, el rubio le devolvió la sonrisa, luego dirigió la mirada a la tele, que cada vez iba perdiendo la señal—. Apuesto que Miranda lo hizo.
—¡Uy, sí! esa víbora no tiene corazón —exclamó fingiendo asombro. Iba a reírse como nunca pero cuando empezó una tos sobrenatural se apoderó de ella, alertando a su sobrino que saltó al verla sostenerse el pecho en muecas de dolor.
—Que te vas a morir, ¿tomaste las pastillas? —La sostuvo de la espalda estando de rodillas. La mujer pudo asentir ligeramente entre el ataque de tos infernal— Te volviste un tomate —volvió a sonreír Zeljko, menos preocupado de lo que debería.
Por fin se logró relajar su tía luego de una lucha por respirar nuevamente, la cual en ojos llorosos tuvo que beber agua a montones, recomendando que lo mejor sería tomarse un té especial de hojas y ramas; la receta especial de la familia.
El muchacho entendía las palabras de ella sobre esos medicamentos caseros, si la mayor parte de su vida consistía en aprenderlos por tener una madre conservadora. Incluso él escribiría un libro completo con cada bebida especial que se sabía.
La mujer tenía muchas enfermedades que cargar, debiendo gastar su pensión en medicinas de a montones. Una vida normal de los ancianos.
—Ya, ya... Santo Dios bendito —expresó Judy después de tragarse de un sorbo su agua mágica de hojas—, es que se me va a salir el corazón un día de estos.
—Como a Miranda.
—Eso es verdad —risueña, lo miró en esa amabilidad que nunca podía esconder. Si es que era una señora fuerte pero con sentimientos puros, algo que Zeljko siempre supo—. Hijo, ten cuidado... No regreses tan tarde, por favor.
—Obvio, más tarde vengo —se despidió finalmente él para aproximarse a la puerta.
Tomando el picaporte no pudo salir del todo. Pensó que sus amigos lo esperaban y que debía apresurarse porque ellos eran todo menos compasivos. Igual, no era algo importante el reunirse, no tenía prisa ni obligaciones.
Su día a día no tenía propósito ninguno, pues sin estudiar su vida se había tornado en ello. Al menos en la escuela podía fastidiar a la gente y no aburrirse por un rato.
Su vida adolescente consistía en solo eso; travesuras y fumar, desde luego sin ser aprobada por su madre.
Volteó a su tía, que en el sillón disfrutaba del show en total silencio. Sus manos llenas de manchas pequeñas, arrugas que no le quitaban la suavidad de las mismas y una mirada que lucía la generosidad cada segundo en la que uno se dignaba a observar. Un ángel en persona.
Torció los labios ideando un porqué debería salir y terminó por quedarse junto a ella, solo por esa vez.
—Aparta un espacio para mí —pidió el muchacho tomando las piernas de Judy como almohadas, dejando caer la cabeza sin cambiar su neutral expresión—. No quiero perderme la novela.
La mujer no reclamó, nada más acarició amablemente el cabello de su sobrino sin preguntar.
Para los ojos de otras personas, aquel jovencito era tomado como un rebelde chupa-sangre sin el remedio que no fuera dentro de una Correccional, porque otros métodos no podrían apaciguar lo furioso de ese chico rudo.
Judy opinaba diferente, a veces equivocándose al no ser estricta, pero creyendo que lo único faltante en Zeljko era amor y comprensión. Lo que menos recibió por parte de sus padres.
Su sobrino respondía diferente a ella, con menos agresividad. Él parecía estar a gusto cuando ambos conversaban incluso de las cosas más monótonas de la semana. Buscaba de su tía al querer ayuda y Judy se la ofrecía. Él era un demonio al cuidado de una bella ángel.
Pensaban los vecinos que él podría ser su hijo, por como lo cuidaba y le hablaba, aunque la señora hubiera deseado eso desde un principio. Ella sabía que su sobrino hacía cosas indebidas, tenía sus años ya pero no tonta.
Nunca le reclamó por nada, al menos no asuntos serios. Zeljko era su mimado, el hijo que nunca tuvo, porque sus verdaderos hijos la dejaron hace tanto para encontrar sus propias vidas. Se sentía bien tener a un reemplazo, y él conocía que siempre tendría un espacio en el corazón de Judy.
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Cuando el muchacho despertó se dio cuenta de que seguían en la sala, con las luces apagadas ya que horas antes él las apagó para mejor comodidad. La televisión solo transmitía estática, dando a entender que perdió la señal por completo ¿y por qué su tía no la apagaba?
No quiso moverse del todo, porque la mano de ella aun reposaba sobre su sien. Debieron quedarse dormidos los dos.
El joven se estiró al levantarse con sumo cuidado, dejando la tele así para ver con la poca luz a su tía. La mujer estaba muy quieta, en la misma posición del principio. La vería dormir todo el rato por lo divertido que es notar cómo hace rostros raros al soñar, pero esta vez no hacía ninguna mueca.
—Judy... —la llamó, sacudiendo su hombro sin ser muy brusco— despierta, no duermas así... Te va a doler la espalda.
Pero ella nunca le respondió. Normalmente tenía un sueño frágil, el cual se desvanecía con tres palmaditas.
Zeljko sintió un frío abismal, que superó al de ella.
—Hey —quiso aumentar su tono, esta vez moviéndola más fuerte—. ¿Tía? Despierta... ¡Judy!
La señora ya no pudo despertar incluso luego de gritos y potentes sacudidas, y a pesar de la cara en horror que presentó el rubio fue para una película de terror, ella no pudo perder contra lo gélido de su cuerpo, porque su tibia sonrisa jamás pereció.
Y otra vez, era un solitario Zeljko contra el mundo.
Otra vez no tenía a nadie.
Otra vez perdió las razones para encariñarse con alguien.
Y maldijo al Dios que su tía le había rezado tanto para que ambos tuvieran la felicidad que se merecían.
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