| Stela ✨ La vida: dos |

La mujer estaba lavando los platos sin más. Era como la una y media, lo que quedó del almuerzo ahora era limpiado por el agua.

En la casa solo cabía una mudez increíble, era posible escuchar hasta el mínimo goteo de tanto silencio. Pero de alguna manera, era cálido.

Stelita.

Escuchó a su esposo atrás, a lo que volteó cerrando el grifo. Amaba cada momento en que pronunciaba su nombre así, con cariño. 

—¿Sí?

—Me iré por unos días —fue todo lo que le informó, en su voz matinal de seriedad y bajo volumen. Es como si le estuviese avisando que ya se iba, y así era.

Una mujer normal preguntaría más: ¿A dónde? ¿Por qué? ¿Por cuanto tiempo? Y ¿Por qué dejas a tu esposa sola en época de embarazo? Pero ella no lo hacía, nada más contestó lo de siempre.

—Suerte y cuidado, te esperamos con amor —se secaba las manos, entendiendo el raro lenguaje de él.

Y sí, sabía a qué se refería. Una junta de su empleo, sin más. La gente se reía de lo asombroso que llegaban a ser, no necesitaban más vocablos.

A la castaña no le tomó mucho tiempo el haberse acostumbrado a su poca comunicación, y es que, para lo que muchos considerarían un problema de parejas, Stela comprendía ese silencio en una conversación. Quizás por eso Ross la eligió; su forma de entender a la gente y esa personalidad de un mismísimo ángel pudo haberlo cautivado, a pesar de no mencionarlo.

Stela se acercó a él, así juntando sus labios en un beso rápido.

—Te amamos.

Ross la tomó de la cara antes de que se fuese al otro cuarto, así tomando otra probada de su boca por unos momentos más. La mujer no pudo evitar su asombro, normalmente hasta lleva contado los besos que él le da. Que sus vecinas bromean apostando a cuántos serían durante el mes.

No logró conservar su impacto cuando su contrario de pronto fue a su cuello, depositando besos de puro deseo.

—¡Uy, qué atrevido! —comentó traviesa ella, sin querer ocultar el asombro que le daba— Aquí no, cariño...

Él dejó los mimos de lado, dejando paso a una sonrisa pequeña. No era un romántico, ya lo sabía y daba gracias por conseguir un amor que pudiera con ello. Todo lo que no era, Stela sí. Los opuestos se atraen, escuchó alguna vez.

—Lo sé pero... —la miró, guardando su aroma en lo más profundo. El tiempo no daba para más, lo cual no soportó— También te amo.

"También te amo".

Y la pregunta que ella se hizo fue ¿si tuvo el descaro de ser honesto en su momento, por qué no le confesó que llevaba una doble vida?

Ross, un hombre trabajador, cuyas palabras son pocas pero directas. Un temperamento extraño, sumado a ese estilo silencioso de personalidad... Tenía secretos. Por eso dicen que los más callados son los más peligrosos.

Hubiese sido menos doloroso que tuviese otra familia, al menos así Stela estaba bien sabiendo que tenía algo por lo cual luchar. Aunque no, Ross debía ser un mafioso.

Un delincuente que mató y engañó... Tal vez esa era la razón de su actitud tan callada, ya que guardaba asuntos que no debían ser hablados al aire.

Stela supo de todo eso esa misma noche en el que se fue, cuando se levantó con un dolor en el cuerpo... Ella estaba conectada a su esposo, en el día de su unión comenzó esta conexión.

Y lo conoció genuinamente al ser avisada por teléfono que él murió acribillado. Mientras escapaba de la ciudad. Con drogas y armas.

Ah, por eso dejó los estantes casi vacíos.

No le habían dicho la noticia completa para cuando se lanzó al cielo, sacando alas y yendo a donde el dolor de su corazón indicara. Estaba deshecha. Su vida que pensó era perfecta, no era más que un retrato de lo que los humanos quieren ser.

El viento pegó contra su cara, y eso no fue lo que la hizo llorar a mares. ¿Quién sería el padre del bebé? ¿Qué le diría de él si preguntaba? Bueno, no importaba mucho, ahora que de seguro el infante murió en su vientre al caer.

No sabía que las plumas de las alas podían caerse debido a la tristeza y la desesperación, pero sí. Lo comprobó en medio vuelo; la belleza de sus alas se fugó al perder un montón de su plumaje, dejando unas cosas inútiles que ya no podrían ni elevarla. Nunca le pasó, después de todo, los ángeles en el paraíso jamás sienten nada.

Los ángeles caídos también tenían mala fama en el cielo; sin embargo, ¿Ella contaba como uno de esos? Que así sea, para ser juzgada y aniquilada. No aguanta otro segundo en lo que quedó de su actual vida.

—Oh, padre —rogó a la nada, buscando consuelo en el viento, porque su creador no le contestó ni ese día, ni los que le siguieron—, ¿por qué me has abandonado?

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