| Sam 🍊 Sueño |
Los meses de entrenamiento aún seguían arraigados en su cuerpo; algunos moretones estaban allí, gritando en silencio sobre sus batallas y lágrimas pérdidas en aquellos tiempos de novato. No soportaba cargarlas ¿y quién lo haría si no fuese él? Se había culpado muchas veces de tomar ese camino de armas blancas y uniformes verdes, donde luchar era un modo de vida. Las replicas posteriormente dejaron de surgir, porque entendió que era lo mejor para su futuro pero tampoco sabía si podría ser lo correcto del todo. Nadie lo apoyó, nadie le dijo que no lo hiciera, aprendió a ser independiente y por ello se había ganado un puesto en la marina de su país.
Los regaños de su superior seguían pitando en sus oídos, como molestas moscas. En su niñez, le tocaron peores insultos, gracias a eso pudo mantenerse de pie en cada alarido a su persona. Nada de los golpes, ni las ofensas llegaron a tumbarlo, aunque no era cosa de presumir ¿por qué sentirse orgulloso de haber sido el trapeador de sus acosadores?
Al menos lo peor lo convirtió en lo mejor, ya que lo consideraban uno de los grandes soldados en su grupo. Se preguntaba si dar las gracias, realmente no le aparecía ser reconocido por poder pelear sin motivo alguno. Sam solo seguía allí por los beneficios de después; el dinero, el respeto, los permisos y demás.
¿Era egoísta? Entrar por querer vivir más agusto cuando terminara todo y no por querer proteger a los demás... A ese punto le daba igual. Tuvo demasiadas tristezas, solo deseaba dormir sin tener que pensar en si mañana él u otro pondría una bala entre sus ojos.
Ser fuerte y así llegar al siguiente día. Ese era su motivo, ganar habilidades, y eso fue lo que lo cegó durante un gran tiempo. A un costo extremo lo entendió.
Cada gota de sudor iba directo hacía el césped, ninguna alarma interna de su cuerpo pidiendo cesar de una vez, lo detenía. Los descansos dejaron de ser importantes en su rutina, por eso siempre tenía una mirada frenética de cansancio, viendo a todas partes en busca de algún enemigo imaginario a quien encajar el filo de su arma. Los demás en su equipo no gustaban de hablar cerca de él debido a eso.
—L-La práctica terminó, Sammer —el cadete entre su brazo, le indicó que lo dejara libre, pidiendo clemencia sutilmente en voz temblorosa.
Hacía un rato que dieron unos minutos libres y el pelirrojo al parecer no quería soltar a su colega de entrenamiento. Su brazo rodeaba el cuello de este, impiendo cualquier movimiento.
El de ojos azules seguía con la vista clavada a la nada, sosteniendo sin medir fuerzas su cuchillo, justo en el abdomen de su compañero que seguía insistiendo. Solían bromear que de forma genuina, Sam iba a matar a alguien pronto y su silencio en forma de respuesta no daba buena espina.
—Ya para, ya ganast-
Su voz se vio cortada luego de sentir el aire acabarse en sus pulmones de a poco. Sam se dejó llevar por la adrenalina de la batalla, las ansías de la guerra y el querer alcanzar la fuerza que siempre quiso obtener. Con que así se sentían quienes lo molestaban... Un poder por sobre todo llegó a su pecho, tan cálido.
Un extraño llamado que le prometía entrgrarle una vida segura si solo se dejaba corromper por la malicia.
Olvidó su nombre de pronto, pues el chico atrapado en su brazo no dejó de llamarle entre dientes, llevando sus manos a su cuello sin resultados. Desesperado, empezó a ver en negro.
Sam podría ser invencible y aniquilar a cualquiera que atente contra su persona. Los años de su niñez le dejaron con ganas de aquello, una pobrada de la victoria.
El oxígeno se fue yendo.
Ahora estaba solo ¿a quién le interesaría si él toma otro camino o no?
Su amigo perdía los colores de su cara.
¿Por qué ser bueno cuando nadie lo fue con él?
Pronto un débil sonido se emitio. Un toque. Algo tan inerte y seco. Una rama quebrandose.
Un cuello roto.
Y la bocanada de aire que pegó tras despertar del sueño no tuvo nombre. Yacía en su cama, viendo al techo después de abrir los ojos de un golpe y el corazón corría como nunca... Era de noche aún. Una de la madrugada.
Odiaba soñar, porque era rememorar su vida en una película trágica. Sammer volvió a acurrucarse en las sabanas, mientras se culpaba a sí mismo de cosas que en realidad no le incluían. Menos mal pudo irse de la marina antes de perderse a sí mismo, se dijo.
Lo único que le consoló en ese momento fue pensar que tendría la suficiente fuerza de sonreír de verdad en un nuevo día.
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