| Owen 💚 Cobarde |

Ella lo miraba, con los ojos abiertos y una cara de impresión total. Jamás la había visto tan asombrada, a pesar de ser la persona más expresiva del mundo.

No debía estar así tampoco, ¿no se esperaba que él hiciera eso? Si de todos modos, no tenía ni las ganas de justificar el por qué. ¿No dio las suficientes señales? O es que su personalidad pasa desapercibida siempre...

Dareki debió suponerlo, o mejor aún, sugerirlo al momento de terminar su relación, le hubiese dicho las diez mil cosas horrendas que se tenía guardado. Porque sí, él piensa que siempre le guardó odio. No le echaba la culpa a ella, ni a nadie. Él era débil y frágil. Un tonto que se toma a pecho cualquier mínimo insulto.

Cobarde; no hay otra palabra. No sabe resolver sus problemas y nada más quiere irse por el camino "fácil".

Se merecía un chico más fuerte, extrovertido... Algo más que Owen.

Owen es un mocoso. Owen es inútil. Owen necesita morir.

Y allí estaba él, con una soga en el cuello apunto de ser apretada y robarle el aire por completo. Solo faltaba quitar la silla de sus pies, sí.

El problema era que Dareki no apartaba sus ojos grandes, llenos de sorpresa y puede apostar a que también de terror. ¿A caso está preocupada? No quería verla así. ¿En ese violeta hay decepción por igual? Eso sí es lo correcto.

"Dareki, por favor... No me mires así... Quiero hacer esto".

Una vez que la chica atravesó la puerta, el tiempo se detuvo y ya no pudieron luchar con el silencio infernal que llegó luego. Conectaron ojos, y el mundo siguió en otra sinfonía en la que ellos no entendían.

"¿Esperabas más de mí?... Lo siento. Mis días ya no tenían propósito".

Permanecieron así un segundo más. Un minuto más. Una hora. Un año. Un universo. Lo que llamaban tiempo no tuvo significados, el viento trajo una helada afonía que se deformó cuando Dareki dio el primer paso para entrar. Los problemas que quería resolver iban a empeorar, ya lo veía venir.

"¿Me odias? Yo sí me odio..."

El castaño sabía que no podía seguir con el show, así que por primera vez le rezó a un Dios, para obtener fuerzas en explicar sus razones.

Su habitación se hizo fría. Sus mejillas seguían mojadas y su corazón le avisó que la vida seguía allí.

Hay peores cosas que la muerte, se dijo en su mente una vez sintió los brazos de la pelinegra rodearlo con mucha desesperación.

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