| Leroy 🐺 Hombre desconocido |
Ella despertó por casualidad, una parte de su instinto indicó que su hogar se hallaba lejos, muy lejos y donde yacía su cuerpo era el peor en la tierra. Lo primero que notó fue el dolor en su cuerpo, como si la hubiesen golpeado con intensiones de dejarla muerta; los rasguños recientes hablaban por sí solos.
No solo eso: un montón de moretones y el cuello era lo que más ardía entre todo, bueno, sin contar su entrepierna. Esa zona en especial seguía con un ardor peculiar. Pero todo aquello solo era la evidencia en físico de lo ocurrido, después las memorias de la noche anterior llegaron sin lujo de avisar.
La mujer se sobó la cabeza una vez consiguió sostenerse en un brazo, no prestándole atención a su alrededor que era lo de menos si de malos momentos se trataba. Ya sabía que estaba en una cueva sin rayos de luz a la vista. Lo más destacable podría ser el inmenso silencio que a la mínima de un parpadeo, el eco correría en todas las paredes del sitio.
Por lo pronto debía salir a pesar de no contar con sus piernas ese día, ya que el sufrimiento iba desde la cabeza hasta los pies. Los rasguños y heridas se burlaban de su estado. Necesitaba al menos levantarse e ir despacio, porque no había más que pensar en sí quedarse o no. Tenía tanto que contar a la policía y a un psicólogo, ¿había necesidad de un sacerdote también?
Sus manos se aferraron a la piedra de la pared, como pudo hizo que sus piernas dieran el primer y segundo paso a la libertad. No existía más fuerza en ella pero tampoco ganas de seguir en esa situación, entonces a un paso cuidadoso fue recorriendo a donde creía escuchaba la libertad y el canto de los animales silvestres. Un sorbo de su albedrío hizo que las cosas por las que no podía mantenerse de pie se esfumaran en su mente para dejarle el espacio a la euforia de salir por fin.
Sintió el tacto de la piedra más suave cuando la luz chocaba contra ella. Su piel pareció gritar de alegría al sentir el calor en los poros, los árboles saludaban y ese color tan vivo como lo es el verde se convirtió en su anhelo. No le prestó atención a su ropa, tampoco a su apariencia, llegaría el instante en el cual eso volvería a ser un problema una vez estuviera en la ciudad pero... Apenas tocó la entrada de la cueva, un hombre azabache se le quedó mirando.
Vikka volteó a su posición y fue eso lo que le robó el último aire que le quedaba. El recién llegado cargaba una cesta de frutas y un montón de cosas más, las que ella no les tomó importancia jamás.
La chica por impulso dio un paso hacia atrás, a lo que el suelo la saludó de nuevo tras caerse de la impresión. Ese hombre... Lo recordaría, por siempre.
La noche anterior ella se perdió en el bosque en una excursión a solas, uno de sus pasatiempos favoritos. No tenía tiempo de gastarse la batería de su linterna, sin rumbos era imposible determinar el camino, tan siquiera una señal del sendero correcto le hubiese sido de ayuda, en cambio por querer pasar la noche en una cueva, un individuo de colmillos terminó por secuestrarla.
Lo que restó de la madrugada fueron muchos de sus gritos pidiendo clemencia que nunca fueron escuchados. El animal sobre ella destrozó su ropa y su dignidad, le hizo tanto daño como es posible, olvidando medir sus fuerzas. Sus garras arrasaron en la piel de Vikka mientras sus ojos en un color de fuego no dejaron de mirarla, intentando mirarla en todo el proceso hasta que la bestia cayó rendida sobre ella, para no dejarle oportunidad de escapar.
Lo último que tuvo la atención de la mujer fue un negro inconfundible de la noche por sobre la piedra.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top