| Kelila ❣ Sucia súcubo |

Ella era una blasfemia que con su mera existencia, denigraba la presencia de Dios.

Jehová, nuestro pastor. Nada nos faltará.

Eso era. Ella no valía, no merecía ni siquiera estar disfrutando a lo que llaman vida, patentada por El creador. Sabe sobre las maravillas del señor hacía el mundo y sus criaturas, él era benevolente pero justo, así que una alimaña como la chica no debería tener tantos privilegios que los humanos poseen; amar, por ejemplo.

Y ella pecó. Se enamoró.

—Oh, señor —siseó su "papá", con las manos juntas en adoración a su religión—, no perdones a esta criatura, porque no se merece ni una pizca de tu dulce misericordia —sosteniendo un crucifijo entre sus dedos como si de una soga de salvación se trata, tira más rezos al techo.

La de cabello castaño escuchó un silencioso y malévolo "es inevitable" para terminar la oración, que más bien se sentía igual que un jurado gritando cada mal acto que ha hecho.

La fémina no sentía pena en mostrar su rostro arrugado de miedo y tristeza, mientras en la cama en donde estaba, observaba al que rezaba acercarse. Una buena niña espera a su papá; una buena niña no reclama. Es lo que le han enseñado.

—Cariño, ¿quieres decirme por qué haz cometido tu atrocidad? —el hombre no teme en recalcar sus errores.

No siente disgusto, más bien es vergüenza de tener a un ser tan horroroso en una iglesia, con el nombre de ciervo de Dios bajo su cuidado.

En realidad esa cosa es una asquerosa súcubo adiestrada para ser sumisa y de utilidad. A él le encantaba experimentar con demonios.

Su disque hija lo mira, sin cambiar expresión ni posición. Ella conoce que cualquier palabra, la llevará al mismo destino. Por lo que duda si al menos justificarse con que no fue intencional ¿sonar arrepentida es lo mejor? si tal solo fuese humana, no se sentiría mal.

Pero ella es una monstruosidad.

El pastor nota que no obtendrá más que el extenso silencio que se estableció hace un buen rato, así que no hace otra cosa que solo suspirar en una falsa sonrisa. Kelila está tan apenada, no va soltar las cosas fácilmente.

Eso sí, su deber de cuidador es reprenderla, o hacer que entienda ciertos asuntos. Es su mayor habilidad el manipular a demonios para su conveniencia. Y tiene una buena idea para hacerla entrar en razón de su posición.

—Mi amor ¿cuánto darías por el chico que te gusta?

La joven no pudo contener preocupación, tuvo que pensar rápido antes de que llegara la situación a mayor.

—Porque no creo verte dispuesta a cambiar tus sentimientos... Así que —Aurelius sonrió nuevamente, esta vez luciendo más amigable—, ¿Qué darías a cambio de ese muchacho como para que no lo mate? —lo dice de forma coqueta, pero no quita la seriedad de esa pregunta.

Kelila encendió todas las alarmas en su cabeza. Su padre nunca le jugaría una broma de ese calibre, está hablando en serio, que hasta sus ojos se han vuelto rojos en señal de peligro.

Es la primera vez que ama ¿Qué se da a cambio? Algo valioso, supone. El corazón, quizás. Rápidamente descarta eso, Aurelius no haría nada con ese órgano.

Sus opciones van al mil, no quiere que su amor fallido muera por alto que ni siquiera ha de saber. Es un error de la naturaleza, es toda su culpa por creerse humana en un mundo que no le da la bienvenida.

Quiere pedir ayuda pero sabe que Jehová cerró el cielo para ella.

—M-Mi vida, todo de mí —contesta por fin, sosteniendo con fuerza las ganas de llorar. En su voz se nota su insistencia por no lucir cobarde.

Eso excita al hombre.

—¡Tome todo de mí! ¡No le haga daño, por favor! —repite para que quede marcado en la historia que sus deseos egoístas no son importantes.

El de ojos verdes sigue mirándola con ternura, casi con lastima de que hubiera dicho eso, porque debajo de los trapos que viste, hay un cuerpo de mujer extremadamente divino.

Es una putrefacta demonio que no es digna ni de un buen trato, de todos modos.

Pero también adora verla llorando, que sea patética y estúpida. Que sufra en un interno que él le ha hecho, ya que ¿a quién le importa que sufra una repelente criatura del averno? Debe estar acostumbrada a las torturas.

—¿O sea que puedo tomar tu cuerpo de la manera en la que quiera?

Segunda alarma. Ella desde hace unos segundos que olvidó a cómo respirar.

—Lo tomaré como un sí.

Aurelius amenaza con su presencia tras dar unos pasos más a la cama. La chica recupera su respiración pero no puede controlarla, no deja de tener miedo al verlo llevarse las manos a su camisa.

Es inocente aunque sabe lo que quiere decir.

—N-No... No de e-esa-

—¿Cuántos botones de mi camisa estás dispuesta a desabrochar por él?

¿Por qué amar es complicado? ¿Por qué duele en vez de ser hermoso? Morir le parecía mejor opción ya que desaparece y ya está; sin embargo, vivir en sufrimiento es una agonía sin final, el tiempo no se mide mientras los pocos sentidos se dejan ir en cada instante de dolor.

—Uno por su cabeza.

¿Amar valía la pena? Porque ser amable le estaba costando mucho. Los humanos son extraños, buscan no sufrir mientras van directo a las malas decisiones.

No dejaba de llorar ahora que estaba al borde del infierno de nuevo. Ese era su destino, por ser la creación de abominaciones. Ya no era de esperar que terminara como un trapo sucio, ya que eso es lo que era después de todo. Algo utilizable, al menos así Dios podría ver lo arrepentida que estaba.

—Uno por su cuello, otro por sus brazos...

—P-Pero-

—Si me detienes, entonces tendré que cortarle su torso ya que no pagaste esa parte —hablaba dulcemente con perversión, en murmuros que solo él sabe hacer para provocar arquear al miedo.

Su padre permitía que la sonrisa de antes abarcara toda su cara en forma retorcida, y que sus manos ya se fuesen solas por toda su camisa negra. Kelila por otra parte, no se dignaba a hacer algo con el tiempo ¿Qué conseguía con huir? Si Jehová estaría feliz de verla castigada, es demasiado misericordioso, dejándola vivir en el mundo que hizo con su buena mano de obra.

—Cómo estás lista con lo que te acabo de decir, empieza a recitar el Salmos 51, mi tesoro —esa frase que suelta no va con la cara que tiene, tampoco con las intenciones con las que va—. Tal vez El señor te escuche esta noche.

Salmos 51; arrepentimiento y plegaria, pidiendo purificación.

Ella deja que el pastor se suba a la cama, como un hambriento en busca de la comida que satisfaga el ardor de su boca por masticar. Serpientes se deslizan en las sabanas, siendo la compañía de los ojos fuego del hombre.

Ya no le importa que las lágrimas estuvieran inundando sus mejillas, tampoco que los besos de Aurelius comiencen a darse en su cuello, dándole la más pura sensación de asco en su vida.

Las serpientes blancas trepan en su piel, estas sisean en burla.

Ten p-piedad de mí, Oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones —lucha por articular palabras, pero su voz no coopera y salen susurros en pena.

Ahora solo quiere escucharse a ella misma soltando plegarias, debido a que la gran mentira del de ojos verdes no la conforta: Dios nunca la ha escuchado.

Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado —las manos del castaño se mueven sin pudor, encima de su tembloroso cuerpo y esta trata de ignorar al mundo entero—. Porque yo reconozco mis rebeliones y mi pecado está siempre delante de mí.

No hace falta decir las emociones mezcladas del hombre y de la joven, nada más que las letras del Salmos en el aire, mientras al silencio le da miedo de volver. La cama no es fría, a pesar de la falta de amor, aunque su calor es repugnante. Las víboras tienen otras metas, como recorrer por lugares inexplorados de la súcubo.

El chico que ama ni se enterará de su sacrificio.

Contra ti, contra ti solo he pecado. Y he hecho lo malo delante de tus ojos; para que seas reconocido justo en tu palabra.

Por primera vez, Kelila se plantea en su oscuro pensamiento en odiar a los humanos, como ellos seguramente la odian.

Y tenido por puro en tu juicio.

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