| Cyan y Maeve: Objeto |
Por gentileza del clima, decidieron que sería ideal un día de campo en un lugar cerca de algún bosque. Aprovechando la sombra de los arboles y de paso la tarde libre que tendría la madre. Solo con sus dos hijos y otros compañeros adicionales que serían estupendos para compatir el almuerzo.
El sol yacía escondido en las nubes pero no había probabilidad de lluvia, así que al calor nadie lo invitó. El aire corría libremente por todos los rincones y nada más hacía falta el dichoso pinic perfecto. Primero los adultos acomodaron la manta y la comida en la zona que eligieron, mientras los niños disfrutaban de su libertad temporanea ya que al día siguiente volverían a sus rutinas. Salir un rato no sonaba tan mal, pensaban, por más asociales que ellos fuesen.
Cuando por fin pusieron todo en su sitio, Hudson con su esposa y Leila procedieron a sentarse a conversar cosas nada que ver con sus trabajos, aunque era difícil no desviar el tema. A veces sus cabezas se llenaban de tareas que de pronto comenzaron a ser parte de ellos, y pensar en algo que no estuviese relacionado les podría costar.
Incluso los menores estaban casi iguales, al menos Cyrus hablaba más de sus peleas que llenaba el espacio vacío dejado por Cyan y Robbie, quienes nacieron con carencias sociales. Con eso bastaría, dejar a un lado sus inhibiciones costaba pero poco a poco se acostumbraban a hablar de otros temas. El mayor de los tres aportaba cualquier cosa y su hermano pequeño solía dejar ir risas, y la verdad es que no iba a ver más nada que eso.
De lejos sus padres observaban al trío divertirse a su modo, a pesar de la cara chueca de enojo de Robbie, todo fluía normal. Los silencios eran recompensados con las hojas chocar y el pasto bailar, para ese instante la mayoría se dio cuenta de que el ruido los opacó mucho como para no poder apreciar las pequeñeces en su entorno.
—Maeve, sirve las bebidas por favor —ordenó el dueño de la androide, a lo que ella gustosa activo sus protocolos de sirvienta y comenzó a echar en cada vaso. Hudson esperaba que no tirase nada, porque molestarse por algo tan banal sería irritante a ese punto.
—Qué es esto? —Robbie, como siempre, mostró su desprecio a lo que estuviese frente.
—Jugo de naranja. Lo hice yo —Leila mencionó al mismo tiempo que ponía se ponía su vaso en los labios. Toda la comida la había hecho ella con Cyrus, los únicos buenos cocineros de la familia.
La madrastra del niño de lentes comentó lo delicioso de los postres, bromeando con que contrataría al rubio de cheff, a lo que Leila cayó en cuenta de que faltaba el dichoso muchacho. Su confusión se vio reflejada cuando volteó a todas partes sin lograr dar con el paradero del adolescente.
—¿Y Cyrus? —Conocía a su hijo, él se cuidaba solo aunque algunas veces era preferible checar si no estaba en problemas antes de un posible desastre.
—Acaba de caerse de la colina de allá —el relajado Cyan mordió apenas una galleta, sin importarle el paro cardíaco que le dio a su madre tras escuchar eso.
La mujer olvidó que la salida era para relajarse y de inmediato fue en busca de su travieso niño, porque él podría tener resistencia sobrehumana pero no era inmortal. Además de que no iba a empezar a comer sin él, fue entonces que no midió otra palabra para cuando corrió tras Cyrus, que a simple vista no se hallaba cerca del picnic. Hudson y su esposa le acompañaron por cortesía de ayudarla, y como Robbie no soportaba mantener una charla con el menor de los Taylor, o siquiera estar en el mismo planeta que él, no tuvo de otras que irse detrás de su padre, dejando en soledad a los dos restantes: Maeve y Cyan.
La paciencia del chico se demostró en su forma de comer la galleta, que apenas iba por la tercera mordida. Se iba a tomar su tiempo, ya que nadie lo apuraba a nada. Maeve por su parte se quedó con el envase del jugo en la mano, mirando curiosa la preocupación genuina de sus amos, al rato giró al rubio cenizo después de darse cuenta que los demás se esfumaron de visión.
Él en nada notó la presencia de la robot sobre sí, a lo que conectó sus ojos a los de ella, moviéndose con total lentitud e igualmente le sonrió elevando en cámara lenta sus labios. La del sombrero imitó su gesto, feliz de recibir esa expresión cálida, gracias a que amaba que los humanos la trataran como a uno de ellos. Y su curiosidad se acrecentó al notar que Cyan se levantó, tomando su mano para atraerla a la entrada del bosque.
El chico era un jarrón frágil y su fuerza nadie la envidiaba, aunque no quitó que el jalón que le dio a la androide fue inesperado. No hizo saber el por qué de esa acción, tampoco la de el deseo de ir a aquella zona sin pedir permiso a su progenitora.
—¿A dónde vamos, joven Taylor? —Nunca fue sorpresa que Maeve no comprendiera las intenciones de la gente, por eso es que se dejó ir guiada del de bufanda hasta lo más remoto de los árboles sin desconfiar de su juicio.
No pasó tanto luego de que se introdujeran en el bosque, donde yacía el mismo toque silencioso que en el campo. Los troncos se extendían más allá de lo esperado mientras que el suelo estaba adornado con todo tipo de detalles que hacen que la naturaleza sea hermosa. El ambiente reinaba por la cantidad masiva de hojas en el suelo, las cuales había motivo pues el otoño ya andaba muy cerca y les daba sensación de estar ya en invierno.
La robot no se quejó al respeto, creyó que simplemente a él le apetecía caminar a su lado por un rato y su naturaleza tímida le impedía mencionarlo al aire. Una vez más ella se llenó de felicidad por ser consideraba de fiar.
Se detuvieron en el instante que Cyan la soltó, ahora él observando hacía frente sin ningún motivo a la distancia, haciendo dueto con la mudez de la escena. La del sombrero no resistía preguntar por eso; mas no llegó a poder cuestionarlo porque el chico comenzó a saltar entre un camino extenso de hojas. Para ser el mimado del grupo, su agilidad al ir de allá a acá era sorprendente ¿cómo sabía hacerlo en primer lugar si su condición no era la mejor?
Maeve siguió viéndolo brincar hasta que consiguió terminar en una roca grande, que no tomó mucho a decir verdad, donde los dos podrían caber. El muchacho la invitó a correr a donde se encontraba con una tenue sonrisa y el movimiento de su mano, no perdiendo la característica falta de rapidez en él. Era un juego, un inocente juego de su parte.
Ella súper gustosa aceptó su petición, manteniendo el gesto brillante de su rostro a la par que avanzaba a un paso veloz a donde la esperaba felizmente Cyan, posando bajo un minúsculo rayo de luz que descansaba sobre su cuerpo. Dejó que la androide tomara sus minutos en llegar, contento de acariciar sus manos si iba pero...
Un sonido ligero de metal y las garras de monstruosas trampas no permitieron a Maeve continuar el recorrido. La amable androide cayó en bruces a las hojas cuando su pie fue destrozado por algo inesperado, y no paró ahí porque sería benevolente. Una serie de más dientes filosos de acero la condenaron a quebrarse, en dos, en tres y en mil pedazos una vez estuvo en el suelo.
Su cuerpo no resistió nada de las trampas de oso, su función no estaba para aguantar dichas cosas y fue fácil hacerla perder el equilibrio. La piel falsa de la robot iba perdiendo ante la fuerza descomunal de la presión, al mismo tiempo las piezas dentro cedieron y ella dejó de moverse por completo, uniéndose a la afonía delicada del bosque. Pronto el aceite se regó en el césped y los circuitos empezaban a fallar una y otra vez, empeorando el estado.
No consiguió pedir ayuda ni nada, su núcleo se vio afectado por tantas cosas que se apagó de forma automática, provocando la desaparición de la tierna luminosidad en sus ojos y la del sombrero no emitió más sonidos. Sus ojos se quedaron grises, apuntando al cielo que seguía siendo hermoso con tantas nubes.
Cyan se hallaba parado, apreciando el espectáculo como si de pintura secándose se tratara. La frialdad de su rostro decía mucho aunque Maeve no llegó a deducirlo nunca; esas maquinas no dejaban de ser tontas, se dijo él.
Para completar la situación, pisó unas cuantas veces la cabeza inerte de la estúpida sirvienta que dejó salir más componentes de su cuerpo, al igual que el aceite que ya era un río del mismo. El niño se sintió contento después de verla desfigurada, rota y bajo a sus pies. ¿Sería cruel decir que ella sola se fue por su cuenta? De todos modos, era la excusa que iba a decir, poco le importaba lo que costaba repararla. A nadie le importará, es solo un objeto.
Y él ama destruir objetos.
La iba a dañar de tantas formas que su sonrisa se sumergió en malicia al pensar su próxima travesura. Por ahora, el bosque sería el único testigo de cómo Maeve confió de más en un humano.
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