Alice 🌈 Ser un Hatter [WLand]

Los sonidos del pasado volvían al presente, tras ser liberados del baúl de los recuerdos, que por años ya no volverían a ver la luz hasta otra generación. Si es que iba a existir una más.

Entre constante revuelto de objetos viejos, el polvo se esparció, sin causarle molestia a la pelinegra de dos colas. Vaciaba el cajón como si sacara comida de una cesta, no sabía por qué estaba buscando algo allí pero se sentía muy bien comenzar a recordar cosas de su niñez. Cuando los vivos no eran solo una imagen de nostalgia, trayéndolos de vuelta con historias en una plática.

Pronto esta halló un tierno caballito de madera, tallado a mano por algún hombre que se desató en sus memorias. Esto provocó un click y a su vez, el brillo inocente de sus ojos encandiló al mundo.

—¡Por mis coletas! ¡Esto era de mi tío! —En un tierno chillido, Peyton alzó con más curiosidad el objeto de madera en sus manos— Mira, mira, Alice... ¿Recuerdas a tío Oaken?

El Príncipe no respondió, o no le dio importancia. Como siempre. Realmente no recordaba mucho de los tíos, casi nada; se convirtieron en otra escena familiar en el pasado doloroso, que no gusta de mencionar. Su silencio indicaba que no, no lo hacía. Continuó llevándose a la boca ciruelas enormes, mientras estaba justo atrás de su amiga, acostado de lado viviendo lo poco de su día libre.

—Él hacía juguetes para sus hijos y sobrinos —siguió hablando ella, pretendiendo que recibió respuesta alguna—, y este me lo quedé yo, porque fue uno de sus últimos juguetes. Ya sabes, cuando terminó completamente desquiciado.

Alice fue enviado a esa situación de hace años de pronto. Todo lo que vivió fue algo tan innecesario que no pudo superar lo que después intuyó, pensando mejor el estado de la familia de los sombrereros. Primero recordaba el cómo, el dichoso, Oaken era escoltado –o más bien, sometido- por sus otros hermanos. Y no había un momento más oportuno para perder los estribos que en medio de una típica fiesta.

El Alice pequeño sentía perfectamente la tela de la falda de su madre, que entre sus pequeños dedos, pensaba que de alguna forma esto le brindaría seguridad. Estaba escondido detrás de ella, viendo con la sorpresa infantil la escena de su familiar vuelto loco. Y de manera literal, porque aquel hombre, sin razón aparente, lanzaba carcajadas erráticas al cielo, tal vez esperando a que las estrellas lo consolaran en tan descontrolada situación.

Solo explotó. Enloqueció y nadie logró hacer algo.

Las personas alrededor podían formar parte de eso observando atónitos, apreciando los hilos invisibles de una cordura perdiendo fuerza, para despedirse sin pena de la mente de ese hombre. La familia Hatter era peculiar, pero ellos mismos llegaban a ser su propio martirio, en el peor de los casos.

Cualquiera que los conociera, dirían que son unos amores. La verdad detrás de cada ferviente sonrisa, era algo desconocido que podía ser catalogado como tabú. Los Hatter estaban condenados desde sus inicios y era un secreto a gritos todo el chisme.

A parte de ser buscados por el rey de corazones, de no distinguir la noche con el día, tenían otra maldición fuera de la mano de los embrujos. Se le conocía comúnmente como demencia. No era enfermedad, nada más... Despertaba cuando debía, lo cual nadie era consiente. A veces terminaban peor a como estaban, o seguían igual. Es un tema del cual Alice no le gustaba hablar, ni preguntar, porque indagar no hacía más que volverlo loco, irónicamente.

Los adultos decían en murmullos que era el estrés por morir, el miedo, que los que enloquecían no soportaban este mundo. Y es preferible elegir la opción de perecer en la demencia que vivir cuerdo en un universo lleno de desgracia.

Cuánta verdad.

—Pero fue débil, eso pasó.

—Alice, ¿estás hablando con lo que comes o conmigo?

Con nadie a decir verdad. Se llevó otra ciruela a los labios, entrando en otros asuntos en su inconsciente para no tener que rememorar el pavor por ver la cara del tipo retorcida en sonrisas. ¿Por qué les pasaba eso?

—¿No vieron indicios de locura antes? —fue una pregunta estúpida, técnicamente todos Los Hatter están locos, pero esperaba a que ella lo comprendiera.

—Papá decía que vio sus manos muy heridas, que se comía la piel de sus dedos y uñas —espetó la chica, quitando la suciedad restante del caballo—. Aunque cada persona es un mundo, y no se puede decir con certeza los síntomas —lo dijo muy normal, dando a entender que el tema dejó de ser importante desde hace mucho.

—Eso creí.

Por suerte el chico ya había hecho una lista mental de actitudes extrañas en Peyton, que gracias a los padres de Wonderland, no existía algo por lo que preocuparse. Ella estaba loca de forma normal. Eso decía la resistencia emocional de esa mujer, algo que le daba orgullo en silencio.

Y aun así, dentro de él, existía el miedo de perderla. Sería inaceptable de su parte dejarla en manos de esa maldición, su punto en contra era no conocer a fondo por qué se llegaba a ese estado. ¿Y si el té es la causa? ¿Las fiestas? ¿O simplemente ser un Hatter? Cada mordida a la dulce ciruela en su palma, se convertía en un pensamiento venenoso.

Le estaba llegando mucho pánico pensar en que en cualquier segundo iba a estallar.

—Por cierto, ahora que estoy recordando cosas de la familia —Peyton dejó a un lado el cajón, para llevar su cabeza hacia atrás y mirar a su apreciado rubio de espaldas—. ¡Adivina qué día es hoy!

Mierda, no —deduciendo el tono alegre de la sombrerera, esa pregunta venía con una pesadilla.

¡Es tu no-cumpleaños!

¿Y sí actuar como Hatter era el problema? Se estremeció. Le prometió a sus padres que la cuidaría, que no dejaría que le pasara algo...

¿Él sería tan tonto como para que se le fuera así de fácil? Gruñó. Esa mierda de las fiestas lo estaba distrayendo, ¡no era hora de celebrar! ¡¿Cuándo ella se daría cuenta de eso?! ¡Quería cualquier estupidez de Los Hatter lejos!

—Entonces, debo cantar la canción ¡Sí! —Se levantó de un saltito, llena de alegría descomunal, sintiendo mucha emoción por volver a las tradiciones que fueron opacadas por los años de terror al rey— ¡Feliz no-cumplea-

¡Peyton, cierra la puta boca!

Acompañó su grito con un golpe directo a la pared –que de ese toque, provocó el derrumbe de la euforia de Peyton y un par de objetos del estante-, que no solo hizo temblar la pared vieja, también a la joven que se encogió en su sitio, tal cual un perrito regañado. No midió límites cuando abrió sus ojos negros de par en par, mirando a su Príncipe enfurecido que de una expresión arrugada en rabia, le devolvió el asombro un poco después tras darse cuenta de lo que acababa de hacer.

Se hizo el silencio. El peor silencio que los dos experimentaron. El primero y el último.

La chica no dejó que se convirtiera en algo incómodo. A veces la familia discute, quiso animarse. Debía respetar la personalidad agria de él, porque al fin y al cabo, no era un Hatter como tal. Aunque a la sombrerera le diera nostalgia no volver a convivir en eventos de la familia, las cosas seguían.

—Sí... Lo siento —su voz no sonaba del todo convencida de salir, incluso le daba vergüenza unir miradas otra vez—. Olvidé que dijiste que estás muy grande para los cumpleaños... Ja. Yo...

Alice le costaba mantener su postura, de nuevo sus ataques son los responsables de su deseo de matarse. El famoso nudo de la garganta impedía soltar disculpas, pero ¿Qué diría? ¿Qué se decía en estos casos? Ni siquiera llegaba a quitar el puño que apretaba su mano. No hacía más que llevar el ritmo de su respiración agitada.

—¡Es hora de comer!

Seguido de esa falsa sonrisa, Peyton se desvaneció de la habitación para irse a la cocina sin tanta explicación, dejando al héroe sumergido en un imperdurable mareo. Con la cabeza baja, sus cabellos rubios le sirvieron para esconderse del mundo, como si de la falda de su difunda madre se tratase.

No quiero perderte —le costó ese murmullo. Esas palabras se fueron con la última gota de sensatez en él. Era una pena que ella no lo escuchó.

Definitivamente, no deseaba eso. ¿Su debilidad salía a flote?

Lo anheló más al subir su mirar hasta su mano, donde sus dedos y uñas estaban hechas un desastre, regalando una pista de que probablemente él era quien se estaba perdiendo a sí mismo

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