Alice 🌈 Príncipe [WLand]

Cuando las mariposas cantaron su bienvenida al sol, poco a poco el sentido de dormir desapareció de la pelinegra. Quien, aun en la mañana, no dejaba de mostrar su sonrisa matutina, mientras saltando en cada escalón de la casa se preguntaba de qué sabor sería el té hoy. De menta es lindo, o de manzanilla para las sonrisas, simple té negro del color de su cabello. ¡Había mucho que pensar! Por suerte esos pensamientos no eran del trabajo, ya que la tienda abría cuando quisiera, no si ella lo hacía... Pero hoy sentía que la tienda iba a querer dormir un poco más, por lo que le cedió su compasión y decidió no ir.

Por cada escalón, era un té el cual imaginar en el desayuno. ¿Su mente podría elegir antes de que llegue a la cocina? Se preguntó, pero su cerebro parecía estar apagado todavía.

Le restó importancia, debía comer algo ligero para así ordenar la fiesta del té del día. Y preparada con sus manos atentas, las escaleras terminaron, dejando que el suelo de la sala la saludara. Ella sonrió, una vez notó el olor a algo saltando en el sartén desde la cocina. ¿A caso dejó comida más temprano? ¿O su cuerpo era sonámbulo y le preparó el desayuno como regalo? De ser así ¡Muchas gracias, cuerpo! Le ahorró el buscar los ingredientes en el pueblo.

Fue una sorpresa grande cuando los pelos dorados le dijeron buenos días. Su amigo Alice yacía cocinando, enseñándole su ancha espalda, lo cual asustó a Peyton de sobremanera. Esos no eran los días donde él estuviera "menos amargado"... Fue algo extraño. ¿Habían bichos que cambiaban a las personas al picarlos? Entonces tendría que fumigar, otra vez ¡siempre lo mismo!

—¿Alice? —Su voz no sonaba del todo sorprendida, ya que él sabía cocinar y preparaba lo que sea... Un poco. Esas no eran las mejores cenas.

El otro no contestó. Pero su postura rígida dejaba con una sensación rara; Alice siempre estaba listo para combatir, más bien en ese momento lucia como si lo que sea que hacía era mejor que entrenar. ¡Y él ama entrenar!

Peyton se acercó cuidando pasos, tomando una taza de vidrio. El objeto se deslizó en sus dedos, con el cuidado que se merecía un bebé. Aprovechó la situación, así lanzando con ganas la tacita directo a la pared, a lado del rubio.

—¡Cuidado! —Exclamó la sombrerera un minuto después de haber tirado el vidrio.
En una manera inhumana, Alice no reaccionó a como lo haría normalmente. En ese segundo, él respondería tirando de regreso su espada.

La chica arrugó la cara con frustración; eso fue grosero. ¿Le estaba ignorando? ¿Por qué lo haría? Recolectó valor para aproximarse más y por fin tocar el hombro de Alice, que cabe aclarar, no quería soltar una espátula.

—¿Buenos días? —Intentó llamar su atención sin vergüenza, fijando los ojos a los de él.

Por su parte, él no quitaba los suyos del sartén, pero se llegaba a notar un movimiento errático en ellos. Una descripción vaga no ayuda.

La pelinegra no lo pensó dos veces antes de pasar su mano en frente de su cara, queriendo comprobar el estado hipnótico. A lo que La Alicia, en un giró de flojo, conectó miradas. Una energía calmada, cargando un peso de desconocido de silencio, era lo en sus orbes azules se reflejaba.

Sin dudas estaba mal, no del mal bien, pero ¿por qué habría un mal bien? Si solo existe un mal mal, lo cual ahora Alice se hallaba en un mal feo.

—¿Encontraste tu camino? —Volvió a hablar ella, con la esperanza de que así tan siquiera la insultara por preguntar la peor cosa en su vida.

Peyton sabía el dolor detrás de esas palabras, y lo anormal de todo fue que no llegaron regaños ni berrinches, solo el cantar en la comida que lo más posible era que pronto se quemaría.

El muchacho simplemente cayó en los brazos de su amiga, tal cual un muñeco de trapo sin dueño. Enseguida la joven pudo sostenerlo como toda una guerrera, aguantando el peso de él en sus bracitos escuálidos.

Y antes de que llegara a gritar de miedo, por lo inesperado de esa actitud, Alice dio el más sonoro ronquido de su vida. Que para Peyton, sonó como el cielo abriéndose, ¡por fin! ¡su compañero por fin duerme! Y en sus manos, es de aclarar.

No hacía falta palabras, con la confianza que el rubio le dio tras tirarse encima, supo que le estaba dando gracias por estar junto a él. En las buenas, en las malas, y en las mañanas donde no aguanta más el sueño.
Olvidó el mundo entero, incluso que su poca fuerza estuviera rogando desde lo más profundo. Le dio una inmensa felicidad, y era lo que bastaba para forjar en ella una tierna sonrisa.

La luna ya salió para ti, príncipe.

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