Alice 🌈 La caída de un héroe: III

Sus ojos eran diferentes; atraídos por una enorme nada frente a él. Más atento a perderse en los constantes sonidos pacíficos de la laguna, una única compañía que más allá de una objeción, respondía con tintineos de gotas a los constantes resoplidos del rubio.

Una afonía natural, presa del tiempo, quedándose como una pintura recién hecha. Idónea a la soledad del héroe.

Los animales nocturnos comenzaban a salir, volviéndose parte del retrato que era el ambiente. Mientras Alice solo estaba posando con la mandíbula a la rodilla, jugueteando a la par de una flor en su mano, moviéndola sin prisas en sus dedos.

La maraña en su mente no lo dejaba escuchar más que solo su respiración taciturna, se había olvidado de existir para entonces y todo al rededor perdió relevancia. Cuando lo demás avanzaba a pasos lentos ¿Que se podía hacer? No obtuvo respuesta. Jamás la tuvo.

Su cabello en algún punto del día, perdió la ternura y poco a poco se volvió el estambre enredado de hilos de siempre. Los cabellos fugitivos decían mucho, a lo que el príncipe ignoró. El maquillaje seguía allí, lamentablemente pero sus ánimos no daban más, inclinarse al agua para sacarlo le costaría su poca sanidad restante.

Su apariencia se volvió un recuerdo triste, del que nunca se acordaría con la emoción del primer momento.

La flor en su palma pereció desde hacía un rato, al igual que su sensatez. Los pétalos adornaron el piso junto a su fuerza. La hora le dejó de parecer importante, por lo que no supo cuándo fue que las siete dió inicio. El cielo llevó consigo colores rojos, y luego azules, así pintando de la noche al pueblo en un parpadeo.

No sabía ni qué pensar. Quería cerrar los ojos y que su mundo se volviera en negro, hasta que el decidiera regresar a pelear.

¿A eso se le llamaba rendirse?

—Alice.

Una fina voz, muy de madre. Alycia, por supuesto.

—Habrá una reunión en la biblioteca de Cater —siguió en su misma tonada, viendo a la espalda del Hatter.

—Y más te vale que traigas tus flores contigo, eres el líder —otro acompañante. La loca Alicia de tréboles que no mostraba del todo su sorpresa a la nueva imagen de Alice—. Además ¿Hay boda a caso? ¿O por qué te ves no muy tú?

Alice por fin tuvo la audacia de girarse a ellos pero su cara de nulo interés fue suficiente respuesta. No quería lidiar con Aris, ni preguntas, ni nada al respecto. Por primera vez simplemente prefería recostarse y dejar pasar las cosas.

—Huh, son ustedes —lo sabía ya, su olfato les había detectado un minuto atrás.

—¡Qué horror! ¡Sus cejas no están juntas como siempre! —El más pequeño soltó un chillido de susto antes de esconderse detrás de Aly. Bromeaba por molestar realmente.

—Escuché de tu pelea con Enok ¿Hay algo que debamos saber?

"Da igual. Todo fue un desastre, soy un desastre".

Claro que existían cosas a saber, sin embargo no ese día, ni el siguiente. Sus problemas lucían tontos siendo puestos al lado de los de la guerra, estaba siendo caprichoso.

—Hm —se limitó a responder, volviendo a su antigua posición. Qué pereza hablar a ese punto.

De su tono gorgoteaba el cansancio puro, a lo que la morena supo de inmediato que él merecía un tiempo a solas. No iba a molestarlo de más, su orgullo, un muro de hierro intocable, desaparecía con los segundos y su mirada apocada se lo gritaba en la cara.

Dolía no poder ayudarlo como quisiera, ni siquiera Peyton llegó a saber a fondos sus problemas. Ser solo una espectadora le costaba un trozo de su corazón, porque era su amigo y quemaba cada que él minimizaba sus dolencias. Era un chico difícil de llevar aunque fácil de leer por fuera, solía expresar sus emociones más fuerte de lo que se esperaba.

Aly no necesitó más.

—Muy bien. Estaremos allá si quieres ir —su neutralidad no permitió ver el caos dentro de ella. Se preocupaba, claro que sí.

—¿Eh? ¡Así de fácil! —Aris no temía en entrar a la plática, no leía la tensión en el aire— Eso es tonto… Bueno, que se quede solo en este lugar ¡Más espacio para sentarse! ¡Bleh! —A lo último extendió su lengua a Alice, quien arrugó el entrecejo sin llegar a voltear.

Una vez dejó de escuchar los saltos de Aris y el contoneo de los tacones de su compañera, supo que los sonidos no volverían. Sintió el pasto en sus manos como un beso frío de la desilusión, que a su vez fue lo más cálido del día a su parecer.

Podía estarse allí lo que restaba de la semana y aún así no lograría recuperar los trozos perdidos de su alma. Carecía de ánimos, su cabeza daba vueltas y no solo en forma figurativa, el malestar general se subía con rapidez. El disgusto de estar así se encontraba en su mayor apogeo, irritado y derrotado. Emociones extrañas, nada fáciles de sobrellevar ¿Cómo se detenía ese martirio?

Estando muerto, se dijo. Sus labios se contrajeron en su mueca habitual… No conocía hasta qué rumbo llegarían sus pensamientos.

—Carajo —de un movimiento se levantó. A pesar de que sus sentidos no ayudaban en nada, el deber como líder permanecía intacto.

Sus padres no criaron a una Alicia cobarde y sus amigos no merecían un guía decaído.

Dejaría pendiente resolver problemas internos luego, era momento de verle las jetas a los otros en la reunión.

Y el silencio se hizo. En medio del césped, las hebras de cabello negro fueron la mancha entre la hermosa pintura de la escena.

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