Capitulo 4
Enith Smith
Pasé más de dos horas pegada al teléfono mientras Gabriela contaba todo acerca del chico de la biblioteca que según ella se llama Dante. Después de súplicas interminables, decidí ir a la fiesta; no me vendría mal un poco de interacción. Al final, fui yo quien decidió comenzar una vez más.
Estoy parada frente al espejo, indecisa entre el vestido negro que tengo colgado en mi brazo o el plateado que ya llevo puesto. La abertura en el lateral es muy marcada, pero eso es lo que lo hace lucir malditamente sexy
La última vez que me atreví a asistir a una fiesta fue hace dos años, una experiencia que no acabó precisamente bien. No estoy precisamente asustada, simplemente sé que debo ser precavida y no aceptar bebidas de nadie más que de mí misma.
― ¿A dónde vas con ese vestido? ― me pregunta mi madre, recostada en la puerta del cuarto.
― ¿Qué opinas? ― pregunto, dándome la vuelta para que pueda verlo en su totalidad.
― Es un poco atrevido, ¿no crees?
― Está de moda ―, respondo, ajustando el escote de mi espalda. ― Pero, ¿cómo te sentirías si fueras un chico y me vieras así? ― le pregunto, buscando su perspectiva.
Ella reflexiona por un momento antes de responder, cruzando los brazos frente a ella.
― Bueno, si un chico no cae rendido a tus pies con ese vestido, entonces simplemente no sabe apreciar la belleza ―, río ante su comentario.
― ¡Mamá! ― me acerco a ella y la abrazo. ― Eres increíble ―, le digo.
― Lo sé querida, pero aún no respondes mi pregunta. ¿A dónde vas?
― Voy a una fiesta con Gabriela ― respondo finalmente.
― Enith ―, percibo la preocupación en su voz al pronunciar mi nombre.
Comprendo perfectamente su inquietud; después de lo sucedido, nadie se aventuraría a salir a la calle. Pero yo no soy como los demás.
― Mamá, lo sé. No te preocupes, todo estará bien. Debes confiar en mí.
― Confiar en tí confío, enquien no confio son en los hombres. Por favor no aceptes bebidas de nadie, o mejor aún, no bebas. Solo toma refrescos ―, ruega mientras sus ojos se abren como los de un búho preocupado.
― Entendido, mamá. Seguiré tus consejos. Pero promete que estarás tranquila y que no me llamarás cada cinco minutos ―, la miro fijamente, buscando su promesa.
― Lo prometo ―, le cuesta, pero finalmente lo dice.
La bocina del carro de Gabi nos interrumpe, un sonido que agradezco profundamente. Lanzo el vestido negro a la cama con un suspiro de alivio y me apresuro a bajar las escaleras antes de que mi madre tenga la oportunidad de reconsiderar y poner fin a mi noche de diversión antes de que comience. Aunque sé que ella nunca haría algo así, prefiero no arriesgarme.
Decido mantener a Gabriela dentro del coche; es mejor que no se conozcan aún, quizás después de la fiesta cuando las cosas estén más tranquilas y no haya presión.
― No llegues tarde ― me grita mi madre desde la puerta de entrada mientras el carro acelera por la carretera.
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La propiedad del señor Nondedeu se encuentra en las afueras de la ciudad, en un enclave tranquilo y apartado, según los relatos de Gabi. El padre de Dante, un político importante, adquirió esta casa hace cinco años para buscar refugio del bullicio de la urbe.
Me detengo junto a una fuente de mármol, observando con admiración el imponente caserón que se yergue frente a mí. Sus paredes blancas resplandecen bajo el sol, adornadas con elegantes detalles y amplios ventanales que invitan a la luz natural a entrar en su interior.
Con pasos decididos, subimos los dos escalones que nos acercan a la majestuosa puerta principal.
― ¿Cómo funciona? ¿Tenemos que tocar el timbre? ― pregunto con cierto nerviosismo.
La expresión de Gabriela ante mi pregunta parece indicar que considera absurdo lo que digo. Sin embargo, sin pronunciar palabra, coloca su mano en la cerradura y gira la llave, abriendo la imponente puerta de madera negra. Su gesto me hace sentir como si estuviéramos a punto de adentrarnos en un mundo completamente nuevo y desconocido. Luego, con un gesto gracioso, hace una reverencia con la mano, invitándome a pasar primero.
Entro en una espaciosa sala de estar, con una decoración moderna y lujosa, bañada por la luz que entra a través de las amplias ventanas que la rodean. Dos majestuosas escaleras de mármol flanquean la sala, guiando la mirada hacia una elegante puerta de cristal que conecta el interior con el exterior.
En ese instante, Dante Nondedeu entra por la puerta, vistiendo un impecable pantalón y una camisa negra que resalta su figura. Su cabello rubio está perfectamente peinado hacia atrás, revelando su hermoso rostro. Cuando nuestros ojos se encuentran, siento un escalofrío recorrer mi cuerpo.
Con paso seguro y una sonrisa encantadora en los labios, Dante se acerca lentamente hacia mí, con las manos en los bolsillos. Es innegable que está mucho más atractivo que la última vez que lo vi.
Asiente con la cabeza en dirección a Gabriela, antes de dirigir su atención hacia mí, escudriñándome de arriba abajo con intensidad, lo que provoca una tensión perceptible en su mandíbula. De repente, me sorprende con un delicado beso en la mejilla.
― Te estaba esperando ―, susurra en mi oído, su aliento cálido enviando escalofríos por mi espalda, obligándome a dar un paso hacia atrás.
― ¡Champán! ― exclamo, mostrándole las dos botellas que sostengo en mis manos. ― Fue idea de Gabi, dice que no podíamos aparecer sin nada en las manos.
Él sonríe al ver mi reacción, consciente de cómo me pone nerviosa.
― Ella insistió ―, me vuelvo hacia Gabriela, quien ya no está a mi lado, sino detrás de él, contemplando la casa con asombro.
― Maldición, ¿cuánto gana tu padre? ― comenta ella, y siento una punzada de vergüenza ajena por su descaro.
Dante parece no importarle, se ríe y antes de que pueda responder, ella continúa.
― De acuerdo, haré mi entrada ―, dice mientras se encamina hacia la puerta trasera.
― Hay una chica de verde sentada en la barra ―, le dice él. "Si fuera tú, comenzaría por allí."
Parece que él conoce bien los gustos de Gabi. Ella le guiña un ojo, se ajusta el escote y sale a la terraza.
Nos quedamos a solas, lo que me hace sentir extremadamente incómoda. Toda su atención se centra en mí, observándome con la misma intensidad que antes. Según Gabriela, Dante es muy popular; sin duda, otras chicas desearían estar en mi lugar. Sin embargo, en este momento, preferiría estar en cualquier otro parte que no fuera bajo su mirada. No es que no me agrade, simplemente me pone muy nerviosa.
― Estás hermosa ―, dice.
Bajo la vista y escaneo lentamente cada detalle de su atuendo.
¿Quién creó este ser tan perfecto?
― Y tú estás encantador ―, se ríe, y su sonrisa es aún más encantadora.
Toma las botellas de mis manos.
― Sígueme ―, ordena, y yo lo sigo saliendo por la puerta del fondo.
El exterior de la casa está decorado con un hermoso jardín rebosante de flores y arbustos, en marcado contraste con el paisaje árido de mi hogar, donde las piedras son la principal decoración. Una piscina con cascada ocupa parte del espacio, ya repleta de chicos que saltan y bailan. A mi izquierda, un elegante bar de madera alberga a un barman hábil que realiza acrobacias con el agitador. Observo a Gabriela sentada en la barra junto a una chica pelirroja vestida de verde.
― ¿Qué te gustaría tomar? ― me pregunta, caminando delante de mí.
No logro escucharlo bien debido al estruendo de la música.
― Coca-Cola ―, respondo.
Él se vuelve para mirarme, frunciendo el ceño. El crepúsculo ilumina su rostro, haciéndolo aún más deslumbrante. Sin querer entrar en detalles sobre mi elección de bebida, me deslizo hacia la barra.
Interrumpo a Gabriela, quien está arreglando el lápiz labial de la pelirroja, una situación algo incomoda para la chica.
― Enith, esta es Mónica ―, me presenta Gabriela cuando nota mi presencia.
La chica con el labial corrido me sonríe apenada por la situación.
― Hola ―, respondo, complementando su gesto con un saludo de mano.
Dante se une a mi lado con una lata de Coca-Cola cerrada y me guiña el ojo, extendiendo su copa de vino para brindar.
― ¿Qué haces tomando refresco? ― pregunta Gabriela, atónita a mi lado.
― Yo no bebo alcohol ―, respondo.
― ¡Joder cariño! Por una noche creo que no vas a morir ―, comenta ella con un tono de incredulidad.
La ignoro, sin querer entrar en detalles, y parece captar la indirecta, ya que no vuelve a mencionar el tema. El ambiente comienza a tomar su ritmo y nos dejamos llevar por la música, dando nuestros mejores pasos de baile. Entre risas y charlas espontáneas, las horas van pasando sin apenas percibirlo. El sol de la tarde se esconde en el horizonte, abriendo paso a la noche, un poco fría para mi gusto. Aun así, me siento cálida entre amigos, sumergida en la felicidad del momento.
Todo está bajo control.
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