Capitulo 3
Enith Smith
Arcádia es un pequeño y moderno pueblo, con una población de 2000 habitantes. Está rodeado de colinas verdes y campos pintorescos, pero irradia una energía contemporánea vibrante. A través de la ventanilla de mi viejo Nissan, observo los edificios arquitectónicos modernos que se alzan en el horizonte. Circulo alrededor de la plaza central, siguiendo la ruta que me lleva a la única escuela del lugar. El ambiente está tranquilo, ya que es temprano en la mañana, pero por las noches se transforma en un punto de encuentro animado, donde se realizan eventos culturales.
Me gusta vivir aquí, más que en la gran ciudad.
El clima es agradable, la brisa de otoño despeina mi cabello, obligándome a recoger mis largos rizos en un alto moño. Entre los estudiantes, veo a Gabriela despidiéndose de una mujer dentro de un coche. Aparentemente, esa señora no es su madre, ya que han intercambiado un beso duradero en los labios, que va más allá de un simple roce.
Gabi está envuelta en un mono negro con cuello alto que, aunque no revela su escote, deja entrever que no lleva sostén. Sus ojos me encuentran, haciéndola acercarse a mí en el momento en que el auto se aleja. Me saluda en la mejilla, y percibo el dulce aroma de su perfume.
― Esa es la vecina? ―le pregunto.
― No, es mi maestra de pilates. Todos los viernes tengo que madrugar para las clases. Al principio era bastante cansativo, pero ahora sabemos cómo aprovechar esas pocas horas ―, explica mientras saca de su bolso un paquete de chicles y me ofrece uno.
― Pilates, vecina... ¿quién sigue? ¿La profesora de Química? ―bromeo, riéndome sin esperar respuesta.
― Bueno, te sorprenderías si supieras lo que la profe de Química es capaz de hacer con su lengua ―, ella se ríe ante mi reacción. ― Oh, querida, hay tantas cosas que tengo que contarte. Recuerda que vivimos en un pueblo pequeño y ya sabes lo que dicen.
Lo admito, me agrada esta chica.
Mentiría descaradamente si dijera que no lo busqué con la mirada cuando entré al aula, pero ningún chico aquí se le parece ni un poco. Las horas pasan lentas y tediosas, haciéndome saltar mi turno de matemáticas para escabullirme en la biblioteca.
La sección de romance se encuentra en los últimos estantes, cerca de la ventana de cristal al final del salón. La luz natural se filtra con facilidad, inundando el espacio con una luminosidad cálida y acogedora. Un buen lugar para leer un libro.
― Maldita sea ―, murmuro mientras tropiezo con algo en el suelo frente a mí. Al observarlo con atención, descubro que es un estudiante.
― Oh, perdón ―, me disculpo.
El joven está sentado, recostado contra un estante de libros. Lleva una gorra gris que le cubre el rostro y exhibe un tatuaje de una serpiente en su antebrazo derecho.
― ¡Maldición! Hoy nadie me deja dormir tranquilo ―, gruñe irritado.
El joven se levanta y aparta la gorra de su rostro. Me llama la atención su cabello rubio rizado, que peina hacia atrás con una mano antes de volver a colocarse la gorra. Es alto y me hace sentir diminuta a su lado.
¿Por qué cada gesto suyo parece tan cautivador?
― Lo siento, no te vi ―, me disculpo de nuevo, tratando de no perderme en sus ojos castaños que me observan fijamente.
Debo admitir que es el segundo chico más atractivo que he visto en menos de 24 horas. Me pregunto si esto es algún tipo de tormento divino que los dioses me están enviando.
De repente, él se acerca a mí, forzándome a retroceder. Mi espalda choca contra la estantería, dejándome atrapada sin salida. Comienzo a sentirme asustada al ver su expresión confusa y su comportamiento errático.
― ¡Ey, ya te pedí disculpas! ―elevo un poco mi tono, intentando recuperar algo de control en la situación.
― Shhh ―, me ordena callar, acercando sus manos a cada lado de mi cabeza y acorralándome aún más con su cuerpo.
Su respiración se agita, incluso puedo escuchar el latido acelerado de su corazón. O tal vez es el mío el que late con fuerza.
Lentamente, acerca su boca a mi oído y siento un escalofrío recorrer mi cuerpo. Tengo que hacer un esfuerzo tremendo para no caer sentada en el suelo. ¿Qué está pasando aquí? Mi mente se vuelve confusa y me encuentro incapaz de pensar con claridad.
― ¿Cómo te llamas? ― susurra con voz cautelosa, provocando otro escalofrío que me hace titubear antes de responder.
― E... Enith ― logro pronunciar en un suspiro.
― No te escucho ― insiste él, moviendo ligeramente su rostro para encontrarse con mi mirada.
Sin darme tiempo para responder, se aparta, liberándome de su calor corporal.
― Disculpa si te asusté, te confundí con alguien más ―,dice, cambiando repentinamente su actitud.
Toma un libro detrás de mi cabeza y escribe algo en una de las hojas con una pluma que aparece en su mano como por arte de magia. Luego, rasga la hoja y me la entrega.
― Mi número ―, explica con una sonrisa casi angelical. ― Mañana voy a dar una fiesta en mi casa. Estás invitada y, si quieres, trae a una amiga.
Al notar mi falta de reacción al ofrecerme el papel, él decide tomar mi mano y colocarlo en ella. Mientras tanto, mi mente sigue procesando lo que ha ocurrido en un lapso de tiempo tan corto que no percibo cuándo me quedo sola
En busca de más aire, mis piernas me guían a pasos rápidos escaleras arriba. No sé a dónde voy, simplemente dejo que ellas me conduzcan. Una puerta se interpone en mi camino y la abro de golpe, sintiendo el aire fresco tan anhelado.
Solo percibo que estoy en la azotea cuando me acerco a las oxidadas barandas y observo a mi alrededor. El cielo está teñido de gris sobre mi cabeza, un presagio del inminente aguacero.
¿A qué vino todo eso? ¿Por qué aquel chico se comportó de esa manera?
Me siento impotente, sin ningún control sobre la situación, aunque en realidad no había nada que pudiera haber hecho, ¿o sí? A mi mente llegan situaciones aleatorias que podría haber aprovechado, pero ahora es demasiado tarde.
Maldita sea, cerebro lento.
― Sabía que tanta tranquilidad era imposible ―, escucho a alguien quejándose a mis espaldas.
Ya alerta, me volteo lista para confrontar a quien sea, pero al ver sus ojos negros, una vez más, me paralizo.
Mierda, me pregunto si alguien allá arriba está conspirando en mi contra.
Ahí está él, con su cabello negro moviéndose con el viento que parece burlarse de mi situación, sentado en el suelo mientras fuma un cigarrillo.
Un enfrentamiento de miradas y el silencio como testigo. Él no dice una palabra, y yo temo que algún ruido extraño salga de mi boca, haciéndome parecer aún más tonta de lo que estoy en este momento.
― ¿Me das uno? ― una mala idea para alguien que nunca fumó en la vida.
Él alterna la mirada entre el cigarro y yo, sus ojos parecen evaluar mi solicitud.
― Este es el último ― responde con una pizca de advertencia, casi desafiante, mientras amenaza con llevarlo a sus labios. Sin embargo, mi voz interrumpe su movimiento.
― ¿Te importaría compartirlo? ― le planteo, tratando de mantener la calma ante su mirada penetrante.
Una pausa tensa llena el aire mientras él me examina. Finalmente, extiende su mano en un gesto silencioso, indicándome que me acerque para tomarlo. Con precaución, avanzo hacia él, lista para recibirlo, pero justo cuando estoy a punto de hacerlo, retira bruscamente el cigarro de mi alcance y lo lleva a sus labios. Observo con impotencia cómo inhala profundamente, disfrutando del humo que se escapa de sus labios entreabiertos. ¡Idiota!
Se levanta y apaga la frágil llama con la suela de su zapato.
― Las niñas bonitas no fuman ― añade,
Retrocedo dos pasos, nerviosa por su súbita cercanía, mientras mi corazón late desbocado. El viento, caprichoso, danza a nuestro alrededor en el instante en que nos quedamos allí, observándonos mutuamente en un silencio cargado de expectativas. Su mirada se desliza hacia abajo, explorando cada centímetro de mis piernas con una lentitud calculada. Mantengo mi mirada firme en su rostro, ansiosa por descifrar sus pensamientos, hasta que sus ojos se detienen en mi falda, y puedo percibir sus pensamientos a través de su semblante.
― ¿Te gusta mi falda? ― pregunto, haciendo que vuelva a mirarme directamente.
Su semblante cambia de repente, lo que me pone nerviosa ante su súbito cambio de actitud. Avanza hacia mí, y aunque retrocedo instintivamente, decido plantarme firmemente en mi lugar esta vez. Su rostro está tan cerca del mío que puedo percibir claramente el olor mentolado del cigarrillo.
― Solo una puta usaría esa saya ― suelta con desprecio.
No tengo oportunidad de liberar todos los insultos que quedan atrapados en mi boca cuando da media vuelta y se aleja. Solo aprieto con más fuerza el papel arrugado en mi mano.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top