Capitulo 1



Enith Smith

Pasado

El suelo gélido me envuelve, lucho por abrir los párpados mientras mi cuerpo se rebela. Vulnerable, sin fuerzas para resistir.

En la penumbra, una sombra acechante se cierne sobre mí, su aliento danza cerca de mis labios.

― ¿Quién eres? ¿Qué pretendes? ―, balbuceo con un hilo de voz.

Con un esfuerzo titánico, mis ojos se entreabren lentamente, el mundo se difumina ante mí. A duras penas, distingo la silueta de un joven de pie frente a mí.

"¡Grita, maldita sea!", me ordeno en silencio, pero mi voz parece haberse perdido en la oscuridad.

Un frío intenso me envuelve y... ¿qué es eso? ¡Ah! Una cruz.

De repente, la cruz se estrella contra mi rostro con brutalidad, y el mundo se oscurece aún más, dejándome sumido en la incertidumbre más absoluta.

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Presente

Nos instan a enfrentar el pasado, a no reprimir nuestros sentimientos. Pero, ¿cómo puede una joven de 18 años perdonar a su amiga? ¿ Cómo exigirle que perdone a su novio, aunque sea un idiota y la carne sea débil?

Nadie me advirtió lo difícil que sería perdonar. Mis decisiones me persiguen y enfrento las consecuencias.

Mi vida actual es el resultado: huyendo del pasado porque la única persona que pudo ayudarme ya no está aquí.

Me aferré a lo poco positivo: escapando con mi madre, tratando de olvidar el dolor.

¿Quién dijo que empezar de cero es malo? A veces, necesitamos dejar atrás lo que nos lastima para hallar la felicidad en nuevos comienzos. Quizás la distancia y el tiempo curen las heridas y, eventualmente, pueda perdonar. Pero por ahora, solo quiero alejarme y empezar de nuevo, lejos de aquellos que me hicieron daño.

La escuela, un lugar que solía destilar magia, ahora parece sumido en la monotonía. Después de un año de ausencia, regreso a un aula en una pequeña ciudad del norte, luchando por encontrar mi lugar y concentrarme en mi último año de preparatoria.

Mis ojos están fijos en el bigote del profesor Quintana, que se mueve arriba y abajo como si tuviera vida propia. Es hipnótico.

― ¡Qué tedio! ―murmura la chica de cabello rosa a mi lado. ― Prometí a mi madre que me enfocaría este año ―, dice mientras mastica chicle con desgano.

El sonido que produce comienza a irritarme.

― Pero es imposible. Él lo hace imposible ―, responde con frustración, refiriéndose al profesor.

Mi atención se desvía por un momento hacia el escote de su blusa verde, que resalta aún más por el tamaño de sus pechos.

― Lo entiendo, me pasa lo mismo ―, digo, captando su mirada.

Ella me escudriña, pero a diferencia de las otras chicas, no parece envidiosa.

― ¿Eres nueva? ―pregunta directamente. ―Definitivamente lo eres. De lo contrario, recordaría esa bonita cara.

Su franqueza me sorprende. Es la primera vez que una chica me habla así, tan abiertamente como un chico.

Al ver mi expresión desconcertada, continúa:

― No te preocupes. No me interesan las heteros. No soy tan tonta en ese sentido.

Su comentario me hace reír; no tengo problema con eso, y ella sonríe también.

― Me mudé aquí durante las vacaciones ―, explico.

― Mmm, ¿no eres muy habladora, verdad? ―pregunta, con los ojos entrecerrados, esperando más detalles o alguna respuesta.

― Enith ―, me presento.

― Gabriela ―, asiente, esperando que continúe. Y lo hago.

―Lo siento, no soy muy buena con las presentaciones.

¡Maldición! Realmente no lo soy.

― ¿Trauma de infancia? ―intenta adivinar.

― Trauma de mejor amiga que se comió a mi novio ―, corrijo.

― ¡Guau! ―exclama, alzando las cejas y abriendo la boca en una expresión bastante cliché. ―Bueno, es mejor descubrirlo antes de pasar diez años y encontrarla en tu cama con tu marido.

Pensándolo así, supongo que tiene razón.

― ¿Y tú? ¿Tienes traumas de infancia? ―le sigo el juego.

― Créeme, los tengo ―, asegura.

Gira su cuerpo hacia mí, apoyando un brazo en la mesa y el otro en el respaldo de la silla, entrelazando sus dedos frente a ella, como si estuviese a punto de descubrir sus más profundos secretos.

― Mi padre descubrió mi sexualidad al encontrarme teniendo sexo con mi vecina en la sala de mi casa, lo qué terminó con el casamiento de mis padres.

Ella parece estar bastante orgullosa de su historia, como si fuera el mayor escándalo del mundo y nada pudiera superarlo.

¡Si ella supiera!

― No esperaba eso ― suena un poco vergonzoso y hasta traumático, pero más como una escena cómica de American Pie.

― La verdad, él se lo buscó. La vecina era su amante ―, dice con un guiño.

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El timbre suena y el pasillo se llena de vida. Los estudiantes salen disparados de las aulas, riendo y charlando animadamente. Yo me abro paso entre la multitud hacia mi taquilla al final del corredor, pero al llegar, ¡sorpresa! ¡Olvidé mi cuaderno sobre la mesa!

El corazón me late con fuerza mientras regreso a toda prisa, sorteando el enjambre de alumnos uniformados. Pero, ¡valió la pena! El cuaderno reposa exactamente donde lo dejé.

― Ya te dije que no ―, una voz masculina perfora el aire. ―Deja de molestarme.

La frialdad en su tono me hace estremecer, pero la curiosidad me domina, obligándome a girar lentamente.

A tres asientos de distancia, un chico está recostado a una mesa, inmerso en una conversación telefónica mientras guarda sus libros en la mochila. Mis ojos lo escudriñan rápidamente. Viste pantalones negros y una sudadera blanca que resalta su tez. Su cabello oscuro cae en cascada sobre su rostro, apenas dejando ver sus ojos. De manera casual, se aparta el pelo con una mano. Levanta la vista y, por un fugaz instante, nuestros ojos se encuentran, hipnotizandome con cada detalle de su rostro.

Sus ojos negros son como dos imanes, atrayendo mi atención con una intensidad arrolladora. Las largas pestañas que los enmarcan realzan su mirada, haciéndola aún más penetrante. El trazo delicado de sus labios rojos contrasta de manera impactante con la palidez de su piel, como si cada detalle estuviera meticulosamente diseñado para cautivar. Una tensión palpable se refleja en su mandíbula, otorgándole una expresión grave que solo aumenta mi intriga.

Quiero dar media vuelta e irme, pero mis piernas parecen ancladas al suelo. La expresión en su rostro revela curiosidad por mi presencia,lo que lo lleva a apartar los libros y a sentarse en la mesa para tener una mejor vista de mí.

― No me agradan las personas insistentes ―, murmura, y sus palabras, apenas audibles, flotan en el aire, llenas de un significado que no logro descifrar.

No estoy segura si habla conmigo o con la persona al otro lado de la línea telefónica.

Sus cejas se fruncen ligeramente cuando percibe mi obvia curiosidad. Sé que estoy invadiendo su privacidad, pero en este momento, no me importa. Mi mirada sigue anclada en él, sin poder apartarme. Su expresión se suaviza cuando se da cuenta de mis verdaderas intenciones, revelando un destello de comprensión en sus ojos enigmáticos.

― Creo que ya te lo había mencionado antes ―, dice con voz pausada.

Inclina la cabeza ligeramente hacia un lado, desafiándome con la mirada.

― o tanto te gustó ser comida por detrás.

No me hace falta mirarme a un espajo para notar el rubor que invade mis mejillas tras sus palabras.

De repente, caminar se vuelve más fácil, y sin mirar atrás, avanzo mientras su risa resuena a mis espaldas.

Eso me pasa por chismosa.

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