0022.
thomas.
Jamás pensé que iba a apreciar un cigarro como lo hacía ahora, que lo iba a ansiar de esta manera, pero al parecer me equivocaba. Y no para mí, de ninguna forma, sino para Minho. Justamente cuando más estresado se encontraba el pelinegro, nos colocaban a un profesor cerca del lugar donde siempre nos íbamos a que se fumara un cigarro.
—¿No tiene algo más importante que hacer? Joder, que se vaya a corregir exámenes o algo —se quejaba mi amigo con frustración. En realidad era comprensible la posición del profesor, pero dadas las ganas que tenía de nicotina, no podía pensar de manera objetiva—. ¡Necesito un maldi-
—¡No grites bobo! —le tapé la boca corriendo, justo al mismo tiempo que el profesor se giró hacia nosotros, mirándonos con extrañeza. Le sonreí inocentemente y saludé agitando mi mano, como si no ocurriera nada extraño. No se si funcionó, pero tras saludarnos con un ligero movimiento de cabeza, volvió a apartar la vista—. ¿No puedes esperarte a la salida?
—No —le miré levantando una ceja y él suspiró, apoyándose sobre el impecable muro de la escuela—. Bueno, supongo que sí, pero no quiero.
—Siempre podemos saltar la valla del colegio, igual que hacen Newt y sus amigos.
—Antes lo fumo en medio de clase y le pido fuego a profesor —casi escupió las palabras por la forma en la que lo dijo. Supuse –y esperé– que fuera ironía, aunque en el fondo no dudaba que fuera a atreverse. Últimamente Minho parecía guardar mucho más rencor al ese grupo que de lo normal. Imaginaba que tenía que ver con aquello que había pasado en la fiesta y no quería ni mencionar, pero tal y como prometí, no iba a preguntar—. ¿Tienes un chicle? —rebusqué en mis bolsillos y negué al no encontrar más que pequeños trozos de goma de borrar. Él suspiró y dio una patada a la primera piedra que se le cruzó por el camino—. Genial.
—Podemos ir a comprar a la cafetería.
—¿Sabes qué? —se puso la chaqueta y me agarró de la muñeca, comenzando a tirar de mí en quien sabe que dirección—. Se me ha ocurrido algo mejor.
—¿Mejor que la cafetería?
—Vamos a saltarnos las clases.
Le miré sonriendo, aún sin asimilar lo que había dicho. De hecho, hasta que no vi el total convencimiento de su mirada, no creí que lo diría en serio. Es decir, éramos estudiantes, debíamos estar en clase, no saltárnosla. Comencé a mirar a mi alrededor, agobiado por lo que mi amigo pretendía hacer, y lo peor, arrastrarme con él.
—¡No,no,no,no, ni hablar!
—¿Por qué no? —preguntó sujetando la puerta de entrada al colegio. Inconscientemente entré. De hecho, aún a pesar de mi negativa, aún seguía tras su espalda a cada paso que daba—. Solo tenemos que coger las mochilas e irnos.
—¿A dónde?
—A cualquier sitio fuera de aquí.
—¿Y las clases?
—Nos las saltamos, ya te lo he dicho —él no me prestaba mucha atención, tan solo caminaba decidido por los desolados pasillos. Estaba todo tan silencioso que cualquier persona podría escuchar nuestra conversación desde la otra punta del colegio—. Ve a por tu mochila y nos vemos en la salida.
—¿Hablas en serio? —se detuvo en seco y asintió como si mi pregunta fuera la más estúpida del mundo. Y no lo era, definitivamente no lo era, al igual que el miedo que me invadía—. ¿Y si nos ve alguien?
—Esa es la cuestión, salir sin que nos vean.
—¡Pero fuera hay gente!
—Pero fuera ya dará igual quien haya.
—Imagina que nos pilla la policía, o peor aún, mis padres. ¡Imagina que me ve mi madre a estas horas!
—Tu madre está trabajando, y a la policía le va a importar una mierda que estés andando por la vía pública, Thomas.
—No, ni hablar, no voy.
Esas fueron mis últimas palabras antes de que Minho me indicase el lugar de encuentro y yo marchara resignado, mirando paranoico a cada persona que me cruzaba, en dirección a mi clase. Sí, al final terminé cargando mi mochila y demás pertenencias y dirigiéndome a la entrada del colegio, donde por desgracia me estaba esperando el pelinegro aún con la capucha de su chaqueta subida. Siempre se acostumbraba a llevar chaquetas y sudaderas por encima del uniforme a pesar de que estuviera prohibido por el reglamento de la escuela.
Suspiré y mientras agarraba con fuerza el asa de mi mochila, avancé temeroso hasta mi amigo, quien parecía igual de indiferente a la situación que segundos antes. Por un segundo había tenido esperanzas de que se echara atrás, pero viéndole en ese momento, todas habían desaparecido.
—Vamos —me agarró de la mano y guió por todo el patio hasta la alejada zona en la que solía esconderse para fumar. Me dejó ahí, quieto y expectante de nuestro siguiente movimiento. Yo ya podía oír las sirenas de la policía y las esposas sobre nuestras muñecas—. ¿Sabes trepar? —negué agobiado y él se asomó por última vez tras la esquina, supongo que para comprobar que no viniera nadie. Tampoco pareció hacer mucho caso a mi respuesta—. Dame tu mochila.
—Minho, no estoy muy seguro de esto...
—No va a pasar nada, ya te lo he dicho —agarró la mochila que le tendí y se la colgó del hombro junto a la suya. Era impresionante que a pesar de todo lo que pesaba seguía sin inmutarse, como si estuviera rellena de plumas. Y no sabía la suya, pero al menos la mía guardaba bastantes cuadernos y libros con todo el peso que estos implicaban—. Tienes que apoyar el pie aquí y luego agarrarte de estas barras —observé detenidamente como él hacía todo lo que me iba explicando.
—¿E-estas seguro de esto? —pregunté tímidamente desde abajo, ya que él estaba de pie sobre el muro. Con un pequeño paso, podría saltar la pequeña valla que había sobre este y cruzarlo. Sin pensarlo, se quitó su mochila y la lanzó al otro lado, haciéndome pegar un pequeño salto con el inesperado sonido que hizo cuando chocó contra el suelo de la acerca—. Si nos pilla alguien la vamos a liar gorda...
—Thomas —me miró serio y yo asentí, abriendo mucho los ojos y guardando una pequeña esperanza de que se echara atrás en su plan. Aún podía bajar, recuperar su mochila y volver a entrar—. ¿Quieres que me muera?
—¿Eh? —pestañeé desconcertado y negué de inmediato. Obviamente yo no quería eso—. No, claro que no.
—Pues entonces vámonos, porque si me quedo un minuto más aquí es lo que va a pasar.
—¿Te da alergia el colegio?
—Sí, eso es. Ahora andando —esta vez fue mi mochila la que lanzó, comenzando a prepararse para saltar él mismo. Aún así parecía que me seguía escuchando.
—¿Y no deberías ir al méd-
Pues no, no me estaba escuchando en absoluto, porque a mitad de la frase saltó la vaya y desapareció de mi campo de visión. Mi corazón se paró por un segundo y luego empecé a susurrar su nombre con preocupación, claro que sin recibir respuesta alguna. Miré a todos lados y sin pensarlo detenidamente, imité sus movimientos, consiguiendo alcanzar un puesto junto a la valla.
—¿Minho? —aún susurraba. Eché un vistazo abajo y le divisé encendiendo apresuradamente un cigarrillo. Cuando me vio, dio una calada y me hizo un gesto para que saltara—. Está muy alto.
—Parece más alto de lo que es. No lo pienses, solo salta.
—Me voy a romper una pierna.
—¡Thomas, por dios, salta de una vez!
—¡No grites que nos van a pillar!
—¡THOMAS! —fui a mandarle callar de nuevo, pero al girarme para comprobar que no hubiera nadie, divisé a una persona acercándose a nuestro lugar. No supe si era alumno o profesor, ni siquiera su género. Tan solo salté sin pensarlo, cerrando los ojos y perdiendo el equilibrio al chocar contra la acera—. ¡Ey, pero qué haces!
—¡Auch! —abrí los ojos con expresión adolorida y me inspeccioné la rodilla que había chocado contra el suelo. Dolía. No era mucho, pero él me había dicho que no pasaría nada y ahora sentía latir mi pierna por sí sola. Maldito Minho—. Odio el tabaco.
—El tabaco no tiene la culpa de que cierres los ojos mientras saltas, idiota —me tendió la mano y yo se la agarré, agradecido por su ayuda. Una vez de pie, la rodilla seguía doliendo, pero casi no lo sentía. Me limpié el uniforme y agarré mi mochila que aún seguía tirada junto a la acera.
Miré a Minho esperando a que hiciera algo, pero tan solo permaneció de pie, mirando la carretera y degustando el cigarro que acababa de encender y ya iba por la mitad. Parecía tan metido en su mundo que no me atreví a hablarle hasta que pasaron casi dos minutos y fue a encenderse otro cigarro. Sí, definitivamente debía estar muy estresado.
—MinMin —le di un toque en el hombro, distrayéndole de su objetivo, y me miró con la cajetilla aún sin abrir. Ahora volvía a tener la capucha bajada, aunque su uniforme siguiera cubierto por la ancha chaqueta—. ¿Ahora a donde vamos?
—No lo sé.
—¿Entonces para que hemos salido?
—Para fumar.
—¿Podemos volver a entrar?
—No —sonrió y se guardó la caja de tabaco sin sacar otro cigarro. Con su mochila colgada del hombro, me agarró de la mano y empezó a caminar conmigo, alejándonos del colegio. No hacía falta asegurar que no entraríamos de nuevo en el centro, al menos en lo que quedaba de día—. Quiero un helado.
—¿Y también puedo?
—Solo si me dejas hacer una cosa —le miré extrañado y asentí sin mucha confianza. No tenía ni idea de que cruzaba su mente, pero definitivamente jamás me esperé que fuera a hacer lo que hizo en ese momento. Estrujó mis mofletes con fuerza y luego me abrazó. Podía sentir como sonreía sin verle—. Eres el mejor, que lo sepas.
—Tú también, supongo —respondí desconcertado por su repentino acto. Él volvió a reír y me soltó, cogiendo esta vez mi brazo y avanzando junto a mí nuevamente por la acera. Parecía mucho más relajado que minutos antes—. Minho.
—¿Sí?
—¿Puedo pedir el mío de limón y almendras? —volvió a mirarme y asintió riendo. Inconscientemente yo también eché a reír, contagiándome de la suya. Casi todas las expresiones de Minho se me pegaban al instante, haciéndome sentir lo que él sentía—. Minho.
—¿Qué pasa?
—De veras que eres el mejor —esta vez fui yo quien le abracé con fuerza, consiguiendo de nuevo aquella risa que tanto me gustaba—. Mejor que cualquiera— cuando volví a mirarle le encontré sonriendo tontamente a mi espalda, o en concreto a una persona. Fruncí el ceño y me giré en su dirección, topándome con el grupo de Newt y este último mirando en nuestra dirección. Parecía enfadado, y cuando fui a saludarle tímidamente con la mano, se giró de nuevo hacia los demás. Quizás no me había visto. Miré de nuevo a Minho con confusión—. ¿Qué hacías?
—Nada, tan solo darle envidia.
—¿Envidia?
—Sí, Tom. Estoy seguro de que él también se muere por ir a comer helado.
Asentí y decidí dejar pasar el tema, incluso aunque sus palabras no tuvieran ningún sentido. Newt no tenía por qué tenernos envidia, pues él podía ir a comprar un helado cuando le viniese en gana.
Bueno, en general podía hacer cuanto quisiese como quisiese. Y si alguien tenía que envidiar algo, definitivamente no era él.
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