50


Yoongi.

La primera vez en toda mi vida que no podía comer más, la primera y ni siquiera había sido en mi propia casa, que decepción. Aun así, los platos que habían servido en el palacio de Wonho eran dignos de ese puesto.

— ¿Estás seguro de que tu padre no es el rey? —Wonho rió mientras me abría paso a su habitación, dejándome nuevamente con la boca abierta. Sería la centésima vez que lo hacía desde que entré en su palacio. Bueno, él seguía insistiendo en que no era un palacio, que simplemente era una casa muy grande y lujosa. A mis ojos era un palacio. — O quizás tu madre la reina y no lo sabes.

— Mi padre son políticos, Yoongi —cerró la puerta una vez estuvimos dentro, y se sentó sobre su enorme cama. Era como tres veces la mía. En general, su habitación era cinco veces mi cuarto, y mejor no hiciésemos cuentas con toda su casa. — Además, Corea no tiene reyes.

— Quizás son reyes del mundo en secreto —volvió a reír, lo que tomé como una negativa. Igualmente, con lo lujoso que era todo no podría volver a mirarle de la misma forma. ¡Vivía en un palacio! ¡Y tenía sirvientes, y cocineros, incluso una jardinera extranjera que probablemente cobraba más que mis padres! — ¿Podrías pedirles que te comprasen un peluche gigante con forma de dragón? ¡Uno que llegase hasta el techo!

— ¿A mis padres dices? —asentí exaltado solo con imaginármelo. — Claro.

— ¿Y TE LO COMPRARÍAN?

— Probablemente. Y si no lo venden, pagarían a alguien para que lo hicieran. —me quedé sin habla, atragantándome con mis propias palabras por el impacto que había tenido eso en mí. Ser rico era lo mejor del mundo. — Puedo tener todo lo que quiera, Yoongi.

— ¡Eso es genial! —exclamé sin pensarlo. Él me sonrió y encogió de hombros. No parecía estar muy de acuerdo conmigo, o quizás fueron imaginaciones mías. De cualquier forma, no tardó ni medio segundo en atraer mi atención con otra cosa. — ¿Qué es eso? —me tendió un pequeño archivador morado.

— Son mis apuntes de matemáticas —los abrí, echándoles una ojeada, y maravillándome también con ellos. ¿Acaso existía algo en esa casa que no pareciera superior a la mano de obra humana? — En realidad están hechos por mi profesora particular.

— ¿Tienes profesora particular?

— Más o menos —se tumbó sobre la cama, bocarriba, sin siquiera quitarse los zapatos. Seguro que en mi caso, mi padre ya estaría regañándome. — Supuestamente tenemos clase todas las tardes, pero yo no quería ir y como era obvio, ella tampoco quería enseñarme — ahora sí que comenzó a quitarse las zapatillas, lanzándolas a cualquiera lado de la habitación. — Al final hacemos como que damos clases y de esa forma ella gana dinero, y yo más tiempo libre.

— ¿Y tus padres?

— Nunca están en casa —sonrió y palmeó sobre el colchón varias veces, en el hueco libre a su lado. — Ven aquí —me tumbé a su lado, más incorporado. Obviamente, antes de eso, me deshice de mis zapatos. — ¿Qué no entiendes? —preguntó mirándome fijamente.

— Esto —comencé a señalar a medida que pasaba hojas de los apuntes — y esto. Y esto tampoco. Y esto, esto, y esto. — en la última hoja, eché un vistazo de arriba abajo, y sonreí. — Sí, definitivamente no tengo ni idea de que es esto último.

— ¿Pero tú entiendes algo? —lo pensé varios segundos y acabé negando con sinceridad, lo que provocó que riera. Por algún motivo me sentí más a gusto. — A ver, comencemos por esto.

Y ese fue el inicio de mi hora menos productiva de estudio de toda mi vida.

Wonho sabía de lo que hablaba, de hecho hasta me extrañaba que cursase una clase tan baja siendo tan inteligente, pero por desgracia, él que su nivel fuera tan alto no me ayudaba en absoluto. A penas empezaba con un ejercicio, me perdía, y mientras volvía a explicármelo, terminaba haciéndolo él, provocando que yo no aprendiese absolutamente nada.

Por eso, cuando antes de pasar la séptima hoja, me miró, se me escapó un bostezo, y apartó la carpeta, cerrándola y dejándola a un lado sobre la cama, sentí que iba a morir de alivio. No podría haber aguantado ni un segundo más escuchándole hablar sobre las adjuntas de no se qué. Había tenido matemáticas para toda una vida.

— ¿Te has enterado de algo? —preguntó mirándome desde arriba. De alguna forma, los roles habían terminado invirtiéndose y ahora yo estaba recostado en su pecho, aún más tumbado que él. No respondí, esperando que esa respuesta le sirviera. — ¿Estás cansado? — ahí sí que asentí. — Yoongi —me recosté sobre él, incapaz de encontrar un punto cómodo. Definitivamente Wonho no era tan buena almohada como Jimin. Le miré mientras me frotaba los ojos para desesperezarme. — Vamos a hacer otra cosa antes de que te duermas.

— ¿Videojuegos? —pregunté animándome un poco. Esa siempre era la opción cuando estaba en casa de mi mejor amigo, y hasta ahora no conocía ninguna mejor. Por desgracia Wonho negó al tiempo que se incorporaba, haciendo que yo también tuviera que cambiar mi postura, tumbándome ahora completamente sobre el colchón. — ¿Entonces a qué?

— ¿Conoces el juego de los doctores? —negué, alzando una ceja con intriga. — Eso me temía.

— ¿Cómo se juega? —pregunté curioso, levantándome hasta quedarme sentado en la cama, con las piernas cruzadas. Él sonrió y se acercó a mí, para seguidamente colocar una mano en mi pecho y hacer presión hasta que volvió a tumbarme. — ¿Tengo que estar tumbado? —asintió en silencio. Sin previo aviso, comenzó a desabrochar los botones de mi camisa, y un escalofrío me recorrió de arriba abajo cuando sus fríos dedos rozanron mi vientre. — A—ah, está frío.

— Muy bien, Yoongi —terminó con el último botón y de nuevo acercó sus dedos a mi abdomen, rozándolo ligeramente con las yemas de estos hasta, provocándome un escalofrío tras otro, además de que en algunos puntos me hacía cosquillas. — Así se juega.

— Si—sigo sin entenderlo —murmuré desorientado, sufriendo un pequeño espasmo en mi bajo vientre cuando su mano rozó la parte más baja que había descubierta, incluso por debajo del ombligo.

— Yo te toco y tú me dices como te sientes. Como los médicos.

— ¿Juegas a esto con tus amigos? —pregunté desconcertado. No me imaginaba a NamJoon en mi posición, y mucho menos con Wonho sobre él. De hecho, me costaba imaginarme a los de su grupo de amigos participando en esta extraña actividad. A pesar de todo él asintió sin mirarme, con su vista clavada en mi cuerpo, y siguió acariciándome con mucha delicadeza— Esto es raro, Wonho...

— No es raro, es un juego —no previne cuando se colocó con sus piernas a ambos lados de mi cuerpo, recordándome la vez en que Jungkook hizo lo mismo en el parque. En aquel momento se sentía muy diferente, aunque quizás era porque esto era un juego y eso no.

— A-ah —cerré los ojos al sentir como sus dedos se centraban en pellizcar uno de mis pezones descubiertos. Instintivamente acerqué una de mis manos para frenarle, pero rápidamente fue atrapada junto a la otra, y en vez de los dedos, comenzó a usar algo más húmedo. — ¿Qu-qué haces?

— Larmerte —respondió con naturalidad. Cuando sonreía, las heridas que se había empeñado en destapar quitando mis tiritas, se expandían, dando la impresión de que iban a abrirse de un momento a otro.

— No hagas eso —murmuré cohibido por el giro que estaba dando la situación. Él sonrió y volvió a acercar sus labios a esa zona. —N-no, Wonho...

— ¿Prefieres que lo muerda? —me quedé muy quieto, intentando desactivar todos mis sentidos con el poder de mi mente, cerrando los ojos con fuerza y repitiéndome una y otra vez que esto era normal, que no tenía porqué tener miedo. — ¿Yoongi? —pero lo tenía. Por eso, cuando noté como soltaba mis manos, no supe que hacer. Permanecí sin moverme ni un centímetro, abriendo lentamente mis ojos para terminar encontrándome a Wonho sentado en el extremo de la cama pasándose las manos por el pelo con frustración.

— Perdón —murmuré cohibido, sin saber muy bien que hacer. No me gustaba ese juego, no había hecho nada malo, pero aún así me dolía mirarle. Ni siquiera sabía si era culpa mía, pero parecía muy triste.

— ¿Por qué te disculpas? —de nuevo volvió a sonreír. Nunca me había fijado en lo diferente que era su sonrisa en comparación a la de Jungkook. Este último iluminaba cualquier rincón, y el primero, el primero parecía una máscara muy débil. — No importa, tampoco tengo ganas de jugar.

— ¿Estás triste? —pregunté con ligera preocupación. Él sonrió y apartó la vista al tiempo que se ponía en pie con más energía de la esperada. No supe sus intenciones hasta que empezó a abrocharse las zapatillas. — ¿Vamos a algún sitio?

— No sé tú, yo quiero ir a dar una vuelta.

— Pero el estudio...

— Te regalo mis apuntes —se terminó por desabrochar un par de botones de la camisa del uninforme, y sin siquiera agarrar la chaqueta, se dirigió a la puerta, agarrando el pomo de esta mientras mi mente explotaba por dentro por la confusión. — Si quieres comer, pide algo a los de cocina. Y bueno, cuando quieras marcharte, la puerta está abierta desde dentro, así que solo tienes que abrirla. No es difícil.

— Per-

Y cerró la puerta.

Mi cara era digna de un cuadro de Picasso. No tenía ni idea de qué tocar, que no tocar, que pisar y donde poder y no poder morir. ¡Estaba solo en el palacio! Bueno, dejando a un lado lo de que era un palacio, ¡estaba solo en una casa ajena que no conocía! Solo con pensarlo me entraban ganas de salir corriendo o tirarme por la ventana.

Al cabo de diez minutos en los que mi cuerpo no quería levantarse de la cómoda cama, me puse en pie, asimilando lo que acababa de suceder. ¡Y luego me llamaban a mí rarito! Definitivamente, Wonho me superaba con creces. ¿En qué momento decidí que sería buena idea recibir sus clases? Es decir, como experiencia había estado bien, la comida estaba rica y había visitado un palacio, pero fuera de eso, lo más productivo que había sacado de esa tarde, fueron sus perfectísimos apuntes.

Quizás estaba destinado a suspender mates, al igual que estaba destinado a perderme por la enorme casa del pelinegro. Después de salir de su cuarto con todas mis cosas, sin siquiera abrocharme la camisa, comencé a recorrer desesperadamente todos los pasillos de esta sin encontrar ningún punto donde pudiera orientarme. ¡Era un palacio laberinto y yo me había perdido!

— ¿Hola? —me giré asustado hacia aquella voz, topándome con una pequeña mujer de mediana edad. Llevaba unos elegantes pantalones negros, junto a una camisa negra, y una chaqueta formal también negra. Parecía un ninja multimillonario con ropa de marca. — ¿Necesitas algo?

— Y-yo, yo me he perdido —murmuré avergonzado.

— ¿Eres amigo de Wonho? —asentí y ella comenzó a andar. Decidí seguirla, primero porque parecía que me iba a guiar a la salida, y segundo, porque no tenía ninguna otra opción mejor. — Nunca te había visto por aquí.

— Hace poco que som-

— ¡Aquí estás! —se hizo a un lado y me señaló la imponente puerta. ¿Cómo diablos había tardado menos de un minuto en llegar al sitio que yo me había pasado buscando casi un cuarto de hora? Por este tipo de cosas me sentía inútil. — ¡Ah, espera! —se interpuso cuando fui a abrir la puerta, y no supe cuales eran sus intenciones hasta que dirigió sus manos a mi camisa. — No puedes salir así a la calle, de ninguna forma, claro que no.

— A—ah, eso... —no sabía ni siquiera dar una explicación coherente, por lo que la dejé hacer mientras sentía como me iban a explotar las mejillas, o quizás derretir, porque las sentía ardiendo. — Gracias —murmuré haciendo una pequeña reverencia cuando terminó. Ella sonrió y me pellizcó las mejillas. — Que pase una buena tarde.

— ¡Ah, espera! —me quedé quieto, con la pierna en alto, mientras ella salía corriendo dejando la puerta abierta. Si no fuera porque me había dicho que esperase, yo ya estaría en un autobús dirección mi casa. Y menos mal que no lo hice. — Aquí tienes —me tendió una caja que desprendía un olor delicioso. — Son los pasteles que han sobrado en la comida. Llévatelos, a Wonho no le gustan.

— ¿Habla en serio? — pregunté emocionado, haciéndome la boca agua solo con el olor, y ella asintió entre ligeras risas. — Ah, espera —lo repetí en el mismo tono que ella momentos antes, girándome de nuevo en su dirección y abriendo rápidamente la caja. Ah, comencé a babear con solo mirarlos. — Tome — agarré uno y se lo tendí. Pareció que iba a negarse en un principio, pero al final terminó riendo y lo aceptó, llevándoselo inmediatamente a la boca. — Ahora sí —cerré la caja y me coloqué la mochila, haciendo una última reverencia antes de salir por la puerta.

— Pareces un buen chico —me giré a la señora y sonreí, encantado con aquel cumplido. Me gustaba ser un buen chico. — Espero verte pronto, pequeño.

— ¡Y yo también!

No dejé de mirarla y despedirme alzando la mano hasta que crucé el portón del recinto, y esas enormes puertas negras se cerraron, privándome de la vista de tan encantadora mujer. Igualmente mi puchero duró dos segundos, exactamente lo que tardé en abrir de nuevo la tapa, sacar un pastel, y manchar mis labios con la dulce crema de este.

Estaban deliciosos. Tan ricos, que tuve que poner todo mi esfuerzo en no terminarme la caja de camino a la parada de autobús. ¿Cómo lo conseguí? Fácil. Tan solo pensé en la cara que pondría Jungkook cuando los probase. No podía terminármelos sin compartir siquiera uno con él.

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