38
Yoongi.
Ese fue el primer día que Jungkook me acompañó a casa. Después de lo del parque estuvimos hablando un rato, aún sin salir del enorme iglú de metal que se asimilaba a un fuerte. Era divertido, pero no podía evitar sentirme incómodo teniéndolo tan cerca.
Además, a pesar de todo lo que me había dicho, tenía la misma cantidad de ganas de besarle que miedo por cansarle. No quería estropear nada, ni un solo segundo de ese maravilloso momento.
Por ello propuse salir a dar un paseo. Estuvimos caminando durante casi una hora, y lo mejor era que aún nos quedaban muchas más antes de que terminara el horario de clases. Y cuando vi una sala de recreativos a lo lejos, no me lo pensé dos veces. Las luces y el sonido de las máquinas de su interior parecían llamarme, me atraían con tanta fuerza que en menos de un segundo, sin darme cuenta, ya estaba con la cara pegada en el cristal.
— ¿Quieres entrar? —preguntó Jungkook entre risas. Le miré, aún con una mejilla aplastada contra el cristal, y asentí emocionado— Sabes que esas cosas lo único que hacen es sacarte el dinero y crear adicción para seguir sacándote el dinero, ¿no?
— Pues como el tabaco —respondí sin prestarle mucha atención. De hecho, ni siquiera le miré. Agarré su muñeca y le arrastré con excitación al interior de la enorme sala.
Y el adjetivo enorme se le quedaba corta.
Era grandísima. Tan solo estaba iluminada con las múltiples luces que irradiaban las diferentes máquinas, y eso era suficiente para poder ver con total claridad cada paso que dabas. Incluso el tintineo y las repetitivas melodías de victorias resultaban agradables. Cada centímetro del salón que mis ojos veían, aumentaba la perfección del lugar, asimilándolo al mismísimo paraíso.
No tardé ni dos segundos en volver a tirar de Jungkook a mi antojo, colocándolo frente a una mesa enorme y situándome inmediatamente después en el otro extremo, justo frente a él. Yo desbordaba emoción, y en cambio, sus ojos no mostraban otra cosa que no fuera desconcierto.
— ¿Qué es esto? —preguntó con el pequeño artilugio de color rojo en su mano. Sí, era ese que servía para golpear el disco. Era un juego tan conocido que mi cara de asombro al ver que no lo conocía, fue imposible de disimular— ¿Tengo que lanzártelo?
— ¡No! —me apresuré a responder, dirigiéndome rápidamente de nuevo a su lado. Agarré su mano y le coloqué el objeto de la forma adecuada— Con esto golpeas el disco que va a salir ahora.
— ¿Golpear?
— Ajá —asentí emocionado y señalé la pequeña rendija que había en mi mitad de la mesa— Tienes que meterlo ahí —me miró enarcando una ceja y decidí seguir mi explicación— Como un partido de tenis. Golpeamos el disco hasta que conseguimos colarlo en la rendija del contrario —me miró sin mucho interés y luego volvió a observar el objeto, analizando cada centímetro como si de un pequeño ser mutante se tratara— ¿De veras que nunca has jugado? —pregunté curioso con tal idea. Yo me pasaba días y días jugando en esos sitios. En cambio, él negó con la cabeza sin despegar la vista del artilugio rojo, sorprendiéndome aún más.
— Nunca he venido a un sitio así —me explicó.
— ¿Nunca? —negó de nuevo, sonriendo divertido, quizás de mi exagerado asombro. Pero prometo que en ningún momento era exagerado, realmente no podía creer que nunca hubiera entrado en el mismísimo cielo teniéndolo tan cerca— ¿Nunca de los nuncas jamases?
— Nunca de los nuncas jamases —repitió con tono alegre. A pesar de que no conocía el lugar, parecía estar disfrutando su estancia en él. Seguramente era la magia de los recreativos— Me he movido siempre por otro tipo de ambientes, ya sabes.
— ¿Otro tipo de ambientes? ¿Uno sin juegos?
— Uno con juegos distintos.
— ¿Mejores o peores? —pregunté con curiosidad. No podía imaginar nada mejor que esto.
— No lo sé —me sonrió y agarró nuevamente el artefacto, esta vez sosteniéndolo correctamente y con firmeza a la primera— Tendré que probar estos primero para poder opinar.
Le miré ilusionado y asentí, despegando corriendo de nuevo a mi sitio. En menos de un milisegundo ya había sacado una moneda de mi cartera y me había guardado varias más en mi bolsillo del pantalón para partidas futuras. Miré a Jungkook, quién me lanzó una mirada de rivalidad, y sonreí con la misma competitividad que sus ojos me habían transmitido.
Esto no iba a ser un juego, iba a ser una batalla a vida o muerte. Y de haber sido ese el caso, habría muerto.
En tan solo dos minutos, Jungkook me consiguió una ventaja de casi seis puntos, y no pude remontar ni si quiera a la mitad. Casi no me podía creer que esa hubiera sido su primera partida, así que después de afianzarme de que no me había mentido, eché otra moneda alegando su victoria a la suerte del principiante y volví a atacar con incluso más ganas que la vez anterior.
Consiguiendo una derrota el triple de dolorosa.
Al igual que la tercera, cuarta y quinta vez que la maquina me decía que había perdido. Todas contra Jungkook, todas con todo mi esfuerzo puesto en ellas, y todas, y absolutamente todas, perdidas.
— ¿Ya está? —preguntó tras su quinta victoria. Le fulminé con la mirada y negué, adentrando inmediatamente mi mano en el bolsillo del pantalón en busca de monedas. Y cuál fue mi desagradable sorpresa al ver que se hallaba completamente vacío— ¿Qué pasa? —preguntó dejando el cacharro azul en su lado de la mesa y acercándose a mí. Ah, sí, cierto. En la tercera partida le obligué a cambiarme el sitio, y en la cuarta le cambié el mando porque estaba completamente seguro de que eso era lo que le hacía ganar. Resulté estar equivocado— ¿Quieres más monedas?
— ¿Tienes?
— Tengo billetes, pero puedo ir a cambiar —respondió sonriente al tiempo que sacaba un billete de gran cifra de su bolsillo. El enfurruñamiento me desapareció de inmediato al ver como lo ondeaba frente a mis ojos. Solía olvidárseme continuamente la posición social, y por tanto económica, que tenían la mayoría de alumnos del colegio— ¿Entonces quieres o no? —asentí emocionado y él me acarició suavemente la cabeza, despeinándome en consecuencia— Espérame aquí.
— ¡Vale! —exclamé ilusionado, quedándome quieto mientras veía como se alejaba en dirección al mostrador. Primero no podía dejar de pensar en el juego, pero a medida que pasaron los segundos, comencé a fijarme más en como andaba, en lo bien que se le ajustaba la camisa del colegio, y en que tenía una espalda muy bonita. Y cuando se acercó, mi vista fue directa a sus labios de forma inconsciente, recordando el momento que habíamos pasado en el parque.
— ¿Yoongi?
— ¿Eh? —pestañeé varias veces, alejándome con un salto varios centímetros al encontrármelo tan repentinamente cerca— Eh, ah, sí —sacudí mi cabeza y peiné nerviosamente mi flequillo con ambas manos, intentando aparentar total normalidad— ¿Qué pasa?
— ¿No querías jugar? —me enseñó la mano, ahora llena de monedas en vez de billetes. Podía haber hasta treinta monedas ahí juntas, puede que incluso cuarenta. Era increíble lo rico que me sentía con solo mirarlas. Asentí y fui a agarrar una, pero negó y tras cerrar de nuevo el puño, las quitó de mi alcance— No, ahora escojo yo.
— ¿No te ha gustado el de antes?
— Sí, pero me aburre ganarte siempre —fruncí el ceño e inflé los mofletes con indignación, intentando reprimir mis impulsos de pegarle al recibir la verdad en toda la cara. Odiaba perder, y sobretodo que se regodeasen con ello— ¿No decías que te pasabas la vida aquí de pequeño?
— ¡Y es verdad, soy el mejor! —exclamé alzando la barbilla, y con ella mi demacrado orgullo. Jungkook rió, sin llegar a creerme— ¡Conseguí la mayor puntuación en todas las que jugaba, en serio!
— Pues en esta no has conseguido ni conseguir la mínima para ganarme —respondió entre risas.
— Pero porque en esta no tenía práctica —expliqué dolido. Me costaba reconocerlo, pero cierto era que la mitad de las máquinas no habían tenido el honor de ser jugadas por mí, al menos más de dos veces, que eran las que Jin me había acompañado a aquel sitio— Solo juego a los de un único jugador.
— ¿No decías que te gustaba mucho? —preguntó refiriéndose a la máquina que acabábamos de probar. Me encogí de hombros y sonreí con amargura.
— Me gusta, me gusta muchísimo. Siempre me emocionaba con solo ver a los demás niños jugar en ella. Alguna vez he probado con Jin, pero no era tan divertido —su sonrisa comenzó a torcerse, hasta desaparecer por completo y tornar su rosto en uno más serio— ¿Qué? ¿Qué pasa? —pregunté preocupado por haber dicho algo que pudiera molestarle.
— ¿No venías con amigos? —negué tímidamente, tanto por la extrañeza de su pregunta como por la vergonzosa verdad— ¿No tenías? —volví a negar, agachando la vista por la repentina incomodidad de la situación— No estás hablando en serio.
— ¿Eh? —le miré extrañado y levanté una ceja. No me era agradable aceptar que mis amistades habían sido nulas la mayor parte de mi vida, pero peor era mentir— Sí, hablo en serio —volvió a quedarse en silencio, mirándome con el rostro sin expresión alguna. Me arrepentí enormemente de haber sacado del tema, de haber abierto la boca siquiera. Seguro que ahora le daba vergüenza pasar tiempo conmigo.
— Yoongi —volví a levantar la vista a la velocidad de la luz, encontrándome inesperadamente con una tierna sonrisa. Y de nuevo volví a sentir esa calidez llenándome el pecho— Puedes elegir tú.
— ¿En serio? —pregunté con evidente emoción. Casi se me salieron los ojos de tanto que los abrí. Asintió y me dio todas las monedas de su mano— ¡Son muchísimas! —recalqué lo obvio, pasándolas divertido de una mano a otra, disfrutando con aquel infantil gesto— ¡Vamos a esa de nuevo! —tiré de él hacia la misma máquina que tantas veces había presenciado mi derrota en los últimos minutos, y sonreí mostrando todos mis dientes— Esta vez voy a ganarte.
— Tan solo inténtalo —respondió con total tranquilidad.
Y entonces, mientras me sonreía con total relajación, metí la moneda, golpeé el disco y anoté el primer punto.
¡Anoté el primer punto!
Solté un pequeño grito de euforia y comencé a dar pequeños saltitos, agitando con total ilusión las manos en el aire. Por primera vez era yo quien le sacaba ventaja. Habíamos cambiado posiciones y yo iba ganando. Se sentía de maravilla.
Hasta que la partida terminó con la misma palabra adornando mi pantalla. Jungkook se reía con tanta fuerza que temía, y a la vez deseaba, que explotara. Yo solo hinchaba cada vez más los mofletes, metiendo más y más monedas y golpeando el disco con intento de precisión que terminaba rozando la furia descontrolada.
No fue hasta que lancé el disco al otro lado de la sala, que decidí calmarme. Y funcionó, o al menos para ayudarme a ganar tres de las dieciocho partidas que jugamos.
Rotamos a otro juego de dos personas. Siempre eran necesarios dos jugadores, y por primera vez en mi vida, tenía un compañero con el cual probarlos, lo que me convertía en la persona más feliz del mundo.
Al final de la mañana terminó hasta dándome igual la puntuación de cada juego. A veces ganaba, otras muchas perdía, pero en todas me reía con Jungkook, me divertía hasta tal punto que los juegos perdieron su interés y el factor principal era que estaba pasando tiempo con él.
— Ya no quedan más monedas —informé apenado tras rebuscar en mis bolsillos y sacar la vacía tela de estos. Volví a colocarlos adecuadamente con una resignada mueca en mi rostro. La diversión había terminado.
— Aún queda una —levanté la vista y me encontré con la imagen de Jungkook sonriéndome ladeadamente y levantado una pequeña y reluciente moneda entre sus bonitos dedos. Me la tendió y fui a agarrarla, sin pensar ni siquiera en que juego la gastaría. Pero entonces me detuve a un segundo de si quiera tocarla, y con una dulce sonrisa, negué— ¿No quieres? —preguntó desconcertado.
— Ahora te toca elegir a ti —respondí conforme con mi decisión. Él valoró mis palabras y tras unos breves instantes, terminó asintiendo y escondiendo el pequeño, redondo y reluciente objeto, en su puño.
— Pues en ese caso... —comenzó a caminar por la sala, inspeccionando cada juego y arrastrándome a mí con él. Bueno, en realidad ni siquiera me tenía agarrado, pero yo iba pegado a él como si atado estuviera. Finalmente detuvo sus pasos y me miró sonriente— Quiero esta.
— ¿Esta? —pregunté con visible decepción.
Era una cabina de fotos.
No se movía, ni lanzaba rayos o tenía luces de colores. Una vez entré cuando era pequeño, y me pareció el desperdicio de dinero más grande del mundo. Tan solo hacía fotos y ni siquiera avisaba de cuando iba a disparar. Lo que conseguí fue perder una moneda y conseguir unas cartulinas con mi horrible rostro pegado en cada una de ellas.
Pero Jungkook no parecía verlo de ese modo.
El pelinegro asintió, quizás con tanta emoción que yo en los juegos anteriores, y esta vez sí que me arrastró, agarrándome de la cintura, al interior de la cabina. Una vez dentro, me sentó sobre sus muslos, apropiándose él el lugar sobre la pequeña y mullida silla del medio.
— Sabes que esto solo hace fotos, ¿verdad? —le advertí, esperanzado de que cambiara de opinión con tal información. Para mi desgracia asintió y volvió a revolverme el pelo— Podemos hacernos fotos con mi móvil y ni siquiera necesitamos una moneda.
— Te aguantas. No haberme dejado elegir.
— ¿Realmente quieres esto? —pregunté con extrañeza y desánimo. Él rió ligeramente y asintió, recolocándome sobre sus piernas. Me encogí de hombros y asentí con un suspiro. Tenía razón, le había dejado elegir. Quizás no debí haberlo hecho— Está bien.
Ni siquiera me dio tiempo a quejarme de nuevo antes de que metiera la moneda, pulsara el botón de inicio, y girara mi rostro hacia él, uniendo nuestros labios desprevenidamente. Me agarró de la cintura y giró hasta colocarme de frente a él, colocando cada una de mis piernas a un lado suyo, y me acercó aún más. En ningún momento rompió el beso. Escuchaba el chasquido de la cámara al mismo tiempo que el de su lengua, y no tardé en tomar iniciativa e inclinarme más hacia él en busca de más contacto.
Me había terminado olvidando por completo de la máquina. Hasta que las luces se apagaron y una despedida con vez voz femenina nos informó de que nuestra sesión de fotos había terminado.
Jungkook se separó y yo le miré mordiéndome en labio inferior mientras me aferraba a su camisa para no caerme, cosa estúpida ya que tenía su brazo rodeándome y sosteniéndome por la espalda. Quería más, era obvio que lo quería, solo había que mirarme. Y él lo notó. Sonrió ladinamente y se inclinó hacia mí, dejándome caer ligeramente hacia atrás y rozando nuestros labios un segundo. Un segundo antes de morderlo con suavidad y alejarse de nuevo, quitándome de encima y poniéndose en pie.
Salió de la cabina, dejándome pasmado contra la pared, aún incapaz de procesar lo que acababa de ocurrir. Aún con el tacto de su lengua, de sus manos y de sus labios. Aún con la respiración agitada y las pupilas dilatadas.
Aún con ganas de más.
Pero eso no importó cuando se asomó por la cortina, tendiéndome uno de los dos carretes de fotos que habían salido, y sonriéndome abiertamente con ello.
— ¿A qué es mejor hacer las cosas con gente? —preguntó sonriente, esta vez peinando delicadamente mi flequillo en vez de revolverlo. Asentí al tiempo que guardaba las fotos en mi bolsillo trasero del pantalón.
— Nunca he dicho lo contrario.
Y nunca lo había hecho, pero en ese momento sí que callé una verdad. Jungkook tenía razón, pero mientras le escuchaba no podía dejar de pensar en que había algo incluso mejor que la compañía, y era precisamente la suya.
No era mejor hacer cosas con gente, era mejor hacerlas con Jungkook.
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