XVIII.
Título: Completa.
Palabras: 934.
Nunca tuviste la oportunidad de crecer en un hogar convencional, la rareza era el merengue del pastel de tus días y no había uno en el cual no se viera coronado por una brillante cereza, esa misma que representaba a la perfección los típicos problemas de identidad en la adolescencia. Respecto a la figura paterna, podías relatar que era una incómoda ausencia y amargura que te hizo cargar con una amarga inseguridad durante el desarrollo, no te denominabas una chica bonita o talentosa, empleando adjetivos neutrales que supuestamente servirían para hacer notar lo común y corriente en ti. No obstante, la madurez no tardó en surtir su arrollador efecto, una deslumbrante luz que reflejó la sonrisa de tu rostro y comenzaste a utilizar, como arma para combatir esos pensamientos negativos, el hecho de que a cada paso con muchísimo esfuerzo te volvías en una de las mejores héroes de Japón.
Tenías una hermana que te apoyó a perseguir tus sueños en todo momento, quien orgullosa te felicitó cuando te hiciste espacio entre los profesionales con una habilidad impresionante. Es ahí donde apareció Enji Todoroki, que al vislumbrar tus capacidades te pidió que trabajaras en su agencia y aceptaste en medio de exclamaciones alegres, porque tu favorito había posado sus ojos en ti... en el aspecto laboral como en el sentimental, aunque eso llevaría un largo período de tiempo para que fluctuara en la atmósfera que se formaba en los dos. Y no se debía a tu ausencia de cariño paternal que te gustaba ese hombre, que se podía asemejar al dulce vino; habías caído rendida a sus pies por lo caballeroso que era, por sus hermosos detalles, las sonrisas y los guiños, sus palabras bañadas en exquisito chocolate.
Encendió con ávido fuego las brasas de un sentimiento que jamás experimentó, acercándose poco a poco porque temía al rechazo y bajó las paredes de hierro que le resguardaban de las personas a su alrededor. Ya no era una máquina que obraba en función a su soberbia y orgullo, porque el resplandor de sus cautivadores orbes turquesas cambiaron, dejando de ser fríos. Mientras que olvidabas la tristeza que empañaba tu vista, no recordabas el profundo vacío que se anudaba a tu estómago porque el deseo que les pediste a las estrellas fugaces se cumplió, las lágrimas que derramaste fueron convertidas en risas y un tinte rosa abarcó ese firmamento gris que admiraste.
—¿(Nombre)-san? —llamó Fuyumi, quien trenzaba con infinita paciencia y dedicación tus mechones oscuros, colocando flores como enredaderas.
Parpadeaste, la albina ennarcó una ceja, podía distinguir las pinceladas taciturnas en tus transparentes ojos que revelaba los cristales de sus memorias—. ¿Sí, Mimi?
—¿Está todo bien? Has estado muy callada en los últimos minutos —su sonrojo empolvaban las juveniles mejillas, ella que era tímida no se acostumbraba a los cariños que profesabas abiertamente.
—Solo me extravie en los pasadizos de mis recuerdos, cuando todavía usaba camisetas de series y me asqueaba cualquier cosa que tuviera relación con el amor —explicó, aguantando las carcajadas—. Te confieso que era bastante problemática en esos años.
—No me hago una idea de cómo pudo ser, porque eres tan linda y buena, imaginarte de otra manera distinta es extraño —respondió, viendo como te girabas para mirar desde todos los ángulos el peinado.
—Porque decidí vencer mis temores, sanar las heridas emocionales y confiar en mí misma —aseguraste, alisando los pliegues de tu falda—. Los procesos suelen ser duros, pero moldean nuestro carácter y nos vuelven mejores personas.
La chica sonrió ampliamente, jurando que su corazón dio una sacudida al darse cuenta que como rayo de sol alumbrabas la vida de su progenitor. Las escleróticas se tornaron vidriosas, advirtiendo el llanto conmovido que amenazaba con salir—. Tú y papá son muy afortunados de tenerse.
Cuando ibas a contestar, se escucharon tres ligeros golpes en la madera de la puerta, percatándose de la inoportuna presencia del hombre que había oído lo que su retoño expresó con sinceridad. El extremo izquierdo de su labio delatando una sonrisa, los musculosos brazos apretados por la ajustada camisa blanca y el pantalón negro que rodeaba sus torneadas piernas, como un seductor galán de fantasía. Se acomodó los salvajes mechones pelirrojos y se quitó sus gafas de lectura, que solía utilizar cuando estaba largo rato en la oficina estudiando informes. Allí lo analizaste con penetrantes orbes cafés, diciéndote que era todo un Sugar Daddy en regla.
—¿Qué hacen, mis chicas? —Fuyumi se lanzó para abrazarlo. A lo que permaneciste quieta deleitándote con ese encantador panorama de tu pareja.
—(Nombre)-san me dejó peinar su bonito cabello porque estaba aburrida —dijo, para despedirse con la mano. A veces ella actuaba como niña emocionada porque tenía una nueva amiga—. Los dejo. Hornearé un pastel para la novia de Natsuo que nos acompañará a cenar.
Dicho aquello corrió por pasillo, no quedaban muchas horas para que la azabache llegara y fuera bombardeada con incómodas interrogantes por parte de la familia Todoroki. Era su trabajo serenar las cosas cuando su hermano entraba en crisis nerviosas, tarea que naturalmente tendría el mayor. Pero el asunto de Touya era una llaga abierta para él. A su vez, te pusiste de pie, en frente del masculino que no apartaba su atención de tu pequeña figura en comparación con la suya. Acariciando los tiernos pómulos de repente, delineando tus labiales pintados de melocotón, robándote la respiración por esos intensos besos que debilitan las rodillas, probando el azúcar de tu boca a un ritmo despacio, enterrando sus rústicos dedos en la tela amarilla de tu vestido.
Sea como fuese, tu corazón estaba rebosando de amor.
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