II.
Título: Vulnerable.
Palabras: 1400.
El caos que poco a poco se extendió como especie de pandemia ya había sido controlado, domando las bestias que salían de la oscuridad y neutralizando el nuevo ataque de La Liga, aún así el fuego yacía avivado en colosales columnas de concreto y la nube de humo grisácea condensaba el aire, contaminándolo. Aunque el escozor en los ojos no incomodó a los héroes que se movían de un sitio a otro, verificando que todo estuviese en orden y que los bomberos pudieran hacer lo suyo. Endeavor reportaba lo ocurrido, mientras que Hawks le proporcionaba dirección a sus planes y al mismo tiempo incordiaba a (Nombre), quien hastiada gruñía al tener que cohibirse por estar en público.
La fémina despejó el camino, elevando y amontonando los escombros al costado de la calle para facilitarle el trabajo a los funcionarios que se encontraban circulando, auxiliando a los civiles afectados por las horripilantes criaturas o simplemente quienes fueron rescatados de los edificios a punto de colapsar. Sin embargo, un intento de piropo por parte del alado le sacó de sus casillas, lanzándole un pedazo de lona a la cara.
—No aguantas ningún juego —se burló, sonriendo con altanería. Sus alas carmesí levantando partículas de polvo al descender sin rapidez.
—No lo hago y menos si provienen de ti —respondió la aludida, chasqueando la lengua. Acomodó algunos mechones despeinados de su melena al visualizar como los periodistas se acercaban.
—Ah, pero si los hace el jefe ya estás divertida y maravillada a partes iguales —atacó, guiñando uno de sus orbes dorados causando un chillido exasperado como contestación.
—Quitaré esa expresión triunfal de tu rostro con un puñetazo, cerebro de pollo —amenazó de regreso, sonriendo de manera falsa al escuchar el bombardeo de preguntas sobre el hecho acontecido.
—¡Estos son dos de los héroes favoritos del público! —vitoreó el reportero, casi soltando serpentinas— Hawks y Shio, quienes también han desatado una ola de shippeo por parte de sus fans.
Cuando la de luceros marrones oyó eso, pensó que la cara se le deformaría del desagrado aún siendo transmitido por televisión en vivo y por eso hizo amago de reírse sin gracia, aclarando que nada de eso sería real. Por otro lado, el rubio se limitaba a disfrutar del sufrimiento ajeno y el aura a muerte que desprendía, porque de seguro, posteriormente le perseguiría para romperle el cuello.
Odiaba que los medios de comunicación inventaran romances donde no los había, solamente para ganar mayor cantidad de expectadores y llenarse los bolsillos a costillas de su vida privada que no les incumbe para nada. Se disponía a dejarle el estrellato al ave, de no ser por la fuerte y comprometedora declaración que escurrió de sus labios sin vacilaciones.
—Oh, no me gusta desilusionar al público pero, la razón por la cual es imposible tal relación es bastante sencilla —explicó, su gesto temerario presente y reconociendo que le costaría caro—, el corazón de Shio ya tiene otro dueño.
Silencio.
Era como si los dioses se hubiesen puesto de acuerdo para observar en primera fila tal espectáculo, porque no sintió la brisa, ni identificó el sonido de los alrededores, podía decirse que la atmósfera había sido invadida por una carga tan abrumadora que asfixiaba. Y así lo percibía en su pecho, pero más allá de la cámara que le apuntaba a su rostro indescifrable y pasmado, lo asociaba con esa sensación de haber sido expuesta delante del mundo o al menos, de Japón.
El día que en el Olimpo habían repartido la suerte, Enji no se hallaba por esos senderos, o eso era lo que empezaba a considerar desde que su vida había tomado un rumbo oscuro, triste y solitario. Jamás imaginó que las emociones le golpearían a esa edad, mucho menos tumbándole de sopetón con un sentimiento romántico que le ardía en lo profundo de las entrañas y eso desconocido, apasionado, diáfano y arrollador aumentaba cuando se extraviaba en los bonitos ojos chocolate de la jovencita que trabajaba en su agencia.
Porque sí, era un completo imbécil al haber tolerado esa atracción inocente que surgió y la cual tuvo el efecto de un incendio forestal. A pesar de que la gente normal creía que el de ojos turquesas era tan frío como la tonalidad de ellos, luchacha consigo para no parecer un adolescente tonto que se enamoraba por primera vez de una chica, aunque no lo negaba, al soñar con ella suspiraba y sus llamaradas se intensificaban, pequeños detalles que sirvieron de pistas para percatarse de esto.
Se recostó contra la poltrona de cuero, subiéndole el volumen al noticiero que mostraba el último informe y donde, se cambió drásticamente de tema al compartir tremenda información que el chismoso de su compañero había revelado a viva voz como si nada. A veces se preguntaba si todo era a propósito o Takami era así de estúpido.
—Y así lo ha contado el héroe número dos, nuestra querida Shio ya tiene un muy afortunado enamorado, ¿quién será el hombre misterioso? Esperamos enterarnos para el día de San Valentín...
El resto fue puro parloteo que omitió completamente, recargando su frente entre sus grandes manos y buscando la serenidad de la cual carecía en esos tensos momentos. No podía dar crédito a lo que sus oídos habían escuchado, de ser verdad, no tendría oportunidad alguna con la mujer de veintitrés años, que ya de por sí estaba fuera de su alcance al ser un cuarentón.
—Necesito un buen consejo —se dijo, negando levemente y manteniendo la compostura al marcar el número telefónico.
Existían dos opciones; le contestaba, le ayudaría y tal vez eso fortalecería su vínculo emocional o simplemente le colgaría al saludar.
—¡SHOTOOO!
Viéndole el lado positivo, eso les libraría de las dudas existenciales que ya burbujeaban en sus herederos. Así que contuvo las ganas de trancar el artefacto.
Su rostro yacía sonrojado, repitiendo mil veces cuanto lo sentía e intentando limpiar la gigante mancha de vino que no hacía más que empeorar, a ese paso tendría un severo ataque de ansiedad y la vergüenza le carcomería los sesos. Mientras qué, Enji se mordía el labio para no reírse ante el notorio bochorno de su subordinada, quien no paraba de restregar la servilleta contra la tela blanca.
Se suponía que irían a una especie de evento, donde rendirían tributo a todos los héroes invitados y de los cuales, el hombre de las llamaradas no solía ser demasiado aclamado por la prensa, en vista de que su fuerte nunca era el carisma. Por ende, ambos se mantenían al margen de ese fastidioso foco de atención y que era acaparado por un sonriente Hawks. A pesar de que a la muchacha le desagradaban esos hipócritas ambientes, admitía que amaba la imagen de su jefe vistiendo un sofisticado traje que ella había arruinado por su torpeza y nerviosismo.
—Ya, tranquila. No es para tanto —el tono de voz que usó el mayor le hizo temblar, a la par que sujetaba sus muñecas y le miraba con una expresión desbordante de comprensión.
Suspiró, fascinada por sus luceros resplandecientes clavados en su faz. Una serie de pensamientos transitaban por el torbellino de su cabeza, donde se creaba un romance cliché en el que florecían sentimientos ajenos y le besaba a escondidas en la fiesta, embelasada totalmente por su galantería.
—¿Evitará toda la noche a los inversionistas? —(Nombre) cuestionó, dispuesta a no perder los estribos y seguir haciendo el ridículo.
El pelirrojo le ofreció una sonrisa discreta, tomando su bebida para disimular el gesto y le indicó con un amago que se acercara, los labios quedando a centímetros de su oreja, casi atisbando la diversión en él—. Realmente no vine con ese propósito.
Ahora sí estaba confundida, frunciendo el ceño y torciendo los labiales pintados de vinotinto en un mohín que Enji le pareció completamente adorable. Pero se distrajo cuando la mano masculina encontró sitio en su espalda baja, los dedos largos rozando la piel descubierta de su escote y respirando hondo, clavó sus afiladas uñas en la palma.
—¿Y cuál es la razón, señor Todoroki? —indagó, curiosa e interesada por la repentina soltura con la que hablaba el recién mencionado. Queriéndole atribuir tal hecho al alcohol ingerido.
—Deberías descubrirlo, si te lo dijera dejaría de ser divertido y misterioso.
La boca se le secó, sintiendo el desierto en su lengua al percibir la cercanía descarada de su acompañante y el apretón sinuoso en su mano al finalizar el contacto.
—Ven, vamos a bailar.
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