41. VETE
Karen:
Hola, Te acuerdas de mí?
Abel:
Karen! Sí, sí me acuerdo de ti.
Karen:
Oye, no dejé de pensar que podíamos salir alguna vez.
Pero ya no tuvimos contacto.
Te gustaría venir a mi casa?
Abel:
Por ahora estoy muy ocupado
Pero tal vez después, ok?
Karen:
Bueno, yo te llamo, ok?
Bye.
Supongo que recuerdas ese momento. Tú me viste mandando esos mensajes, porque acababas de sentarte en tu cama. Ambos platicábamos antes de ese momento, compartíamos un buen rato juntos, hasta que yo mandé esos mensajes.
— ¿Con quién hablas? —me preguntaste.
— Una chica que conocí en la fiesta de Paula. —No te miré—. Eso fue hace mucho, ni siquiera me acordaba de ella.
— Dile que tienes novio —dijiste a modo de broma.
No puedo explicar lo que esa palabra originó en mi interior cuando la escuché, porque ni yo mismo la comprendo. Ninguno de nosotros dos nos habíamos referido al otro como "novio". Pero puedo decir, que justo entonces llegaron a mi mente todas esas palabras de mi padre: Sé un hombre. No eres una niña. Muchas más. De ellas, todas recordándome que no estaba siguiendo esas enseñanzas.
— Nunca habías dicho eso —le dije—. "Novio".
— ¿Qué más podría decir? —me miró—. Eso somos, ¿no?
— Claro, claro. Eso somos —no lo dije con el tono que debí decirlo.
Me miró, y no estaba molesto, pero en su mirada había algo diferente, había dolor, y eso no lo podía soportar porque sabía que iba por mí.
— ¿Acaso crees que está mal? —preguntó
— ¿De qué hablas?
— ¿Para ti esto es algo serio? —Su tono se endureció un poco—. Porque así no lo parece.
— ¡Claro que sí es serio!
— Ni siquiera has podido decir que me amas —dijo—. Incluso decidiste ignorar la primera vez que yo te lo dije a ti.
» Así que dime, ¿tú crees que esto no es en serio? ¿Es por eso tu desapego con la palabra novio?
— ¿Qué dices? ¡Si nunca la habías dicho!
— Pero tampoco sentí incomodidad cuando la escuché
— Yo tampoco lo hice —Sí lo hice, y fue más obvio de lo que pensé.
— Entonces dilo —me pidió—. Di que somos novios.
Su voz era tan serena que podía ver que efectivamente no estaba enojado conmigo, él estaba preocupado por lo que yo pudiera decir, podía ver en sus ojos el miedo a mi respuesta. Sus ojos jamás lo dejaban mentir.
— ¿Para qué quieres que lo diga? —le pregunté—. Es obvio, ¿no?
— ¿Entonces por qué no lo dices? —seriedad absoluta.
— ¡No creo que haga falta, Gabriel!
— ¿Es esto alguna de tus necesidades de ser un Hombre, como tú le dices?
— ¡¿Qué?! —Levanté la voz—. ¿Qué estás diciendo, Gabriel?
— Ya sé, Abel, que para ti es muy importante mantenerte "masculino" —exageró la palabra— pero si hemos pasado todo esto, ¿por qué sigues insistiendo? Que tengas novio no te hace menos hombre. Eso es una idea tonta de tu cabeza.
— No es eso...
— ¿Entonces qué es? —se puso de pie—. ¿Qué te impide decirlo? ¿Qué te impide decir lo que sientes? Te di una oportunidad antes, y no la tomaste, por favor, dilo ahora.
Trataba de esconder que mis razones eran las evidentes, y estaba fracasando tanto como si no lo intentara. No podía hablar, mi garganta se negaba a producir esa palabra, sentí que si llegaba a decirla entonces de verdad perdería esa hombría que tanto me enseñaron a defender.
— Dilo.
Simplemente me veía incapaz de hacerlo. No podía y no quería decir esa palabra, porque dentro de mis pensamientos ridículos, aceptar que tenía un novio, era aceptar que yo era gay, y ser gay significaba perder toda esa hombría de la que tanto me hablaron, la masculinidad que tanto tiempo vi como el mayor premio al cual aspirar, y no podía permitirme eso.
— Vete, Abel —me dijo, con el tono aún más serio—. Vete. No quiero verte ahora. No, hasta que aceptes a quién eres. Si eres gay o no, o si esto es serio para ti o no, no me importa ahora mismo, me importa que me aceptes a mí. Y si no puedes hacerlo, no sé qué haces aquí.
No me moví ni un poco. Estaba completamente inmerso en los pensamientos que me invadían en ese instante. Las palabras me rodeaban en un torbellino violento que me tenía atrapado. Gay. Hombre. Bisexual. Masculino. Novio. Todas esas palabras atacaban una tras otra en repetidas ocasiones y no podía detenerlas. No me moví porque estaba pensando en todo eso, y no podía reaccionar.
Sólo tenía que decir una palabra, pero no podía hacerlo.
— ¡Vete! —me gritó finalmente.
Tan sólo ese grito fue lo único que me ayudó a volver en mí, y no por la sorpresa de escucharlo, sino porque esa sería la primera vez que Gabriel me gritaba de ese modo, porque había verdadera molesta en su voz, y sus ojos, que todo el tiempo buscaban evadir a los míos, expresaban esa ira que trataba de contener para no estallar contra mí.
Me levanté para estar frente a él, y avancé unos pasos hacia él para tratar de abrazarlo, entonces hizo un movimiento que me provocó un dolor intenso: esquivó mi abrazo haciéndose hacia la derecha. Me sentí mal conmigo mismo, no sólo porque él evadió mi abrazo como lo hacía con mi mirada, sino por lo que yo le hice a él, porque sabía que esto se habría solucionado fácilmente si tan solo no hubiera sido tan tonto.
Gabriel caminó hacia su puerta, y la abrió de un solo tirón. Sin mirarme, me dijo:
— Por ahora —su cuello se tensó— vete, por favor.
No pude pelear, porque sabía que todo lo había ocasionado yo. Lo único que tenía por hacer era irme de ese lugar, no podía seguir ahí, así que caminé hacía la salida, y mis pies me llevaron hasta mi casa sin darme cuenta.
— Nos vemos!
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