35. LA CENA

Entiendo que este relato se torna arrítmico constantemente, y sé que dejo de lado muchos detalles de lo que pasamos juntos, como nuestra primera cita como una pareja, o las ocasiones en que hemos tenido conversaciones que hablarían más de quiénes somos dentro de la relación. Sin embargo, creo que comprenderás que esto no pretende ser una historia como cualquier otra, sino el medio que poseo para logar comunicar algo, como ya lo he dicho antes.

Por eso, me disculpo contigo si esto salta a tantos días o semanas en el tiempo, yo sólo estoy contando las que son más relevantes dentro de nuestra historia y las que significaron algo en ella y en mí. No quiero que pienses que nuestros días juntos no representan nada, sino que los que sí menciono son los que provocaron un cambio o fueron parte del proceso que viví.

Es así como, de nuevo, doy un salto en el tiempo y adelanto hasta el día que la reunión, que anticipamos con poco menos de un mes, fue por fin efectuada, la noche de la cena con nuestros padres.

Las horas previas a nuestra reunión son de esos recuerdos que me provocan una pequeña sonrisa cuando llegan a mi mente, porque era la primera vez en una semana que te vería de nuevo y estaba ansiándolo con ganas, además de eso, recuerdo cómo me sentía: Estaba muy nervioso, y esperaba no arruinar mi primera impresión con tus padres, pero al mismo tiempo sentía una gran ilusión de conocerlos y de verte otra vez.

Estaba tratando de seleccionar la ropa correcta para la ocasión, esa noche estaríamos en un restaurante que no se considera elegante, y que al mismo tiempo carecía del toque casual, recuerdo que incluso mi mamá preguntó cómo debería ir vestida.

— No es tanto —Le respondió Gabriel—. No hace falta que use un vestido de noche con diamantes, sólo algo entre casual y elegante.

— Entonces no puedo ir en sandalias, ¿verdad? —preguntó en broma.

La semi-formalidad es otra de esas debilidades que poseo.

No sabía qué ropa usar, y estaba completamente nervioso pensando que cualquier mínimo detalle podría arruinar mi presentación, no quería verme demasiado formal ni demasiado casual, y me daba vergüenza que supieran que me estaba preocupando tanto al respecto.

Incluso, el día anterior, comencé a buscar vídeos en YouTube sobre cómo combinar mi ropa, pero nada me convencía, además de que me resultaba bochornoso que alguien llegara a notar qué estaba viendo, por lo que usé audífonos, y cuando alguien se acercaba a mí, pausaba el vídeo o directamente bloqueaba mi teléfono.

— Si vas a ver porno —me dijo Gerardo— no lo hagas tan obvio, Abel.

Tú conoces a Gerardo, su cara siempre está seria, y me costó entender si eso fue una broma o lo decía en serio.

Para el final decidí usar el conjunto básico que viste ese día, una simple camisa blanca con un pantalón en color negro y zapatos del mismo color. Y fue cuando me percaté de algo más:

—Ma —bajé a la sala, donde ella estaba haciendo unos trabajos en la computadora—. ¿Por qué no tengo un blazer?

— Porque no me dejaste comprarte uno —dijo, me miró y sonrió.

— ¿Por qué nací tonto? Dime.

— No naciste tonto, hijo —hizo voz maternal—. Te volviste tonto cunado entraste a la secundaria.

Y es por eso por lo que me viste usar esa gabardina negra que ni siquiera me hacía sentir cómodo con cómo me veía, estaba sintiendo que tus papás pensaban que no me interesaría tanto conocerlos como es debido y por ello no me vestía bien. Como lo dije, tenía los nervios a flor de piel, y aunque ahora puedo sonreír mientras escribo esto, en ese momento sentí que se me saldría el corazón por los ojos.

Mis papás pensaron que era una mejor idea que cada familia llegara por separado, por lo que negaron la invitación de Gabriel a llevarnos él mismo. Me sorprende ver las fotos de ese día y notar que estaba más peinado que cualquier otro día de mi vida.

Estuve listo varios minutos antes de que llegara la hora de irnos, y poco tiempo después bajó mi papá con un estilo sencillo con un suéter bajo su saco, y tan solo cinco minutos antes, mi madre apareció con un traje de los que no solía usar muy seguido, con un pantalón a la cintura con piernas holgadas, una blusa y tacones altos.

— ¿Desde cuándo nos vestimos así? —les pregunté a mis papás.

— Es lo que uno hace por los hijos —mi papá se encogió de hombros.

Pedimos un viaje que no tardó más de veinte minutos para llegar hasta el lugar al que debíamos ir. Efectivamente, no era un lugar que se distinguiese por ser muy elegante, sin embargo, parecía que la gente dentro sí se esforzaba por serlo. La chica en la entrada nos mostró dónde estaba la mesa que Gabriel reservó para nosotros, y al sentarnos un mesero nos recibió ofreciéndonos bebidas.

Diez minutos después llegó la familia de Gabriel, su padre era casi idéntico a él, pero con algunos años encima y una mirada muy fuerte, y su madre era casi tan alta como él, y tenía el porte de una de esas primeras actrices hollywoodenses que sólo encontrarías en los más prestigiosos filmes. Sin embargo, fue Gabriel quien más me sorprendió, ya que, sin salir de ese estilo que tanto lo caracterizaba, se veía muy distinto con la ropa que tenía puesta: Su camisa y pantalón eran negros, este último sólo llegaba hasta sus tobillos y permitía la vista de unos calcetines color gris que iban a juego con el abrigo largo abierto que portaba sobre sus hombros y alcanzaba sus rodillas.

Un poco inusual en él verlo vestido de esa forma, porque lograba verse tal vez más formal de lo que pretendió, pero logrando destacar entre los demás ya que continuaba viéndose despreocupado, que, a diferencia de su común ropa holgada, esta ajustaba mejor a su cuerpo y permitía ver su delgadez.

Cuando los vimos, nos pusimos de pie para saludar mientras Gabriel los presentaba como papá y mamá, saludé con un beso a su madre, y un apretón a su padre, mis papás hicieron lo mismo por su parte. A Gabriel sólo lo saludé con un abrazo, y él me sonrió cuando nos soltamos. Después de eso, la mesa se dividió en mis padres de un lado, y los de Gabriel del otro, con nosotros a sus costados.

Mi madre comenzó a hablar, pero el mesero apareció antes de que pudiera terminar su oración. Pedimos un poco de vino para iniciar y que nos dejaran la carta un poco más de tiempo.

— ¿Qué decía? —le preguntó la mamá de Gabriel a la mía.

— Decía —continuó ella con una sonrisa— que yo me llamo Marta, y él es mi esposo Bruno.

— Yo me llamo Alicia.

— Y yo Rodrigo —agregó el hombre, luego volteó a verme—. Tú eres Abel, claro.

— Sí, señor —le respondí—. Mucho gusto.

Al tener una mirada tan pesada, y yo estar tan nervioso desde el principio de la noche, lo único que logré fue un ineficaz intento de aparentar que sus ojos no me hacían sentir tenso de una manera tan poco grata.

— Bueno —me dijo Alicia—. Me imagino que tus papás ya saben, pero a nosotros, Gabriel no nos lo contó. —Sonrió—. ¿Cómo se conocieron?

— Bueno —me retorcí en la silla—. Él es amigo de mi hermano, y nos conocimos hace mucho, cuando él llegó a ver la película que yo veía con mi amiga. Pero todo lo demás pasó después.

— ¿Y cómo pasó? —preguntó de nuevo con genuino interés.

— Pues no sé él —habló Gabriel— pero yo comencé a notarlo en una ocasión donde asistimos a una fiesta y lo hicieron bailar frente a los demás. Él se puso muy nervioso, y me pareció que muy dulce verlo. Eso fue unos meses antes de que fuéramos a ver Call Me by Your Name, —dijo lo último más bien para mí— pero no había dicho nada. Cuando tuvimos una plática sobre una película que acabábamos de ver, ahí fue cuando pasó. Quiso expresar algunas cosas, pero no supo cómo hacerlo bien, y verlo por completo nervioso me pareció tierno.

— En ese caso—habló mi mamá— ahora mismo, Abel debe ser el chico más tierno para ti.

Todos rieron al mismo tiempo, yo sonreí tratando de aparentar que me pareció gracioso y que no quería escapar corriendo de la mesa en ese mismo instante. Gabriel notó esto, y me dirigió una sonrisa cálida que pedía que me tranquilizara. Cabe decir que no pude hacerlo.

Mi papá y el de Gabriel también rieron, pero en ellos pude notar que, aunque su risa fue genuina, se sentían incomodos, y eso podía ser visible incluso debajo de su notorio esfuerzo por ocultarlo.

La cena continuó, y puedo decir que mejoró con el tiempo. Llegó un momento donde me sentí mejor estando en la mesa, y ya no sentía la necesidad de huir de un segundo a otro. Alicia me pidió que dejase de llamarla señora y la llamara, en sus palabras, por el nombre que su mamá tanto tardó en darle. Mis papás pidieron lo mismo a los de Gabriel, y pronto todos se llamaban por nombres de pila, excepto cuando yo me dirigía al papá de Gabriel, quien en ningún momento me dio paso a llamarlo Rodrigo, y continuó siendo Señor Rodrigo.

— ¿Y ustedes de dónde son? —preguntó mi papá.

Supuse que mi papá preguntó eso esperando que la plática continuara naturalmente, porque Gabriel ya nos había contado eso desde hacía tiempo atrás.

— De Puebla —respondió Rodrigo—. Somos de donde viene el buen mole

— Sí es un buen mole —rectificó Gabriel.

— ¿Y por qué Gabriel vino hasta acá para estudiar? —Preguntó mi mamá—. Supongo que hay escuelas de cine allá, ¿no? Y por lo que sé, en la Ciudad de México, sé que sí hay bastantes y son buenas.

— Ninguna me convencía —respondió él—. Luego conocí en internet ésta en la que estoy, y me pareció que tenía un buen plan de estudios y todo eso. Además, leí recomendaciones y críticas, y todas ellas, con excepción de un par, eran buenas.

— ¡No saben cómo nos rogó! —dijo su mamá—. Todos los días diciendo: "Por favor" "Es que esa sí me conviene" y "Prometo tener buenas calificaciones". Imagínate —se dirigió a mí— Gabriel de dieciocho años rogándome por ir a una escuela lejos de mí

Yo había conocido a Gabriel cuando él tenía dieciocho, pero ya no del todo cómo se veía entonces, habían pasado tres años desde eso. Sólo recuerdo que el Gabriel de hoy, no tiene nada que ver, ni física, ni mentalmente, con el de hace tres años. Él maduró mucho.

— Debió haber sido muy divertido —le dije sonriendo.

— ¡Y lo es! —contestó Rodrigo—. Bueno, les puedo decir que ahora sí lo es, porque mientras sucedía, el niño molestaba demasiado.

Pude reír entonces de manera real, y posterior a ese, el hombre dijo algunos otros comentarios que me resultaron divertidos, fue así como conseguí por fin relajarme.

— ¿Y tú qué estudias, Abel? —me peguntó el señor.

— Yo estoy esperando las listas a ver si quedé en la carrera de letras.

— Podemos ver que el plan de los dos —terció mi papá— es morirse de hambre —nuevamente todos rieron.

— ¿Y sí tienes el apoyo de tus papás? —preguntó Alicia, también los miró a ellos mientras pregunta

Mis papás, ésta vez, no contestaron, ellos voltearon a verme esperando una buena respuesta.

— Totalmente —dije animado—. Ellos me llevaron a una escuela donde aprendí lo que sé de literatura hasta ahora, y cuando les dije que quería estudiarla de lleno no dijeron que no. Ellos siempre me han apoyado.

— Escribes, ¿no? —Preguntó Rodrigo—. Gabriel mencionó algo parecido.

— Sí —le contesté—. Ahora mismo una de mis novelas está siendo leída...

— Que ya me tardé mucho en entregar —dijo Gabriel mientras tanto.

—... por algunas personas. Al principio eran cuatro, ahora sólo faltan mi amiga Paula y Gabriel de darme sus puntos de vista.

— Casi lo acabo. Lo juro.

— No hay problema con eso —le dije sonriendo—. Sólo tendría que hacer unos últimos arreglos, y entonces podré enviarla a editoriales y eso.

— Mucha suerte con eso —deseó Alicia—. Esperemos que quedes en la universidad, y que puedas publicar tu libro.

— ¿Y en qué puedes trabajar con ésa carrera? —preguntó Rodrigo.

— Pues, básicamente, en cualquier rama de la literatura o la investigación relacionada. Pero, por mi parte, quiero ser profesor. A parte de escritor, claro.

— Suena muy bien —dijo él—. Esfuérzate mucho.

Agradecí que después de unos minutos nos dieran un tiempo libre de ellos, ya que nuestros papás salieron a fumar un poco, y nuestras mamás se quedaron platicando entre ellas sobre algunos recuerdos divertidos (y alguno vergonzosos) de nosotros, y aunque Gabriel y yo estábamos dentro de la conversación con ellas, de vez en cuando nos decíamos algo que era sólo para nosotros dos, esas palabras que sólo nos pertenecían y que no compartíamos con nadie más, palabras que son insignificantes para cualquiera, pero dichas uno para el otro podían serlo todo.

Cuando la cena terminó, después de hablar por un rato más, Gabriel recordó la idea de salir todos juntos. A mi mamá le encantó y a Alicia le emocionó mucho.

— Entonces Gerardo es hijo tuyo también, ¿no? —le preguntó a mi mamá—. Gabriel siempre nos habla de él, casi desde que llegó está mencionándolo. Son buenos amigos.

— Sí —respondió ella—. Se llevan muy bien. Y también con la amiguita de Abel, Paula, los cuatro son casi inseparables.

— Ella también vendrá, ¿verdad? —preguntó—. Porque es cierto, Gabriel siempre habla de ellos tres.

— Yo la invito —le dije—. Pero no sé si vaya a poder.

— Tengo éste jueves libre —dijo Gabriel— ¿Les parece bien ése día?

— Por mí está bien —dijo mi mamá— ¿Ustedes qué dicen?

— Nosotros no tenemos itinerarios aquí —habló Rodrigo— Podemos cualquier día.

— Pero ésta vez a algo más casual —pidió mi papá—. No puedo usar este tipo de ropa más de dos veces al mes.

De nuevo rieron.

Todo quedó en eso. Iríamos a la casa de Gabriel para comer algo de la lasaña mágica de su familia. Sería el martes siguiente e invitaríamos a Gerardo, Paula y Antonio. Ésta vez sería más sencillo con todos ahí, además de que las cosas se alivianaron con sus padres.

— Nos vemos!

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