19. EL INFINITO
— Supongo que no fui muy claro —me dijiste, Gabriel.
Antes te mencioné acerca de la ocasión en la que tú y yo hablamos de las señales que enviaste hacia mí; no estoy seguro de que lo recuerdes, porque fue a principios de abril, y han pasado varios meses de ese día, pero yo lo recuerdo bien, recuerdo que dijiste que era un ingenuo por no entender todas las veces en las que hiciste alusión sobre mí, o las ocasiones donde físicamente te acercaste a mí, o en las ocasiones donde sólo estuviste conmigo.
— Tal vez lo fuiste —te dije—. Pero yo no entendí tus señales al principio.
— Yo creo que te rehusabas a entenderlas.
— ¿Por?
— ¡Abel, casi te pongo un letrero en frente de tu cara!
— Acabas de decir que creíste no ser claro.
— ¡Por amabilidad! —te reíste— ¡Claro que lo fui! ¡¿Dónde quedó eso de "Leer te deja la necesidad de encontrar mensajes"?!
— No puedo creer que recuerdes eso —me reí, pero estaba genuinamente sorprendido—. ¡Pues sí! Tal vez no quise ver las señales antes. Es que nunca había pasado por esto.
— Bueno, en realidad yo tampoco —confesaste—. Pero cuando comencé a verte del modo en que te veo ahora, no quise detenerlo, prefería que siguiera y saber hasta dónde podía llegar. Algo me decía que podíamos... ser juntos.
— ¿Ser?
— Sí, ser.
Una de las mejores partes de ti es que siempre sabías qué decirme, pero casi nunca sabías cómo hacerlo. Sé que eso suena inusual, y tal vez podría llegar a serlo, ya que cada palabra entrecortada que decías evocaba un mensaje incomprensible para todos, pero que yo siempre podía entender a la perfección. Como si la elocuencia fuera sólo nuestra y sólo nosotros pudiéramos discernirla a nuestro modo. Sabía perfectamente a qué te referías, porque yo lo pensaba también.
Te recuerdo recostado sobre mi pecho dirigiendo tus palabras hacia mí, pero hablando como si conversaras con mi corazón, mientras yo vagaba mis dedos por tu cabello casi sintiendo cada uno por separado.
— Terminé uno de los libros que compramos —informaste aún en mi pecho.
Llámame tonto si gustas, pero detalles tan simples como que hayas dicho compramos cuando te referías a esos libros, me hacía sentir algo especial en el interior.
— ¿Y cuál de los dos acabaste? —pregunté.
— Two Boys Kissing —dijo, y se levantó.
— ¿Qué te pareció?
— Necesito que me expliques cómo hablar de cómo está escrito —me pidió—. Yo no estoy seguro de qué decir y no quiero hacer el ridículo.
— Bueno... Se suele decir "La pluma del autor" para referirse al modo en que escribe. Pero si quieres escucharte más profesional di —levanté el menique y exageré mi acento— "La Prosa del Autor es Enriquecedora" o algo así.
— No me estás ayudando mucho... —Respiró—. Bueno, la... prosa —dijo un tono con su voz— del autor resulta... lírica. —Pestañeaba—. Es como muy simple, y al mismo tiempo muy... elevada, ¿me explico? Es peculiar, como que se mantiene urbana y coloquial, pero no se olvida de que está haciendo arte, y el arte casi siempre debe verse bien.
— Qué bueno que dijiste casi...
Lo más bello del arte, es que no siempre era bella; sino que provoca en ti lo que ya existe adentro pero no siempre es capaz de salir por sí solo. El arte no debería verse siempre como algo hermoso, debía ser estético, pero esos conceptos son diferentes, y es esa belleza o falta de ella es lo que la hace más interesante, la capacidad de mostrarnos lo diverso que puede ser el mundo representado con las almas de las personas que son capaces de expresarlo. Gabriel era como el arte, externó esos sentimientos que quería esconder, y permitió que nuestras almas se expresaran en un mismo sentimiento.
Había comenzado mi turno de hablar, ahora debía ser yo quien explicara a Gabriel algo que él no tenía tan dominado, un reflejo contrario de lo que él hizo por mí aquel día que me habló de cómo él proyectaba su pensamiento en sus obras audiovisuales. Trataba de explicar de la mejor manera posible lo que yo conocía acerca de composición y redacción y un poco del funcionamiento de cada una. Gabriel me miraba muy atento, sonreía cada vez que comenzaba a hablar con más emoción, y yo no podía evitar hacerlo también. Sus ojos expresaban interés y me incitaban a seguir hablándole.
Entonces hablé de cómo ese libro me hizo sentir, y lo que pensaba de él, tratando de seguir con la pequeña explicación de los diversos modos de criticar un libro; mencionando el uso de la prosa, las palabras y las conjugaciones, mientras él me escuchaba como si yo fuera lo único que existiera.
Nunca me he visto a mí miso hablando del modo en que lo hacía entonces, sólo sabía que lo hacía si conversaba sobre la literatura. No sabía si mis ojos brillaban como los suyos, si mis pupilas se dilataban como las suyas. No me daba cuenta si cambiaba mi tono de voz o si me movía con más efusividad. Pero ese día Gabriel me dijo cómo me veía, dijo algo que se quedó dentro de mi mente desde el momento en que salió de su boca, y me dio una idea remota de cómo podía ser en esos momentos:
— Cuando hablas de libros, tu mente vuela hasta el infinito.
Y antes de que dijera algo, me besó.
Cada vez que Gabriel me besaba sentía lo mismo y no me cansaba de eso: Mi estómago se sentía vacío, y sentía como si ya no tocase el piso. Era como si me elevara hasta llegar a una nube y entrara en caída libre sin previo aviso, pero teniendo la certeza de que siempre podría volver a volar.
Me tomó del hombro. Yo tomé su antebrazo.
— Nos vemos!
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top