1. GABRIEL

En tiempos remotos, donde el concepto del amor era muy diferente al que concebimos en nuestros días, se escribió una tragedia; contaba una historia idealista con la que nos disciplinaron para entender que el amor se trata de entregar la vida uno por el otro, y nos adoctrinaron a buscar dicha historia en nuestra realidad, haciéndonos creer que esa era la cumbre de nuestras vidas.

Abatido, yo mismo te puedo decir que nuestra historia no es mínimamente similar a la de Romeo y Julieta.

Estoy más que consciente que no fui capaz de entregar eso que tanto necesitábamos. Sé que tú hiciste mucho por nosotros, y estoy arrepentido de haber sido egoísta por no permitirme amar en prodigalidad, porque eso era todo lo que pedías; un parte tan párvula y diminuta que no debió figurar como sacrificio, aunque yo fui incapaz de no verlo como tal.

A pesar de que esta se trata de nuestra historia, me veo en la necesidad de advertirte que no te estoy contando un relato sobre amor, sino la anécdota de un joven necio e idiota que terminó por lastimar al hombre que lo amó, en el proceso de darse cuenta de su propia inmadurez.

Recuerdo la primera vez que lo vi aunque fue hace algunos años atrás, apareció junto a mi hermano a contra luz, reflejando una sombra desde la puerta y por ello no pude verlo con claridad, sólo escuché a Gerardo decir que debían subir hasta su recamara porque estaba ahí para cumplir con las tareas que les pidieron por sus clases en la universidad.

Gabriel era su nombre, el hombre que carga con la responsabilidad de una historia de amor de la que jamás pensé ser el protagonista, él estudiaba cine al igual que mi hermano, sin embargo, Gabriel era más parecido a la imagen de alguien que dedica su vida al séptimo arte: Apariencia despreocupada, ojeras que adornan su carácter y la mirada perdida, ya que está en constante búsqueda del mejor plano. Un chico que aquél día tenía solo dieciocho años reflejados en el verde pardo de sus ojos, contrastando con la oscuridad de su cabello negro y su piel canela.

Fue él, el joven que logró ser parte de mi crecimiento como persona. Crecimiento como humano, aun cuando en primera instancia no presté atención a su presencia, y no sentía nada por él, o por ningún otro hombre. Él, quien llegó un día como una luz, y que tiempo después se convirtió en un amigo para Gerardo, al igual que para mí, por estar presente casi cada semana en nuestro hogar.

Yo estaba sentado en la sala de la casa junto a mi mejor amiga, Paula, tratando de descifrar una película que ella pidió ver, "The Neon Demon", era el título; y yo, que a mis aquellos quince años era tan ajeno a este tipo de entretenimiento, estaba totalmente perdido sin poder entender por qué me parecía tan calmosa y tan bella al mismo tiempo.

Me parece una ironía que Paula en ese momento sugirió que sentía atracción a dicha película por el simple hecho de que aparecía la actriz Elle Fanning, argumentando que mi inclinación era por las chicas rubias. Yo le contesté que ese no era el caso, que yo jamás había mencionado que me gustaran las chicas rubias.

— Pero tampoco dijiste que no —me contradijo riendo.

— Ella es muy linda —agregué— pero hay algo más.

Fue entonces donde dijo algo que le da a esta ocasión aquella hilaridad, porque ella me cuestionó sobre qué hombre decía "linda" al referirse a una mujer, y yo le comenté que uno que respetaba, hoy en día entiendo por qué yo usaría ese adjetivo.

Sabía que la película había avanzado poco con respecto a lo que yo sentía que progresaba, porque yo percibía los minutos más lentos con cada segundo que veía transcurrir, y del mismo modo, no podía quitar mis ojos de la pantalla. La chica estaba frente a un fotógrafo que le había pedido desnudarse, y ella aceptó temerosa, para después cambiar las luces a oscuridad, mientras el fotógrafo se acercaba a ella desde atrás, pasando su mano por el cuello de la chica dirigiéndola a sus pechos; y entonces regresaba, dejando ver que en realidad la cubría con pintura dorada para crear mejores fotografías. Fue ahí cuando me atrapó, y no quería dejar de ver. No hasta que un a voz profunda fastidió la atmósfera que finalmente estaba lográndose construir.

— Eso fue muy bello —dijiste, con tu voz soñadora.

La expresión de Paula pudo haber sido sólo la mitad de lo confundida que estaba la mía después de esas palabras. Ambos esperando que fuera el otro quien dijera algo que respondiera tu pregunta, pero sabiendo que ninguno la tenía. Del mismo modo, estabas tú, mirándonos en busca de que alguno tuviera por lo menos una sílaba para ti.

— Es que... —te entrecortabas detrás de nosotros, con una expresión maravillada—. Es una representación de la conocida frase de "no juzgues a un libro por su portada". Parecía que el fotógrafo quería abusar de ella, pero estaba siendo incluso más profesional.

— Eso sí lo entendí —te respondí—. Me gusta mucho leer, es normal que busque los mensajes en todo, pero no entiendo tu exaltación.

— Creo que lo digo más por la cinematografía —me contestaste— es la limpieza del plano combinada con la música y el cambio de las luces, hizo una secuencia casi perfecta.

— No le aporta nada a la trama —rebatí—. En todo lo que lleva la película hemos visto que ella parece ser irresistible y que nadie es quien aparenta ser, y esto sólo lo dice una vez más.

— Bueno —usaste un tono de disculpa— yo no estuve aquí para ver eso, yo sólo hablo por lo que vi. —Señalaste la televisión, Paula ya había pausado la película—. Y creo que lo que vi fue excelente.

— Eres igual que mi hermano.

— Por algo estudiamos lo mismo —sonreíste.

Paula interrumpió nuestra discusión, para decir que ella seguía ahí, aún puedo reír recordando que le preguntaste por su opinión, y ella no tuvo respuesta a eso, se sonrojó y se limitó a decir que le había gustado.

— Excelente reseña, Paula —habló una cuarta voz—. Deberías dedicarte a eso.

Esa voz era de Gerardo, bajando por las escaleras; fue él quien te trajo aquí, tal vez él fue la razón de que ahora tú y yo compartamos una historia que representó un cambio inimaginable dentro de mí.

— Te pedí que bajaras por refresco —te dijo— no que fueras a hacerlo.

Cuando le respondiste que tardabas porque veías esa escena, él miró la pantalla preguntando por qué estaba viendo esa película entonces, cuando él me había pedido antes que la viera; yo no sabía cuál era la razón, pero siempre me alegra que haya sido justo en ese momento.

Escuchaste el nombre desde sus palabras y mencionaste que la verías pronto. Esa fue, sin quererlo, la primera conexión que tuvimos, y aunque nuestra historia no inicia sino hasta tres años más tarde desde ese día, puedo decir que ahora esa película significa tanto para mí como casi cualquier otra que vimos los dos o cualquier libro que leíste de mi parte.

— Me llamo Gabriel —me dijiste.

— Yo soy Abel —te respondí.

Y así fue la primera vez que cruzamos nuestros caminos, la semilla de algo que florecería mucho tiempo después, y que igualmente se marchitaría por falta de los cuidados necesarios.

Observando este momento desde la lejanía del tiempo, puedo darme cuenta de que en realidad no había tanto en común entre tú y yo en aquellos días. Sí, a ambos nos gustaba el arte, pero yo amo la literatura, y tú eres una persona de cine, y ninguno de los dos entendíamos tanto lo otro. Francamente, me gustaría decir que fue eso lo que hizo que nos distanciáramos, aunque no puedo culpar a nada más que a mí mismo; pero sin duda, eso es algo que cabe resaltarse. Me duele pensar que ahora nos es difícil mirarnos a los ojos, y que no puedo hacerlo sin sentir vergüenza.

Entre nosotros existió algo, que fue probablemente lo mejor que pudo pasarme a esa edad, quizá sea la mejor historia que viví, y que ansío poder retomar.

Gabriel era un artista en toda expresión. Su forma de ver el mundo era distinta a la de cualquier persona que he conocido, más profunda, con sentido interno para él. Cada vez que veía algo, buscaba lo más hermoso de ello, y cuando veía películas, encontraba metáforas donde nadie las veía y nutría la experiencia de verla.

Él era muy delgado. Sus brazos, su abdomen, incluso su cara eran un dibujo a lápiz de un retrato griego, las formas de sus clavículas o sus mejillas resaltaban en ese boceto haciendo una figura que rozaba con la punta de sus dedos la perfección.

Haciendo contraste con los ángulos definidos de su cuerpo, los de su rostro se mantenía bastante en lo ordinario. En cambio, sus ojos eran algo que rogaba tu atención, como invitándote a ser explorados, suplicando que veas el vacío de su interior y te sumerjas en él para ser aquello que le faltaba. Y aunque en ése preciso momento yo no lo necesitaba a él, ni él a mí, pronto se volvió lo que a mí me faltaba, y yo lo que podía llenar la ausencia en sus ojos.

Eso era Gabriel para mí.

— Nos vemos!

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top