Mírame... y responde.

El corazón nunca le palpitó tan fuerte, el razocinio nunca había quedado tan lejos (hubiera echado un trago si hubiera podido) porque, por muy absurdo que le pareciera; Ray, ignorante del significado de metáfora. Ray, que nunca había ejecutado un acto de instrospección;  que veía la meditación la reflexión y la filosofía como putas estupideces para frikis y perdedores. Ray sabía lo que vería. Desde dentro, muy dentro, siempre lo supo.

Allí frente a él, una sombra oscura de sonrisa perversa fluctuaba con forma de niña y ambos, rodeados de grietas, ponzoña y herrumbre, se miraron. Verde contra verde, esmeralda contra esmeralda, se perdían el uno en el otro. 

Entonces, para su horror, la figura comenzó a transformarse. Primero creció hasta alcanzar su altura; después, a los ojos, esos tan esmeraldas como los suyos, le salieron párpados y pestañas. Pero eso no fue todo. Las garras se hicieron manos, el negro se convirtió en piel tan arrugada y enfermiza como la suya propia y, por último, los labios crecieron entorno a esa sonrisa de cuchillas. Un gesto antinatural a él, que se veía a sí mismo con el rostro deformado en una expresión diabólica.

Allí estaba. Lo que siempre temió y lo que siempre supo: no había enfermedad, nunca la hubo. Era él mismo quien se torturaba.

―Siempre he estado ahí, en ti. Escondida, encadenada, aplastada contra tu rincón más vacío ¿Quién soy Ray?

―Eres...

―Dilo cariño, dilo ―apremió con un ronroneo.

―Eres yo.

―Soy tú, un viejo verde* de mierda que no ha hecho nada bien en su puta vida ―escupió relamiéndose en su propia voz―. Me has acallado durante años, día tras día con pastillas sin efecto, litros de alcohol y tu ignorancia. Soy la imagen de esa tortura que sabes que mereces. Te acompaño desde siempre porque tu mismo me creaste ¿Qué soy Ray?

―N-no, no lo sé.

―¡¿Qué soy Raymond?!

―¡No lo sé, joder! ¡No lo sé! ¡Ya he mirado! ¡Os he mirado! ¡Quiero salir!

―¿Por qué te torturas?

―Por-por...favor, déjame. ¡No hice nada!

Pero Ray no estaba dispuesto a dejarse ir. El grito fue feroz.

―¡¿Y?! ¡¿QUÉ?! ¡¿NO?! ¡¿HICISTE?! ¡¿RAYMOND?!

En el caso de que hubiera tenido tiempo de reccionar no le hubiera servido cuando el vidrio estalló en mil pedazos. Él cayó hacia atrás y su espalda sonó viscosa cuando se estampó contra el suelo emponzoñado. 

Losas y baldosas seguían cayendo. Se pedían en un agujero negro de inexistencia pues el baño se hacía añicos y él  se quedaba sin tiempo.

―De la que olvidaste me alimento y por la que te persigue he despertado ¿Qué soy? ―preguntó su espectro saliendo del marco.

―¡Te lo juro! ¡No lo sé! ¡Dímelo! ― exclamó levantándose, pero cayó de nuevo profiriendo un alarido―  ¡Dios!

La herida del cuello, allí donde el doctor Richardson le clavó las fauces, le estaba abriendo de nuevo la carótida. A Ray le fallaron las de rodillas mientras intantaba taparse  la abertura con las manos.

― ¿Qué hiciste? ¿Qué no hiciste? Recuérdalo Raymond. Serás mío y ella será peor.

― ¡DIOOS! ¡NO! ¡NO!  

Se le estaba abriendo otra herida. La carne negra del estómago, allí donde Darlene le clavó la garra,  rezumaba esa crema espesa  y asquerosamente dulzona. La misma que caían de las paredes, la misma que impregnaba el pelo de su ex-mujer. 

―Ella te ha encontrado Ray. La ves. Ves pero no miras.  

Estaba boca abajo contra el suelo. La piel de su espalda se abría allí donde Darlene le había clavado el tacón. Hubiera querido arrastrarse hacia la puerta, salir por donde había venido, pero el baño se desmoronaba, y la puerta quedaba lejos, muy lejos. Se sostenía solitaria al otro lado del agujero de vacío en el que se había convertido el suelo.

   ―Esto no acabará por la puerta. Ya es tarde  

 Alarmado dirigió la vista hacia sus manos.  Estaban negras como garras. Se abrió la camisa y lanzó un alarido.

  ― ¡¿Qué es esto?!  ―chilló resfregándose― ¡¿Qué me estas haciendo?! ¡Para! ¡Para! 

  ― Ya es tarde Ray. Ya es tarde.   

La podredumbre  color crema que salía de sus heridas no goteaba hacia suelo. Se escurría por su espalda, por sus piernas, ascendía por su cuello pudriéndole toda la piel que tocaba.

―¡NO! ¡POR FAVOR! ¿Qué hice? ¡Tú lo sabes!¡Dímelo y acaba de una puta vez!¡DÍMELO! ¡DÍMEL...!

 No pudo seguir hablando pues ya no podía mover la boca. 

Cayó de espaldas, convulsionándose con la vista clavada arriba como si implorara a Dios. Pero arriba no estaba el cielo, estaba el salón de su casa.  Lo veía del revés, estaba boca abajo como si fuera un reflejo enorme del mundo que le esperaba al otro lado. Uno tranquilo y silencioso.

Pero solo Ray no podía recrearse en esa estampa inalcanzable, se estaba arañando la cara  intentando impedir lo inevitable. Sentía sus las comisuras se le estiraban. Le forzaban la piel rasgándosela hasta las ojeras como si le llorara la sonrisa. Esta crecía en sus labios. Se abrían más y más, pues los dientes estaban alargándose más allá de lo humano. No podía cerrar los ojos, ya no tenía párpados y  se palpó la cara justo a tiempo para notar que le habían desaparecido los pómulos. 

Su rostro era una superficie lisa de piel cremosa, un rostro inmundo que no articulaba gesto alguno excepto esa sonrisa que tanto odiaba y que ahora formaba parte de él.  Los dientes afilados se mantenían impertérritos  sobre su cara mientras Ray lloraba de rodillas tapándose la cabeza con las manos.

―Admírame Raymond. Mírame el brillo de mi pelo,  el suave tono de mi piel, la bonita línea de mi boca. Ves. Ves pero no miras y por eso ya te tengo.

El techo también empezó a derruirse. De un extremo a otro los vidrios caían más rápido y el vacío se arrastraba hacia el centro. Hacia él.  Estaba cerca. Detrás de cada fragmento acechaba la oscuridad, ya solo quedaban unos centímetros. Caería, y no le importaba. 

De repente, el espectro lo levantó por el cuello, alzándolo como a un juguete. El último fragmento de suelo, el que hacía unos segundos quedaba bajo sus pies, también desapareció. 

 ―Por favor, por favor  ¡Yo no he hecho nada!¡Ayúdame!¡Dime que he hecho!¡Qué quieres que vea! ¡Sálvame!

―Lo he intentado ―respondió apretándole aun más las garras ―.  Ella ya te tiene. Ya te tengo. Es tarde.

El mundo había parado de caer, porque ya no había mundo. Ni susurros, ni cuartos, tampoco maniquíes, marionetas ni más cuellos partidos. La nada los rodeaba. Pura y casi obsoluta, pues una ínfima frontera de luz anaranjada separaba la existencia de la inexistencia.

Solo quedaban ellos y  el "Cri cri" "Cri cri" de la oscuridad. Solo una losa había sobrevivido. Estaba bajo los pies del espectro que lo mantenía agarrado por el cuello con los pies oscilándole el vacío. 

Ray miró arriba, a la luz del techo. Un fragmento de vidrio perfectamente rectangular se sostenía sobre sus cabezas. Al otro lado, como si la mirara desde arriba, veía la mesita del salón de su casa.  Las farolas naranjas de la calle la iluminaban tenuemente la madera otorgándole un fulgor de amanecer que sobrepasaba el cristal y les llegaba a ellos, iluminándolos a ambos dentro de un triángulo perfecto.

Entonces Ray lo supo: esa era la salida. Estaba en el techo y él tenía que alcanzarla. Apenas intentó alzar el brazo. Se le movió un poco y el esfuerzo murió contra el costado.

  ―Ray, Ray, Ray... ahora esa ―miró el techo―es tu única salida.

Se dejó caer, expuesto y resignado. Su cara mantenía una sonrisa perversa, los ojos se mantuvieron secos mientras lloraba.

  ―A-Acaba con esto. Hazlo tú. Mátame ya de una vez. Es lo que siempre has querido.

―Ella soy yo Ray. Por sus labios soy yo la que habla ―Al espectro le chasqueó el cuello con un crujido y su cabeza cayó sobre el hombro―. Dale las gracias a Sussane, que te mire. Que tu mujer sepa por qué lo has hecho ―La cabeza colgante se torció hacia abajo donde los "Cri Cri" seguían resonando en la oscuridad―. Es hora de saltar Raymond.

Y lo soltó.

Se sentía caer más y más, gritando mientras su cara mantenía la sonrisa.

 Lo último que vio fue la mesita del salón de su casa, iluminada por luz naranja. Era como el amanecer. Y lo último que oyó, fue su voz.

  ―Estas muerto.

Mientras caía, supo que esa palabras no eran una afirmación, sonaban a promesa. A certeza de que sucedería y que no podría impedirlo.

Podría haberlo evitado, pero ya no.

Ya no.


Vocabulario

1* Viejo verde: así se llaman coloquialmente a los hombres mayores que se sienten sexualmente atraídos por mujeres más jóvenes de edad inapropiada.

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