Mírame ... y grita
Ya venía.
Visceral, huracanado e incontenible, luchaba por escapar de su pecho y no podría hacer nada por evitarlo.
Los ojos de Ray se abrieron hasta casi salirse de sus órbitas, sobresalientes de miedo como los del pez que agoniza fuera del agua. La cabeza se le inclinaba levemente hacia atrás. Casi pareciera que quería huir despavorida, abandonar el cuerpo y rodar por sí sola hasta la salida; pero en realidad solo era un movimiento natural. Aquel que realiza cualquier persona que inspira aire profundamente. Porque Ray necesitaría aire, mucho aire. Las arrugas de los labios y la carne reblandecida por los años se estiraron ante la fuerza de la mandíbula, que se abrió en una mueca de terror.
Las cuerdas vocales estaban listas. La pupila contraída, cerrada sobre sí misma protegiéndole de la imagen que se mostraba ante él.
Y llegó, llegó el grito al verla.
Uno solo. Un bramido largo que asustaría a bandadas de pájaros, haría temblar al más valiente de los hombres. Gritó hasta que le dolió la garganta, hasta que todo el aire le abandonó los pulmones, dejándolo ahogado, tembloroso y sollozante. Temblaba. Quería taparse los ojos, arrancárselos para no verla. De su boca salían balbuceos incoherentes que pretendían ser súplicas y rezos.
Ante él el rostro de Darlene era una calavera negra consumida hasta los huesos. Sus ojos eran dos cuencas vacías, rebosantes de una crema espesa que le descendía por las mejillas. La visión de Ray se emborronaba, seguramente protegiéndolo de esa imagen que auguraba ser un trauma grotesco. Otro más. Pero eso no impidió que pudiera ver perfectamente el nervio óptico que colgaba de los dos agujeros negros que eran su mirada. Le habían arrancado los ojos y... su boca... dios su boca...
No podía mirar.
― ¿No te gusta Ray? Si no recuerdo mal... la querías ciega. Entre otras cosas ...
―¡No!¡Arrghh! ¡No! ...noo... ¡Eso es mentira!― desesperado luchó por liberarse.
Agarró la muñeca que casi quedaba enterrada en su abdomen y tiró intentando sacar la mano que le retorcía las vísceras.
Pero no sirvió de nada y, mientras sentía el latido de su propio corazón mientras forcejeaba por liberarse, pensó que iba a morir.
Tirado en la silla el espectro no dejaba de crujir, con cada articulación se le contorsionaba grotesca y sobrenatural, en un baile como el de una muñeca entre electroshocks. Y de repente... se incorporó. Su cara quedó a milímetros de un Ray que gimió y dejó de luchar.
Estaba paralizado, pero pudo olerla. Sentir su podredumbre dulce cosquilleándole en la nariz, su mirada arrancada clavada en sus párpados cerrados, tan fuerte, que le dolerían si no fuera por la mano negra que le retorcía por dentro. La tenía a unos milímetros, escudriñando a un Ray que se negaba a mirarla a entre espasmos contenidos.
Estaba a dos milímetros, su pelo grasiento, impregnado en ese fétido olor dulce le rozaba en sus propios hombros. Quiso llorar.
"Por favor, que pare. Que pare ya"
Volvió a tirar de la muñeca, pues si algo tenía claro era que Darlene esta vez no abriría sus fauces como la sombra. Porque no tenía labios. En su lugar miles de hilos le cerraban la boca impidiéndole articular sonido alguno o esbozar esa sonrisa que tanto temía.
O eso creía Ray.
― Mírala Ray...así la querías.
―No, ...no.―suplicó entre gruñidos de dolor―Dar... Darli...Darli cariño, por favor ....
Y frente a él, a escasos centímetros de su rostro, Darlene chilló.
A medida que la mandíbula de se abría, tan sobrenatural como su grito, esta se llevaba por delante los hilos que mantenían su boca cautiva. Estos se deslizaban entre la piel, se deshilachaban dejando salir ese el grito de agonía que arrastraba la carne blanda.
Esa fue la chirriante respuesta de Darlene a sus súplicas. Un sonido espeluznante del que Ray distinguió la rabia, el dolor ardiente llena de promesas rotas. Agonizante y putrefacto como el olor de ratas envenenadas sobre tierra muerta.
Cerró los ojos con fuerza, sacudiendo la cabeza entre temblores.
― Por favor... por favor... ¡Para! ¡Para ya de una puta vez!
Ploc
...
Ploc
...
Y paró.
La mano dejó de estrujarle las vísceras. Salía de su piel lenta y dócilmente, para colocarse sobre el reposabrazos. Todavía encadenada al suelo, Darlene calló desbaratada sobre el respaldo de la silla. Y Ray también cayó. Agarrándose el abdomen, el sudor corría por su piel humedeciendo los surcos de sus arrugas. Temblaba. Su espalda no hizo ruido cuando golpeó la moqueta, siempre mirando el espectro de su ex-mujer que había dejado de moverse.
Intentó incorporarse, pero a la debilidad de sus huesos cansados había que sumarle el terror que adormecía las piernas impidiéndole sostener su peso. Quedó quieto unos segundos, a la espera de que el espectro diera algún signo de vida (si es que a eso se le podía llamar así), pero no hubo nada.
Dio un largo suspiro buscando serenarse. Se refregó la cara con las manos y escrutó su herida. Ya no dolía pero la carne yacía negra y reblandecida allí donde le había atravesado la mano.
Intentó incorporarse de nuevo y casi lo consigue, pero cayó de nuevo al suelo de un quejido.
Miró hacia la puerta. La otra salida era la terraza de la cual no se distinguía mundo alguno a través del balcón.
La puerta estaba cerca, solo tenía que arrastrarse hacia allí.
Ploc
...
ploc
...
―¡ME QUERÍAS CIEGA!
En un segundo, Darlene se había incorporado y furiosa intentaba alcanzarlo con las manos, pero no podía; pues estaba encadenada y Ray se arrastraba hacia atrás sobre la moqueta con la velocidad que solo proporciona la desesperación. Y el terror.
Pero no sería tan fácil. Forzando su cuerpo a trasladarse sobre la moqueta vio como el cuerpo de su exmujer se levantaba lánguido y procedía a sacudirse las extremidades como un luchador se cruje los huesos antes de la pelea. El cuello le calló inerte de un chasquido, partido sobre su hombro izquierdo.
Ray ahogó un grito y sintió la presión del miedo en la vejiga cuando la vio dar un paso en su dirección.
Ploc
...
Ploc
...
Dolorosamente lenta, Darlene arrastraba los pies frente a un Ray que luchaba frenético por levantarse. Pero no podía, así que siguió arrastrando hacia atrás entre gritos desesperados.
― No, no .. por favor ¡Déjame! ¡Déjame en paz! ¡Yo no te hice nada! ¡Fuiste tú! ― los salivajos salían de su boca refullante de cansancio. No tardó en chocar contra la cocina americana, quedando sin escapatoria ante el espectro que se acercaba a él a paso lento e incesante.
Las cadenas, aquellas que deberían detenerla, cedían más y más. Cada eslabón salía del suelo permitiéndole avanzar.
―¡ME QUERÍAS MUDA! ― chilló salvaje.
Darlene aceleró ante un Ray que miraba a los lados como una rata acorralada. Los stiletto se arrastraban rápido, plantando firme el tacón a cada paso. Desde sus muñecas, las cadenas que decoraban sus grilletes no dejaban de tintinear, alargándose.
― Ey Ray, ¿Quieres que le arranque la lengua igual que hice con los ojos?
Intentó levantarse pero no lo consiguió. El espectro se acercaba y Ray solo podía taparse los oídos y cerrar los ojos balbuceando plegarias.
Lo iba a matar, lo iba a devorar. El espectro se acercaba y no tenía escapatoria. Las cadenas seguían arrastrándose, el tintineo de los grilletes de repente se volvió frenético, pues Darlene ya no andaba. Darlene corría hacia él con la cabeza colgandera sobre el hombro.
Iba a morir y, por un momento, esos instantes previos se le hicieron eternos.
Ploc
...
ploc
...
Sonaba la gotera de ponzoña
Pling
...
Pling
...
Tintineaban los grilletes.
PumPUM, PumPUM,PumPUM, PumPUM,PumPUM, PumPUM,PumPUM, PumPUM,...
Latía el corazón de Ray.
― Raaaaaaaaaaayyy― llamaba la sombra en tonito infantil
Y entonces ...
¡PLAC!
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