Mírame ... y escucha

Las cadenas se habían tensado. 

De pronto dejaron de ceder, y el grito de rabia se apoderó del salón haciendo temblar los cristales. Sobrecogedor, como uñas duras arrastrándose lentas por una pizarra. El espectro estaba a solo unos centímetros, sacudiéndose, amenazando con sus fauces, salivando sobre el suelo como una bestia con la rabia. Pero no le alcanzaba. 

 Los grilletes le sujetaban las muñecas  atrás casi desarmándole los hombros por la fuerza con la que el espectro hacía fuerza hacia adelante, intentando atacarle. Su aliento acre golpeteaba en su rostro.  

                                                                                                  ―De nada Ray― se burló la sonrisa de sombras

―¡Y ENCADENADA!― le espetó Darlente entre salivajos.

Sentado en el suelo,él se mantenía apartado contra la barra de la cocina americana. Apenas tenía margen de movimiento ante el espectro, que forcejeaba apretando los dientes. Por mucho que lo intentaba, no tenía forma de alcanzarlo y eso, le daba a Ray cierta esperanza.

Darlene gritaba,  insultaba, amenazaba con las cuencas vacías lechosas e infectadas. Su pelo... ese olor dulzón que tanto odiaba casi se mascaba. Parecía que emanaba de ella, pero sabía que no era así. Era el sonido... seguía ahí.

Ploc

...

Ploc

...

                                            ―¿Te gusta? No solo le cosí la boca. También te la dejé atadita.

Pero Ray no hizo caso a la sombra, solo miró hacia atrás. La puerta quedaba cerca, a pocos metros de la barra americana sobre la que apoyaba la espalda.

Podría salir de allí, solo tenía que arrastrarse.

―¡CIEGA, MUDA Y ATADA! ― vociferó Darlene en su dirección. Pero ya no forcejeaba contra las ataduras. Solo lo miraba desde las alturas. Titánica, con el cuello partido sobre el hombro en sus labios se dibujaba una sonrisa de carne deshilachada― ¿Y sabes que vino después, querido?― preguntó burlona―¿Te acuerdas de lo que pasó? ¿Eso tan horrible que te hice?

Ray por supuesto que se acordaba, y sabía lo que vendría. Tenía que darse prisa. Ahogó un gemido y se arrastró despavorido hacia la puerta. Sirviéndose de sus antebrazos, a su espalda quedaban la serie de  sonidos que le auguraban lo que estaba por suceder.

Por un lado, la voz de Darlene. 

  ― Me querías ciega, pero no dejé de ver...

Casi sintió su voz suave sobre la piel como una caricia. La piel se le puso de gallina mientras refullaba por el sobreesfuerzo.

  ― Me querías muda y me descosí la boca ...

 A cada una de sus palabras veía la muerte más próxima. Estaba sus espaldas, hablándole con forma de mujer. Pero también veía su salvación. Esta la tenía en frente, rectangular como una puerta. Una salida que se veía cada vez más cercana. 

―Escúchame Raymond―susurró a su espalda―¿Te acuerdas de lo que te hice?

Entonces vinieron los otros ruidos: el chasquido, el tintineo metálico, y  un golpe amortiguado al final. El del hierro oxidado aterrizando sobre moqueta. 

― ¿Te acuerdas de lo que pasó verdad? Me querías atada y...―Darlene dio una patada a las cadenas― me liberé.

Sí.  Habían sido los ruidos propios de unos grilletes cuando se abren y caen contra el suelo. Darlene se había liberado, como hizo hace tanto tiempo atrás. Y Ray tendría buena cuenta de ello. 

No pudo hacer nada por impedirlo, no hubo tiempo a súplicas. Fue como la caída de la hoja caduca cuando llegan los meses de otoño: inevitable. Un huracán de fuerza clavó a Ray bocaabajo contra el suelo, dejándolo expuesto, maltrecho y, lo peor de todo... a merced del espectro. 

― Me querías consumida... esclavizada... ― El tacón descendió agresivo sobre su cuello.  

Le forzaba la nuca hacia abajo amenazando con partírselo. Se ahogaba. Sentía el aullido de la tráquea, el sobreesfuerzo de sus tendones luchando por mantener la cabeza en la posición correcta al cuerpo. La carótida palpitaba furiosa, mientras Ray arañaba el suelo como una cucaracha aplastada. En la moqueta quedaron selladas sus marcas de desesperación

  ― Dar.. darl.. Darli, por... por favor ...― sollozó luchando por no gritar―. Yo te,... te querí...

― Me querías ... Claro que me querías, pisoteada, sumisa ― El pie descendió y bajó inhumano sobre sus cervicales. El tacón de aguja se clavó en la carne amenazando con atravesarla.― No podías dejarme en paz... vivir tranquila sin ti.― el pie se retorció sobre la pie ―Tenías que seguir jodiéndome... acosándome. Llamándome.

Esta vez no pudo contenerlo, Ray gritó.

― ¡No! ¡No!... Per,... perdóname por favor.

Pero si Darlente atendía a súplicas, si el espectro era capaz de mostrar algo misericordia, ya fuera en un instante de mirada piadosa propia de un corazón aligido...eso jamás lo sabría. El espectro no tenía ojos, no había ventana alguna a la que asomarse para ver su alma. Pero estaba su rostro. La calavera de su ex-mujer mostró una sonrisa amarilla, disfrutando mientras clavaba el tacón aún más fuerte.  

―Yo también te supliqué, Ray...te pedí que encontraras a otra...― Ray gemía de dolor, por el tacón que le atravesaba. Y por el recuerdo. 

Ella lo abandonaba, y el la perseguía. En el trabajo, en casa, llamadas telefónicas, ...

― Hasta que te encontraste a otra... y me dejaste en paz  ―rió apretando contra la herida. La sangre fluyó profusa y roja empapando el pie, resbalando sobre la piel mientras el tacón hurgaba retorciéndose dentro de la herida. Ray apretó los dientes luchando por no desmayarse―  Entonces empezaste a verme... Me aparecía pero en realidad no estaba, oías mis pasos tras de ti, aunque no fuera yo quien los daba. Mi imagen te acosaba. Entonces vinieron las pastillas, el alcohol y... bum, desaparecí.― Darlene rió desquiciada.

 Le agarró por su pelo escaso y tiró de él hacia arriba, levantándole la cabeza hacia atrás. Ray apretó los dientes entre lágrimas. Adolorido de la espalda, adolorido en el cuello y agonizando en el corazón. Porque los recuerdos habían vuelto, y se acordaba del resto. 

Ella tuvo que abandonarlo todo, la ciudad, su trabajo, sus amigos... Ray no la dejó vivir en paz, hasta que él se casó de nuevo. Para entonces, Darlene ya lo había perdido todo, o casi todo. Solo una cosa, solo una se salvó. La más importante. 

― Pero esta vez...― Darlene se arrodilló hasta que su cara de cuencas vacías quedó en su perfil, con su aliento pudriéndole las mejillas. El pelo de grasa dulzona se adhería a su cabeza mientras el espectro pegaba su frente a la sien de Ray que gimió de asco y de terror. ― Esta vez...no podrás librarte Raymond... No habrá pastilla que te salve de ella. 

Las pastillas... era verdad. Él tenía unas pastillas que cuando se las tomaba todo volvía a la normalidad. Con ellas se acababan las pesadillas. 

Lo más probable es que fuera por la desesperación, quizás por esa pequeña chispa de esperanza que siempre sobrevive a todo tornado de miedo y sollozos, pero Ray consiguió meter la mano en sus bolsillos, buscando su frasco. 

 No lo encontró, pero eso no significaba que no encontrara algo.

Pues con las pastillas a Ray tle sobrevino un detalle  que casi había olvidado: que todo era un sueño, que Darlene le mentía, ella era la sombra. Tenía que ser ella.  Y que él ...Ray, solo tenía que despertar.  Si las había creado, si estaban en su cabeza...él estaba jugando en casa y eso, suponía una ventaja de la que pensaba aprovecharse.

Ploc

...

Ploc

... 

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