Mírame, mientras te arrastras.
―Me cuesta creer que olvidaras hasta mi nombre. Llevo días esperando que me mires, gritándote que me reconozcas.
Michelle tenía la cabeza gacha y el semblante oscurecido mientras se incorporaba. La luz solitaria de una farola pegaba directamente en su espalda. Solo se distinguía su silueta.
La joven dio un paso al frente y Ray intentó alejarse pero tenía la espalda contra un coche. Dos surcos de sudor le aparecieron bajo las axilas. Miraba de un lado a otro como un perro acorralado.
―Esto... no es... no es real. No eres tú-tú no eres así ¡No estás aquí! ¡No estas!¡Ya la he mirado!¡Ya la he recordado!― gritaba resfregándose el pelo.
―De verdad eres tan idiota― Aunque pareciera una pregunta, la voz era pura y triste confirmación― ¿Acaso una mujer que quisiera ser tu amante te preguntaría por tu familia, tu mujer y tus hijos? Cre...creí que no querías hablar de ellos porque te avergonzaba haber rehecho tu vida como si yo no existiera ¿Cómo iba a imaginarme serías tan cerdo para querer acostarte con alguien que podría ser tu hija? ¿Que serías tan corto para creerte que una cena significa cita? ¿Crees que me gustaba ir a ese tugurio? ¿Que una panda de borrachos me acosaran como una manada de salidos perdedores? Si vuestras madres, vuestras mujeres, vuestras hijas os vieran... no he sentido tanta vergüeza, ni tanta pena en mi vida.
Ray, Ray, Ray... creo que te odia.
―¡No! ¡No!¡Para! ¡No eres ella! ¡Es mentira!¡Sal! ¡Sal ¡Sal!
Desde el suelo Ray se tapaba los oídos, agitando la cabeza. Temblaba. Balbuceaba incoherencias resfregandose el pelo con la mirada inquieta hacia los lados.
No era real.
No era real.
No era real.
Tenía que salir de allí. Tenía que volver a casa. Se despertaría.
Tal como dicta la norma social, Ray se pellizcaba la piel con la esperanza de reaparecer en otro lugar, en otra época incluso; pero no sirvió de nada. Los pellizcos no eran suficiente, pues la voz de Michelle volvía a sus oídos, como música envenenada.
―Creí que me habías reconocido, que querías empezar de nuevo sin hablarlo porque te avergonzabas de lo que hiciste. Solo quería... tenía la esperanza de que fueras un buen hombre que cometió un error. Pero tú, tú eres un puto cerdo. Eres... eres ... eres repugnante papá.
Eres repugnante Ray... y lo sabes. Siempre lo has sabido.
― ¡Esto no es real, joder!¡No eres tú!¡No eres así! ¡No estás aquí ¡Eres... eres... la sombra!¡ ¡Dame mis pastillas! ¡Mis pastillas! ¡Necesito mis pastillas!
Era el salmo de un hombre desesperado. Había empezado a rascarse pero seguía ahí. Con Michelle. Con la sombra.
Me acallaste durante años, pero no esta noche. Esta noche no.
― ¡Calla!¡Calla! ¡Calla! ¡Una pastilla y habrás desaparecido!¡Maldita zorra!― Ray sollozaba más y más, lloraba de pánico mientras se rascaba la piel más fuerte.
Tampoco funcionaba. Ese dolor no era suficiente.
―Eso es lo más triste de todo, papá: esa manía persecutoria tuya, el espectro de mamá, tu sombra, tus pastillas... ―Michelle encendía el teléfono y navegaba diestramente por la pantalla―. Mira lo que opina el doctor Richardson. A mí me resultó muy interesante.
A un toque de su pulgar una voz masculina con cierto acento británico brotó del altavoz.
"Cuando tenemos una experiencia traumática reprimimos su recuerdo en las profundidades de nuestro inconsciente; con el fin de protegernos a nosotros mismos, pero ante ciertos estímulos estos acaban luchando por salir a la luz. La mayoría de los eruditos de la psicología niegan la existencia de los recuerdos reprimidos, sin embago, el caso de Raymond Coleman, personalmente ha hecho que me replantee la negativa tajante.
A simple vista, para alguien poco versado, podría parecerle simple esquizofrenia y entonces, erraría tremendamente. El señor Cóleman no oía voces ajenas, sino su propia voz, que adoptaba las diferentes formas dependiendo de los recuerdos que le quisiera evocar. Recuerdos ligados a fuertes cargas emocionales negativas de las que él había sido el mayor causante y por tanto, el culpable.
Mi teoría es que: esta " sombra" ,"espectro" o "zorra", por las acepciones que designó el propio señor Coleman en sus sesiones, representaba una facultad concreta de la psique humana, y por tanto, de la psique de Raymond. Me gustaría afirmar que es una imagen representativa del total del subconsciente. Sin embargo, esa era mi hipótesis inicial hasta que llevé a cabo la terapia de hipnosis. En ella pude hablar directamente con "la sombra" de Raymond. Le pregunté qué era y, aunque no quiso decírmelo, por sus palabras pude deducir dos cosas: la primera, que la función mental que ejerce tiene un nombre femenino; y la segunda, que está estrechamente vinculada con la culpa. La culpa es un sentimiento, y tal como este espectro dijo "de ella me alimento, puto sacacuartos*" .
Véalo así: los recuerdos reprimidos de Ray eran un virus encerrado en una cárcel de inconsciencia y olvido que los mantendrá buen recaudo de la parte consciente de Ray para salvarguardar su salud mental. Esa cárcel es un mecanismo de defensa de los tantos que tiene la mente, y "la sombra" es otra facultad del cerebro que tarde o temprano actuará como una bola de demolición, intentará liberar los recuerdos reprimidos de esa cárcel. Subconscientemente es el propio Ray, su culpabilidad da las fuerzas a esa sombra, que golpea el muro una y otra y otra vez para enfrentarse a ese virus, aunque a su parte consciente le aterrorice la idea.
Por lo que pude deducir esta "sombra/Raymond " se sirve de otros trastornos leves para ejecutar su función en la mente humana. Representar aquellos recuerdos reprimidos por los que siente predilección, los de culpabilidad y/o vergüenza, y sacarlos así a la luz: llevarlos al Raymond consciente. En el señor Coleman se sirvió de: la manía persecutoria,* leves trastornos disociativos relacionados con la memoria del reconocimiento, distorsiones de la percepción en el rostro de terceras personas* , terrores nocturnos y visiones."
― ¡Páralo joder! ¡Páralo! ¡Es un mentiroso un puto mentiroso! ¡Dame mis pastillas! ¡Dame...! ¡Dame...!
― Shhh... dejemos que hable el profesional, papá ―solicitó con el índice en los labios. Ray aulló angustiado encogiéndose como un ovillo―. Que ahora viene mi parte favorita.
"Como profesional debo añadir que las visiones son el aspecto más fascinante. Tenía la capacidad de percibir más de lo que el propio Ray podía ver y eso le otorgaba cierta capacidad de predicción a corto plazo. Al contrario que sucede con los psicóticos, esas visiones del señor Coleman, a pesar de ser altamente metafóricas y esperpécticas, eran verdad. Verdades de lo que Ray pensaba de sí mismo, y advertencias de lo que estaría por sucederle por culpa de los recuerdos que tiene reprimidos. Es por eso las negaba, las temía, le aterrorizaban, porque era incapaz de enfrentarse a lo que le mostraban. Incapaz de enfrentarse a como se veía a sí mismo y sus consecuencias. "
La cuestión sería ¿Está su padre, como coloquialmente suele decirse, loco? "
― ¡No estoy loco! ¡Di que no estoy loco maldito cabrón! ¡Sé lo que veo! Sé lo que estoy...―Ray había abierto los ojos en dirección al teléfono y gritó.
Delante de él la Michelle que conocía ya no estaba, en su lugar estaba la niña. Sostenía el teléfono ante él como lo haría un cura protegiéndose de un poseído con el crucifijo. Los dientes se estiraron en su dirección, salivantes y amenazadores a la vez que la pequeña alzaba el índice a la boca pidiendole silencio.
Solo duró un momento, pero era lo suficiente: un líquido caliente bajaba por la pierna de Ray, mojándole los pantalones mientras, paralizado. Sentado con las rodillas dobladas sobre su pecho, agachó la cabeza en silencio con la voz del doctor Richardson fluctuando en la noche.
En ningún momento dejó de arañarse el antebrazo que ya tenía la piel en carne viva.
"No, Ray Coleman no estaba loco. No oye voces ajenas, distingue perfectamente lo moral de lo inmoral y por favor, no se ofenda, pero es un hombre cuya simplicidad mental le ha hecho cometer errores con los que no ha sabido lidiar y, por ello, hace lo que en menor medida hacemos todos: engañarse para protegerse y seguir con su vida. En nuestra última charla aprecié que había olvidado a su hija y a su ex-mujer Darlene. Aseguraba que solo se había casado una vez con la que en aquel momento era su esposa Sussane. Estaba rellenando espacios de memoria con sus propios recuerdos y eso solo empeoraba el problema porque los episodios regresarán y cuando lo hagan serán mucho más fuertes.
Es más, un alto estres podría desencadenarle en verdadero brote psicótico con autolesiones y síntomas de caracter psicosomático*.
Le receté unas pastillas para mantenerlo estable y asegurarme de si su problema era psicológico o alguna enfermedad de carácter neurológico*. Y cuando sus visiones desaparecieron tras el tratamiento, pude comprobar que mi teoría sobre el carácter psicológico de sus visiones era cierta, porque eran placebos y aún así la sombra desapareció.
Saber lo que representa "la sombra" era crucial para conseguir una mejoría en el señor Coleman, pero tal como suele suceder con los pacientes de símil... bagaje cultural, este se mostraba receloso y escéptico al autoanálisis. Una persona de mayor respeto por el autoconocimiento, que comprendiera la importancia del bienestar psicológico habría hecho caso de los mensajes, incluso los comprendería. Pero el señor Coleman eligió el camino fácil: se aferró al Antilirium.
Sentado sobre el charco de su propia orina, balanceándose levemente, Ray se arañaba el brazo, que ya sangraba levemente. Pero ante esa imagen triste y deplorable el espectro de Michelle no tuvo compasión.
―Dame mis pastillas por favor. Dámelas. Dámelas. Dámelas. Dámelas. Dámelas...
― ¿Todavía no lo has entendido?―le preguntó melosa y retorcida―. Bueno, a problemas desesperados...
Michelle alzó el bote para que lo viera bien y el nombre "Antilirum" se volvió borroso unos instantes cuando lo agitó ante su cara.
―¿Sigues pensando que te van a ayudar?―preguntó con la mano en alto―. Responde.
―¡NO!¡NO LO HAGAS!¡HARÉ LO QUE QUIERAS! ¡NO LO HAGAS POR DIOS!
Pero Michelle lo hizo. De un golpe. Volcó el frasco abierto y una lluvia de píldoras cayó en cascada dentro de sus fauces.
― ¡No! ¡No! ¡No! ¡No!.
La joven le ignoraba. Masticaba ruidosamente, partiendo las pastillas con las muelas y, relamiéndose, tragó con fuerza. Todas y de una vez.
―Son placebos. Dulces pastillitas de glucosa. Azúcar querido padre ¿Te das cuenta ya?
―Y- yo...las...nece-nece...necesito.
Porque él no lo entendía, de hecho, no había comprendido una palabra del doctor Richardson. Solo sabía una cosa, aquella que siempre había necesitado saber: que con la pastilla todo acababa. Las teorías psicológicas y los análisis de la mente no eran para un tipo como él, que se había pasado la vida bebiendo, viendo el fútbol y transportando muebles.
Y ya no había pastillas. Toda salida se había esfumado, excepto... rascarse más fuerte. Rajarse si hacía falta.
―¿Te dijo que podías tomarte todas las que quisieras no?―A Ray se le pasó por alto que la pregunta retórica, pues desconocía que si la medicación fuera real no podría "tomarsela a discreción" tal y como el hacía―. Bien, toma. Veremos si sigo aquí o no.
Una pastillita le rebotó contra la barriga antes de caer al suelo, y la reacción fue autómática: se lanzó a por ella como un poseso.
―Gracias, gracias gracias por dios, gracias. Se ha acabado ¡Voy a despertar! ¡Despertaré! ¡Lo he entendido! ¡Me he acordado! ¡Lo arreglaré! ¡Buscaré a Michelle!
Observó esa cápsula tan diminuta, y tan importante.
Iba a tomársela.
Por fin todo acabaría.
Toda una noche de pesadilla llegaría a su fin
Volvería a la realidad.
Estaba acostado en el sofá viendo el fútbol. Seguro. Seguro.
De camino a la boca, se le cayó dos o tres veces por el ansia de sus dedos temblorosos, pero la atrapó de nuevo y se la tragó de un golpe. Después sacudió la cabeza, como siempre hacía cuando quería alejar sus visiones y cerró los ojos a la espera de que hiciera efecto.
Michelle lo observaba con los brazos cruzados en paciente silencio.
Diez
Nueve
Ocho
Siete
Seis
Cinco
Cuatro
Tres
Dos
Uno
Abrió los ojos.
Con miedo por lo que encontraría ascendía la vista hacia Michelle. Primero por sus zapatos, a sus tobillos y piernas, las rodillas... Delante de él estaba una joven que él si reconocía. Lo miraba desde arriba, levemente inclinada y apoyada en su propia rodilla le tendía una mano para ayudarlo a levantarse. En sus labios asomaba una leve sonrisa, una de esas que tanto le gustaban.
Ray, limpiándose las lágrimas tembloroso, y con la cabeza gacha de vergüenza por su pantalón mojado de orina, también sonreía.
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