Mírame, mientras te alejas.
― ¿Estas bien? ¿Papá?
―¡NO! ¡NO! ¡NO! ¡No! ¡No me llames así!,
Su voz rompió la noche y espantó a los pájaros. Una farola se fundió a lo lejos mientras unos pasos rápidos corrían entre la oscuridad.
―¡ESPERE!¡ESPERE! ¡NO SE VAYA!— suplicó hacia la acera.
Un gato salió disparado perdiéndose en entre una ventana desvalijada.
― Aquí no hay nadie ¿Qué te parece nuestro antiguo barrio?
En él vivieron Darlene, Michelle y él, pero ahora estaba desvalijado. Lo había comprado una empresa constructora, y pronto lo demolería para construir un gran centro comercial. Pero para Ray solo era otro cuarto del que tenía que escapar otra sombra. Ya no tenía pastillas, pero despertaría. Solo tenía que encontrar algo más contundente.
Miró a su alrededor. Al principio solo metía la mano tímidamente por debajo de los coches buscando alguna herramienta que le sirviese. Poco a poco, se iba alejando buscando más desesperado bajo la atenta mirada de Michelle, que lo veía gateando, arrastrándose, intentando levantarse y cayendo al suelo de nuevo.
―¡No busques más!¡No las necesitas! ―le gritó―. ¿Es que no lo entiendes? ¿Sabes quiénes son esas personas que crees que te persiguen? ¡Soy yo! ¿Esas chicas jóvenes que creías conocer? ¡Yo! ¿Todos esos días escondido en un tugurio maloliente ahogándote en cerveza? ¡Yo también!
Ray luchaba por incorporarse negando. Tenía que salir. Escapar. Su Michelle no era esa sombra. Ella lo entendía. Ella le sonreía. Ella no sentía asco de él. Ella no.
Era la sombra. La sombra. Ese monstruo no era Michelle. No era su hija y tenía que librarse de ella.
Ray se incorporó con la ayuda de un coche. Las piernas avanzaban a paso de marioneta vieja. Bailaban por sí solas como si alguien manejara sus hilos.
La voz del monstruo Michelle seguía a su lado. A su espalda, en su cabeza, en los vidrios, rodeando la noche entre susurros.
―Tu "sombra" eres tú mismo gritándote a la cara la realidad de lo que eres ¡Igual que estoy haciendo ahora! ¡Gritandote la verdad que dentro de tí, en lo más profundo de tu percepción simplona, sabes que es cierta! ¿Te suenan las veinteañeras? ¿Te parecen familiares? Porque te recuerdan a la edad que yo, tu hija, tendría ¿No soportas los espejos? Porque no puedes ni verte la cara después de lo que hiciste ¿Bebes como un poseso? Porque solo así callas la voz. La de tu Pepito Grillo del que Pinocho no podía deshacerse ¿Te acuerdas de que mamá me leía ese cuento? "Cri Cri", "Cri Cri".
Ella soy yo Ray. Por sus labios soy yo la que habla.
―¡CÁLLATE!¡CÁLLATE! ¡NO VAS A CONSEGUIRLO! ¡ME OYES!
Ray apretó el paso. Lloraba, temblaba pero avanzaba como como podía intentando alejarse.
― ¿Y sabes por qué te pone cachondo el francés? Porque te recuerda a mamá. Y la vainilla la odias porque te recuerda al último día que nos viste. Él primer y único día que te atreviste a darle un puñetazo cuando te pidió el divorcio.
― ¡Solo fue una vez! ¡Perdí el control! ¡Déjame en paz maldita zorra!¡Ya te he mirado!¡Ya te he mirado!¡Por favor! Déjame. Déjame ―gritó entre lágrimas.
Junto a una esquina, a su izquierda, unas botellas de cristal rotas centellaban. Si, eso podría servir. Ray se dirigía hacia ellas. Zigzagueaba, se caía y se volvía a levantar. Las extremidades le pesaban y ese monstruo no le daba tregua.
―Tus delirios son la verdad de lo que piensas de ti, por eso te aterrorizan y te parecen una tortura. Una que sabes que mereces. Por eso "la sombra", tú mismo, te sigue acosando. ¿Ahora lo entiendes verdad?¿Lo notas claro, a que sí? Un sentimiento inhumano, inmundo, que te nubla la mente y confunde tus sentidos que te deja sin oxígeno y te devora las ganas de vivir.
Ray gimió mas fuerte intentando alejarse más rápido.
―Ese sentimiento te lo produzco yo. Por lo que me hiciste. Me abandonaste como si nunca hubiera existido. Mamá tuvo que sacrificarlo todo, todo, para cuidar de mi. Por tu culpa. Durante veinte años no supe si estabas vivo o muerto. No fue fácil encontrarte.
―No, Mi-michelle. No sigas. No sigas. Si soy tu padre, si-si esto es verdad...por favor, no. No sigas.
Cayó de boca. Llorando intentaba alejarse arrastrándose entre grava y cristales, pero ella no paraba. Enorme, titánica con una crueldad voraz, le drenaba la voluntad sin necesidad de garras ni espectros. Le doblegaba el razocinio con palabras mucho más crueles que una tortura.
―Tu no sabes lo que es ser un padre, Ray ―Sus pasos se aproximaban―. Intenta olvidarme todo lo que quieras, con mamá fue fácil. La culpaste de todo, encontraste otra que te hiciera de sirvienta y desapareció. Pero nunca has podido deshacerte de mí, y nunca podrás hacerlo porque formo parte de ti, igual que tú de mí ―dijo dándose unos toquecitos en la vena de la muñeca―. No me extraña que te dejara. Eres patético. Me dégoûtes (me repugnas).
―Mi-michelle,...mi peque..mi...
A unos centímetros de su mano, le pareció vislumbrar un gran cristal de tamaño contundente. Sus destellos se reflectaban en sus propias lágrimas en un baile de reflejos. Ray lo agarró, estrujándolo con la esperanza de que el dolor de sus filos fuera suficiente, pero no lo fue.
Michelle se acercaba desde la entrada del callejón. Tenía que acerlo. Tenía que acabar.
―No sabes lo que has hecho ¿Verdad? Las vidas de mierda que has destruido a tu alrededor. Claire se droga. Natalie fue madre adolescente, apenas llega a fin de mes y su marido le pone los cuernos. Y ¿Sabes cómo se paga la universidad Helen?―había llegado y estab parada a su lado―. No sirve copas en un pub Ray, tu hija se prostituye mientras te niegas a ayudarla.
Quizás esté haciendole un trabajito a tus amigos...ahora mismo.
―No. No ― Sacudía la cabeza llorando, buscando entre sus temblores el valor de hacer lo que tenía que hacer.
Algunos cristales se clavaron en la espalda cuando rodó sobre si mismo, quedando boca arriba. Que lo matara, que le arrancara el corazón pronto porque él sabía lo que tenía que hacer. Acabaría con la sombra. Despertaría.
Apretó aún más fuerte el cristal de su mano.
―¿Y tú que haces? Te gastas dinero que no tienes en alcohol, en ropa nueva y restaurantes de lujo para impresionar a una chica veinticinco años menor que tú. Que podría ser tu hija. Qué triste y qué irónico ¿Qué pensaría de ti Susanne? Tu mujer. Esa tan ciega al matrimonio, muda a tu desvergüenza y encadenada a la casa. Tan modosita, tan... perfecta para ti. Sussane te ha abandonado Ray.
―¡ESO ES MENTIRA!
El cristal centelleó en lo más alto de su brazo estirado y, descendió rasgando la carne que encontró su filo. Su grito de rabia partió la noche.
En la oscuridad de sus ojos cerrados solo había silencio y una respiración acelerada.
La sombra ya no hablaba. El monstruo había desaparecido. Había funcionado.
El cristal resbaló de sus manos y repiqueteó contra el suelo. Entonces alzó la mirada esperanzado, pero Michelle estaba allí. Seguía de pie observándolo a él, que estaba tirado en el callejón con las manos y su propio muslo bañados de sangre. A su derecha un panfleto rezaba "Próxima demolición. Preparese para disfrutar en el nuevo Central Super Market".
Quizás... quizás debiera cortar más profundo.
Las manos le convulsionaban mientras se las llevaba a la cara. No había despertado. No había servido y se estaba mareando. Los brazos le pesaban, la boca no le respondía, tampoco sentía ya los dedos.
―Eso...es... ment ...entira, Sussane ...ell.. nunc...nunca...―Arrastraba la mano hacia el cristal dispuesto a intentarlo de nuevo.
Había dejado de temblar, por fin. No le quedaban fuerzas para los espasmos. El cuerpo se le arrastraba hacia abajo. El mundo daba vueltas y giraba y giraba. Las paredes del callejón crecían retorciéndose. Estaba cayendo y tuvo la certeza cuando la cabeza le impactó contra el asfalto. El dolor le llegó, ajeno y seco, como el golpe de un muñeco roto. Le pesaban los ojos, le costaba toda su energía mantenerlos entrecerrados.
De repente, un mechero prendió entre las sombras. El crujido de la piedra alimentando el gas precedió al olor del tabaco. Las aspiración propia de una calada le llegaba lejana, como el recuerdo vago de un sueño olvidado.
No vio como el monstruo se arrodillaba a su lado y le examinaba la herida. El tacto había quedado atrás. Era algo distante y liviano, el roce sobre un brazo dormido. La joven aspiró otra calada ante una herida que resultó superficial. Ray no había tenido las suficientes fuerzas provocarse un daño severo, la pastilla había empezado su efecto justo a tiempo.
Tirado en el suelo se le tornaban los ojos en una bruma de la que solo se distinguían unos ojos verdes. Lloraban sonrisa.
―Cuando vuelvas... Sussane ya no estará ―le vaticinaron las fauces entre la neblina―. Que te aproveche el somnífero papá.
Gimió ahogado, girando la cara en un último intento por alejarse de Michelle. Sin que lo supiera le había metido algo en el bolsillo.
―Esta vez no me olvidarás ―sentenció antes de levantarse.
En la soledad de aquel callejón muerto, escondido en un barrio abandonado, sabía que nadie acudía a sus mudos gritos de auxilio.
Lo último que le llegó antes de desmayarse fue el sonido amortiguado de unos tacones. Alejándose, perdiéndose en la oscuridad.
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