Mírame, mientras regresas.
Una de las pocas cosas buenas que trae consigo el dolor es que funciona como el mejor mecanismo que nos ofrece el cuerpo para demostrarnos que estamos vivos, que lo que vivimos es real. No por nada nos pellizcamos cuando queremos despertar de una pesadilla o cuando queremos saber si lo que vemos es cierto. Nos retorcemos la piel, la presionamos entre nuestros dedos con la esperanza de que el dolor nos devuelva a la realidad de nuestras camas y todo sea una burda pesadilla.
Pero a Ray no le hacía falta pellizcarse y tampoco se despertó en su cama, pues nada de lo ocurrido fue un mal sueño. A los resquicios de sus heridas del cuello, espalda y estómago se le unía un mareo horrible que le martilleaba la cabeza y el ardor de la mejilla. Esta le palpitaba furiosa allí donde Michelle le había golpeado.
Solo habían pasado unos segundos de inconsciencia y se encontraba en el suelo, de noche, tirado sobre la acera.
―Diossss... ―refullaba incorporándose con la mano en la frente― ¿Dónde? ―agitó la cabeza hacia los lados―. ¿Donde estoy?¿He salido? ¿Ha acabado?
Lo que realmente Ray quería preguntar era si estaba muerto. Las visiones de su antiguo piso sequía vivas, flameaban como el fuego en su memoria, pero ya no estaba allí. Estaba en la calle, a salvo de esos espectros que había olvidado hace tanto tiempo atrás.
O al menos eso creía.
Sentía el susurro de la brisa nocturna, el azote del invierno calándole los huesos y el sabor de su sangre agolpándose en los labios.
¿Había terminado todo? ¿Le dejaría el espectro en paz?
No lo entendía. La sombra le había dejado salir a pesar de que no pudo responder a sus preguntas.
"¿Que hiciste Ray?"
"¿Qué no hiciste, Ray?"
Y tampoco estaba muerto, tal y como le prometió que sucedería.
Estaba vivo, con la mejilla hinchada y la excitación aun recorriéndole las venas a pesar de su erección ya marchita. Michelle no había huido, estaba allí, mirándolo de una forma que no sabía identificar.
Ray acababa de salir de las tinieblas, habían jugueteado con él sus propios demonios, por eso supo reconocer un ángel cuando lo veía. Michelle. Lo único bonito que tenía en su vida. Una visión hermosa, tan cálida como un bálsamo sobre la herida infecta. Y él fue un estúpido, un bruto asqueroso que la trató como una puta.
No sabía que le había pasado. Recordaba pasear junto a ella, la brisa, su olor... y justo ahí perdió el control.
Pero aún podía arreglarlo. Ella lo comprendería, le sonreiría, le diría que ese no era el lugar, retomarían su cita y al final, la trataría entre las sábanas como a ninguna: esforzándose.
Ray le dedicaba una sonrisa tímida, una mueva breve de lo que pretendía ser el principio de una disculpa, posiblemente balbuceada y tartamuda. Lo que nunca se hubiera esperado, era lo que Michelle hizo a continuación.
No corrió a socorrerlo, ni le preguntó como estaba. Tampoco se disculpó por su bien merecido puñetazo. Solo había que fijarse en sus ojos brillantes de furia. No se atisbaba en ellos reflejo alguno de vergüenza o culpabilidad. Eso jamás.
A pesar su rostro de facciones sombrías, Ray solo podía pensar que ella estaba preciosa mientras lo observaba de pie desde el tranco.
Entonces Michelle escupió.
Una, y otra, y otra, y otra vez. Sus labios hinchados salpicaban saliva contra la acera, esputando en ella los residuos de su beso. Tampoco daba crédito mientras la veía refregarse la boca como una desquiciada muerta del asco. Aún limitándose, llenándose las manos de resfregones de carmín, la joven le miraba con tanto odio y tanta repulsión, que su viejo corazón se partió en mil pedazos.
Agitó la cabeza.
Era una alucinación. Ella... ella le sonreía. No era verdad lo que veía, no estaba escupiendo su beso. Tenía que ser un delirio. Otro escenario infame de la sombra.
O quizás estaba realmente muerto, como ella le prometió, y ese era el infierno.
Solo había una forma de saberlo: el bote. Se palmeó todos los bolsillos buscándolo.
El bote.El bote. El bote.
No lo tuvo en ninguna de sus visiones tampoco lo tendría en el infierno. Si encontraba sus pastillas significaría que eso era la realidad, entonces se las tomaría y los delirios desparecerían. Retroceció arrastrándose hacia atrás, buscó a su alrededor por los recovecos cercanos, pero no las encontraba. No las tenía. No estaban.
Igual que en sus visiones.
Ray empezó a temblar mirando de un lado a otro presa del pánico. Intentó levantarse pero estaba mareado por el golpe.
Seguía dentro. No había escapado.
El repiqueteo de unos tacones le alertaron que los movimientos de Michelle. Ray tembló cuando vio los stiletto negros bajando el tranco del portal. La joven se agachó y se incorporó de nuevo después de recoger algo del suelo.
No lo comprendía. Si ese era otro delirio o su infierno ¿Qué escena de su pasado estaba representando?
Entonces supo la verdad. No hicieron falta el dolor ni los pellizcos que pronto necesitaría.
La realidad le cayó como un bloque cuando localizó su amado bote de pastillas en la mano de Michelle, que lo analizaba bajo la luz de una farola.
Ese no era el pasado, era el presente.
No era una pesadilla, tampoco el infierno.
Era la realidad.
Los ojos verde esmeralda de Michelle, verde perversión, relucían bajo la luz. Fue entonces, solo entonces, cuando Ray dejó de ver. Dejó de verla.
"Ves pero no miras"
Porque Ray, por fin, miraba y reconoció que no era un delirio. El asco de Michelle era la realidad.
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