...jugar.


Como a cámara lenta, el utensilio plateado resbaló de su mano húmeda y ahora repiqueteaba contra la losa. Oscilando de punta a mango, los "pling" resonaban cada vez más ahogados hasta que el afilado cubierto quedó quieto sobre el suelo. Esperándolo.

Y él lo cogería, no tendría ningún problema.

Si no fuera por la garra negra que salió del mantel y lo arrastró hacia debajo de la mesa.

Porque de ahí, de ahí era de donde salía la voz de Michelle. Envenenada. Depravada, aguda y senil, chirriante como una bisagra. Una voz y una sonrisa que nada tenían que ver con la de la joven que en ese momento le estaba hablando de su trabajo en la ONG de madres sin recursos.

Míramemíramemíramemírame...

Ray quería gritar. Por dios que quería hacerlo, pero no podía. Sus nudillos gruesos se aferraban a la mesa como si fuera el salvavidas que lo mantendría alejado de esa letanía incesante.

Míratemíratemíratemíratemíratemírate

Su miedo estaba a punto de resbalar por su pernera. Caliente, le mojaría el pantalón hasta llegar allí donde un filo frío y puntiagudo jugueteaba con su pantorrilla. Ligero y resbaladizo, como el  susurro burlón que se agitaba bajo el mantel.

"Me mirarás... esta noche."

Cerró los ojos, luchando por no llorar.

―No se moleste caballero. Tome.―A su derecha un camarero le ofrecía otro cuchillo mientras recogía el suyo del suelo.

 Inspiró fuerte y pálido, dio las gracias entre temblores. La copa seguía en su mano, temblaba mientras bebía de ella con aprehensión.

Michelle, por otro lado, paró al larguirucho trajeado y ambos discutían sobre la siguiente botella de vino.

El sudor frío le cosquilleaba de nuevo sobre la frente, humedeciéndole la piel cuarteada que Ray se secó a toquecitos.

Podría tomarse la medicación en el baño, pero sabía lo que pasaría si se quedaba solo. Había visto las suficientes películas de terror para saber lo que ocurría frente a los espejos, por eso nunca se miraba. Ray odiaba los espejos. Odiaba los reflejos. No, el baño no era una opción. Si iba al baño acabaría muerto, o loco. Lo sabía, siempre lo había sabido.

Estrujó el pañuelo apretándolo en un puño rabioso ¿Por qué ese miedo? ¿Por qué esa voz espeluznante?

No había hombres persiguiéndolo. No le espiaban. No había nada de lo que acusarle. No había hecho nada malo. Nadie quería hacerle daño. Ninguna persona se reía de él. 

― ¿Nadie? ¿Seguro? ―rio Michelle. Los ojos verde demoníaco relampaguearon de diversión perversa.

Los músculos de Ray se agarrotaron, sus dedos se cerraron en torno al bote de pastillas que no podía tomarse.

― ¿Qué?

―Que la traerán en un segundo ―le dijo Michelle con un guiño, y no supo a lo que se refería hasta justo un instante después, que llegó el camarero con una segunda botella de vino.

Lo vio descorchándola y se relajó con la grácil caída del rojizo contenido. Porque mientras se deleitaba con ese largo sonido líquido, el propio de una copa rellena, supo lo que tenía que hacer. Lo que siempre había hecho. 

El alcohol lo aplacaría. Él era su mejor aliado, el que siempre le había funcionado durante años. Nunca le fallaba, siempre le ayudaba a olvidar.

Y Ray bebió. Bebió sin reservas. Bebió hasta acabar la segunda botella. Bebió, y dijo de pedir una tercera creyendo que el alcohol le que serviría del algo. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top